La Unión Europea, entre el bloqueo y la implosión: Las fuerzas del cambio ante el desafío internacionalista.
La Unión Europea lleva años en una fase de bloqueo para cualquier reforma de calado. Esta se mueve conjugando una tensión retórica tecnocrática y federalista, que procura de algún modo legitimar a la institución -sobre todo a la Comisión-, y una realidad palmaria intergubernamental que hace del revuelo ganancia de pescadores (Alemania), plasmada en la parálisis del Consejo. Al mismo tiempo, la Unión Europea, y el Eurogrupo en particular, juega el papel de espacio de concertación de las oligarquías europeas, que se amparan en sus orientaciones para justificar políticas de gobierno propicias a la austeridad social, el sostenimiento del sistema financiero privado y la mercantilización. La Unión Europea, entre la institucionalidad más innovadora y el espacio práctico de colaboración de las clases dominantes, legitima así la política de los gobiernos favorables a la depresión salarial y el socorro público a las corporaciones privadas, sin embargo, cualquier otra iniciativa de importancia se ve sujeta por la esclerosis institucional europea.
Los inesperados fenómenos que vienen sucediendo no podían preverse en su concreción, pero la tensión bajo el suelo desde tiempo que se estaba presentando. Más allá de la parálisis política y la verborrea eufemística acostumbrada, la tectónica de placas social, económica y medioambiental presionan hacia movimientos sísmicos que están desbordando el status político en vigor.
Cuando una estructura o una institucionalidad son inconsistentes se rompen por sus eslabones más frágiles. Cuanto menos son cinco los puntos débiles de la arquitectura de lo que hoy entendemos como Unión europea.
1. Los cinco puntos frágiles de la cadena.
En primer lugar, como espacio de concertación de las clases dominantes, ha mostrado el fracaso, desde arriba, en la capacidad de coordinar los intereses de todas las fracciones de las clases dominantes de cada país. Secciones de la burguesía que no se mueven a escala europea o supranacional no han encontrado en la Unión Europea más que un lastre, en tanto que las reformas realizadas y las ayudas revertidas han recaído fundamentalmente en las capas empresariales oligopólicas y/o transnacionales agrícola, industrial o financiera vinculadas a la construcción del mercado único europeo. Todo el liderazgo económico e influencia de presión de la que han disfrutado las transnacionales industriales y financieras, lo han sentido como desdén otros sectores económicos.
En segundo lugar, una crisis de indiferencia, distancia y legitimación. Las clases populares y trabajadoras europeas han sentido las políticas de austeridad social, privatización de servicios públicos y deterioro de las garantías democráticas. Dependiendo de la posición del país o la región, centro, periferia Este o periferia mediterránea (más Irlanda), la intensidad de la desprotección social y laboral y la depresión salarial, se ha experimentado de manera más o menos fuerte. Mientras se creció, aun cuando el capital ficticio creado siente las bases para la mayor crisis financiera que se conocerá, la legitimidad de la UE se sostuvo de algún modo entre los sectores sociales integrados. Cuando la tasa de beneficio efectiva (tasa de rentabilidad menos costes financieros) descendió empezó a quedar en entredicho. El paro en vastas regiones y la precariedad del empleo aplastaron las expectativas del mundo del trabajo y, por tanto, de las mayorías sociales, especialmente en la periferia. De ahí nacen los motivos de los movimientos interiores de población por la búsqueda de empleo. De toda la crisis social mundial, aún más grave, se produce una situación de movimiento de migrantes forzados que se está empleando para crear una crisis humanitaria de fronteras generando miedo social injustificado. Se pone así en tela de juicio tanto el principio de libre circulación de personas en la propia UE, como se ha construido unas relaciones con países vecinos para que hagan de guardianes de frontera.
De los dos motivos de crisis anteriores, articulados con la asimilación socialiberal de la socialdemocracia como fuerza legitimadora del establishment y la ausencia de un sujeto político transformador y alternativo, proviene el factor de atracción del populismo nacionalista autoritario y xenófobo. Por otra parte, también se alimenta de otras frustraciones, fragmentaciones y temores: el miedo de la clase trabajadora a tener que compartir recursos o empleos con migrantes (de los Países del Sur más al Sur de Europa, del Este y del Sur de Europa), y el señalamiento de nuevos enemigos exteriores -que realmente se han cultivado en nuestro interior-, y que se han caricaturizado y simplificado en la figura del Islam.
La tercera, la hipertrofia financiera, vinculada a fenómenos económicos de fondo: el formidable volumen de capital ficticio existente que no podrá valorizarse y que acabará destruyéndose más tarde o más temprano.
