La alquimia imperialista

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Mientras el mundo se debate bajo la amenaza de la catástrofe ecológica, del repetido delirio armamentista y los riesgos atómicos, del crecimiento demográfico (se calcula que en apenas veinticinco años más, el planeta alcanzará los 10.000 millones de habitantes) y de la decadencia del bloque occidental que ha hecho refugiarse a una buena parte de su población en el amenazador espejismo de la renovada extrema derecha, los focos de conflicto se agravan:

en la guerra abierta de Europa oriental (reducida, de momento, a Ucrania), en los escenarios asiáticos de los océanos Índico y Pacífico donde Estados Unidos está reforzando su dispositivo militar, y en las heridas abiertas del continente africano, del Sahel a Etiopía y el Sudán dividido, de Libia a Egipto, y de Nigeria a Mozambique. Ninguno de los grandes problemas de la humanidad está siendo atendido con la urgencia que merecen: Estados Unidos y la Unión Europea están encerrados en el laberinto de la guerra ucraniana, consecuencia de su inconfesado objetivo de destruir a Rusia antes de enfrentarse a China. Ni los riesgos de los combustibles fósiles, del aumento de la población, ni la escasez de agua y la pérdida de tierras cultivables, la falta de alimentos para centenares de millones de personas, ni el despilfarro armamentista o el riesgo de un conflicto nuclear, conmueven a los gobiernos occidentales, aunque Ucrania es un barril de pólvora y el mundo está sentado encima.

La guerra en Ucrania no es un conflicto entre Kiev y Moscú, sino una operación de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. En 1991, con la partición de la Unión Soviética, Washington consiguió una victoria demoledora, cuyo segundo acto (la partición de la actual Rusia) lleva persiguiendo desde hace más de dos décadas con el acoso en sus fronteras y el estímulo a fuerzas nacionalistas en su interior; primero, con la incorporación de las tres pequeñas repúblicas bálticas a la OTAN, después con la provocación de Georgia en la guerra de 2008 y la provocadora invitación a Kiev y Tiflis para integrarse en la alianza militar occidental, seguida por operaciones de desestabilización en la periferia soviética, y culminada en Ucrania con el golpe de Estado del Maidán de 2014, al que siguió el inicio de la guerra civil que llega hasta hoy con la intervención directa de Rusia desde febrero de 2022. ¿Podía haberse evitado la guerra? Parece difícil, porque Estados Unidos había preparado un ejército ucraniano para asaltar el Donbás; y después Crimea, con el objetivo de despojar a Rusia de su base naval en Sebastopol. Las demandas de seguridad presentadas por Moscú en diciembre de 2021 fueron ignoradas con arrogancia por Washington, que rechazó cualquier negociación: ese fue el detonante de la entrada de las tropas rusas en Ucrania. Después, las negociaciones desarrolladas por Moscú y Kiev en Estambul, cuando solo había transcurrido un mes de enfrentamientos militares, culminaron con un principio de acuerdo (que incluía la neutralidad de Ucrania y el rechazo a su entrada en la OTAN), para detener la guerra. Pero el pacto fue saboteado por Estados Unidos y Gran Bretaña, que persuadieron, forzaron, a Zelenski para continuar la guerra. Lukashenko, en entrevista con una periodista ucraniana en agosto de 2023, cree que el conflicto en Ucrania pudo haberse evitado, y que Moscú calculó mal la situación creyendo que el ejército ucraniano no iba a combatir, aunque reveló que ◾️Putin se negó a capturar Kiev para evitar la muerte de gran número de personas.

