La integración latinoamericana en la encrucijada global
Las iniciativas de integración regional, esas que fueron impulsadas en su momento por José Martí y, más recientemente, por el fallecido comandante Hugo Chávez, esas orientadas a satisfacer las necesidades de los pueblos, se encuentran hoy en un serio predicamento. Las grietas de la integración regional se volvieron más evidentes en medio de la agudización de la crisis económica global, más todavía luego de que las tendencias recesivas de la economía mundial profundizaron, desde el año 2011, la caída de los precios de las materias primas (‘commodities’), golpeando sobre todo a los países sudamericanos.
La etapa de auge de los ‘commodities’ alcanzó su límite y no volverá en el corto plazo. Lo mismo sucede con la demanda boyante a la que China nos tenía acostumbrados: el gigante asiático ahora está en camino de transitar hacia un patrón de acumulación sustentado cada vez menos en las inversiones masivas y el comercio exterior, y cada vez más en el mercado interno. Por lo anterior, las iniciativas de integración regional corren el riesgo de colapsar en América Latina, si no surge un plan de reformulación.
Es urgente que los Gobiernos nacionales apuesten de una vez por todas por llevar adelante la integración productiva en nuestra región, hay que construir cadenas de valor horizontales tomando en cuenta la complementariedad económica entre países. A la vez que debemos proteger los logros obtenidos durante la primera década del nuevo milenio, hay que repensar también nuestros vínculos internacionales, en especial con aquellos socios comerciales que registran altas tasas de expansión económica. Enfoquemos nuestras energías en lograr metas de largo aliento, transformadoras, emancipadoras.
Es urgente que los países latinoamericanos diseñen, en bloque, una estrategia de relanzamiento de sus relaciones con la región asiática. Durante su más reciente gira por varios países de América Latina, el presidente de China, Xi Jinping, reiteró su compromiso de apoyar el proceso de industrialización de nuestra región. Justamente por esos días, las autoridades chinas publicaron una segunda versión del Libro Blanco, un documento que actualiza las directrices básicas que, desde la perspectiva del Gobierno chino, van a dar fundamento a las relaciones establecidas con la región latinoamericana a lo largo de los próximos años.
En este nuevo documento Pekín pone de relieve, entre otros elementos, la necesidad de incentivar la diversificación productiva de América Latina a fin de construir una relación estratégica que genere dividendos para ambas partes. En paralelo, el Libro Blanco admite la urgencia de apuntalar el desarrollo de seis sectores clave para la región: energía y recursos naturales, obras de infraestructura, agricultura, manufactura, innovación científica y técnica, y tecnologías de la información.
Frente a ello, los países latinoamericanos requieren tomar la iniciativa cuanto antes, los beneficios no vendrán solamente por obra de la buena voluntad de los chinos. En este sentido, consideramos que es fundamental seguir construyendo nuevos espacios de cooperación con China en el seno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Según declaraciones del mandatario Xi Jinping en el marco de la Reunión Ministerial del Foro entre China y CELAC, fijó el objetivo que para el final de la próxima década el comercio entre América Latina y China alcanzará los 500,000 millones de dólares; mientras que los flujos de inversión de Pekín hacia nuestra región conseguirán superar los 250,000 millones de dólares. A nuestro entender, debemos insistir en la necesidad de dotar de más recursos el fondo especial creado por China para el apoyo de pequeñas y medianas empresas productivas; de lo contrario, nuestros países seguirán profundizando su carácter dependiente en la economía mundial.
No es menos importante que nuestros países permanezcan muy alertas frente a iniciativas de integración que obedecen más a los dictados de la agenda imperial de Estados Unidos, que a un esfuerzo auténtico por consolidar la unidad de toda América Latina. En medio de un panorama económico caracterizado por recesiones agudas, se responsabiliza a los aparatos burocráticos del estancamiento de los procesos de integración regional tradicionales y, con ello, se busca dar paso a otras iniciativas aparentemente de vanguardia que se sustentan bajo una lógica eminentemente empresarial. Si bien el intento de poner en marcha el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) consiguió ser derrotado en 2005 en Mar del Plata, Argentina, el Gobierno de Estados Unidos se ha venido abriendo paso desde entonces a través de la firma de tratados de libre comercio bilaterales e impulsando los mega acuerdos.
Bajo esta misma perspectiva, la Alianza del Pacífico, bloque comercial creado en 2011 y conformada por Chile, Colombia, Perú y México, evidencia este nuevo reposicionamiento de Estados Unidos en nuestra región. No es casualidad que todos los países de la Alianza del Pacífico tengan firmados acuerdos de libre comercio con Washington. En realidad, la Alianza no busca profundizar los vínculos entre América Latina y los países del Pacífico, sino servir de ‘caballo de Troya’ de las corporaciones estadounidenses para luego, lanzar un mega acuerdo de libre comercio que incluya a toda América Latina. Una vez alcanzado este objetivo, es previsible que Washington busque pasar de ser un país observador, a convertirse en un miembro pleno de la Alianza.
De allí se desprende la insistencia tanto de Mauricio Macri, presidente de Argentina, como de Michelle Bachelet, presidenta de Chile, de establecer puntos de convergencia entre la Alianza del Pacífico con el Mercado Común del Sur (MERCOSUR, integrado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela; Bolivia se encuentra en proceso de adhesión). De ahí también la ofensiva encabezada en buena medida por Michel Temer (actual mandatario de Brasil tras la destitución parlamentaria de la presidenta Dilma Rousseff) en contra de Venezuela para que abandone cuanto antes el MERCOSUR, a la que por desgracia se han sumado también los Gobiernos de Paraguay, de Argentina y de Uruguay. De lo que se trata, al final de cuentas, es de degradar el MERCOSUR de una unión aduanera con perspectiva estratégica, a un simple acuerdo de libre comercio a disposición de los grandes grupos corporativos.
En conclusión, la integración de los países de América Latina atraviesa por un periodo bastante convulso, tanto en términos económicos como políticos. Los pequeños logros alcanzados por los Gobiernos progresistas (creación de la Unión de Naciones Sudamericanos, entre otros) ahora están en la picota. La ofensiva conservadora actualmente en curso en América del Sur y la debacle de la mayoría de las economías latinoamericanas, avivó la rivalidad y el conflicto entre países que promueven proyectos de integración con objetivos diametralmente opuestos. Si los movimientos en resistencia no logran colocar el interés colectivo por encima de la restauración conservadora promovida por el capital trasnacional, la integración de los pueblos latinoamericanos jamás se concretará.
Ariel Noyola Rodríguez
Ariel Noyola Rodríguez: Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), corresponsal del Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research) en América Latina.
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