Los niños migrantes caminan…

Los niños migrantes ondulan el tiempo y el espacio y viven sin localización, ni reposo. Enloquecen sin saber que son rastro antiguo de un objeto arcaico que representa la soledad. Dolor que se turna tensión, presente y ausente, y adquiere la categoría de omnipotente al contemplar y crear fantasías de completud en un lugar, sólo fantasías, sin dejar de estar.

Concreción única y singular en que todo parece recrear intuitiva, naturalmente, sin que se percibiera la pintura delatora de una posibilidad de elaboración. Sólo asaltos, penumbras, emboscadas. Cuadro vivo, vida misma, muerte al revés.

Esto no lo debería escribir, pero ya estaba escrito en el cuerpo. Nacer para vivir el dolor. Estricto lenguaje en que claramente se advierte presencia de desarraigo, ausencia de calor y llanto tembloroso.

Cómo no temblar. Nostalgia genuinamente desinhibida de una escritura sonora e inconfundible canto ranchero melancólico que abraza el frío, rescoldo de la carne, luz aparente fuego, pero a su vez sombra, oscuridad, angustia, desesperación.

Memoria central ancestral, cuyo origen es el no origen. Rescoldo de pasión. Necesaria fusión de cuerpos. Ilusión que eterniza, mientras el ímpetu del congelamiento matutino singulariza, hasta abrirse paso y traspasar las barreras de lo inconsciente que limita.

Singularidad que puede parecer frivolidad, aberración que desconcierta, mirada de misterio, extravío que busca en la memoria imágenes, huellas, que se difieren. Curiosidad lanza hielo. Hielos que son llamas interiores. Volcán desbordado amenaza de muerte.

Caminar que ilumina con claridad de sol por el dolor que transmite, sujeto al trágico vacío de la separación, que se transforma en deseo de unirse. Carne que fue de madre, luz y sombras. Palabras que no han nacido, articulación que no es grito, ni discurso, dolor estremecedor que rasga el vientre como herida de siete cuchillos.

Caminar que es transito del lugar al espacio y al tiempo, más allá de la realidad.

Triángulo hundido en más huellas que no tienen final y tornan los deseos insatisfechos y envuelven fantasías crueles e infinitas que impiden la satisfacción.

Consuelo en entrañas distendidas como arcos de violín en espera de ternura. Sólo ilusión que los niños ingenuamente quieren eliminar en repetición circular.

Espera anhelada e imposible. Los niños no acompañados caminan por las carreteras…

José Cueli

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