Irresponsabilidad superlativa

Un ángulo algo soterrado en los enfoques sobre el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, está en una referencia a posibles negociaciones con Irán sobre el pacto nuclear abandonado por Donald Trump. Pero si el propósito del presidente norteamericano era colocar contra la pared, intimidar o quitarle vigor político al país persa, para obligarle a concesiones mayores a las observadas en el texto suscrito bajo Barak Obama, parece haber cometido un grandísimo error.

Que sea uno de los propósitos de este último ataque contra Teherán, lo dejó caer en uno de sus tuiws el propio magnate-presidente, al plantear: “Irán nunca ha ganado una guerra, pero nunca ha perdido una negociación”. En apoyo de la idea, desconcertante de inicio a final, el consejero de Seguridad Nacional, Robert O’Brien, expresaba ante la prensa: “Irán tiene ahora dos opciones”. “Una es continuar con la escalada, algo que no llevaría a ningún lado al pueblo ni al régimen iraní. La otra alternativa es sentarse a negociar con nosotros para abandonar su programa nuclear y su guerra subsidiaria en Oriente Próximo, y comportarse como una nación normal”.

De aplicarse punto por coma el reclamo a sí mismo, Estados Unidos no sobreviviría indemne a sus malas hazañas en tantos sitios. Su implicación en desventurados acontecimientos en esa parte del mundo, y, ante todo, en lo referido a Irán, no es, en absoluto, algo honorable ni justificado. No tienen mejor semblante las amenazas dirigidas a Irak, anunciando enormes represalias si Bagdad aplica lo resuelto por su parlamento el domingo 5, al decidir que todas las tropas extranjeras en su territorio lo abandonen.

La perreta trumpiana, desafiando a diestro y siniestra, es, desde cualquier ángulo, extremadamente peligrosa y, como vemos, amenaza con complicar no solo la desventurada región, sino hacer extensiva al resto de las naciones, un fenómeno creado por él y su alucinado séquito.

Derek Davison, analista norteamericano especializado en la política exterior de su país en Oriente Medio, formula de modo certero la postura de Trump, cuando afirma. “Todo lo que ha hecho desde que asumió el cargo ha aproximado a los Estados Unidos a la guerra con Irán, para satisfacción de un establishment de política exterior en Washington que ha estado persiguiendo ese objetivo durante más de cuarenta años”.

Si el pacto suscrito en el 2015 por Teherán y EE.UU., avalado por otros cinco países fue considerado insuficiente por Trump, con sinceridad y no buscando cuestionables ventajas, ¿por qué no hizo el intento por renegociar en buena lid en lugar de abandonarlo de forma unilateral? Aceptando que se tratara de un error de prepotencia, no se explica con decoro el incremento despiadado de sanciones económicas contra un país soberano, encima extendidas a cuantos compren petróleo iraní o comercien con ellos. Esa violencia desquiciada fue seguida por otras coacciones permanentes y actos de hostilidad nada seductores.

Decenas de miles de personas salieron a las calles de Teherán para protestar contra los “crímenes de Estados Unidos” , después de la muerte de un alto comandante iraní en un bombardeo de Estados Unidos en Bagdad. Foto: Reuters

En el 2017, antes de que Trump abandonara el acuerdo nuclear, cerca de cien reputados expertos, le enviaron un mensaje asegurando que el suscrito “ha demostrado ser un acuerdo efectivo y verificable que es una ventaja neta para los esfuerzos internacionales de no proliferación nuclear”, y, como añadido, haberlo concertado fue “un éxito importante de la diplomacia multilateral, cuya plena implementación es fundamental para la paz y la seguridad internacionales”.

A reserva de los grandes obstáculos interpuestos por Washington frente a Teherán, el portavoz del Ministerio de Exteriores iranio, Abás Musaví, dijo de forma pública que su gobierno no descartó un diálogo con la Casa Blanca usando el mismo esquema que antes permitiera arribar a entendimiento, solo que en este momento, Estados Unidos cerró con estrépito varias puertas con el crimen cometido y no puede suponer que Irán se incline o supedite ante la Casa Blanca.

Los pasos que viene siguiendo el Pentágono alejan salidas competentes para el conflicto creado. Movilización de tropas extra, desafíos de varios calibres y, por encima de mucho, una impertinente arrogancia, suscitando mayor antipatía y resentimiento de otras naciones involucradas en el drama actual o en gestas anteriores. Ninguna, repito, laudable.

Irak, víctima en el 2003 y durante 10 destructivos años, de una ocupación emprendida sobre mentiras, fue escenario del ataque con misiles contra Soleiman. Fue vulnerada su soberanía y tiene derecho a exigir el repliegue de unos 6.000 efectivos, presentes en ese territorio tras un acuerdo con Bagdad destinado a desalojar a los terroristas del Daesh.