Con el fracaso de las negociaciones de paz llegó la escalada bélica, que acompañó a las duras sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia, el robo de las reservas rusas de divisas depositadas en instituciones occidentales, la voladura del gasoducto Stream Nord y el sabotaje a las exportaciones rusas, desde los cereales al gas y el petróleo, medidas que tenían el objetivo de quebrar la economía rusa e imponer un régimen cliente en Moscú que culminaría con una nueva partición, treinta años después de la de 1991, impulsada por Washington gracias al grotesco y funesto Yeltsin. En 2022, en el escenario ucraniano, Estados Unidos buscaba la derrota moscovita para despedazar a Rusia, y todavía no ha abandonado ese objetivo. El senador estadounidense Mitt Romney, que fue candidato presidencial del Partido Republicano frente a Obama, ha sido muy claro al respecto: la guerra en Ucrania «es la mejor inversión en la defensa de nuestra nación que jamás hayamos hecho. No estamos perdiendo vidas en Ucrania», y es así porque «debilitar a Rusia es bueno». A su vez, el senador demócrata Richard Blumenthal pronunció palabras semejantes, reconociendo que Estados Unidos utiliza a Ucrania como «punta de lanza» contra Rusia: para el senador, la «inversión en Ucrania» ha merecido la pena: «Por menos del 3 % del presupuesto militar de nuestro país, conseguimos que Ucrania reduzca a la mitad la fuerza militar de Rusia.» Y el general Joseph Keith Kellogg, consejero de Seguridad Nacional con Trump, admitió en televisión que Ucrania se utiliza para derrotar a Rusia sin tener bajas propias. Kellogg no tuvo reparo en señalar: «así nos quitamos de en medio al adversario, para centrarnos en China. Si fallamos, es posible que tengamos que luchar en una guerra europea por tercera vez.» Esas opiniones de los senadores Romney y Blumenthal y del general Kellogg son compartidas por el gobierno estadounidense, el Pentágono y la OTAN.

Pese a ello, los poderosos canales de información occidentales presentan a Ucrania como un país democrático, agredido por el gigante ruso, obviando el golpe de Estado del Maidán y la guerra civil que estalló en 2014, ocultando matanzas como la de los sindicatos en Odessa, la prohibición de todos los partidos políticos de la oposición, la caza de militantes comunistas y de izquierda, expuestos a la cárcel y al asesinato; los homenajes a destacamentos nazis y el estímulo desde el poder de un agresivo nacionalismo que considera a los rusos seres humanos «inferiores»; silenciando la expansión de la OTAN y la represión sobre la población rusa en toda Ucrania. La presencia de nazis en los organismos ucranianos no es un invento de Moscú: están presentes en las unidades militares, en la policía, en la administración y el gobierno: el propio ministro de Defensa, Oleksii Réznikov, se ha fotografiado con efigies del colaboracionista nazi Stepán Bandera. Por no hablar del silencio en la prensa occidental sobre la pavorosa corrupción ucraniana, las clínicas de «vientres de alquiler» para gestar y vender bebés, verdaderas «fábricas de niños»; el tráfico de órganos humanos, los «laboratorios biológicos» creados por Estados Unidos en Ucrania. Todo ello es despachado como «propaganda rusa».

El fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023, preparada con militares, ayuda e información estadounidense, con armamento moderno (centenares de nuevos carros de combate) facilitado por los países de la OTAN, y largos meses de adiestramiento de militares de Zelenski en Alemania, Gran Bretaña y Francia, además de las decenas de miles de soldados que fueron entrenados por instructores de la alianza occidental en territorio ucraniano, pone al Pentágono ante un dilema. Estados Unidos no ha renunciado a sus objetivos, pero la empresa se ha tornado más dificultosa, y en la Unión Europea aumentan las voces preocupadas. Sin duda, la peor parte la ha sufrido Ucrania, que ha perdido casi la mitad de su población (refugiada en Rusia y países europeos) y ha sido sacrificada por Estados Unidos para mantener sus objetivos: poner de rodillas a Rusia y asegurar su hegemonía ante China. En enero de 2022, antes de la intervención rusa, el ex primer ministro ucraniano Vitold Fokin declaraba en televisión: <A principios de la década de los noventa, uno de los principales ideólogos del nuevo orden mundial, Zbigniew Brzezinski, dijo: «Para 2030, no deberían quedar más de veinte millones de personas en Ucrania»>. En 2023, se calcula que no llegan a treinta millones los habitantes del territorio que controla Zelenski.