Hoy por hoy, el frágil consenso de las clases dirigentes pasa por recuperar la tasa de beneficio mediante la presión sobre los salarios, condiciones laborales (y una dualidad de empleos a tiempo completo, con una extensión del empleo a tiempo parcial a la carta e inestable), servicios públicos y derechos sociales; descartan desinflar el balón de deuda de manera ordenada (una deuda que sigue pesando sobre las espaldas de trabajadores y contribuyentes netos reales -lo que supone que no están entre ellos fundamentalmente las grandes corporaciones y fortunas privadas, que evaden fiscalmente de manera masiva-), y que a nuestro juicio debiera recaer sobre acreedores y accionariado, principalmente. Varias manifestaciones del fenómeno: crisis bancaria, crisis de la deuda privada y pública, y la crisis hipotecaria. Desde entonces, no han cesado de imponerse unas políticas monetarias extravagantes.
El Banco Central Europeo generalizó la política más ultraexpansiva que jamás se ha conocido (orientada a sostener las cuentas de la banca privada, no para animar ni la economía ni el bienestar social) a pesar de los registros japonés y estadounidenses. Lo que ha hecho posible que el nuevo ciclo periódico aliviase la dinámica de acumulación, sin lograr zafarse de la amenaza de la deflación, y con unos niveles de producción e inversión inferiores a la situación anterior a la Gran Recesión. La crisis financiera se ha contenido, por el momento, señalándose procesos de desendeudamiento significativo, gracias a la mini-reactivación o “efecto rebote cíclico” (que tuvo su momento álgido en 2016 y ya ha realizado su inflexión). Si bien estamos lejísimos de espantar el riesgo de una nueva y próxima recesión, que, ante las patadas hacia adelante dadas en este periodo, será mucho más dura. Su potencial destructor se presenta con apenas dos muestras: el de la banca italiana -que ha exigido un nuevo rescate (bail-out) del Estado italiano, contra toda reglamentación europea-, y el Deutsche Bank. En vez de presentar una política decidida que revierta los fundamentos para desactivar ordenadamente ese capital ficticio, no, tenemos una nueva línea dibujada de socialización de las deudas. Esta vez sería a la escala europea, con lo que podría significar una segunda fase de la Unión Bancaria (tras algunos bail-in en la periferia) y la formación de un Fondo Monetario Europeo a partir de varios gigantescos instrumentos financieros (por ejemplo, el MEDE), que a su vez serviría de látigo financiero para imponer la austeridad en países de “una segunda velocidad”, haciendo caer sobre ellos todo el peso del espíritu del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Todo ello, bajo un Sistema Euro (Michel Husson) que, como maquinaria de exportación de la crisis del centro a la periferia, también resulta incapaz de contener la decadencia de la capacidad de acumulación capitalista.
Quizá lo más relevante en términos históricos sin duda alguna, la tendencia, una vez que se agote la prórroga del fracking y otras formas de extracción agresiva, a que la energía fósil se encarezca de manera irreversible. Cuando eso suceda, la combinación de bajas tasas de rentabilidad, altos costes financieros y de materias primas, la Gran Recesión nos parecerá una broma. Esta crisis será más dura en Europa, por su alta dependencia energética y porque los beneficios que permiten las prórrogas extractivas (suicidas, en cuanto al caos climático al que contribuyen, pero también de escaso recorrido) y la consiguiente rebaja temporal de los precios de las energías fósiles, podrán verse en entredicho con el ascenso de políticas proteccionistas en los bloques exportadores.
La quinta razón, extraordinariamente poderosa, es la reordenación y repliegue parcial de la globalización, en un contexto de acumulación débil o menguante de la economía capitalista, y el papel subordinado y relativamente aislado de la Unión Europea de los polos de poder viejos y nuevos en este contexto.
Es en todo este contexto, en el que cabe comprender que varias de las piezas se desencajen. El Brexit, el desencanto de las clases populares periféricas (con distintos signos) o la humillación financiera y política aplicada a la derrotada Grecia, que aunque no se haya traducido en la expulsión, nada la descarta en un futuro.
El auge comercial de China y la pérdida de preponderancia de EEUU, ante un electorado cansado de promesas incumplidas por el Partido Demócrata, con una situación laboral depauperada, han aupado reactivamente a Trump al frente de un imperio, en decadencia pero aún sin rival en muchos terrenos, que puede estar dando al traste con muchos de los esquemas sobre los que interpretábamos el sistema-mundo. Alianzas geocomerciales con Reino Unido y abandono del Tratado Transpacífico e interrupción o reforma del TTIP; pactos extractivistas petroleros con Rusia (Ártico); remilitarización de EEUU, que deja su papel de guardián, dejando sin protección a otros aliados; y una política de tipos de interés al alza, para emprender una carrera competitiva para atraer los capitales internacionales y poder seguir haciendo frente a sus dos torres de deuda (externa y pública). Esta política podría generar un efecto centrifugador de algunos Estados Miembros, que podrían verse atraídos por el polo anglosajón o por el ruso, más aún cuando la UE se queda en tierra de nadie, muy dependiente energéticamente, y sin perspectivas de prosperidad.