Adel Abdul Mahdi, primer ministro en funciones, reveló ante los diputados que solo minutos antes del ataque, fue informado por los agresores que emprendieron la aventurera empresa “sin nuestro permiso”, aseguró. El jefe de gobierno expuso además, que EE.UU. violó las condiciones para su presencia en Irak, pues esas tropas estadounidenses debían limitarse a darle entrenamiento a los militares nacionales destinados a enfrentar al Califato Islámico, realidad ya revertida y alianza que nunca contempló hechos como el acaecido.

Fuera del ámbito mezo-oriental donde se sucedieron evidencias múltiples y masivas de respeto y admiración hacia el general Soleiman por lo mucho y bien de su enfrentamiento al terrorismo, ocurrió algo inesperado cuando miles de personas emprendieron marchas de rechazo en 70 ciudades de los Estados Unidos. “No a la guerra” y “No permitiremos que nuestro país sea arrastrado a otra guerra inconsciente, fueron las demandas más remarcadas en carteles y declaraciones de los manifestantes, quienes exigieron además el retorno de los efectivos norteamericanos, temerosos de que por temeridad o estupidez, se provoque una guerra”, lo mismo si es “preventiva” como si la visten de otro color, no aporta, sino sustrae en bienes y almas al atacado o a quien agrede.

En los acontecimientos no existe un solo objetivo con la desproporcionada acción contra alguien invitado por las autoridades del sitio donde le masacraron. Soleiman no andaba de incógnito, quizás por saberse admirado en virtud de su historial a favor de varios pueblos agredidos de la zona, entre ellos el suyo propio. Está dicho y se repetirá al enfocar este tema, que Trump quería desviar la atención del juicio político emprendido en su contra o anularlo, y –se me permitirá insistir- para aumentar una popularidad en decadencia, acudiendo al utilizado recurso de elevar el falso sentido de patriotismo con el cual acicalaron diversas brutalidades.

Han puesto a Irán en una encrucijada, pues si no responde al ataque, disminuye el favor ciudadano y pierden prestigio en la zona. Si acometen la revancha, ello servirá para disminuir las flojas críticas de los tres europeos (Alemania, Reino Unido, Francia) que con Rusia y China, firmaron el pacto nuclear norteamericano-iraní. Se oponen a que la administración estadounidense penalice a sus empresas. De otro lado, pero sin vicio de pequeñez, de modo directo o simulado, EE. UU. ampara a los remanentes extremistas que tan bien le sirvieron, dejándoles suficiente hálito como para recomponerlos y seguir empleándoles, según convenga.

Como quiera se le mire, del conflicto asoman derivaciones de carácter grave. Si Irán toma como uno de los blancos de ataque locaciones israelíes, o cierra el Estrecho de Ormuz, cruce importante para el petróleo hacia Occidente, no serán seductoras las incidencias subsiguientes.

Tel Aviv, habituado a incursionar militarmente y no una sola vez (los sionistas bombardearon posiciones iraníes en Siria durante los dos últimos meses del 2019, por ej.), ha ejercido como complemento para los operativos estadounidenses contra posiciones persas y del movimiento de origen libanés Hezbollah. Una de las instalaciones de su rama iraquí, fue atacada por misiles norteamericanos causando la muerte de 25 de sus activos y a seguidas, surgieron las protestas ante la embajada de EE.UU. en Bagdad. Entonces ¿quién provocó a quien o tiene las perores intenciones?

El líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, pidió “severa venganza” por la muerte de Soleimani, en la peor escalada en una temida guerra entre Irán y Estados Unidos en suelo iraquí. En la imagen, un momento de las multitudinarias protestas en Teherán. Foto: AFP

Si la primera operación anti-iraní de Trump fue abandonar el muy trabajado pacto nuclear, las restantes malas faenas van desde agresiones directas a sus reductos dentro de territorio sirio hasta acusaciones inventadas de varios colores y tamaños, amenazas casi permanentes y procederes humillantes contra el milenario pueblo, cuyas fibras sensibles laceró el crimen recién cometido. Detrás, anda la revancha contra la Revolución Islámica que puso fin al dominio norteamericano sobre Irán en 1979.

Como afirman distintos observadores, Trump seleccionó el camino de las confrontaciones con Irán antes incluso de llegar a la presidencia y ya con ella, tuvo los artificios e instrumentos para su cruzada, iniciándola en mayo del 2018, con el abandono del susodicho pacto. En el accidentado panorama del momento deben ser tenidas en cuenta las discordias domésticas en Estados Unidos, pues si bien allí suelen escudar al presidente cuanto hay contingencias excepcionales, el ambiente político está tan disgregado que cabe esperarse cualquier tipo de evento.

Los demócratas se juegan su crédito y la obtención del poder. Es una de las razones para intentar ponerle freno a las desquiciadas maniobras de Trump, exigiendo que pida la anuencia del Congreso antes de emprender una guerra, que, como quiera la pinten, siempre será fatal.

Elsa Claro

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