Ucrania es hoy un protectorado, una colonia de Estados Unidos, hasta el punto de que el Departamento de Estado anunció que ampliará la plantilla de la embajada estadounidense en Kiev para que sus funcionarios «realicen inspecciones en Ucrania» para atajar la corrupción. Oculta que son también los funcionarios estadounidenses, sus militares y sus empresas quienes participan en el gigantesco fango de la corrupción ucraniana. Scott Ritter mantiene que Rusia ha destruido ya dos ejércitos ucranianos, y que Occidente tuvo que crear un tercero para lanzar la contraofensiva actual, que está paralizada. Los soldados de Kiev no tienen experiencia, y son reclutados a la fuerza, y el aluvión de armamento (de los HIMARS y los tanques Leopard a las baterías de misiles Patriot, y ahora los aviones F-16, equipos cada vez más modernos y poderosos) que se ha enviado a Zelenski no ha logrado cambiar el curso de la guerra. Junto a ello, la OTAN cuenta con planes operativos para atacar a Bielorrusia desde Ucrania, Polonia y los tres pequeños países bálticos, pero ello implicaría el estallido de una guerra global y Alemania y Francia dudan sobre los siguientes pasos a dar, aunque no ignoran que el final de la guerra ucraniana puede tener graves consecuencias para la Europa oriental: la politóloga polaca Hanna Kramer advertía a finales de 2022 en Niezależny dziennik polityczny que el gobierno de Morawiecki y Kaczyński se estaba preparando para combatir, y este verano Kramer lanzaba la alarma sobre las catastróficas consecuencias que puede tener para Polonia la ambición de Kaczyński de incorporar Leópolis, Volinia, Transcarpacia (la vieja Rutenia) y tal vez otros territorios ucranianos.

Si la guerra en Ucrania puede extenderse, con el peligro de una conflagración atómica, no por ello Washington descuida su presión y sus operaciones en otros continentes, siempre con el objetivo de limitar el fortalecimiento de China, y para romper los lazos que unen a Moscú con muchos países de África, América Latina y Asia. La visita de Giorgia Meloni a Estados Unidos tuvo una consecuencia inmediata: el ministro de Asuntos Exteriores, Guido Crosetto, anunció que Italia busca salir del acuerdo por el que se incorporó a la iniciativa china de la nueva ruta de la seda. Crosetto declaró que la decisión fue tomada por el gobierno de Giuseppe Conte y fue «un acto improvisado y vergonzoso». Meloni declaró en Estados Unidos que, antes de finalizar 2023, Italia tomará una decisión sobre ello.

Estados Unidos quiere amarrar a América Latina, y tras el golpe en Perú para desalojar a Castillo vigila los pasos de Lula y las iniciativas de los BRICS, a los que se ha unido Argentina. Cuenta para ello con su control del Fondo Monetario Internacional: sin capacidad para superar la gravísima crisis económica, Buenos Aires ha alcanzando un acuerdo con el FMI para continuar con el programa de Facilidades Extendidas o Servicio Ampliado del Fondo (EFF) por el que el país podrá recibir 7.500 millones de dólares. Argentina se compromete a cambio a modificar su política monetaria y fiscal y sus planes de financiación y reservas. Además, el gobierno argentino debe contener el crecimiento de la masa salarial (es decir, rebajar los salarios), subir las tarifas de energía (aunque, con el tramposo lenguaje del FMI, el acuerdo habla de «actualizar») y «controlar» el gasto de la asistencia social: reducir las ayudas a personas pobres. Argentina mantiene una deuda de 44.500 millones de dólares con el FMI, suscrita a mediados de 2018. Y en ese pantano, prospera la grotesca extrema derecha de Millei, dispuesto a «dolarizar» la economía argentina. El ejemplo argentino es uno más de la aplicación de «programas de ajuste» que son el nuevo colonialismo que Estados Unidos ha desarrollado con habilidad en las últimas décadas, y que ha supuesto incluso la destrucción de las estructuras estatales en algunos países.

