La caravana migrante como movimiento social

La conocida metáfora de la válvula de escape por los problemas sociales, económicos y políticos de un país, para explicar la migración, nunca se ajustó adecuadamente al caso mexicano, porque por casi un siglo los mexicanos iban y venían. Y si ahora no regresan es precisamente porque están atrapados en Estados Unidos por las políticas migratorias.

Otra metáfora muy conocida es aquella de que los migrantes votan con los pies, su voto negativo, personal, es contra el sistema político en general, que no resuelve las necesidades básicas ni brinda oportunidades para todos, por tanto no vale la pena invertir energía en un proyecto común, mejor optar por otra salida.

La migración tiene un componente personal indiscutible, es una decisión única, en ocasiones individual a veces consensuada familiarmente; pero también tiene un componente social, es una salida, que ya no depende de la voluntad de uno, sino de un contexto (social, político, económico) que fuerza a un grupo amplio de personas a tomar la decisión de emigrar.

No obstante, esa migración como fenómeno social se diluía en el trayecto, en las diferentes rutas, en los diferentes destinos que escogían o al que eran llevados los migrantes. Las casualidades y circunstancias inesperadas del trayecto muchas veces tienen efectos determinantes en la trayectoria migratoria de cada quien.

Por su parte el cruce subrepticio de la frontera, por parte de los migrantes, los coloca individualmente al margen de la ley, muy especialmente porque se trataba de una migración de tipo laboral y masculina. Cuando la migración se feminiza y se vuelve familiar, adquiere otra condición, la deportación de un miembro de la familia en situación irregular, no afecta sólo al individuo, también al grupo familiar que puede tener y acceder a derechos especiales, al ser menores de edad o al ser ciudadanos estadounidenses. Expulsar al padre o al tutor de una familia donde hay ciudadanos, afecta no sólo al individuo en cuestión sino a la familia y al conjunto de la sociedad, al colocar a uno, o varios ciudadanos, en situación de indefensión y vulnerabilidad.

Como quiera, la condición de irregularidad individualiza un caso que puede ser de origen social, al mismo tiempo la deportación soluciona un caso individual que tiene repercusiones sociales en la familia, la sociedad de origen e incluso en la comunidad de destino. Las familias divididas de migrantes por la deportación son un problema social que tiene que enfrentar el estado y la sociedad.

El caso de las caravanas de migrantes pone sobre la mesa la discusión, no sólo del fenómeno social de la migración, sino su posible componente como movimiento social. Es una respuesta generalizada de un determinado sector de la sociedad a una situación política, económica y social imperante, en un país o lugar determinado pero también con repercusiones internacionales.

Como movimiento social tiene un alto grado de espontaneidad, pero detrás se percibe activismo social y político, ciertos niveles de organización, capacidad de convocatoria, dirigencias experimentadas y reconocidas y liderazgos emergentes que se identifican por grupos sociales o lugares de origen.

Tiene este movimiento, a su vez, una capacidad de arrastre impresionante, en el caso de la caravana de octubre de 2018, de un grupo inicial de un millar convocados por las redes sociales e indirectamente por los medios, en San Pedro Sula, Honduras, llegaron a Tijuana más de seis mil caravaneros de varios orígenes nacionales.

Por otra parte, como grupo son capaces de abrir fronteras y romper cercos, de exigir audiencia y recursos, de negociar el tránsito y de formalizar su situación. El carácter disruptivo del migrante individual, que puede saltarse ciertas normas, se traslada a un movimiento social disruptivo, de la normalidad, regularidad o formalidad establecida.

La decisión de la caravana de octubre de 2018 de ir juntos, en bloque, a Tijuana, es propia de un movimiento social, que así como irrumpió en la frontera entre Guatemala y México, pretendía hacer lo mismo en la frontera norte. No obstante, en la realidad las soluciones eran personales, individuales, para aquellos casos que pudieran acogerse a refugio. Finalmente, muchos se tuvieron que someter a una lista de espera, para poder acceder a la audiencia, de manera individual o familiar. Los migrantes eran conducidos en bloque, pero los mismos asesores los individualizaban de acuerdo a casos particulares, lo que fraccionó al movimiento.

Por su parte los desesperados o desencantados, después del largo periplo del tránsito, y la espera en campamentos improvisados, optaron individualmente por el retorno o se decidieron por la aventura personal de cruzar la frontera.

La fórmula actual de las visas humanitarias, o permisos de salida, que se otorgan en México de manera selectiva y personalizada, es la forma que se ha encontrado para desarticular a las caravanas como movimiento social. Es posible que prosigan las caravanas, pero ninguna será como la de octubre pasado.

Jorge Durand

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