La férrea determinación de la gente común de construir un mundo extraordinario
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha convocado a 111 países para que asistan a su Cumbre por la Democracia los días 9 y 10 de diciembre, que finalizará el Día de los Derechos Humanos. “Damos la bienvenida a todos los países, organizaciones e individuos para que apoyen los objetivos de la Cumbre”, declaró el Departamento de Estado.
Sin embargo, hay 82 países que no han sido invitados, entre ellos dos países grandes que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (la República Popular China y Rusia) y dos pequeños países del Caribe (Cuba y Haití). En nombre de la democracia, el gobierno estadounidense está impulsando su propia agenda para consolidar y favorecer sus intereses nacionales. Esta no es una cumbre por la democracia, sino una cumbre para conformar una agrupación que restaure la imagen empañada de Estados Unidos.
¿Empañada en qué sentido? El Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit califica a Estados Unidos como una “democracia defectuosa”, lo que resulta sorprendente dada la fuente. ¿Qué es lo que la hace “defectuosa”? Tres puntos permiten ilustrar la situación: (1) el proceso electoral estadounidense está afectado por la influencia corruptora del dinero y los grupos de lobby, mientras que el desmantelamiento de la Ley del Derecho al Voto ha ejercido una presión adversa sobre las minorías sociales a la hora de acceder a las urnas; (2) Estados Unidos tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, con un claro sesgo contra las minorías sociales, especialmente en la aplicación de la pena de muerte; (3) Estados Unidos ha utilizado su control del sistema financiero mundial y su inmenso ejército para infligir daño a países de todo el mundo, lo que contraviene la Carta de las Naciones Unidas.
El objetivo de la Cumbre no es solo sugerir —contra toda evidencia— que EE.UU. es una democracia floreciente, sino también utilizar la idea sublime de la democracia para alimentar la guerra híbrida impuesta por EE.UU. contra sus adversarios (especialmente, China y Rusia, pero también Cuba, Irán y Venezuela). Se trata de un abuso burdo y cínico de los ideales democráticos, que deberían movilizarse para mejorar todo el potencial humano en lugar de convertirse en un instrumento de guerra.
El mundo ya tiene una cumbre regular de democracias. Se llama Asamblea General de las Naciones Unidas. Cada año abre su período de sesiones en septiembre, donde lxs jefes de gobierno acuden para ofrecer su perspectiva sobre los dilemas a los que se enfrenta la humanidad. Lo que une a la Asamblea General de la ONU no es el capricho de tal o cual nación poderosa, sino uno de los documentos más fundamentales de la historia de la humanidad: la Carta de las Naciones Unidas, adoptada en junio de 1945 por los cincuenta y un países que la fundaron. Hoy en día hay 193 países miembros de la ONU, todos signatarios de la Carta. Cada Estado del sistema de la ONU está obligado a seguir la Carta, lo que la convierte en el mayor documento de consenso del planeta. El artículo 2 es claro en dos puntos: (1) que la ONU se basa en “el principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros”; y (2) que los miembros de la ONU “arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos”. Los medios se especifican en los Capítulos VI y VII de la Carta, con la indicación explícita de que ningún país debe agredir a otro a menos que exista una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para actuar: no se puede llevar a cabo ninguna acción sin la autorización de la ONU.
Mientras tanto, Estados Unidos ha aplicado un bloqueo dañino contra el pueblo soberano de Cuba desde 1961. Este bloqueo es ilegal y lo ha sido desde el principio, ya que no está autorizado por la Carta de la ONU. Por ello, los miembros de la Asamblea General de la ONU han votado en un número abrumador para que EE.UU. levante el bloqueo ilegal que ha impuesto durante las últimas tres décadas. Este año, 184 países votaron en contra de Estados Unidos. “El bloqueo asfixia y mata. Debe terminar”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla.
Cuba, una pequeña nación insular de 11 millones de habitantes, nunca ha amenazado la seguridad de Estados Unidos ni ha intentado invadir su territorio. De hecho, la idea es absurda, ya que EE. UU. tiene el ejército más potente del mundo y aniquilaría a cualquiera que intentara atacarlo (como hizo con Japón después de 1941 y como hizo con Al Qaeda después de 2001). Dado que Cuba no es una amenaza para EE.UU., ¿por qué EE.UU. ha mantenido este bloqueo ilegal contra Cuba?
Como consecuencia de la miserable historia de colonialismo y esclavitud, la economía cubana previa a la Revolución estaba asfixiada por la producción de azúcar y el turismo. No es fácil construir el socialismo en un país pobre, con una economía configurada como patio de recreo de los imperialistas. En Cuba hay pocos metales y minerales preciosos, que de otro modo atraerían la atención de los capitalistas en países como Estados Unidos. Entonces, dado que Cuba no tiene un suministro importante de recursos naturales, ¿por qué EE.UU. ha mantenido este bloqueo ilegal contra Cuba?
El paralelo más cercano a Cuba es otra isla caribeña, Haití, que también tiene una población de 11 millones, pocos recursos naturales útiles para los capitalistas y que tampoco representa una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Sin embargo, desde la Revolución de 1804, Haití ha sido asfixiado, se ha drenado su riqueza, su pueblo ha sido obligado a pagar al menos 21.000 millones de dólares en “reparaciones” por los bienes —incluidos los seres humanos— que liberaron en sus esfuerzos por derrocar el sistema esclavista de plantaciones. Se ha impuesto un régimen de violencia en Haití que continúa hasta la actualidad, un terrible sistema de dictadura y caos político, todo ello en beneficio de Estados Unidos.
¿A qué se debe esta hostilidad hacia Cuba y Haití? A su audacia para defender su soberanía y su promesa de construir una sociedad que no se centre en las necesidades de las potencias imperialistas. El pueblo haitiano dijo no a la esclavitud cuando las economías de Estados Unidos y Europa se basaban en el trabajo gratuito de los pueblos esclavizados del Caribe. Ese acto de libertad del pueblo haitiano era imperdonable, y por eso había que castigar a Haití, sofocar su experimento de democracia. Si tenía éxito, el cimarrón haitiano daría ideas a otros pueblos oprimidos, por lo que había que extinguir ese ejemplo.
Cuba, al igual que Haití, se liberó de los tentáculos del imperialismo y de sus mafias. El gobierno revolucionario estaba -y sigue estando- comprometido con la construcción de un proyecto soberano. Creó un sistema de gobierno que antepuso los intereses de su pueblo al lucro, garantizó que la nutrición, la alfabetización, la salud y la cultura del pueblo estuvieran por encima de todo, y construyó un modelo de socialismo en un país muy pobre. El ejemplo de la Revolución Cubana también tuvo que ser sofocado por los imperialistas, que no podían tolerar su éxito, ni la determinación férrea de la gente común de construir un mundo extraordinario.
En la Declaración de Independencia de Haití de 1804, los valientes revolucionarios escribieron: “Nos hemos atrevido a ser libres. Seamos así por nosotros mismos y para nosotros mismos”. “Los haitianos son libres, pero no los franceses”, escribieron. Los franceses “han conquistado pero ya no son libres”, porque ellos —al igual que las élites gobernantes de Estados Unidos— están atrapados en las fantasías del imperialismo y en su hambre de acumulación de capital. No hay libertad en ese sueño, ni democracia.
Vijay Prashad
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