La Unión Europea ante el ascenso de China

La presidencia alemana de la Unión Europea fue interpretada en China como una especie de última oportunidad para echar el resto en una negociación bilateral relativamente estancada para definir una asociación postpandémica en sentido amplio.

La clave de bóveda que puede definir el éxito o fracaso de este empeño bien podría ser el tratado bilateral de inversiones. En la última cumbre virtual entre los líderes de ambas partes hubo mejoras apreciables, pero nada se puede dar por seguro.

Que la UE y China logren consensuar un acuerdo es importante en sí mismo, pero también por el contexto. Las tensiones comerciales sino-estadounidenses apuntan a una confrontación con poca esperanza de tregua por más que la OMC dictamine, como hizo recientemente, a favor de Beijing en la cuestión de los aranceles. Canadá parece alinearse con las tesis de Washington al desistir de la firma de un tratado de libre comercio que hubiera sido el primero en fraguarse con un país del G7. Para China, firmar con la UE podría presuponer que su voluntad de negociación es seria; de la no firma podría desprenderse que ella es el problema, incapaz de lograr acuerdos con prácticamente ningún socio relevante.

Si en las elecciones de noviembre en EEUU, Trump sale derrotado –cosa que está muy por ver-, las posibilidades de reaproximación entre Washington y Bruselas son altas; por el contrario, de ganar Trump, la relación transatlántica se resentiría. Este escenario, a diferencia del primero, probablemente favorecería un último esfuerzo por el acuerdo.

La relación comercial UE-China es de alto voltaje. En 2019, su volumen alcanzó los 710.000 millones de dólares. A finales de 2020, China puede convertirse en su mayor socio comercial Durante 15 ejercicios consecutivos, la UE fue también el mayor socio comercial de China aunque este año pudiera ser destronada por el grupo de países que conforman la ASEAN. Alemania es el mayor socio comercial de China en Europa.

Hay cosas que nos separan, desde el modelo económico al político. Y hay cosas que nos acercan: desde el compromiso con la lucha contra el cambio climático a la defensa del multilateralismo. En algunos aspectos, la UE puede sentirse más cómoda con China que con EEUU-Trump y eso explica la reivindicación de autonomía estratégica, vital en estos tiempos para decidir conforme a sus propios intereses, desde la relación con Irán al despliegue de la red 5G.

China le reclama a la UE el mismo pragmatismo que ella convirtió en santo y seña de la reforma, pero no es fácil para Bruselas con un EEUU empeñado en sabotear cualquier posibilidad de entendimiento de cierto alcance. La UE se desentiende de los llamados al desacoplamiento pero deja patente también su frustración por la ausencia de reformas estructurales en la economía china o que van incluso en el sentido contrario al deseado. Bruselas quiere proteger sus intereses comerciales, como es lógico, pero también lo es que China porfíe en tutelar el modelo estructural del que se ha valido para desarrollar tan asombrosamente su economía, introduciendo cambios en función de sus prioridades y ritmos y no atendiendo al silbato de un poder exterior, todo un anatema en la nacionalista China de hoy.

El riesgo de bloqueo es real y para China puede desembocar en la formación de un amplio frente común hostil y muy poco conveniente. Hay propuestas, como la formulación conjunta de estándares y reglas para el ámbito digital mundial, que van en la buena dirección, en línea con su iniciativa sobre la seguridad de datos que podría torpedear la inconsistente, por nunca probada, acusación de Washington en este aspecto. Es claro que Trump esgrime la seguridad como escudo para mantener su supremacía a toda costa. Como también la aceptación de una misión europea independiente que pueda informarse in situ de las graves denuncias en materia de derechos humanos en Xinjiang.

China puede destacar sus importantes logros en materia de lucha contra la pobreza, que son admirables sin duda, o sus contribuciones a las operaciones de paz de Naciones Unidas, mayores que las de cualquier otro miembro del Consejo de Seguridad, pero para atraer a la UE y alejarla de cualquier propósito de confrontación como el auspiciado por EEUU-Trump, precisa tomar la iniciativa, y no enrocarse.

Un entendimiento sostenido entre la UE y China puede, sin duda, cambiar el mundo y trazar los ejes del orden pos-EEUU. No le faltarán detractores ni las diferencias sistémicas, que siguen siendo importantes, se evaporarán por arte de magia. Ahora bien, como ha señalado el comisario Borrell, China es un rival para la UE, pero en ningún caso representa una amenaza a la paz global. Y Bruselas tiene un argumento de peso para influir en China: su mercado es de importancia vital para Beijing. Si lo hace valer, ambas partes pueden ganar.

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