Los condenados de la tierra

En Ojinaga, Chihuahua, el presidente López Obrador aseguró: Acabamos de pasar una crisis porque nuestros vecinos amenazaban con cobrar impuestos a las mercancías que se producen en México y se venden en Estados Unidos. Fue una crisis, así lo sostengo, pasajera, transitoria.

No caímos en la trampa de la confrontación porque no queremos pelearnos con el gobierno de Estados Unidos, mucho menos nos vamos a pelear con el pueblo de Estados Unidos. Afortunadamente hubo un arreglo, porque iban a entrar en vigor esos aranceles, esos impuestos, el lunes [10 de junio].

El Presidente busca así tranquilizar a sus audiencias, pero no es posible tapar el sol con un dedo; la crisis con Estados Unidos no fue, está en estado de latencia amenazante, y la confrontación puede ser inevitable, aunque no la queramos. En 45 días de plazo, para satisfacer a Trump, no tendremos otro país ni una circunstancia migratoria muy diferente de la actual. Más aún, podemos tener una situación peor a la actual si los números de los migrantes continúan creciendo como en esta primera parte del año, de cara a una frontera hiperporosa si las hay, mientras los incidentes y tropiezos con los derechos humanos se multiplican por todo el país.

Nos veremos en la necesidad imperiosa, en ese caso, de enfrentar nuevamente los bufidos taimados de Trump, que en ese momento estará en plena precampaña con rumbo a las primarias presidenciales a celebrarse durante el primer semestre del año venidero, y en trayecto al martes 3 de noviembre de 2020, fecha de la elección presidencial de Estados Unidos. Es un plazo de casi año y medio durante el cual Trump probablemente estará buscando votos a costa de México. Si así fuera, al menos parte de la mejor política exterior es interior y eso requiere mucha información y explicación del Presidente a todo tipo de aliados internos posible, no tranquilizantes. Será imprescindible, además, mucha política exterior sans phrases.

El problema es planetario y es preciso meternos de cabeza en ello. Andrés Manuel López Obrador sabe bien que el origen de las migraciones masivas de este siglo se originan en la atroz desigualdad existente a escala mundial y la exclusión social a que da lugar. Si un caso resulta intensamente vívido es el acelerado crecimiento reciente de las inmigración venezolana a México: el imperio gringo acogota implacable, ferozmente a Venezuela, se dispara por tanto la emigración a México (y a otros países) y Trump exige que la paremos: no hay manera más cínica de usurpar la verdad de los hechos.

Antiguos y neoliberales procesos planetarios de expoliación de los pueblos están en la raíz de la privación profunda y la indigencia aterradora de la periferia de los núcleos imperialistas del sistema. Esos centros hoy están bajo el acoso de los migrantes del mundo e irán al alza impulsados por la desesperación, por el hambre, por el escape de la violencia, de la anomia, del yermo social que padece el no ser de los condenados de la tierra.

Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2017 el número de migrantes alcanzó la cifra de 258 millones, frente a los 173 millones de 2000. Es una fracción menor de la población mundial, pero constituye una enorme marea humana: dos veces México. Tanto es así que en todas partes suscita conflictos agudos, posturas supremacistas, terror a los extraños, encarnizadas políticas de repudio inhumano.

La cruzada en favor de los migrantes está en todas partes y una de ellas es México. Mirémonos junto a los demás, acerquémonos a todos los posibles aliados. México tiene herramientas jurídicas para esgrimirlas a Estados Unidos, a la ONU, la OMC, al menos, pero la ley a Trump le vale un cacahuate. Podemos también, como adujo la secretaria Graciela Márquez: Trabajar en una lista de retaliación [represalia], una lista que nos permitiría responder con medidas arancelarias esa imposición de 5 por ciento primero, 10 por ciento después y así hasta 25 por ciento de aranceles. Pero, ¿cuánto tiempo podemos soportar una guerra comercial con Estados Unidos? No se pierda de vista: toda guerra la gana no quien tiene la razón, sino quien tiene la fuerza.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) define a un migrante como cualquier persona que se desplaza o se ha desplazado a través de una frontera internacional o dentro de un país fuera de su lugar habitual de residencia independientemente de: 1) su situación jurídica; 2) el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; 3) las causas del desplazamiento, o 4) la duración de su estancia; todo migrante debe recibir la protección de los derechos humanos, reclama la OIM.

Un nueva lucha por la ampliación de esos derechos debe vivir en un futuro cercano la mayor parte del planeta, a la luz de la gran ola migratoria que continuará arribando a las playas y fronteras de los países desarrollados y, sin serlo, también a nuestras tierras. Un nuevo capítulo sobre derechos humanos sustentado en el desarrollo socioeconómico de las tierras del Sur; la de los marginados de siempre por los poderes de expoliación de los centros imperiales.

José Blanco

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