Joe Biden tiene alternativa
Ante el relevo en la Casa Blanca, hay quien se afana en propagar la idea de que China y EEUU están encerrados sin remedio en una confrontación ideológica y geoestratégica esencial. Que si Washington quiere evitar, en definitiva, la disminución fundamental e irreversible de su estatus mundial, si ansía incluso conjurar el desmoronamiento de la civilización occidental, actualmente en peligro mortal, no tiene otra opción que radicalizar las represalias contra China y destruir de raíz su sistema político.
Donald Trump dejará tras de sí todo un campo minado para su sucesor, Joe Biden. La Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, el discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en 2018 y el del ex director de la CIA y secretario de Estado Mike Pompeo en la Biblioteca Nixon en 2020, son las guías maestras de ese universo que se pretende antitético, sustentado en intereses y valores cuya defensa argumenta la adopción incesante de represalias contra China. En ese catálogo, sin duda también merece destacarse al indultado Steve Bannon, quien desempeñó un papel clave cuando al inicio de la Administración Trump puso la diana en China para acabar culpándola de todos los males habidos y por haber, incluido, por supuesto, la responsabilidad por el Covid-19 exigiendo compensaciones. EEUU, dicen, no se puede permitir volver a las desacreditadas políticas bipartidistas de la era anterior a Trump. Sin embargo, Biden tiene otra alternativa.
Lo primero es hacer balance del cuatrienio Trump. No es complicado. No condujo a nada positivo. La guerra comercial con China, incluida la implementación de aranceles a la exportación de bienes entre los dos países, fracasó. Trump apostó a que al gravar las importaciones chinas, el déficit comercial entre las dos naciones se reduciría y los empleos de manufactura regresarían a Estados Unidos. No ocurrió así. Por el contrario, China acortó distancias con EEUU.
En segundo lugar, la posibilidad y adecuación de una política alternativa quedó reflejada de modo explícito en la carta abierta dirigida al presidente Trump y al Congreso, publicada por The Washington Post el 3 de julio de 2019. Estaba avalada por personalidades estadounidenses, antiguos diplomáticos, sinólogos e investigadores, encabezados, entre otros, por el admirado y recientemente fallecido Ezra Vogel, todos ellos tan patriotas como los seguidores de Trump. Titulaban su misiva con una rotundidad sin rodeos: “China no es un enemigo”.
Entre los consejos sugeridos convendría destacar algunos por su importancia. Por ejemplo, la urgencia de aprehender mejor las intenciones de China, sus objetivos y su comportamiento, o la idea de reforzar la capacidad de EEUU para servir de modelo a terceros, o el privilegiar la cooperación con otros países y con las organizaciones internacionales antes que la estrategia contraproducente orientada a frenar la inserción de China en el mundo. Esa es la hoja de ruta racional y lógica. Ojalá la nueva Administración de EEUU se deje guiar por ella.
En tercer lugar, bueno es tener presente que hay una agenda global que demanda una gestión compartida. Enzarzar el mundo en una nueva espiral de tensiones cuando los tópicos que asedian el futuro de la humanidad (desde el cambio climático a los desafíos pandémicos presentes y futuros, el desarme o el freno a las desigualdades) constituye una total irresponsabilidad.
Algunos sugieren a Joe Biden cambiar solo las formas, es decir, trabajar estrechamente con los aliados y amigos de Estados Unidos para establecer una especie de estrategia de circunvalación para contener a China, articulada sobre el énfasis en los desafíos de la ciberseguridad y la tecnología de la información, en contraposición a la dirección de “contención dura” favorecida por el presidente Donald Trump. Otros vaticinan que los derechos humanos y la confrontación ideológica general ganarán en relevancia en la agenda.
También podría dar alas a cierto grado de“decoupling” de las dos economías más grandes del mundo. Pero mientras Trump parecía estar apuntando a una amplia separación de caminos, Biden podría limitar su visión a sectores económicos específicos, como la tecnología punta o high tech. Países como Japón, India, Australia y quizá también la Unión Europea sopesarían un cambio de estrategia para tratar con China, sumándose, con o sin matices, a la política de Washington.
China no quiere la confrontación, y tampoco suscribe una vocación mesiánica con el objetivo de dominar el mundo. Si es verdad que reclama su derecho a elegir sin imposiciones su vía de desarrollo en permanente evolución y a que se le reconozca su condición de “país grande”. Y ni EEUU ni nadie tiene legitimidad alguna para imponer otra cosa. China debe integrarse de modo fluido y natural en la comunidad internacional. Ahí tiene un puesto por derecho propio.
Afanarse en lo contrario apelando a disquisiciones existenciales solo puede conducirnos a la rivalidad y la confrontación. La única vía sólida es la cooperación y el diálogo desde el reconocimiento de las diferencias, que las hay y son producto no solo de coyunturas recientes sino de trayectorias históricas y culturales plasmadas en cosmovisiones distintas, cada cual con su legitimidad.
Por tanto, el cambio de Administración en EEUU debiera conllevar también un cambio de rumbo, explorando los puntos de encuentro y gestionando las discrepancias, que no son pequeñas, con respeto mutuo, holgura y perspectiva suficiente.
La propia gobernanza global demanda la renovación de ese enfoque. La confrontación que hemos vivido en los años precedentes ha dañado a todos. Un enfoque constructivo permitirá eliminar el riesgo mayor: una guerra calamitosa que los valedores del enfoque trumpista no descartan como impensable.
Biden tiene la palabra. Pero tampoco esto es solo cosa de dos. Otros actores tienen una especial responsabilidad en la determinación del rumbo político del siglo XXI. La Unión Europea, un aliado clave de EEUU, debiera arrimar el hombro en ese empeño. Y España, que forma parte de su núcleo principal, abogar por una estrategia edificante.
Xulio Rios
Xulio Ríos: Director del Observatorio de la Política China.
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