Las intervenciones militares directas, como hizo la OTAN en Libia, o la imposición de programas económicos, tienen el mismo objetivo: el control político, la penetración económica, el robo de recursos naturales (el petróleo sirio es otro ejemplo lacerante) y la explotación de mano de obra y de tierras y bosques. Sin embargo, Estados Unidos sigue perdiendo influencia en el mundo, y Oriente Medio es su espejo deformante: la mediación china entre Irán y Arabia llevó al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre esos dos viejos enemigos que están ahora inmersos en examinar sus intereses en la región, y que puede acarrear cambios en Siria, Líbano y Yemen, además de Iraq. Por su parte, Egipto se ha negado a enviar armamento a Ucrania, tras una petición expresa de Biden. Tras la decisión de El Cairo, está la mano de Arabia, aliada de Egipto. En África, la crisis en todo el Sahel, y la llegada a las costas magrebíes de miles de personas desesperadas que pugnan por llegar a territorio de los aliados europeos de la OTAN son una consecuencia directa de una delirante política imperial, de París y Washington, que no han actuado con eficacia ni ante la pobreza ni ante la violencia yihadista. La CNN, con fuentes en el Pentágono, dio cuenta de que Estados Unidos busca la forma de mantener su presencia militar en Níger, por lo que evitó definir como golpe de Estado la caída de Mohamed Bazoum: hacerlo privaría al Pentágono de competencias legales en el país y de financiación para mantener su base militar. El Pentágono ha pedido a Biden que emita «una autorización especial para continuar las operaciones militares» en la nación africana. La importante base estadounidense de drones creada en Níger opera en todo el Sahel, Libia, Somalia, Sudán y República Democrática del Congo.

Pese a la intensa actividad de Washington para aislar a Moscú, si la cumbre Rusia-África de Sochi en 2019 congregó a 43 países, la de San Petersburgo en julio de 2023 reunió a 49 naciones, que aprobaron una declaración de apoyo a un nuevo mundo multipolar y, en un claro mensaje a Estados Unidos, se opusieron a la aplicación extraterritorial de leyes nacionales y a las decisiones de quien busca eludir las disposiciones del Consejo de Seguridad de la ONU, como ha hecho Washington en tantas ocasiones. En la cita, Rusia anunció que suministrará gratuitamente cereales a seis países africanos que se encuentran en difícil situación, e intervenciones como la del capitán Ibrahim Traoré, presidente interino de Burkina Faso, que honró el sacrificio soviético para derrotar al nazismo y agradeció a Rusia su comportamiento en África, y la del presidente de Guinea-Bissau, muestran el retroceso estadounidense y francés en el continente. El presidente guineano, Umaru Sissoku Embaló, dirigiéndose a Putin durante la cumbre, dijo: «Entre nuestros colaboradores hay gente que estudió aquí, en Leningrado. Él [señalando a otro miembro de su delegación] estuvo en Bakú, y mi otro colega, ese hombre fornido de ahí, también estudió en la Unión Soviética. Así que, como ve, estamos directamente conectados con Rusia. Quiero decir que pueden contar con Guinea-Bissau como un socio fiable. No somos sólo amigos, somos hermanos. Nunca olvidaremos el apoyo que el fraternal pueblo soviético nos brindó en nuestra lucha por la independencia. Venimos hoy aquí para representar a una nación independiente, pero llegamos a serlo gracias a ustedes. Y no podemos olvidarlo.»

El objetivo estadounidense de debilitar a Rusia, dañando a un aliado imprescindible para China que asegura la paridad nuclear, ignora deliberadamente que el proyecto de desarrollo chino no busca la expansión sino la colaboración. A las sanciones comerciales a empresas chinas, a la limitación de los intercambios, las agresivas campañas de propaganda y desinformación sobre Xinjiang o el Tíbet que hablan de millones de personas en campos de concentración, y a la increíble acusación a Pekín de que persigue un nuevo colonialismo en el mundo, Washington ha unido ahora el ataque a China por los minerales de tierras raras: en el mundo capitalista de la doble vara de medir, de la contabilidad tramposa y de las mentiras retorcidas para darles verosimilitud, no importa que China no haya participado en ninguna guerra durante décadas, que no tenga bases militares fuera de su territorio y que no haya invadido ningún país, frente a las decenas de guerras desatadas por Estados Unidos, a su viejo colonialismo en América y después por el resto del mundo y a sus ochocientas bases militares en decenas de países de cinco continentes. Así, en junio de 2022, el gobierno Biden anunció la creación de la Mineral Security Partnership, MSP (una especie de OTAN de los minerales con Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Corea del sur, Australia, Canadá y algunos otros países), para supuestamente comprar los minerales en «países que respeten el medio ambiente y condiciones dignas de trabajo». Bailando con los lobos del disparate, Estados Unidos, el país que más ha contaminado el planeta y que mantiene a millones de personas en precariedad laboral con bajos salarios… se convertía en paladín de los derechos obreros y en activo ecologista, todo, para limitar la dependencia occidental de los minerales raros de China (la principal productora mundial, con más del setenta por ciento del total) y para reducir los intercambios comerciales y romper cadenas de suministros que afecten a la economía china.

