Las contradicciones de Joe Biden

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¿Por qué deja impune al asesino Mohammed bin Salman?

Nota edición: La impunidad dada al asesino de Khashoggi por el gobierno de Biden es la expresión de la degradación moral que está acompañando la decadencia de un Imperio.

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El gobierno de los Estados Unidos tiene evidencia de que Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudí, mandó matar a Jamal Khashoggi, pero contra todo sentido de justicia ha dicho que no castigará al asesino.

Jamal Khashoggi era un periodista saudí exiliado que escribía para el diario The Washington Post artículos críticos sobre Mohammed bin Salman. El periodista fue asesinado en octubre del 2018 en el consulado de Arabia Saudí en Estambul. El crimen desató la indignación internacional por su brutalidad, pero Mohammed bin Salman fue protegido por Donald Trump y rehabilitado de nuevo hasta el punto que eligieron a Ryad como sede de la reunión del G-20. Ahora la desclasificación de un documento secreto de la inteligencia estadounidense confirma lo que se suponía: que Mohammed bin Salman había enviado sicarios a Estambul para matar al periodista.

Lo que ha llamado la atención no ha sido el asesinato. Ha sido que Biden, en vez de actuar conforme a los hechos, dejara impune al asesino. Era una bofetada a los defensores de los derechos humanos a los que había prometido actuar contra los perpetradores. Agnès Callamard, la relatora especial sobre ejecuciones extrajudiciales de Naciones Unidas, dijo en Ginebra: “Para mí es una decisión extremadamente peligrosa por parte de Estados Unidos”. La impunidad daba rienda suelta al príncipe heredero para seguir eliminando disidentes como ha hecho hasta ahora.

Khashoggi fue asfixiado con una bolsa de plástico y descuartizado para esconder el cadáver. Lo hicieron con una de esas sierras que usan los forenses para cortar huesos. Su novia, Hatice Cengiz, que le acompañó hasta la entrada del consulado y que nunca más lo volvió a ver, sigue reclamando su cadáver. Hatice Cengiz ha pedido públicamente a Biden que castigue a Mohammed bin Salman por su crimen. “La verdad ha sido revelada, pero eso no es suficiente”, ha dicho.

Ahora sabemos que Joe Biden ha hecho público el informe no para arreglar cuentas con la justicia o los derechos humanos, lo ha hecho por interés político, presionado por el ala izquierda del partido. La necesitaba para sus ambiciones políticas personales, como necesita a Mohammed bin Salman para las imperiales.

En la decisión de Biden puede que haya cinismo y el conocido doble rasero. Todos sabemos que hubiera sido distinto si Mohammed bin Salman en vez de ser su socio hubiera sido su enemigo. Pero la decisión tomada expresa algo mucho peor que la hipocresía: que un Imperio necesita el crimen para gobernar. Los Imperios fuera del centro funcionan con monarcas y generales, con dictadores, no con democracias que respetan los derechos humanos, como muestra la historia del colonialismo.

Durante la campaña Biden hizo concesiones que contrastaban crudamente con su pasado a favor de la guerra en Iraq y Yemen y los intereses de la industria militar. Llamó al régimen de Arabia Saudí un “paria”. Prometió poner fin a la política de Trump de pasar por alto las violaciones de los derechos humanos para preservar los empleos de la industria militar. Acabar con la guerra de Yemen. Recuperar los derechos humanos como valores de la política exterior. No tenía otra opción para derrotar a Trump que apelar a los votos de la izquierda, sin ellos no hubiese ganado.

Lo que ocurre es que Washington tiene tantos intereses en juego que no puede abandonar una alianza que necesita; aun sabiendo que su socio es un brutal asesino. Sus manos están atadas al crimen. Mohammed bin Salman lo sabe y encarcela y mata a quien se le pone en su camino hacia el poder, tiene las espaldas cubiertas. Lo que pretende Biden “es recalibrar el “compromiso” con Arabia Saudí, ha dicho Jen Psaki, el secretario de prensa de la Casa Blanca. Una alianza que se remonta a hace 60 años y que está resultando difícil de reemplazar a pesar de su coste político.

La derrota en Iraq y Afganistán mostró el declive de la dominación imperial de Estados Unidos en Oriente Medio. El Presidente George W. Bush movilizó billones de dólares y miles de tropas para nada. Su proyecto neocolonial de remodelar la región territorialmente, institucionalmente y económicamente fracasó por la resistencia de la gente ordinaria que por millares tomaron las armas en Siria, Iraq o Yemen contra lo que ellos consideraron una agresión externa.

En Estados Unidos, una vez pasó el furioso patriotismo que generó la destrucción de las torres gemelas en Nueva York, votaron a Obama-Biden para gastar en infraestructuras lo que estaban gastando en guerras. Estados Unidos poco a poco, sin mucho ruido para ocultar la derrota, empezó su repliegue militar de la región; un repliegue que ha continuado Trump. Obama y Biden solo encontraron como solución a la derrota recurrir a operadores. Los encontraron en Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Obama veía a Mohammed bin Salman útil por su petróleo, vigor y juventud. Trump lo veía además como un amigo con quien se podían hacer negocios. Mohammed bin Salman veía a Estados Unidos como el guardián que necesitaba para defender a Arabia Saudí de cualquier agresión externa.

La guerra de Yemen ha sido el laboratorio de esta nueva política. Mohammed bin Salman, Mohammed bin Zayed y Barack Obama se reunieron en Washington semanas antes de la guerra. Estados Unidos se comprometió con la misma. Aceptó vender armas sofisticadas a Ryad y Abu Dhabi, abastecer de combustible en vuelo a sus aviones militares, y suministrar asesores y servicios sofisticados. A cambio Ryad incrementaba sus encargos a las fábricas del complejo industrial militar, conservando cierta autonomía política. Por supuesto la democracia y los derechos humanos que reclamaba Obama a Irán no entraron en el trato.

El resultado ha sido desastroso. No pueden ganar la guerra en Yemen y Estados Unidos ha contribuido a forjar el peor desastre humanitario conocido en décadas. En Arabia Saudí las ejecuciones, torturas y encarcelamientos se han sucedido incluso con amigos de Estados Unidos. En Yemen, Emiratos construyó cárceles clandestinas donde se torturaba, se asesinaba y se desaparecía a personas. Las cosas han ido tan mal que no hay cómo creerse que a Estados Unidos les importan los derechos humanos cuando están en juego sus intereses. Biden necesita meter en cintura al Príncipe, pero no está claro que Mohammed bin Salman esté por la labor.

Ilhan Omar, una activista, representante demócrata de Minnesota adscrita al ala izquierda, ha dicho: “Si los Estados Unidos de América verdaderamente apoyan la libertad de expresión, la democracia y los derechos humanos, no hay razón para no sancionar a Mohammed bin Salman”, pero me temo que Joe Biden está atrapado en las contradicciones que con Obama ayudó a crear. La impunidad dada a un asesino es la expresión de la degradación moral que está acompañando la decadencia de un Imperio.

Mark Aguirre

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