Uruguay – La culpa es de los intelectuales

 El País de Montevideo en su editorial del 7 de noviembre de 2017, hace tua culpa de Eduardo Galeano, Mario Benedetti y Daniel Viglietti por apoyar la violencia, acusándolos de “corresponsables de los trágicos desvíos de un sector de la juventud uruguaya”. La sola palabra “desvíos” recuerda a la dictadura uruguaya y a muchas otras, como las palabras de aquel ministro argentino de Bienestar Social que se quejaba que el problema de los estudiantes era que tenían demasiado tiempo para pensar y “el exceso de pensamiento produce desviaciones”.

De la violencia crónica que apoyó El País, antes, durante y después de la dictadura, nada. Así resulta que, en un continente plagado de brutales dictaduras, asesinatos en masa, racistas y de clase, desde un siglo antes que la Guerra Fría sirviese como excusa para más opresión y matanzas, los intelectuales fueron los promotores de la violencia.

No los generales que ordenaban desapariciones de disidentes, violaban y torturaban a gusto, muchos de ellos asesorados por nazis (como Klaus Barbie) protegidos de las potencias “del mundo libre”.

No los grandes empresarios que telefoneaban al gobierno estadounidense para apoyar un golpecito aquí y otro allá.

No algún que otro latifundista que disponía de sus peones y de sus hijos como de su ganado.

No de los comisarios que aprendían técnicas de tortura en escuelas internacionales.

No de aquellos que ponían millones de dólares para comprar armas o comprar opiniones en los medios.

No de los dueños de los grandes medios que manipulaban la opinión pública o simplemente ocultaban la realidad con mucho humo para perpetuar el estado semifeudal.

Oh, no, todos ellos eran responsables y moderados hombres, honorables ciudadanos dispuestos a sacrificarse por la Patria. Todos repetían que habían servido a la patria por no decir que la patria les había servido a ellos.

No, claro, los peligrosos radicales eran esos intelectuales que usaban ideas y palabras radicales. Esos peligrosos radicales por los cuales América Latina estaba como estaba y si no estaba peor era por las dictaduras que sirvieron a una minúscula clase exportadora y explotadora por más de un siglo, apoyados por sus ejércitos, sus escuelas, sus iglesias y sus grandes miedos de comunicación.

Cierto, Uruguay no fue el peor caso de América Latina. Tal vez fue casi una excepción, precisamente, por su precoz nivel de educación y sus figuras críticas. Pero esos malditos intelectuales a los que apunta el dedo acusador de El País no limitaron su crítica a su propio país, que las merecía (¿o no?) sino principalmente a la mil veces brutal realidad latinoamericana y a sus implicaciones lógicas con el imperialismo internacional (algo que, obviamente, no existía para El País y muchos de sus lectores).

Jorge Majfud

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