Pero ese discurso estadounidense no es compartido por los países africanos que mantienen un creciente colaboración con China, y tampoco las diplomacias china y rusa se detienen. Tras la cumbre de Sudáfrica, el grupo BRICS consolida su influencia y anunció la incorporación al grupo de Argentina, Arabia, Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos, añadiendo preocupación para Estados Unidos y para el predominio del dólar en los intercambios internacionales. El BRICS no es un grupo unido por afinidades ideológicas, sino por su interés en el desarrollo compartido y en un nuevo escenario internacional que termine con el predominio estadounidense e inaugure un nuevo período más equilibrado y justo para todos los países. Para ello, el grupo decidió encargar a los ministros de Finanzas y bancos centrales buscar alternativas al dólar estadounidense, y la próxima cita en octubre examinará las propuestas. El presidente cubano, Díaz-Canel, recordó en la reunión que los países menos desarrollados del mundo han visto duplicar su deuda externa en los últimos diez años.

El fortalecimiento del BRICS es solo otro más de los signos que muestran la transición a un mundo multipolar, que Estados Unidos quiere evitar. La principal asesora del gobierno Biden para asuntos comerciales con China, Elizabeth C. Economy, mantiene en su último libro (The world according to China, elogiado por el Council on Foreign Relations) que Pekín y Xi Jinping buscan la reforma del sistema de relaciones internacionales (todavía bajo control estadounidense aunque perdiendo influencia y capacidad de imponer sus objetivos) para favorecer sus intereses, lo que unido al mayor ritmo de crecimiento económico chino, a las diferencias ideológicas y a la pugna por el desarrollo científico y tecnológico hacen inevitable el conflicto político. Mal augurio. Para Economy, la nueva ruta de la seda y el proyecto chino de reintegración de Taiwán «dañan las relaciones con Estados Unidos» y sugiere que Washington debe impulsar la «reorganización del mundo» antes de que Pekín consiga sus objetivos. Estados Unidos, apoyado por la Unión Europea y Japón, pretende dañar el desarrollo económico chino limitando su acceso a los semiconductores (por lo que China desarrolla un programa propio para aumentar su producción) y perjudicando sus exportaciones hacia las economías capitalistas desarrolladas y a sus áreas de influencia. Washington es consciente de los problemas que puede suscitar en su propia economía su agresiva política hacia China, y para limitarlos ha enviado en los últimos meses a Pekín a Janet Yellen, secretaria del Tesoro; al propio secretario de Estado, Antony Blinken; a Gina Raimondo, secretaria de Comercio, una de las personas más agresivas contra China del gobierno Biden; e incluso a John Kerry, encargado de asuntos del clima. Wang Wentao, ministro chino de Comercio, y Raimondo acordaron crear un grupo de trabajo para «buscar soluciones a asuntos comerciales concretos». El gobierno Biden ha nombrado también al diplomático Mark Lambert, sustituyendo a Rick Waters como responsable de la división del Departamento de Estado (Casa Asia) que controla y coordina toda su política hacia China.

