Lula y la segunda ola progresista en América Latina

En un siglo que ha estado -y seguirá estando por mucho tiempo– marcado por la disputa geopolítica entre el intento de Estados Unidos por mantener su hegemonía y el ascenso chino, acompañado por Rusia, América Latina y el Sur Global ocupan un papel central debido a la riqueza de los bienes comunes de la naturaleza, objeto de deseo y codicia del “capitalismo verde”. Controlar políticamente este territorio implica un fácil acceso a productos agrícolas, minerales e hidrocarburos convertidos en commodities. 

Además, la primera ola progresista, que comenzó con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, se caracterizó por una política de integración regional y soberanía geopolítica que apartó al continente de ser un satélite de las políticas estadounidenses, con énfasis en la fundación de Unasur y Celac, reduciendo el poder tradicional de la OEA, y recuperando a Cuba del aislamiento político impuesto por EE.UU.

Por esa razón, la segunda década del siglo XXI estuvo marcada por una contraofensiva de Estados Unidos al apoyar, pública o discretamente, movimientos para debilitar y derrocar a estos gobiernos independientes y orgullosos, aunque jugaran dentro de los límites de las instituciones capitalistas y con programas reformistas. Así, en el continente se utilizaron diferentes tipos de actos antidemocráticos, como golpes parlamentarios (Paraguay y Brasil), golpes militares tradicionales (Honduras), guerras híbridas (Venezuela y Bolivia) y el uso constante e intensivo del lawfare por parte del poder judicial y parlamentos e industriales, dado el grado de subordinación de las élites locales en América Latina.

De esta manera, la “segunda ola” surge en un escenario de correlaciones de fuerzas externas e interna menos favorables. Y como bien saben los presidentes de Chile y Perú (Gabriel Boric y Pedro Castillo), las victorias electorales no son necesariamente victorias políticas en su totalidad. En común, los nuevos gobernantes llegaron al poder con alianzas complejas, jóvenes o muchas veces frágiles, algunas de ellas con sectores de derecha, como la propia candidatura de Lula. Las alianzas que desde su origen se forman débilmente o no lo hace en torno a los programas conllevan tensiones y contradicciones entre las distintas fuerzas sociales que las componen.

También hay contradicciones que la “primera ola” progresista no supo superar, como recordaba el intelectual cubano Fernando Heredia: todos los avances son reversibles; el capitalismo mundial es hipercentralizado, financiarizado, parasitario y destructivo, y solo puede vivir si sigue siendo así; y, la explotación y dominación de América Latina son dos aspectos necesarios para el mantenimiento del imperialismo estadounidense.

Por tanto, Lula se encontrará con un escenario muy diferente al que dejó al final de su segundo mandato y, no por casualidad, su elección despertó expectativas y esperanzas en todo el continente. Además, el PT, Partido de los Trabajadores de Brasil, tiene en la actualidad un escenario de devastación interna y desmantelamiento del Estado, en absolutamente todos los ámbitos, con una recesión mundial en el horizonte y el regreso del país al Mapa del Hambre. Todavía se desconoce el grado de resiliencia de la oposición de extrema derecha movilizada por los restos del bolsonarismo en cuarteles y uniformados, pero los actos del 8 de enero de 2023 apuntan a una oposición activa, utilizando todos los métodos posibles. Y, aun sin contar con el apoyo del gobierno de Bolsonaro, queda la pregunta de cuál será el comportamiento de la extrema derecha mundial en los territorios de América Latina, ya que está altamente internacionalizada, ideológica y financieramente.

El nuevo gobierno brasileño enfrenta la perspectiva de una crisis económica global y la urgencia de enfrentar la crisis climática. Y en ambos casos, es necesario construir alternativas que no penalicen a los más pobres y que no se entren en el marco ineficaz del “capitalismo verde”. Sin mencionar que Brasil y América Latina estarán permanentemente presionados para optar por la “coexistencia” con Estados Unidos o la opción de cooperación con China.

Internamente, la izquierda brasileña, al igual que sus pares latinoamericanos, aún enfrenta el desafío de comprender las profundas transformaciones en el Mundo del Trabajo en los países periféricos y los cambios en la configuración organizativa, cultural e ideológica de la clase trabajadora, tanto desde el punto de vista de la producción y del trabajo precario como desde el punto de vista de las diferentes manifestaciones que están surgiendo, como el avance del fundamentalismo religioso. Y, de nuevo y de forma permanente en los gobiernos de izquierda, la tensión entre el tiempo y los límites del Estado se enfrentará a la urgencia y necesidad de cambios estructurales reclamados por los movimientos populares. Aquí surge la necesidad de que el pueblo sea sujeto de transformaciones y choques, que comprenda estos límites no de forma pasiva, sino que pueda ser una herramienta para acelerarlos.

Finalmente, esta contradicción se acentúa por el hecho de que los procesos progresistas en América Latina suelen personificarse en la trayectoria de algunos de sus líderes. Lula, Cristina Kirchner y López Obrador son ejemplos de personalidades que van más allá de los límites de sus organizaciones y campos políticos, que asumen roles de voceros de los proyectos que representan, pero al mismo tiempo, pueden, colateralmente, substituir a las propias organizaciones en el diálogo con la población o ser ‘animados’ a conducir estos procesos individualmente.

Lo que tienen en común como horizonte la “primera” y la “segunda” ola progresista latinoamericana es la convicción de que, en este escenario de disputa geopolítica y crisis económica mundial, no hay soluciones individuales. Solo es posible situarse de manera soberana actuando en la cooperación regional, recuperando los mecanismos de integración y solidaridad, comportándose como un bloque cohesionado, partiendo, no del pragmatismo, sino de un proyecto histórico, de autonomía, independencia y soberanía política, alimentaria, energético y ecológico. Y, un proyecto, principalmente, apoyado en una organización permanente y la movilización popular.

Miguel Enrique Stedile

Miguel Enrique Stedile: Miembro de la coordinación del Instituto Tricontinental de Investigaciones Sociales.

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