Los nuevos paradigmas en Cuba

En los años noventa, en medio de la llamada crisis del marxismo, entraron a Cuba los nuevos paradigmas científicos que venían revolucionando el pensamiento científico universal de la segunda mitad del siglo XX: complejidad, bioética global y el ecológico, u holismo ambientalista.

Cual corriente de aire fresco vinieron a hinchar las velas del pensamiento en aquellos momentos en que se derrumbaba el muro del modelo único de socialismo de Estado y se abrían las puertas a otros modos de pensar, prohibidos o menospreciados durante la férrea hegemonía del marxismo-leninismo (M-L) estalinista.

Al inicio, muchos adoptaron ante ellos las posturas ignorantes y soberbias que William James caracterizó cuando dijo que ante una idea nueva hay tres reacciones: primero, “es un absurdo”; luego se dice, “quizás”; y finalmente, “todo eso ya lo sabíamos”. Tampoco ayudaba a su recepción el dogma de considerar al M-L como el sumun del conocimiento humano, ante el cual solo cabía la reverencia y el credo.

Las cosas empezarían a cambiar cuando destacados filósofos cubanos, como Carlos Delgado y Pedro Luis Sotolongo, se convirtieran en apóstoles del pensamiento complejo. Sus cursos, publicaciones y capacidad de convencimiento serruchaban el piso a los viejos clichés enquistados en las mentes de colegas y alumnos tras años de tradición “manualesca” y pseudocientífica. A esto favorecía el que padres fundadores de la complejidad, como Edgar Morin, declararan a Marx no solo como una de sus fuentes nutricias, sino como un antecesor directo.

Fueron muchos los que se sintieron (nos sentimos) prestos a incorporarse a la creación del nuevo modelo cultural que se preconizaba, como parte de una tarea global que se desarrollaba a nivel de conciencia planetaria y donde Cuba se imbricaba de manera natural, fluida y a tiempo. Pero el M-L no estaba dispuesto a ceder su monopolio tan fácilmente. Soportó a pie firme las embestidas, se replegó y volvió por sus fueros con energías renovadas, al punto de que, veinte años después, continúa hegemonizando la enseñanza de la filosofía en la escuela cubana, sin excluir a las universidades, tanto en el pre como en el postgrado.

Realmente no es de sorprender que esto haya ocurrido, porque los nuevos paradigmas, con su revitalización del pensamiento dialéctico en las circunstancias de globalización y crisis ambiental, atacan las bases de los viejos esquemas mecanicistas que están en los fundamentos del socialismo de Estado de origen estalinista. Cosa que no puede ser del agrado de los ideólogos de la continuidad del modelo a toda costa y a todo costo.

Ocurre que en el esquema marxista-leninista se cree en la certeza de que la historia es un proceso lineal que marcha de manera inevitable hacia el futuro comunista. El mito del paraíso futuro de los trabajadores –común a todos los utopistas y demagogos— se presenta como un principio universal. Estos paradigmas nuevos, donde se acepta el azar, la incertidumbre y los múltiples escenarios probables, hacen tabla rasa de aquellas antiguas creencias decimonónicas.

Tampoco aceptan el principio, tan querido a la gobernabilidad burocrática, de la recuperación del todo a través de sus partes. Al considerar una falacia que lo complejo pueda ser simplificado a sus partes integrantes –como cualquier asunto complicado— exigen darle respuestas complejas, holísticas, a los problemas de la sociedad y el pensamiento.

Nada más lejos de los intereses burocráticos que añoran con cambiar lo menos posible para no afectar los fundamentos de su hegemonía con las transformaciones radicales del escenario actual. En Cuba, consideran que pueden limitarse los cambios a la esfera económica, ocultan o minimizan los sociales y cierran filas ante cualquier transformación del status quo político.

Enfoques que privilegian la aceptación universal de la tolerancia, la ética de la comprensión y el diálogo democrático tienen que sonar subversivos e inaceptables a una ideología teorizada que se considera superior a las demás y única depositaria del saber verdadero. Por eso, aunque la UNESCO haya publicado como contribución al debate internacional sobre la forma de reorientar la educación hacia el desarrollo sostenible el clásico de Edgar Morin Los siete saberes necesarios a la educación del futuro (1999), su empleo brilla por su ausencia en las carreras pedagógicas y sociohumanísticas de las universidades cubanas.

En cambio, se sigue haciendo hincapié en las leyes y categorías de la dialéctica hegeliana y otros esquemas mentales de la época de los grandes discursos totalizadores del XIX. Hoy, la promoción de los nuevos paradigmas ha de ser un deber y una prioridad de la escuela cubana, en particular de las universidades, si de veras se aspira a desarrollar en las nuevas generaciones un pensamiento crítico, creador y capaz de contribuir a presentar propuestas exitosas para solucionar los problemas actuales de Cuba y el planeta de manera democrática y sostenible.

Mario Valdés Navia

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