La transición cubana reta a la región, incluso a EE.UU.

IMAGEN: El actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel.

Aunque se especula con el nuevo rumbo que puede tomar Cuba, el presidente Miguel Díaz-Canel ha dejado claro que “en esta legislatura no habrá espacio a los que aspiran a una restauración capitalista”. ¿Qué quiso decir el nuevo presidente cubano? Se puede entender de diferentes maneras.

En primer lugar, no hay una marcha atrás hacia la economía de mercado. Segundo, la economía de la isla seguirá al servicio de las necesidades de sus habitantes. Tercero, el gobierno y todos los cubanos seguirán resistiendo el bloqueo de Washington que tendrá pronto 60 años de estarse aplicando. Al mismo tiempo, dejó entrever que se desarrollarán reformas indispensables para enfrentar los nuevos retos que presentan los cambios globales.

La Isla se ha convertido en una economía con altos niveles de inversiones tecnológicas en los campos médicos y educativos. Sin embargo, el bloqueo de EEUU no le ha dado acceso al mercado internacional. China se está convirtiendo paulatinamente en un mercado que puede complementar la economía cubana. Los gobernantes cubanos apuestan al turismo y a la normalización de las relaciones con EEUU. Estas están estancadas debido a los compromisos del presidente Trump con sus aliados de una corriente minoritaria de la ultra derecha cubana en Miami.

Mientras que Cuba ha logrado establecer buenas relaciones con China y Rusia, ha retrocedido con relación a EEUU y, en gran parte, América Latina. El primero es importante desde el punto de vista económico. El segundo, es estratégico desde la perspectiva política. Cuba es un país con una clase trabajadora (media) capacitada muy grande que puede convertir el país de Martí en una potencia económica en la región. Los cubanos tienen los mejores niveles de educación y salud si se compara con todos los países del mundo. Muy por encima de la media latinoamericana e, incluso, superior a EEUU. Pero está encerrada por el bloqueo.

Sus aliados en América Latina, Venezuela y Bolivia son hostigados por EEUU, precisamente por ser amigos de Cuba. En Venezuela se realizarán elecciones en unas semanas donde se pronostica el triunfo de las fuerzas progresistas que encabeza Nicolás Maduro, en una amplia alianza que incluye sectores con proyectos de mercado. En Bolivia, el presidente Evo Morales ha logrado construir una alianza en torno a los pueblos indígenas, que incluye mineros, obreros e, incluso, empresarios. En México también se realizarán elecciones con Andrés Manuel López Obrador – por tercera vez – a la cabeza de las encuestas. AMLO cree en el mercado regulado y que las riquezas mexicanas deben quedarse en el país. EEUU lo considera un peligro. La pregunta no es si ganará (cosa segura). La interrogante es si la oligarquía montará otro fraude (por tercera vez).

En Brasil el expresidente Lula -del Partido del Trabajo (PT)- es el seguro ganador de las elecciones en octubre. Con semejante escenario político, la reacción de la plutocracia brasileña fue encarcelar al dirigente metalúrgico. En Nicaragua recién se produjo un estallido popular contra las medidas neoliberales de un gobierno con antecedentes revolucionarios (FSLN). La experiencia del presidente Daniel Ortega pone sobre la mesa la máxima de Fidel Castro: ‘El enemigo más peligroso no está afuera del movimiento, está adentro’.

En el caso de Panamá, en 1989 se instauró un régimen que tomó distancia de la Revolución cubana. Los gobernantes se comprometieron con un programa económico neoliberal que amarró al país –hasta la fecha– a una redistribución de las riquezas desde abajo hacia arriba. Recientemente el viceministro de Economía y Finanzas declaró que la corrupción ayuda al crecimiento económico en Panamá. Su candor sorprendió, incluso, a sus copartidarios en el gobierno.

La ofensiva contra los sectores populares concentrados en los sindicatos, gremios profesionales y productores agrícolas es sistemática. La encabezan el gobierno, los empresarios e ideólogos de la llamada sociedad civil. Este enfrentamiento se produce cuando las instituciones políticas panameñas están en crisis. ¿Está dispuesto el poder económico a cambiar de rumbo y buscar una solución política a la crisis terminal de su régimen, que nació con la invasión norteamericana de 1989? La otra solución es esperar el colapso del régimen y recoger los pedazos sin saber cómo resultará el producto.

Mientras que la Revolución cubana parece consolidarse en el contexto de la transición generacional, el resto del continente (incluso EEUU) parece haber perdido la brújula. Tiene que encontrar la llave para superar las contradicciones que no le permite avanzar.

Marco A. Gandásegui

Marco A. Gandásegui: Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA).

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