La trastienda de Trump: ¿El final del camino?
Así, los banqueros y financieros se dieron cuenta de que solo podían salvar sus imperios transnacionales (todos juntos, y no por separado) si metían a su candidato en la Casa Blanca. El nuevo presidente cambiaría entonces la política de la Reserva Federal, poniendo en marcha la imprenta que emitiría la cantidad necesaria de dólares para sustentar al sector bancario. La Reserva difícilmente se pronunciaría en contra de la Administración, por miedo a que saltara un escándalo similar al de Strauss-Kahn. Este fue el objetivo que llevó a votar la candidatura de Hillary Clinton.
Con Clinton hubiera continuado otros seis u ocho meses la expansión cuantitativa y la emisión de cantidades ilimitadas de efectivo. Durante ese periodo, los precios del petróleo y los mercados hubieran ido al alza gracias a las emisiones, y finalmente, en ocho meses, ese dinero habría vuelto al mercado estadounidense, lo cual hubiera provocado una elevadísima inflación (por encima de la actual tasa de inflación estratosférica) que hubiera hecho estallar todas las burbujas de los mercados financieros (bonos, derivados, valores, bienes raíces, etcétera). El resultado final, el colapso económico, es el mismo con Clinton y con Trump. Estamos a las puertas de un colapso económico mundial y del desmantelamiento del sistema capitalista. La única diferencia es que Clinton nos habría llevado a una guerra mundial, lo que probablemente habría significado el fin de la humanidad tal como la conocemos. ¿Acaso es la guerra una forma de condonar la deuda? Pues no. Con la guerra anulas la responsabilidad, pero el resultado final es el mismo; el planeta Tierra, tal como lo conocemos, deja de existir.
Donald Trump representa otro escenario, que fue testigo de cómo Obama ponía la imprenta en modo inactivo en 2014. Antepone los intereses nacionales de Estados Unidos, centrándose en mejorar la economía y en deshacerse de la ingente deuda. Así que ¿cómo se hará cargo Trump de la deuda? La teoría es muy simple: aumentando el coste de los préstamos y cancelándolos en el marco de un proceso de quiebra, ya que será imposible hacer frente a la deuda que se va acumulando. En ese momento, la economía estadounidense empezará a respirar. Sin embargo, eso comportará la caída de los bancos que incluyen esa deuda en sus balances como principales activos.
Dicho de otro modo, los planes de Trump suponen un intento de salvar la economía estadounidense a expensas de los bancos y del propio sistema financiero. Mientras que Clinton hubiera tratado de rescatar a los bancos a expensas de la economía estadounidense y de un empobrecimiento cada vez mayor de sus ciudadanos. Así que sería ingenuo pensar que pueden llegar a un consenso.
Es decir, los planes de Trump y Clinton (o, mejor dicho, de las fuerzas a sus espaldas) son incompatibles. Además, si Trump sigue adelante con sus planes, acabará con las élites que apoyan a Clinton (Wall Street, los fondos de cobertura, los intereses financieros especulativos). Seguirán vivos (aunque lo cierto es que pueden pasar muchas cosas), pero perderán los recursos que solían tener. Los planes de Clinton pondrían en peligro a esas fuerzas (el sector real de la economía estadounidense) que llevaron a Trump al poder. Al igual que en la película Los inmortales, solo sobrevivirá uno.
Si Clinton hubiera llegado a la presidencia, sin duda hubiera relajado las políticas monetarias y reiniciado la imprenta, entre otras medidas. Y Trump, por su parte, cree que hay que recuperar la economía nacional, aunque es imposible hacerlo con tanta deuda. Antes de la crisis, el 70 por ciento de la deuda era del sector financiero; ahora el porcentaje es del 35 por ciento. En cualquier caso, si el tipo de interés de los fondos es cero, el capital no se multiplica. Por eso habría que subir el tipo de interés, aunque, claro, eso tampoco se puede hacer cuando hay tanta deuda. Así pues, ¿qué habría que hacer? Si queremos subir los tipos de interés, tenemos que hacer que las empresas y los hogares entren en quiebra y, de esta manera, condonar sus deudas.
