La culpa no es del totí

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En el 2014, Estados Unidos pidió a Israel “evitar cualquier tipo de incursión terrestre” en la Franja de Gaza, dado que “pondría en riesgo a más civiles”. Sin embargo, ​Tel Aviv pasó por alto la solicitud y compuso un mortal operativo que, parejo con las acciones aéreas, provocaron 2 310 muertos palestinos, 1 563 eran civiles y de ellos 538 menores de edad, aparte de casi 12 000 heridos y una descomunal destrucción material.

Ese fue, sin entrar en otros detalles, el saldo de la Operación Margen Protector. Similar ofensiva se llamó Plomo Fundido en el 2008 y la actual es Guardián de las Murallas. Pero no se trata de nombres más o menos inexactos, sino la profunda injusticia y la bien calculada asimetría, entre ofensores y agredidos. La experiencia en transcurso tiene un amplísimo margen de posibilidad para que se repita la falta de acatamiento israelí antes vista -suponiendo que Washington haga petición parecida con claridad y sin pretexto para segundas a quintas interpretaciones, o más bien licencias que se permite y le permiten, al consentido ahijado.

La administración de Benjamín Netanyahu, tiene pista aceitada tras el periplo de estímulos otorgados por Donald Trump, que bien sirven, además, para entorpecer rectificaciones sensatas en el candil político mundial como sería el recobro del acuerdo nuclear con Irán.

Pero increíblemente, la Casa Blanca aprobó la venta a Israel de misiles de precisión (por 735 000 000 de dólares en pleno conflicto), reafirmando una tendencia a favorecer el acápite de bombas inteligentes y sus lanzaderas para el bien nutrido ejército hebreo, que el propio Pentágono (o el favorecido complejo militar industrial norteamericano) abastece con los más moderno y sofisticado que logran. La ayuda estadounidense al estado sionista –no se pase por alto- asciende a los 3,1 mil millones de dólares anuales, deshonrosamente sacados a los contribuyentes, tal como se hace para subvertir el orden  normal de las cosas en diferentes puntos del planeta, aunque esos donantes de a pie no lo sepan ni lo hayan autorizado.

Y como EE.UU. –por enésima vez- se limita a los llamados a reducir tensiones, homologando, encima, a agresores y agredidos, no hay mucho en positivo que esperar. El presidente Biden, en llamada telefónica a Nentanyahu, le “transmitió su apoyo inquebrantable a la seguridad de Israel y al derecho legítimo de Israel a defenderse”. Todo parece indicar que solo una de las partes, antes y después, tiene albedrío para protegerse, en tanto a la otra, despojada y ofendida al máximo, se le priva incluso de eso.

“Con sólo intervenir para nombrar las acciones de Hamás, que son condenables, y negarse a reconocer los derechos de los palestinos, Biden refuerza la idea falsa de que los palestinos instigaron este ciclo de violencia. Este no es un lenguaje neutral. Toma un lado, el lado de la ocupación”. Ese fue el punto de vista emitido en un tuit por la representante Alexandria Ocaso-Cortez. Otros legisladores demócratas piensan de forma similar y se opusieron, sin éxito, a la nueva entrega de armamento a Israel, en tan comprometido instante.

Este último capítulo de lo que parece una usurpación infinita, comenzó a inicios de mes, cuando la Corte Suprema de Israel determina el desalojo de cuatro familias palestinas en el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén este. Esas viviendas pasaron de una a otra generación de palestinos, pero los ocupantes decidieron otorgadas a colonos judíos.

En el interregno, grupos nacionalistas israelíes, dieron inicio a la denominada Marcha de la Bandera, un evento con el cual conmemoran la ocupación de esa zona de la ciudad tomada por la fuerza en 1967, junto con otros territorios, Cisjordania y la propia Gaza, incluyendo el Sinaí egipcio y las Alturas del Golán pertenecientes a Siria, durante una guerra de puro carácter expansivo, pese a que antes se habían quedado con al menos la mitad del territorio asignado a los palestinos, según los acuerdos para la fundación del estado sionista.

En cada uno de los eventos mayores o menores transcurridos en 73 años, nunca Tel Aviv tuvo en cuenta cuánto destruía en infraestructura general o casas familiares o si, como está sucediendo, son los civiles las principales víctimas.

No es secreto que Israel es el único país en todo el Medio Oriente que posee armas nucleares y otros recursos de destrucción masiva. Ninguna otra nación recibe ni la ayuda material ni el apoyo político que se le otorga a este. No sería tan visible si mucho de esos caudales no se estuvieran usando para lesionar hondamente a un pueblo obligándole a vivir en márgenes insostenibles, con un mayúsculo exilio, en concentraciones como las de Gaza sitiada, o con las torturantes impedimentas que se practican a quienes habitan en Cisjordania.

EE.UU. mismo garantiza la superioridad militar a ese ¿incondicional? socio, al menos en votaciones dentro de los foros mundiales, aunque, como se dice, se atreve lo mismo a espiarle que a ejercer una conveniente sordera cuando, muy ocasionalmente, su amigo lo interpela.

¿Qué haría la administración norteamericana si en una confrontación equis una de las partes enfrentadas se negara a permitir la apertura de corredores humanitarios para los civiles? Casi seguro utilizaría el Consejo de Seguridad de la ONU para condenar a quien lo hiciera. En este caso impide que los 15 miembros, permanentes o rotativos de ese órgano, se pronuncien condenatoriamente como desean, y, en su lugar, hasta obstaculizan e ignoran los esfuerzos de Naciones Unidas para buscar salidas.

Con semejante respaldo de obra y léxico, no resulta novedoso que Benjamín Netanyahu, diga que la campaña de ataques aéreos contra la Franja de Gaza no concluirá pronto y utilice este conflicto para permanecer en el cargo de premier cuando debía abandonarlo y que otros formen nuevo gobierno.

Esa otra historia también tiene sus bemoles, aunque en la Casa Blanca y pese a su gran corpulencia, ignoren irregularidades democráticas absolutamente inocultables.

Elsa Claro

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