México cierra la cuarentena y estrena una nueva normalidad

Las calles de Ciudad de México comienza a abarrotarse tal como se temía aun cuando el gobierno capitalino mantendrá en rojo el semáforo epidemiológico por lo menos hasta el 15 de este mes.

El asunto es que el mexicano es paseante impenitente y 69 días de encerramiento les provocaba demasiada comezón en los pies, mientras que a otros los bolsillos vacíos por el ancho paréntesis en la búsqueda del dinero para el sustento del día a día les causaba angustia y fatiga.

Esas personas, y otras que sufren una claustrofobia de nuevo tipo, irrumpieron con ímpetu en calles y plazas apenas vieron abiertas las puertas virtuales de la jaula en las que el coronavirus Covid-19 convirtió a sus casas, donde por vez primera en su historia milenaria experimentaron la más larga y complicada convivencia familiar con más conflictos que ventajas.

El mexicano está hecho para el aire libre, aunque sea dentro de una atmósfera endemoniadamente contaminada y contaminante, que la hace menos irrespirable que la de Japón en su peor época de smog, como advierten autoridades que miden diariamente el ambiente en todo el país, pero en especial la capital y su zona conurbada.

Lo interesante de este arribazón popular a las calles de la zona metropolitana es que no se aprecia un fenómeno semejante a los de algunas ciudades europeas que la gente salió disparada a las calles para saturar tiendas comerciales, salones de belleza y bares.

No es el nudo gordiano descomunal que se formaba en el Eje Central antes de la llegada del intruso SARS-CoV-2 para cruzar desde el Paseo de Juárez a la calle Madero rumbo al Zócalo, una verdadera licuadora humana en la que miles de personas se estrujaban entre sí en ambos sentidos.

Por el contrario, la gente parece disfrutar a pleno pulmón el aire respirable del que la ciudad goza hace 70 días, sin las famosas concentraciones de partículas PM10 y PM2.5 ni la exageración de ozono y sus precursores compuestos orgánicos volátiles y óxidos de nitrógeno que taponean las vías respiratorias, espantan a los pájaros, cubren de un manto gris el cielo y ocultan los cerros.

Todo hace indicar que la contaminación ambiental regresará con todo su poder destructor dentro de pocos días, pero contraproducentemente los comerciantes establecidos y los informales, respirarán más profundo metafóricamente hablando, porque les vuelve la esperanza de salir del hueco financiero en el que los hundió el SARS-CoV-2.

Este 1 de junio cierra la cuarentena y con ella un mayo desastroso e inolvidable con más de 10 mil compatriotas muertos, pero abre al mismo tiempo una inocultable angustia hacia el futuro porque saben por experiencia que todo cambia y hay que acatar los cambios para no sucumbir a rebrotes y nuevas depresiones sociales y familiares peores que la recurva de un ciclón o un tornado.

La gente está ansiosa de que su megalópolis ingrese a lo que se le denomina la nueva normalidad, con todos los enormes riesgos, temores y fantasmas con los que deberán convivir a partir del primer día de junio de 2020, un año que la humanidad recordará per sécula seculorum como el más trágico de la época moderna.

Luis Manuel Arce Isaac

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