Todos los problemas de la crisis económica mundial surgen por el tema de la demanda, ya que se sustentaba solamente en la impresión de más dinero. Una guerra puede reducir la demanda, es decir, agudizar la crisis; pero no puede incrementar la demanda. Por eso los financieros necesitan una guerra por una única razón: usar esta fuerza mayor para liberarse de toda responsabilidad. Por eso les gusta tanto Oriente Medio, porque, por un lado, están los árabes y el petróleo, y por el otro, los judíos. ¡Un sinfín de oportunidades!
La postura de Trump se basa en un razonamiento económico sencillo: si elevamos el tipo de interés de la Reserva, se producirá una quiebra masiva. En Estados Unidos, a diferencia de Rusia, la quiebra no está pensada para saldar deudas con los acreedores, sino para mantener el negocio. Si se eleva el tipo de interés, las instituciones financieras transnacionales empezarán a derrumbarse y desaparecerán, y si sigue subiendo, el dólar no será una buena herramienta de inversión, y la única manera de compensar a otros países será creando monedas regionales de inversión. Deberían ser, sin duda, monedas de inversión, ya que la monetización de todas las monedas regionales es bastante baja, y suelen ser reemplazadas por el dólar. Esto conllevará inevitablemente la división del mundo en determinadas zonas monetarias.
En 2013, en el discurso de apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Obama declaró que Estados Unidos carecía de recursos para mantener el orden mundial por sí solo: si no recibían apoyo, el orden mundial cambiaría. Pero nadie le hizo caso. Ahora ha llegado el momento de ponerlo justamente en práctica, y si Moscú se aviene, Rusia logrará llegar a un acuerdo con Donald Trump. De lo contrario, Moscú no tendrá buenas relaciones con Estados Unidos, al margen de la sintonía personal de Trump con su amigote alfa, Vladimir Putin. No olvidemos que la administración del Banco Central de Rusia, así como las principales instituciones financieras rusas están en manos del mismo equipo que quienes apoyaron a Bill Clinton y apoyan hoy a Hillary Clinton. Por eso Trump no va a entablar ningún tipo de conversaciones con nadie que dirija la economía rusa, pues representan los intereses de las élites financieras globales y, por lo tanto, son sus enemigos.
Repito, Trump no va a cooperar con el grupo liberal en Rusia, cuidadosamente seleccionado en la Rusia postsoviética a principios de los noventa por las élites de Washington (los mismos que ayudaron a redactar la Constitución rusa en la era postsoviética).En su primera llamada telefónica en enero de 2017, Trump y Putin llegaron a un acuerdo. El equipo neoliberal favorable a Clinton, que se mostraba intocable e inaccesible para el presidente Putin hasta que Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos, perdió su protección.Hasta la victoria de Trump, cualquier intento de sacar a los neoliberales traidores de los cargos económicos de Rusia se habría interpretado en Washington como una declaración de guerra contra los intereses de las élites transnacionales. La respuesta habría sido decisiva y devastadora para los intereses de Moscú: desde bloquear el acceso de Rusia a SWIFT/CHIPS,hasta sanciones más graves y un embargo económico total. Si se le privaba de acceder al dinero mundial, la única opción de Putin habría sido la guerra nuclear.
Sin embargo, no hay que olvidar que Trump no es amigo de Rusia, sino un patriota estadounidense, siervo de un grupo «alternativo» de la estructura de poder de las élites. Rusia sigue siendo el principal adversario geopolítico/militar de las élites que respaldan a Trump. Son muchas las áreas que suponen el principal motivo de disputa (tensión) en la relación entre Rusia y Estados Unidos: a) Siria, Oriente Medio; b) Ucrania, Odesa; c) Crimea, Donbass; d) Bielorrusia, Moldavia, Abjasia, Nagorno Karabaj y Asia Central.
Por ahora, el de Trump-Putin es un matrimonio de conveniencia que responde a necesidades momentáneas. ¿Puede sobre- vivir y prosperar? Solo el tiempo lo dirá.
Daniel Estulin
Daniel Estulin: Periodista, investigador y escritor. Ha sido galardonado dos años consecutivos por el Club de Periodistas de México A.C.
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