La defensa de Cuba

La protesta del pasado domingo 11 de julio en Cuba fue la más exigente desde 1994, cuando el maleconazo, que se limitó al centro de La Habana, a pocas personas, duró un par de días y produjo la salida de los balseros. Esta vez la disconformidad fue mayor y diversa.

Todos a una las derechas y ultraderechas del mundo alzaron la voz contra la dictadura comunista, sin referencia a la voz y el voto de los países del mundo que en la ONU volvieron a expresarse en favor de abolir el abyecto bloqueo económico de Estados Unidos. Como ocurre desde 1992, ese ejercicio tuvo el voto en contra de Estados Unidos, autor del sufrimiento de los cubanos, y el del régimen facha de Israel, acompañados ahora del neófito uribista Iván Duque (Colombia), del actor comediante Volodímir Zelenski (Ucrania) y del alcornoque Jair Bolsonaro (Brasil), que se abstuvieron frente a la carnicera política de Estados Unidos sobre un país que no agacha la cerviz ante el imperio. Como sí la agachó, ipso facto, como siempre, Luis Almagro y su alma gemela Michelle Bachelet.

Los episodios narrados por David Brooks muestran cómo el voto gringo en la ONU está cada vez más condicionado por la postura de los cubano-gringos de Miami. El coro de estos lamentables cubanos anticubanos pobló de inmediato las redes sociales, incluido el alcalde de Miami, Francis Suárez, quien dijo en Twitter que la gente está desesperada porque la intervención gringa no llega; pidió una acción militar con ataques aéreos contra Cuba, repitiendo la acción bárbara de Estados Unidos en Panamá. Para el gobierno de Estados Unidos importa el voto de Florida, no la vida de los 11.3 millones del pueblo de Cuba.

En general, los cubano-gringos han sido adictos fervientes del Partido Republicano, porque este partido cree, contra la evidencia, que el bloqueo acabará con el régimen; a su vez, los cubano-gringos creen que el bloqueo continuará impulsando la emigración cubana hacia Miami, erosionando así al régimen cubano. Aunque el mundo cambia: es cada vez más dudoso que Florida votó Trump, sans phrases; en el condado de Miami Dade, con 2.5 millones de habitantes, ganó el Partido Demócrata (PD) en las pasadas elecciones. De otra parte, ya no existe en Estados Unidos el consenso histórico sobre el bloqueo. En al menos las 48 horas siguientes a las protestas cubanas se multiplicó el número de legisladores demócratas que expresaron la urgencia de modificar o anular las medidas impulsadas por Trump para asfixiar a la isla. Aunque, es necesario poner atención: Trump está recuperando terreno.

La mayoría de los cubanos que protestaron no son agentes del imperio, ni personas que actuaron siguiendo alguna trama tenebrosa de las muchas que ha emprendido Estados Unidos por el mundo. Cada uno parece agobiado, de modos distintos, por la escasez de alimentos, de medicamentos, electricidad y otros productos básicos, lo que operó como detonante de las protestas, sin descartar los caminos retorcidos de gringos y cubanos que habrían operado en un medio propicio o, por mejor decir, propiciado por el atroz, cruelmente deshumanizado, bloqueo del gobierno de Estados Unidos.

Cuba tiene un arduo trabajo político y económico que desplegar entre la poblaciones desde las cuales surgió la protesta, y entre los cubanos emigrantes y sus descendientes que en Florida y otros estados votan por el PD; nuevos emigrantes simpatizan con Bernie Sanders. Debe, además, crear una política contra la propaganda anticubana en las redes sociales. En las condiciones actuales, a Cuba también le falta solidaridad del mundo.

Después de 20 años, Estados Unidos está dejando Afganistán; y en Irak sólo quedan 2 mil 500 soldados estadounidenses. Pero en ambos países las insurgencias continúan. De ambas guerras, Washington esperaba que la imposición de reformas democráticasprotegiera a la población, ganara corazones y mentes y derrotara a la insurgencia. Eso no ha sucedido, como lo pedía el Manual de Campo de la Contrainsurgencia del Ejército y el Cuerpo de Marines de Estados Unidos, publicado en 2006, que pretendía guiar las campañas en ambos países. El de Estados Unidos ha sido ahí un rotundo fracaso.

En Cuba, Estados Unidos no hallará una insurgencia que meter en cintura. La insurgencia fue contra el Estado de hace 60 años y derrotó a la, esa sí, dictadura de Fulgencio Batista. Estados Unidos carece de un manual para derrocar un gobierno constituido mediante una revolución progresista que ha contado históricamente con un vasto consenso. Cuando Biden declaró: “Estamos con el pueblo cubano y su clarificador llamado a la libertad y al alivio de las trágicas garras de la pandemia y de las décadas de represión y sufrimiento económico al que han sido sometidos…”, o no sabe nada del pueblo cubano o se hace el occiso. La mayor parte del pueblo de Cuba, ante cualquier intento de invadir la isla, se convertiría en un ejército popular en defensa de su país, sin contar los innumerables brazos latinoamericanos que se sumarían a la defensa de la isla. Guardadas las obvias distancias, en una invasión a Cuba, Estados Unidos correría la suerte que corrió en ­Vietnam.

José Blanco

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