De hecho, como hizo Trump, el gobierno Biden lleva tiempo preparando el enfrentamiento: por el momento la hostilidad es comercial, con exhibiciones militares, pero los tentáculos del Pentágono se extienden por Asia, pese al ofrecimiento chino de favorecer un entorno internacional pacífico. Las diferencias entre ambos países son muchas: sobre las sanciones comerciales, la venta de armamento a Taiwán, la situación en el Mar de China meridional, y las constantes acusaciones sobre Xinjiang, Tíbet y Hong Kong y la supuesta agresividad china en Asia y en el mundo, además del impetuoso desarrollo científico y tecnológico chino que Washington quiere detener. Estados Unidos aventa incluso acusaciones sobre la actitud china hacia la guerra de Ucrania, pese a la apuesta de Pekín por la paz, y sobre sus relaciones con Moscú. China quiere impulsar la cooperación, sin abandonar sus reclamaciones sobre Taiwán y el Mar de China meridional. En junio de 2023, en el llamado «diálogo Shangri-La» de Singapur (un foro prooccidental que organiza el británico Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, IISS)se presentó la Iniciativa de Seguridad Mundial que lanzó Pekín en febrero, yel nuevo ministro de Defensa chino, Li Shangfu, hizo una propuesta de cuatro puntos a Estados Unidos:asegurar el respeto mutuo, evitando la intimidación y la hegemonía; anteponer la equidad y la justicia frente a la «ley de la selva»; evitar los conflictos mediante la confianza y la realización de consultas; y prevenir el enfrentamiento entre bloques. El ministro recordó que desde su fundación la República Popular China nunca ha iniciado un conflicto, ni ha ocupado un palmo de tierra ajena, ni ha librado una guerra. Pese a ello, el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, en su intervención en el foro definió a China como una «amenaza», e insistió en la búsqueda de una «visión compartida sobre el Indo-Pacífico» que busca fortalecer sus alianzas militares para la contención de China, como ha hecho con el AUKUS y con acuerdos bilaterales con Japón, Corea del sur y Filipinas. Pocas semanas después del «diálogo de Shangri-La», en agosto, Blinken hacía pública una denuncia sobre la «asimilación forzosa de niños tibetanos» por lo que el Departamento de Estado impuso como castigo restricciones de visado a los diplomáticos chinos, y el Pentágono insistió en su Revisión de la Postura de Biodefensa calificando a China de «gran amenaza», acusando a Pekín de incumplir los acuerdos internaciones sobre armas biológicas, todo sin la más mínima prueba.

Estados Unidos continúa aumentando su despliegue militar en el Pacífico, con nuevos acuerdos y ejercicios militares con Australia, pero ha recibido el contratiempo inesperado de Nueva Zelanda, cuya ministra de Asuntos Exteriores anunció que su país no se integraría en el AUKUS. La cumbre de Camp David de Biden con Fumio Kishida y Yoon Suk Yeol estuvo dirigida contra China: para ello, la diplomacia estadounidense estuvo meses trabajando para reducir las diferencias de Corea del Sur con Japón. La versión del Pentágono, para consumo de la prensa, mantiene que la cumbre de Camp David trató de asegurar un «entorno de seguridad» en los océanos Índico y Pacífico, aunque Pekín y Pyongyang destacaron públicamente la evidencia de que Washington persigue la creación de una «pequeña OTAN» en oriente. Por su parte, el presidente filipino, hijo del dictador Marcos, enfría las relaciones con China y colabora con Washington para reactivar los enfrentamientos sobre las islas del Mar de China meridional, donde ya se han producido incidentes con barcos chinos.

En Asia, Washington utiliza sus cartas, que son relevantes: abona los enfrentamientos históricos entre Pekín y Tokio sobre la Segunda Guerra Mundial, el santuario de Yasukuni y las islas Senkaku (Diaoyu), además de las diferencias comerciales entre ambos países, cuestiones a las que se ha unido la decisión del gobierno Kishida de verter el agua contaminada de Fukushima al océano Pacífico que tensa más las relaciones con Pekín. Estados Unidos trabaja también para agravar las diferencias entre Pekín y Delhi, que pese a formar parte del BRICS mantienen diferencias: en la cumbre de Johannesburgo, Xi Jinping y Narendra Modi abordaron brevemente la situación en Arunachal Pradesh, un enorme territorio en disputa. India y China arrastran desde 2020 enfrentamientos en esa región en la llamada Line of Actual Control (LAC) y han celebrado desde entonces diecinueve encuentros para abordar las cuestiones fronterizas en el Este de Ladakh. Esas disputas fronterizas sobre amplios territorios (China reclama Arunachal Pradesh, región de 80.000 kilómetros cuadrados controlada por la India, y la considera parte del Tíbet; mientras Delhi reclama la región china de Aksai Chin, de unos 40.000 kilómetros cuadrados, en Cachemira) son estimuladas por Washington, junto a otras diferencias entre Pekín y Delhi. Además, en julio de 2023, Estados Unidos consiguió la incorporación de la India al Mineral Security Partnership, y Modi declaró después que se corre el riesgo de un «nuevo modelo de colonialismo», aludiendo sin citarla a China, si su posesión de minerales críticos no va acompañada de una «responsabilidad global». Modi avalaba así las acusaciones estadounidenses.

