Ginebra, ante la Cumbre Biden-Putin
De capital de los derechos humanos a fortaleza de la diplomacia
En un clima de tensión en aumento en las relaciones de Estados Unidos y Rusia -que incluyó sanciones y la expulsión de diplomáticos- la Cumbre de Ginebra debería favorecer el diálogo hasta ahora postergado. Ginebra, la más internacional de las ciudades suizas, se despertó particularmente alterada este lunes.
En solo dos días, el miércoles 16, albergará el encuentro del presidente estadounidense Joe Biden con su homólogo ruso Vladimir Putin. Hasta el momento, en la fase preparatoria, el show mediático parece imponerse al verdadero temario, casi escondido, de lo que será la Cumbre.
Para su realización, está en marcha un espectacular dispositivo de seguridad que se reforzará entre martes y jueves. Una gran parte del centro de Ginebra, en las dos orillas del Lago Lemán, se fortifica aceleradamente.
Mas de dos mil policías —de los cuales 900 son trasladados de cantones vecinos— forman parte del esquema de militarización urbano para resguardar no solo la Villa La Grange, lugar de la cita, sino también la zona de desplazamiento de las dos delegaciones.
El gobierno suizo autorizó a que unos mil militares se sumen al dispositivo para controlar zonas estratégicas y embajadas, así como para desarrollar funciones de policía aérea. Protegerán puntos esenciales de la ciudad, como el Aeropuerto de Cointrin y el Hotel Presidente, y reforzarán la protección del espacio aéreo, en una superficie de 50 kilómetros a la redonda.
Fortaleza dentro de la muralla
La Villa La Grange, lugar de la Cumbre, es un edificio histórico del siglo XVIII, emplazado en el parque del mismo nombre, el más extenso del centro ginebrino. Hoy funciona allí una Biblioteca Municipal y su visita hace parte del itinerario turístico obligado de la ciudad.
Sus muros encierran momentos significativos de la historia de la ciudad anfitriona. En 1864, con la presencia de Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja, se realizó la gala de clausura de la primera Convención de Ginebra -para mejorar la suerte de los militares heridos en el campo de batalla-, lo que marcó el nacimiento del Derecho Humanitario. Ciento cinco años más tarde, en el mismo predio, el Papa Pablo VI celebró la misa central ante una multitud de 70.000 personas durante su visita a Suiza de 1969.
El Parque, cerrado al público desde el pasado 8 de junio cuando se iniciaron los preparativos logísticos de la reunión de los dos mandatarios, tiene más de 200 mil metros cuadrados, extendiéndose hasta la misma orilla izquierda del Lago Lemán.
En esta Ginebra amurallada, las jornadas del 15 y 16 de junio no serán normales. Gran parte de su zona céntrica estará cerrada para los transeúntes. El transporte público sufrirá sensibles alteraciones. Los controles peatonales serán reforzados. E incluso, los 3 mil periodistas acreditados para cubrir el evento verán sus movimientos doblemente restringidos: tanto por el aparato de seguridad como por las restricciones anti-COVID 19 todavía vigentes en el país.
Adicionalmente, cualquier manifestación ciudadana, aunque cuente con una autorización oficial, deberá realizarse en el barrio de Plainpalais, ubicado en una zona distante del epicentro de la Cumbre y fuera del circuito de las delegaciones.
Agenda hermética
En un clima de tensión en aumento en las relaciones de Estados Unidos y Rusia – que incluyó en los últimos meses sanciones y expulsiones mutuas de diplomáticos- la Cumbre de Ginebra debería favorecer el diálogo de alto nivel hasta ahora postergado. Esa es la hipótesis que barajan los expertos en crisis y en diplomacia.
Sin embargo, una y otra parte se han expresado hasta ahora con extrema cautela. Desde el Kremlin se confirmó la Cumbre a través de un comunicado genérico mencionando como temas de debate la pandemia, los conflictos regionales y las relaciones bilaterales.
A fines de mayo, portavoces de la Casa Blanca hicieron mención a que los líderes de ambas naciones discutirán “toda la gama de asuntos urgentes”, con la intención de restaurar la previsibilidad y la estabilidad de la relación entre ambos países.
Según un análisis de France24 de la semana pasada, en Ginebra, “Biden buscará disuadir en privado al presidente ruso Vladimir Putin para conseguir el fin a las provocaciones, incluidos los ataques de ciberseguridad a empresas estadounidenses de parte de piratas informáticos basados en Rusia”. Y agrega que entrará en la discusión, también, el encarcelamiento del opositor Alexéi Navalny.
Analistas internacionales consideran, sin embargo, que todo tema que Vladimir Putin considere que hace parte de la política interna rusa no estará en la agenda, en coherencia con el sacrosanto concepto moscovita de la soberanía nacional.
En una entrevista brindada por el presidente Putin a la cadena americana NBC News -algunas de cuyas declaraciones fueron retomadas por el cotidiano suizo La Tribune de Genève en su edición del 12 de junio-, el mandatario ruso espera que su homólogo norteamericano se muestre menos impulsivo que su predecesor Donald Trump.
Si bien el encuentro en la Villa La Grange será el momento fundamental y políticamente más arriesgado del periplo del nuevo presidente norteamericano, su visita europea, que comenzó la semana pasada en Gran Bretaña, incluye objetivos claros: relanzar las relaciones prioritarias entre USA y el Viejo mundo; ratificar su convicción sobre la vía multilateral, así como, reiterar su confianza en el rol motor del Grupo de los 7 (G7) para el desarrollo económico planetario.
Más allá de temas, debates y eventuales consensos, Biden insiste ante la opinión pública norteamericana que viene para decirle a su homólogo ruso palabras directas y fuertes. Putin define su propia prioridad en torno a la Cumbre: hablar en Ginebra pero con las cámaras dirigidas, en vivo, hacia Rusia mismo. Demostrando a su gente que él y su nación son interlocutores esenciales en el gran debate geopolítico de la segunda década del siglo XXI.
Sergio Ferrari
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