Irak: Envenenadas cosechas

Desde hace tiempo se sabe que toda causa tiene un efecto, relación  elevada a categoría filosófica y aplicable a numerosas situaciones derivadas del quehacer humano, incluyendo a fuerzas más perturbadas que las de la  naturaleza en su intento de reacomodarse, o cuando la obligan a cambiar su estado.

Altamente posible que si en el 2003 basándose en mentiras, Estados Unidos no hubiera invadido Irak, (esa es la causa) no se estaría en este momento ante la ruina del que fue un país próspero (el efecto, aplicable a Libia por igual) con un desarrollo y liberalidad apreciables en el mundo árabe. Tampoco estarían ocurriendo los problemas actuales, aun cuando, por supuesto, haya nuevos factores para las protestas de hoy.

En octubre, comenzaron las últimas oleadas de crítica ciudadana hacia el gobierno, señalizándolo de culpable por los problemas internos, manifestaciones que con el correr de los días se tornaron violentas. Un  centenar de muertes y alrededor de 4 000 heridos, era el saldo inicial de los enfrentamientos entre civiles y fuerzas del orden. El registro incluye peripecias armadas.

Un alto desempleo entre los jóvenes copa a casi la mitad de la población menor de 25 años; los cortes de electricidad en un país petrolero que hasta en plena invasión se mantuvo iluminado, la orfandad de los servicios públicos, serían, entre varios, los motivos para un amplio descontento alimentado desde la pobreza, el crecimiento del Sida y el aumento del cáncer u otras enfermedades en la población infantil, consecuencia del empleo de uranio empobrecido, por parte de las tropas norteamericanas para aumentar el poder explosivo de sus proyectiles.

Parte integrante de estos males está en  la ambición que lleva al envilecimiento de las capas altas en olvido de una ciudadanía vapuleada durante um fortísimo decenio y, al cabo,  sin recompensas.

Parte del conflicto fue abordado por el primer ministro Adel Abdel Mahdi, quien al término de un consejo extraordinario de su gabinete el día 4,  anunció 17 medidas sociales, en línea con lo exigido en las calles, y en el llamado del ayatola Al Sistani, máxima autoridad eclesiástica del país.

El jefe de estado admitió con ese paso y de viva voz lo fundado de las requerimientos masivos, pero se duda logre a corto plazo satisfacerlos. Muy en particular la creación de empleo para más del 40% de los jóvenes. Se estima que la economía interna está demasiado dislocada aún por efectos de la guerra impuesta y la posterior lucha contra el terrorismo islámico, o debido a la ilegalidad y las transgresiones dentro de los sectores petroleros, de los cuales dependió siempre el desempeño iraquí y cuanto desde ese ámbito se derramaba sobre las mayorías.

Las exigencias sociales tienen fundamento, pero no carecen de importancia causales externas. Una sería el estímulo del descontento partiendo de propósitos improcedentes. Hay criterios especializados y las infaltables especulaciones, con  teorías sobre el origen y posible desenlace de estos eventos.

Existen motivos para la ira popular, y al mismo tiempo, tendencias rapaces, de gran irresponsabilidad, espoleando el malestar. Los argumentos políticos o académicos sobre el tema, sostienen la probable incitación -para incrementar el descontento-, a partir de intereses norteamericanos con eje en la pugna contra Irán. Habría comenzado cuando Washington desecha el acuerdo nuclear suscrito por Barack Obama, Francia, Reino Unido, Alemania, Rusia y China, seguido de un cínico aderezo: el incremento desproporcionado e intemperante de las sanciones al país persa.

En ese escenario se sitúan los daños a la frágil economía iraquí, a través de las averías infligidas a Teherán, pues los intercambios comerciales de interés para los dos lados, son casi imprescindibles para Bagdad, habida cuenta de su profundo deterioro desde el 2003 a la fecha y las bondades de un mercado próximo, animado por antiguos nexos.

Distintas empresas iraquíes, se sienten amenazadas por las intimidaciones de Donald Trump, quien  continúa repitiendo que hará extensivos los castigos a cuantos compren o vendan a Irán. Esas coacciones se añaden a las  amenazas militares, con el despliegue en  el Golfo Pérsico de un comando naval, incluyendo el portaaviones insignia de la armada norteamericana, acorazados y  bombarderos B-52.

Ese paquete bélico se emite con avisos como suspender la ayuda económica a Irak si desde allí no cumplen con el régimen de castigos aplicados a Irán. De otro lado, y es característico en las artes de acoso provenientes de la Casa Blanca, usan recursos psicológicos y uno es la retirada de personal diplomático por temor a supuestas agresiones iraníes.

Asumiendo ciertos los trascendidos, se tendría la reciente visita a Bagdad del secretario de estado norteamericano, Mike Pompeo. Se le achaca haber sembrado la duda  con equívocas afirmaciones sobre eventuales peligros para las tropas que mantiene EE.UU. en Irak o sobre las empresas estadounidenses que explotan el crudo iraquí. El incierto mensaje contiene otro más específico, según varias fuentes mediáticas, pues plantea que Washington no confía en la fidelidad de Bagdad pero les exige no  darle apoyo a Irán.

“(…) Hoy, cuando crecen las tensiones entre Teherán y Washington, Irak podría ser nuevamente el campo de batalla físico y político, trastocando su frágil equilibrio interno y profundizando el caos regional” (Foreign Policy).

La conjetura tiene soporte en la abierta obcecación estadounidense formulada, además de la movilización bélica, en las acusaciones sobre Teherán en cuanto a los atentados a refinerías saudíes, acto reenvidado por Yemen, como represalia defensiva, dada la guerra contra ellos desatada por Riad. El traslado de efectivos U.S.A. hacia el reino sunita, constituye otro factor en estas malandanzas de las cuales no se excluyen otros abecés.

Un estudio especializado asegura que la mayor parte de los tuiws para incentivar las movilizaciones de protesta en ciudades iraquíes, fueron emitidos desde Arabia Saudita, Kuwait  y los Emiratos Árabes, a través de ciberataques, formulados desde un artilugio suministrado por la administración Trump a los saudíes. Sería un  software que incauta cuentas de usuarios para convocar de modo automático a las movilizaciones. Algo de ese tipo  debe existir. Explicaría que las autoridades iraquíes, cerraran el acceso a Internet al poco de iniciados esos episodios de reclamo popular.

El complot estaría concebido para terciar de forma maligna sobre trastornos existentes en Irak, no para eliminarlos -así debieran, atendiendo a la obligación adquirida como invasores-. O sea, incrementaron la inestabilidad, para, por carambola, afectar a Irán. Estos extremos están pendientes de verificación, aunque de entrada, resultan creíbles.

De cualquier manera, el malsano ambiente propicia pase de cuentas intestinas o el impulso de aprovechar las complejidades del momento y usarlas según afanes no del todo transparentes. Ello se aprecia en algunas agrupaciones iraquíes pidiendo la dimisión del gobierno y elecciones anticipadas.

Estas no son las primeras protestas en Irak. Algunas anteriores partieron hasta de motivos triviales. Hay mechas que se inflaman con rapidez debido a circunstancias infértiles y a la notable involución sufrida. El retroceso en el adelanto de las personas o su entorno, marcan el paso de malestares lamentablemente explotados desde lo ajeno, en busca de envenenadas cosechas.

Elsa Claro

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