2. Las tendencias políticas de las clases dirigentes en la UE.
Todos estos factores, están acentuando tendencias políticas aún desdibujadas. Ahora bien, algunas se empiezan a esbozar. De algún modo se ha querido expresar la respuesta de la Comisión Europea en el Libro Blanco que ha redactado Jean Claude Juncker.
Así, de todas las estrategias observadas en el tablero político europeo, el establishment va apuntando sus respuestas. Se trata de una fórmula que trataría de esquivar los frecuentes bloqueos del Consejo, que imponen la unanimidad para las grandes reformas, así como una respuesta federalizadora y selectiva (“no todos los países pueden ir al ritmo planteado”) en reacción al Brexit. Consistiría en la recentralización de competencias y recursos para blindar los privilegios de un club restringido de países (centroeuropeos y nórdicos). Se trataría así de una estrategia dual, federal para los países de la primera velocidad -no por ello menos neoliberal-, así como disciplinaria y subordinante económicamente para los que vayan “más despacio”. Tendría como bases teóricas el Informe de los 5 presidentes, en una versión excluyente para el cinturón de países periférico. Como base material contaría con el conjunto de acuerdos e instrumentos financieros fuera de los Tratados, con acuerdos intergubernamentales, levantados desde hace años (MEDE, Plan Juncker, Plan de inversión exterior, etcétera). En suma, una UE a varias velocidades, competencias y recursos desiguales, y fórmulas de adhesión y jerarquía a varias escalas.
Una segunda tendencia se orienta al repliegue nacional. Aquí cabe señalar formulaciones muy distintas. Una tendencia de blindaje proteccionista, conservador y soberanista, para si acaso establecer lazos bilaterales a la carta en la que el país pudiera establecer otros vínculos, dentro de su pleno control. Aquí podemos encuadrar la emergencia de algunas fuerzas reaccionarias tanto en centro Europa como en el Este. El hermano rebelde de las clases dominantes, la extrema derecha, si triunfa en algún país puede reproducir el esquema del Brexit, pero suponemos que nada impedirá que puedan formar otro bloque de países en el proceso de desglobalización parcial en el que estamos incursos.
3. Una Europa con un sujeto europeo por construir. ¿Qué hacer contra el populismo reaccionario y contra el establishment?.
Cabría también hablar de varias posiciones de izquierda, que confrontan con el modelo de la UE.
La primera para negociar reformas paneuropeas que hicieran valer un, a nuestro juicio improbable dada la naturaleza del proyecto, modelo alternativo dentro de una UE y un sistema euro revisados.
La segunda, una opción de salida del euro y soberanista popular para retomar el instrumental del Estado Nación -política monetaria, fiscal y de gasto-, para reestablecer relaciones bilaterales con quien se desee, en unos términos que no se han desarrollado en el debate.
La tercera, la que apostaría, mientras no se modifiquen los Tratados, por redefinir y reconstruir los lazos a escala supranacional con aquellos conformes no con las “velocidades”, sino en un rumbo común y alternativo; lo que podría suponer una estrategia de desobediencia de los Tratados y políticas europeas, para tratar de emprender una política autónoma y progresista abierta a cooperar y converger realmente con otros pueblos formando una confederación o federación nueva de países que llevarían a cabo una política comercial justa y cooperativa, una política redistributiva fuerte, y un cambio de modelo productivo y una política de inversión socioecológica común, sin descartar la formación de una nueva moneda cuando se presenten las condiciones.
Estos últimos discursos, en un pueblo europeo que apenas habla de Europa salvo como mito o como fantasma, cobran cuerpo, dentro de una escasa difusión, en iniciativas como las del Plan B, Diem 25 y otras, aún con una perspectiva muy focalizada en los réditos electorales que puedan recabarse a nivel nacional.
