Macri al desnudo

La foto de Mauricio Macri abúlico en la previa del debate es la que mejor lo describe. Se lo ve hueco como lo denuncia esa mirada. Deambula, no sabe si acercarse al pelotón de candidatos. Los demás ni le dan bola. Lo ignoran. Están reunidos en el otro extremo de la sala, alrededor de Alberto Fernández, inclusive los horrendos de José Luis Espert y José Gómez Centurión. Se decide tarde, tiende una mano indecisa que no llega a destino. Es otro Presidente de la Nación perdido en la neblina.

De todos los presidentes y vices, y más allá de otras virtudes y defectos, Raúl Alfonsín era un hombre inteligente, Chacho Álvarez también, Néstor y Cristina igual, como también lo es Alberto Fernández. Carlos Menem es un personaje aparte. No destacó por su inteligencia, pero tenía mucha astucia.

Fernando de la Rúa y este señor tienen un perfil parecido entre sí, como muñecos a cuerda. Fuera de su entorno se los ha visto aturdidos, confusos. Solamente se mueven con seguridad entre adulones y adoradores del poder.

El Macri que todos vieron el domingo estaba al desnudo. Pero era el de siempre, con la diferencia de que las otras veces, desde que está en la política, contó con la cubierta protectora de medios y periodistas que en un exceso de obsecuencia y servilismo han llegado a compararlo con Mandela, o con Gandhi.

No se percibe gran inteligencia en el sujeto. No se percibe interés por los temas de la política. No se capta detrás de sus respuestas una búsqueda inquieta, la preocupación por entender mecanismos, el tipo que buscó y leyó para entender. Repite frases hechas. Parece que tomara a la política como un capricho de niño rico.

Su fuerte, en todo caso, reside en la confianza de que el poder otorga superioridad, el poder en un sentido económico, la idea de que el pensamiento que pesa siempre es el del amo y no importa si los demás son más inteligentes o no. Y el que cree eso, desprecia el valor de la explicación y del entendimiento.

Con su derechismo acendrado, la actitud de José Luis Espert expresa que sabe más que Macri. En un sentido, Macri se parece más a Gómez Centurión con su formación militar cuadrada, rígida, incapaz de fluir, de aprender para refutar. La razón del amo tiene un parentesco con la razón religiosa. “Soy más inteligente porque mando”. Detrás de la palabra limitada y burda habría una inteligencia oculta, insondable, poderosa y divina.

En el debate del domingo quedaron muy expuestas las limitaciones de Macri. Y también su carga de maldad reprimida cuando explotó y habló de la “narcocapacitación” que iba a realizar Axel Kicillof. La misma maldad que ellos ocultaron con mucho cuidado a lo largo de estos años cuando la derivaban a través de los medios oficialistas que difamaron y atacaron, con acusaciones falsas también sobre narcotráfico y corrupción, a Cristina Kirchner y ex funcionarios del gobierno anterior, incluso a sus familiares, como Florencia Kirchner.

Raúl Alfonsín y Chacho Álvarez entraban en el formato civilizado que encaja con las capas medias que son las calificadoras de estos valores. Néstor ocultaba la inteligencia debajo de la astucia del caudillo. Discurría por ahí. A Cristina se la negaron principalmente por ser mujer. En el acto macrista de Barrancas de Belgrano, la señora copetuda decía que no creía en la inteligencia de Cristina, porque en realidad “recibe órdenes de Cuba y ya sabe quién”.

Gran parte de la sociedad no vio esas limitaciones por el blindaje mediático. Es la única explicación, pero no está completa porque ese blindaje tiene que tener receptores predispuestos, amigables a esa versión inteligente y buena de lo que no es ninguna de esas dos cosas.

El antiperonismo como cultura tiene esos receptores, incluso cuando es de izquierda. Actúan como sensores dormidos hasta que reciben el estímulo indicado. Hasta ese momento, muchas veces son personas amables y hasta solidarias, y después se transforman y adoptan una actitud parecida a la mujer copetuda de Barrancas de Belgrano.

El antiperonismo puede tener argumentos razonables. Pero está basado en gran parte en prejuicios discriminatorios hacia los pobres, sobre todo hacia los pobres en actitud de pueblo. Esos prejuicios convierten automáticamente al portador en derechista, lo lleva a ser funcional a cualquier proyecto de las clases dominantes.

Y esos prejuicios lo llevan indefectiblemente a comprar buzones. Para los demás siempre fueron buzones, pero ese prejuicio antiperonista, antipopular, le hará ver en el buzón un gran negocio y terminará convencido de la inteligencia del burro. Ojo, dentro del peronismo también hay antiperonistas. A través de las corporaciones de medios, el discurso hegemónico es un sembrador de prejuicios porque los prejuicios consolidan en el plano de la cultura y la política, la hegemonía de los poderosos en el plano de la economía.

Luis Bruchstein

Luis Bruchstein: Periodista argentino. Pertenece a la redacción del diario Página 12.

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