La OMC apresura su marcha hacia el ocaso

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 La pandemia de la covid-19, en cierto sentido, ha sido piadosa con la Organización Mundial del Comercio (OMC) porque los meses de confinamiento le permitieron disimular el deterioro incontenible que padece. Aunque ahora, que el gobierno suizo, su anfitrión, comenzó a levantar las medidas de aislamiento contra el virus, los signos de la decadencia quedan al desnudo.

Y a sus flaquezas internas, la OMC suma un ambiente de indefensión internacional, que se hizo ostensible con el anuncio este viernes 29 de Estados Unidos de su ruptura con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sus imposiciones a ese organismo, con todo lo que eso supone para el sistema multilateral que el mismo país creó después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

La institución se encuentra en acefalía virtual. En diciembre, Estados Unidos terminó de descabezar al Órgano de Apelación de la OMC, la máxima instancia de su sistema de solución de diferencias. Y a fines de agosto, perderá a su director general, el brasileño Roberto Azevêdo, que renunció superado por los desacuerdos.

En 25 años de existencia resolvió las diferencias, en su mayoría de los países pobres ante exigencias de los ricos, con el método de postergar decisiones. Así ha ido acumulando negociaciones abiertas y en algunas ha caído en mora, como en el caso de las reformas reclamadas por las Naciones Unidas para reducir las subvenciones a la pesca, que debía resolver antes de 2020.

Si bien cuestionable desde una óptica política, el recurso al aplazamiento de las negociaciones ha sido legal hasta que ha llegado el nuevo coronavirus para ponerle fin. En el estado de urgencia sanitaria y económica predominante se vuelve imposible diferir acuerdos comerciales que puedan contribuir a la lucha contra la pandemia.

Cinco países: Australia, Canadá, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Singapur, a los que se sumó después Chile, demandaron este viernes 29 a la OMC un plan de acción para facilitar el flujo de bienes y servicios, además del movimiento esencial de personas, de manera de aliviar los efectos de la covid-19.

Por el cariz de la iniciativa, la respuesta de los Estados miembros debería ser unánime a favor. Pero en el debate reaparecerán promesas incumplidas, cuentas pendientes, intereses inflexibles, los mismos que en cinco lustros impiden que el comercio beneficie a todos los países socios.

A la cabeza de todos, Estados Unidos, con su singular tendencia a desentenderse de las criaturas internacionales que ayudó a engendrar, como la Liga de Naciones de 1918, el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, en inglés) de 1947, ahora la OMC de 1995 y en cualquier momento de la misma Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 1945.

En realidad, los presidentes George W. Bush (2001-2009) y Barack Obama (2009-2017) no mostraron gran predilección por la OMC. Pero desde 2017, lo de su sucesor Donald Trump ha sido una hostilidad permanente y una amenaza de precipitarla hasta la desaparición, acrecentada por la inminencia electoral de noviembre.

Otra gran protagonista, la Unión Europea (UE), se muestra más sensible ante las iniciativas comerciales que se relacionan con las urgencias sanitarias y en general asume actitudes componedoras con respecto a las tensiones entre Estados Unidos y China.

En algunos aspectos Bruselas se diferencia con nitidez de Washington. Los estadounidenses vieron al GATT y ahora a la OMC como un “enforceable contract (contrato exigible)”, mientras que para los europeos la OMC es un organismo conducido por sus Estados miembros. Lo que equivaldría a la diferencia entre un club de socios y una institución multilateral vinculante.

Pero la UE se acerca a Estados Unidos cuando discrepa con China y le cuestiona su condición de economía de mercado. También al impulsar con Japón y Estados Unidos un proyecto de acuerdo para que la OMC establezca políticas comerciales de apoyo a las inversiones.

Los países del Sur en desarrollo consideran que la prioridad de sus gobiernos se concentra en la lucha contra la pandemia, con lo cual adelantan su disponibilidad a respaldar iniciativas de carácter sanitario y al mismo tiempo postergar otros temas de menor urgencia.

China, la otra potencia comercial, procura sobrellevar los ataques de Estados Unidos que intenta despojarla de su condición de país en desarrollo y de los beneficios de tratamiento especial y diferenciado que ese estatus acarrea.

La potencia asiática protege su relación con la OMC porque desde el ingreso, en 2001, su economía fue catapultada a la escena mundial.

La flexibilidad de Beijing se reflejó en su adhesión a la iniciativa europea y de otros 18 países de establecer un procedimiento arbitral que reemplace al Órgano de Apelación eliminado por la presión de Estados Unidos.

A diferencia de Washington, Bruselas favorece la perdurabilidad de una OMC fuerte, dispuesta a negociar acuerdos de mayor liberalización comercial y a reconstituir las cadenas de suministro afectadas por la pandemia.

Tampoco descarta que esas cadenas puedan reestructurarse para devolver protagonismo perdido a la industria comunitaria, como sugirió el jueves 28 Sabine Weyand, directora general de Comercio de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE.

Y a la Unión Europea le interesa también la sucesión de Azevêdo, aunque por ahora el grupo de los 27 no tiene candidato/a, indicó Weyand.

En ese tema, el Consejo General de la OMC, la suma de los 164 estados miembros, tomó este viernes 29 la decisión de apresurar la elección del nuevo director general con el propósito de que pueda asumir el 1 de septiembre.

El presidente del Consejo General, David Walker, de Nueva Zelanda, anunció que la recepción de candidaturas se abrirá entre el 8 de junio y el 8 de julio. A continuación el Consejo organizará reuniones para que los estados miembros tomen contacto con los candidatos y escuchen sus presentaciones.

En ese proceso, Walker contará con la colaboración de los dos funcionarios de la OMC que le siguen en jerarquía, Dacio Castillo, de Honduras, presidente del Órgano de Solución de Diferencias, y Harald Aspelund, de Islandia, presidente del Órgano de Examen de Políticas Comerciales.

Con respecto a la figura del próximo director general de la OMC, fuentes comerciales han comentado que entre los estados miembros predomina la idea de que debería elegirse a una personalidad política sólida con respetabilidad de los líderes mundiales y conocimientos técnicos necesarios.

Weyand mencionó que en la OMC existe un acuerdo tácito para que la dirección general rote cada período entre los dos bloques, las naciones en desarrollo y los países industrializados, con lo cual se abriría el camino a un candidato o una candidata del Norte.

Otro requisito de Weyand demandaría que a la cabeza de la OMC se siente una persona que haya desempeñado funciones ministeriales, lo cual descartaría a varios candidatos de países africanos que han sido mencionados en las últimas semanas.

La descripción de Weyand), que además insistió en la posibilidad de una mujer, reactualiza la versión que circulaba hace un año sobre la candidatura de la española Arantxa González, actual ministra de Asuntos Exteriores del gobierno socialista de su país y con extensa experiencia en altos cargos de la Comisión Europea, de la OMC y de la ONU.

En la incertidumbre y el desconcierto, sin respaldo internacional, fuentes comerciales descreen en la existencia de un personaje providencial, mujer u hombre, que interrumpa la marcha de la institución hacia el ocaso.

Gustavo Capdevila

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