Sin embargo, la coherencia práctica del discurso y su acogida consecuente por la población dependen de la construcción de un sujeto que está por construir. Un sujeto que difícilmente se reconocerá mientras se conforme a escala de la comunidad nacional exclusivamente. De hecho, se trata de un sujeto que sólo puede desarrollarse mediante una “solidaridad entre desconocidos”, tal y como suscitó en su día Daniel Bensaid. El capital es global, y opera a nivel de grandes mercados continentales al menos, mientras que los sujetos subalternos se fragmentan y apenas actúan a esa misma escala. Ese sujeto no puede confundirse con grupos que viajen haciendo turismo revolucionario -aunque la coordinación internacional lo haga necesario-, o que simplemente representa a organizaciones partidarias, pues ha de enraizar en las clases populares y trabajadoras en cada país. Ese sujeto, esa subjetividad antagonista expresada materialmente en prácticas, organizaciones y medios de comunicación comunes, sólo puede labrarse mediante experiencias comunes con propuestas compartidas frente a un adversario común.
Pero para ello, las fuerzas políticas deben comprender e identificar que parte de los problemas experimentados por cada población son comunes y de posible abordaje colectivo. Y no son pocos esos problemas, aunque su expresión sea asincrónica: el desarrollo de un mercado lucrativo oligopólico donde grandes corporaciones operan a escala transnacional contra los derechos de los pueblos y la naturaleza; la degradación y la naturaleza explotadora y antidemocrática de la relación salarial; el retroceso de la protección social y los servicios públicos, entre otros. Es ante este desafío donde se presentan las oportunidades para la solidaridad económica internacionalista, proyectos de convergencia real, de cooperación y de inclusión y reconocimiento de la diversidad entre pueblos iguales y distintos. Y, certeramente, esas políticas coinciden con un perfil: pueden desarrollarse tanto hacia dentro como hacia fuera, sin contradecirse, pero que poniéndose en marcha de manera coordinada serán más eficaces políticamente. No se trata de problemáticas y soluciones de a primera vista, pero, sea como fuera, son las únicas capaces de superar todo aquello que nos aqueja.
Mientras ese sujeto se conforma, primero en aspiración -reconociendo el fuerte retroceso para lo que refiere ese horizonte-, para dar pie luego a formas de organización práctica concreta, resulta también clave abordar un debate. Estamos ante un nuevo panorama, una refundación austeritaria y excluyente de la UE -abanderada por el establishment-, al mismo tiempo que la emergencia rebelde de populismos reaccionarios. A pesar de la tensión que guardan ambas líneas, no son incompatibles entre sí pudiendo tomar lugar de varios modos. Sea bien con la asimilación del ideario de la extrema derecha por parte del establishment para conservar electorado, sea bien con el liderazgo directo de la derecha radical si se suman gobiernos en esta clave.
Y nos preguntamos, ¿cuál es la vacuna contra el populismo nacional autoritario?. Sin duda alguna, la defensa de la democracia y el empoderamiento popular resultan fundamentales al librar esta batalla. Debemos comprender que la emergencia del “hermano rebelde de las élites” es fruto del fracaso de la política del “extremo centro” (como diría Tariq Alí), del establishment. Es contra este eje donde debemos focalizar nuestros esfuerzos. Así, cabría leerse como la extrema derecha deviene tanto un intento de reafianzar los intereses de las burguesías nacionales (no tanto como las transnacionales) integrando a las clases populares nacionales, siendo ante todo fruto del fracaso de otros (neoliberalismo y socialdemocracia). Coyunturalmente la UE expresa una debilidad. Por tanto, en este momento político debemos aprovecharlo, antes que las clases dirigentes reafirmen su nuevo proyecto si resuelven sus diferencias.
La extrema derecha bebe de la ilegitimidad de las políticas de las grandes coaliciones, del fracaso de la socialdemocracia para con los intereses de la mayoría, pero se sostiene políticamente apoyándose en viejos prejuicios, a lo que suma oportunistamente algunas propuestas de la vieja izquierda nacional para legitimarse. Naturalmente, si se aupara el populismo autoritario y xenófobo con el poder debiéramos enfrentarnos directamente con ellos. Pero la clave consiste en orientarse a sus bases sociales, las clases trabajadoras, y otros sectores populares afines, con una política impugnatoria y alternativa incluyente y democrática, precisamente volcando toda nuestra iniciativa política contra los regímenes, como el nacido en la transición española, y contra el propio establishment europeo.
La alternativa pasa por levantar un proyecto supranacional solidario, que ponga en común los problemas de los diferentes sujetos populares de cada país, para encontrar soluciones compartidas y cooperativas, contra un adversario en declive. Para eso, hagamos compatibles la agenda política de las fuerzas del cambio dentro de cada Estado, enfatizando aquellos puntos que son de común interés para los pueblos de Europa (o de cualquier continente que los comparta) para actualizar, en suma, una nueva política de los comunes radicalmente democrática tan capaz de potenciar la soberanía popular como el hermanamiento internacionalista de los pueblos.
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