La ampliación de los BRICS y un nuevo horizonte global

Los BRICS acaban de dar un verdadero salto geopolítico en su política de expansión global, en creciente desafío a la unipolaridad estadounidense, en la construcción de un mundo multilateral y, en términos financieros y comerciales, de afianzamiento de una dinámica de desdolarización.

Pese a algunas resistencias iniciales, pudo conocerse el tan esperado anuncio. A partir del próximo 1° de enero de 2024, Egipto, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Irán, Arabia y Etiopía, junto con Argentina, se sumarán al bloque de economías emergentes que, en un sistema financiero en crisis y frente al declive de Estados Unidos, apunta a crear un contrapeso global al sistema internacional modelado por el G7.

La reciente decisión adoptada en Johannesburgo fortalece principalmente a Rusia, a la región del Indo-Pacífico, a Medio Oriente y, en términos más amplios, al Sur Global. Más allá de los cuestionamientos al poder político y militar ejercido desde Washington, los fundadores del BRICS optaron por profundizar su labor en el terreno económico. La anterior incorporación de EAU y Egipto en el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los BRICS fue un preanuncio de la dirección asumida por esta ampliación.

En todos los casos, las incorporaciones se basaron en un triple esquema basado en el involucramiento comercial creciente con China y, en menor medida, con India y con Rusia. En la neutralidad o, directamente, el apoyo a Moscú en el conflicto entre Rusia y la OTAN dentro del escenario ucraniano. Y, finalmente, en la ampliación de un mercado con eje en la explotación de recursos naturales y en una creciente desdolarización de las transacciones comerciales y financieras a favor de monedas alternativas.

EAU es uno de los principales socios comerciales de China e India en el Golfo Pérsico, así como también ha desarrollado lazos cada vez más profundos con Rusia. Tiene una de las economías más sólidas y diversificadas de la región a partir de la explotación de petróleo y gas, pero también gracias al incesante desarrollo de sus finanzas, del comercio y del turismo.

La incorporación de EAU a los BRICS es una de las operaciones directas en contra del poder hegemónico del dólar. Los fundadores del bloque consideraron que, como uno de los principales polos financieros a nivel global, desde Abu Dabi se puedan concretar acuerdos y operaciones con impacto en Medio Oriente y en una creciente cantidad de mercados emergentes.

Otra de las vinculaciones que sin duda podría afectar a la economía estadounidense tiene relación con Arabia Saudita, uno de los mayores exportadores de petróleo a nivel mundial. Con una perspectiva estratégica, se consideró su inclusión por su impacto comercial y bancario, teniendo en cuenta su influencia entre los países del golfo Pérsico y el apoyo que podría brindar al NBD.

Por su parte, al reino saudí le conviene la pertenencia a los BRICS para acelerar su programa de diversificación económica conocido como “Visión 2030”, establecido para diversificar su economía para que no dependa exclusivamente del petróleo como principal fuente de ingresos. Su creciente ligazón económica con China podría terminar de constituir un eje de poder en el continente asiático, si bien Arabia sostiene una relación profunda con Estados Unidos en términos de seguridad y defensa.

El avance de los BRICS en Medio Oriente no podría haberse consolidado sin considerar también la inclusión de Irán. En los últimos años, y frente a las relaciones cada vez más tensas con Estados Unidos y la Unión Europea en torno al procesamiento de uranio, la nación persa fue acercándose a China. El restablecimiento del diálogo político entre Teherán y Riad fue uno de los logros diplomáticos más destacados de Beijing en su expansión hacia Occidente y en el trazado de la nueva Ruta de la Seda.

Si bien es uno de los principales exportadores de petróleo y de gas, la experiencia ante las sanciones occidentales fortalecieron las chances de Irán en la propuesta de desplazar el dólar a favor de otras monedas alternativas y locales. De igual modo, su alineamiento con Rusia en su enfrentamiento con Ucrania también resultó útil para sumar apoyos hacia el interior de los BRICS.

Con la suma de Egipto y Etiopía, los BRICS adquieren una presencia mayor en el continente africano, un amplio territorio en pugna con las principales potencias de la OTAN y que en la actualidad cuenta con una presencia económica cada vez mayor de China, además de una histórica vinculación con Rusia desde los tiempos de la Unión Soviética y la Guerra Fría.

Desde hace varios años, Egipto apunta a la desdolarización frente a las presiones crecientes de Estados Unidos y del FMI, con el que en diciembre pasado firmó un programa de préstamos de 3 mil millones de dólares que prácticamente ha atenazado a la economía del país.

En la actualidad, El Cairo no sólo busca ampliar los términos de intercambio con las naciones asiáticas y con Rusia, sino que también pretende convertirse en el principal interlocutor con el Mercosur e insertarse como un polo comercial global con África, Asia y América del Sur.

Por otra parte, Etiopía presenta un futuro atendible, al punto de ser considerada como una potencia emergente, si bien su producción económica todavía es reducida, la guerra en la provincia de Tigray amenaza con expandirse por todo el país, y millones de personas padecen hambre debido al freno a las exportaciones de cereales por el conflicto en Ucrania y las sanciones contra Rusia.

Con más de 120 millones de habitantes, Etiopía tiene la segunda población más grande y es una de las economías de más rápido crecimiento en África. Los avances en la industrialización y en la erradicación de la pobreza son evidentes, y en la capital se concentran las principales entidades regionales, con lo que Addis Abeba sostiene una creciente influencia internacional.

Finalmente, la incorporación a los BRICS también resulta auspiciosa para Argentina por varios motivos. No sólo para afianzar un mercado para sus principales recursos estratégicos, como el gas natural, el gas de esquisto y el litio, o para terminar de consolidar a este país como un exportador global de soja y cereales.

También para buscar fuentes alternativas y diversas de financiamiento, distinto a la dinámica crediticia del FMI y del Banco Mundial y, especialmente, para profundizar el debate interno en torno a la dolarización, una medida que atrasa, que es sustentada por los nostálgicos de los años ’90 y que, en la actualidad, ni siquiera es defendida por los Estados Unidos.

Daniel Kersffeld

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