La bomba de racimo del Brexit

Se entiende que David Cameron, primer ministro británico de mayo de 2010 a julio de 2016, haya dado muestras de total discreción desde que se marchó del número 10 de Downing Street y lo sustituyó Theresa May, la cual, a su vez, se vio obligada a ceder a Boris Johnson su posición a la cabeza del Partido Conservador (por lo tanto, del Gobierno) el 23 de julio de 2019.

En efecto, el nombre de David Cameron quedará asociado al fiasco más estrepitoso de la historia reciente del Reino Unido: el brexit. Este fiasco ya está dejando tras de sí un paisaje político devastado por una especie de bomba de racimo política cuyas múltiples esquirlas se proyectan en todas las direcciones. Hasta el punto no solo de cuestionar la cohesión y la unidad del Reino Unido, sino también de servir de precedente para la disolución de la Unión Europea (UE). Efectivamente, una de las cuestiones centrales que plantea el brexit es la de la articulación, incluso la contradicción, entre, por una parte, las dinámicas políticas nacionales de los Estados miembros y, por la otra, una integración económica reforzada automáticamente por el mercado único europeo.

Cameron, al querer ganarse a los sectores más eurófobos del Partido Conservador con la promesa de convocar un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE si ganaba las elecciones legislativas de 2015, no imaginó ni por un instante que estaba abriendo así una auténtica caja de Pandora. Es cierto que ganó las elecciones, pero perdió el referéndum organizado en junio de 2016 y en el marco del cual había llamado a votar a favor del remain (permanencia en la UE). Extrajo las consecuencias de este fracaso retirándose de la vida pública.

De esta manera, una maniobra de naturaleza puramente política para resolver un problema interno del Partido Conservador (la celebración de un referéndum a favor o en contra del brexit ) desembocó en una crisis que, desde hace más de tres años, interfiere en el funcionamiento de las instituciones británicas y ha pasado a ser una cuestión de gran preocupación para la UE.

El brexit ya ha provocado la dimisión de dos primeros ministros: David Cameron y Theresa May. No se descarta que Boris Johnson corra la misma suerte tras, entre otras posibilidades (entre las que se encontraría la celebración de un nuevo referéndum o de elecciones legislativas anticipadas), la votación de una moción de censura por parte de la Cámara de los Comunes, en la que dispone de una mayoría por solamente un voto. Su voluntad de sacar al Reino Unido de la UE el 31 de octubre pase lo que pase (es decir, sin ningún acuerdo previo sobre los términos de un divorcio amistoso) choca frontalmente con una decisión ya tomada en Westminster: la de rechazar cualquier brexit “duro”. De ahí el riesgo de conflicto institucional entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Igualmente, el brexit ha hecho que emerja la amenaza de confrontaciones territoriales. Así, en caso de salida no negociada de la UE, Escocia podría proclamar su independencia y solicitar su adhesión directa a la UE. El País de Gales se vería tentado a hacer lo mismo. Irlanda del Norte, por su parte, podría volver a convertirse en un foco de lucha armada si, en caso de un brexit “duro”, se restablecería una frontera física con la República de Irlanda. Así pues, son muchos los cambios potenciales no anticipados por los brexiters, por no hablar de las consecuencias del fin del acceso al mercado único europeo.

Paradójicamente, es en el momento en el que el Reino Unido se dirige hacia la salida de la UE cuando los responsables políticos británicos descubren la centralidad de la cuestión europea en el propio seno de cada Estado…

Bernard Cassen

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