En abril de 2022, la destitución por el parlamento de Imran Jan, primer ministro de Pakistán, fue una operación directamente inspirada por la embajada y los servicios secretos estadounidenses, porque el mandatario paquistaní se negaba a condenar a Rusia por el conflicto ucraniano. Jan sufrió después un intento de asesinato y fue encarcelado con oportunas acusaciones de corrupción para impedir que vuelva a presentarse a las elecciones. También en la vieja Indochina hay movimientos. Estados Unidos presiona a Vietnam, a propósito de sus diferencias con China sobre la posesión de los archipiélagos del Mar de China meridional, aunque Hanói quiere profundizar su relación con Pekín. El gobierno estadounidense anunció que Biden visitaría Vietnam después de asistir a la cumbre del G20 en la India para entrevistarse con Nguyễn Phú Trọng, con el objeto de «ganar influencia en la región». En Camboya, Hun Sen, primer ministro desde 1998, abandonó el cargo y lo traspasó a su hijo, Hun Manet. Hun Sen, con reputación de provietnamita desde los años de la intervención de Vietnam para poner fin a la locura jemer, dirige el gobernante Partido Popular de Camboya, cuyo origen es el Partido Revolucionario Popular de Kampuchea que en 1992 abandonó el comunismo y se aproximó a la socialdemocracia (en los años del desmantelamiento de muchos partidos comunistas tras la desaparición de la Unión Soviética) y finalmente se incorporó a la Internacional Demócrata de Centro (la vieja Internacional Demócrata cristiana). Hun Manet estudió en West Point, la academia militar estadounidense. La situación es compleja, entre la aproximación estadounidense y el interés camboyano por la ayuda china y la amistad con Vietnam. Asimismo, Washington quiere deteriorar las relaciones de China con la ASEAN, y dificultar los intercambios comerciales chinos con el bloque del sudeste asiático, además de reforzar su propio dispositivo militar en esa enorme región.

La negociación para poner fin a la guerra de Ucrania es imperativa y urgente, entre otras razones para detener el sufrimiento de la población ucraniana, cautiva de Zelenski y sus aliados occidentales, pero al mismo tiempo debe atenderse a las reclamaciones de seguridad de Rusia, presentadas formalmente a Estados Unidos a finales de 2021, y terminar con las sanciones occidentales a Moscú. La OTAN debería devolver su dispositivo militar a la línea de 1997, cuando se celebró la cumbre de Madrid. Pero negociar la paz en Ucrania, que Rusia vea respetada su seguridad, y que Estados Unidos y la OTAN renuncien a incorporar a Kiev es solo una parte del problema, pese a la enorme importancia de esos expedientes, porque todo el orden internacional surgido de la catástrofe de 1991 está en quiebra, y las instituciones de entreguerras como el Banco de Pagos Internacionales, o las creadas tras la Segunda Guerra Mundial, deben ser configuradas de nuevo: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y los mecanismos financieros controlados por Washington, como el SWIFT, además de la propia estructura de la ONU y de la ampliación de su Consejo de Seguridad. Y mientras se abre paso el nuevo orden internacional, debe abordarse con rigor la quiebra ecológica, el aumento de la población y la distribución de los recursos y ampliarse los tratados de desarme y de control del armamento nuclear.

Cecil Rodhes creía firmemente que Dios tenía un plan y que el dominio inglés sobre la tierra traería el fin de todas las guerras. Estaba seguro de que británicos y estadounidenses eran un instrumento divino para hacer que reinasen la libertad y la justicia, y él mismo se entregó a lo que llamaba “los propósitos de Dios”, con gran cinismo porque era ateo. Hoy, los gobernantes de Washington y sus aliados no se quedan atrás en su hipocresía, y la alquimia imperialista de Estados Unidos sigue buscando el oro de una hegemonía que ya está moribunda, y muestra la guadaña de la guerra.

Higinio Polo

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