México – Maximato a la vista, analista

El Consejo Nacional del Morena efectuado el domingo 11 de junio no fue sólo un acto de trascendencia interna en el que lo que más abundaron fueron los llamados a la unidad por su presidente Alfonso Durazo, el dirigente del partido y los precandidatos mismos, engañosamente presentados como aspirantes a la coordinación de la defensa del régimen actual.

Como en los idos tiempos del PRI como partido de régimen, las líneas políticas decididas o impuestas internamente en el organismo electoral oficial trascienden a la vida política del país entero, habida cuenta de que se da por descontada su permanencia en el poder Ejecutivo para el próximo periodo, y también su probable mayoría en las cámaras del Congreso.

Así, más allá de las reglas para jugar en la dispareja y anticipadísima pugna por la candidatura al poder Ejecutivo en 2024, se configuraron en los acuerdos uno o varios escenarios para el sexenio que iniciará en ese año. Hay que resaltar que dichos puntos de consenso emanaron de los lineamientos que el presidente López Obrador les marcó la noche del 5 de junio a los precandidatos, dirigentes del Morena y gobernadores surgidos de éste, y que se plasmaron en el documento que Durazo leyó ante el órgano de dirección partidaria el domingo 11. Éste “[hizo] notar a los consejeros que la voluntad de López Obrador era que se aprobaran en sus términos los lineamientos que estaba por leerles”, reseñó el diario El País (https://elpais.com/mexico/2023-06-12/lopez-obrador-conduce-la-sucesion-en-morena-y-logra-la-promesa-de-unidad-de-las-corcholatas.html). “La presencia de López Obrador, invocada por Durazo, desactivó un intento de protesta que sucedió antes del inicio de la sesión”, cuando partidarios de Marcelo Ebrard recibieron a Claudia Sheinbaum con gritos que exigían “piso parejo”.

Entre los puntos de acuerdo, entonces, aparece el de que “El segundo y tercer lugar [en las encuestas que se aplicarán a población abierta en agosto y septiembre] podrán ocupar espacios relevantes tanto en la coordinación de la defensa como en la representación popular”. Concretamente, se habla de que quienes queden en esas posiciones tendrán un lugar asegurado en el Senado o la Cámara de Diputados, de los que asumirían la conducción, o cargos en el próximo gabinete presidencial. No es explícito, pero también podría ser la candidatura al gobierno de Ciudad de México, que seguramente Ricardo Monreal aceptaría gustoso.

Desde luego, los premios de consolación forman parte de la estrategia de unidad que buscará evitar las temidas rupturas entre los contendientes; pero desde ahora, con la misma anticipación que la mal camuflada lucha por la candidatura al Ejecutivo, se estarían perfilando los liderazgos en las cámaras, que probablemente quedarían así: Si Sheinbaum gana la presidencial, Ebrard sería líder del Senado y Adán Augusto (como gusta de ser llamado el ex secretario de Gobernación) de la Cámara de Diputados; y si el ex canciller obtiene la candidatura presidencial, Sheinbaum sería la dirigente de la Cámara Alta. Los otros participantes —Manuel Velasco y Gerardo Fernández Noroña— encontrarían un lugar en el gabinete de la próxima administración.

Como los aspirantes del Morena son los que en su momento el verdadero líder del partido, AMLO, fue señalando y a los que (sobre todo a Sheinbaum) ha mostrado apoyo, más los propuestos por los partidos aliados Verde y Del Trabajo, y como él mismo diseñó los lineamientos de selección y el pacto de “todos ganan algo”, resulta que a través de la presidencia de la República, las coordinaciones de las bancadas legislativas y quizás parte del gabinete presidencial, sería la voluntad del caudillo tabasqueño la que se estaría materializando y extendiéndose ultrasexenalmente.

En dos artículos publicados recientemente en el diario Milenio, Jorge Zepeda Patterson ha manejado ya una interesante hipótesis. Según ésta, el presidente estaría haciendo una “jugada maestra” dejando a su sucesor(a) “fortalecido con un equipo de operadores, designados de antemano”, lo cual, además de evitar rupturas y escisiones, permitiría un gabinete que incorporaría a los cuadros más aptos del obradorismo. Pero no sólo se trataría de los participantes en el proceso selectivo morenista; de hecho, ese gabinete transexenal se estaría configurando ya, según el columnista jalisciense, con la llegada de Alicia Bárcena a Relaciones Exteriores, “una secretaria no para 15 meses sino para los próximos siete años”, a la que hay que sumar ahora a Luisa María Alcalde Luján en Gobernación (y, más recientemente aún, agrego yo, a Marath Bolaños López en la Secretaría de Trabajo).

Zepeda desestima, empero, la posibilidad de que López Obrador pueda o quiera establecer un poder transexenal: “Justo —afirma— porque no pretende intervenir, desea dejar a la próxima administración lo más fortalecida posible”, ya que se “impone la noción de que lo que sigue no es un asunto de personas sino de proyecto político e ideológico”.

La coartada para la continuidad del poder es, desde luego, que la entelequia “Cuarta Transformación” es un proyecto nacional de largo alcance al que hay que “consolidar” garantizando su permanencia a pesar del cambio en el gobernante. La selección de los colaboradores es uno de los aspectos de la permanencia del régimen; ganar la mayoría calificada en el Congreso en 2024 y, desde luego, repetir el triunfo en la presidencia los otros. Este último objetivo parece hasta ahora no sólo posible sino casi seguro, aunque ninguno de los hoy aspirantes obtendría una votación semejante a la de López Obrador en 2018; la mayoría calificada en las cámaras, en cambio, puede ser mucho más difícil de lograr, prácticamente imposible. Pero eso ya se verá en su momento.

Sin embargo, es precisamente a esa capacidad de un mandatario de seguir teniendo los hilos del poder a través de funcionarios-políticos o legisladores-políticos cercanos a él, que le permiten acotar a su sucesor, a lo que según la experiencia mexicana se llama maximato. Esos políticos, en un país de régimen presidencial, no le deben sus cargos al presidente en turno sino al antecesor, y a éste mantienen su lealtad. El presidente mismo puede estar en ese caso. Recordemos cómo, entre diciembre de 1928 y junio de 1935 el “Jefe Máximo” de la Revolución Plutarco Elías Calles lograba controlar con sus adictos las cámaras del Congreso, el gabinete, los gobiernos estatales y las presidencias municipales más importantes. Para ello se sirvió del recién fundado Partido Nacional Revolucionario como estructura oficial electoral que él manejaba también.

No importaba, en esa época, dónde se encontrara el general Calles: en Cuernavaca, Sonora, Baja California o el extranjero, sus partidarios recurrían a él, con mucho menos recursos de comunicación que hoy, para consultarlo y recibir línea acerca de los temas políticos relevantes en el país. Sobre todo Pascual Ortiz Rubio (febrero de 1930-septiembre de 1932), siendo un gobernante electo por voto popular, fue un presidente acotado por su propio gabinete y por los callistas en el Congreso y los gobiernos de los Estados, que terminó derrotado y renunciando por su impotencia política.

Por mi parte, no tengo duda alguna de que las lealtades de Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López Hernández (“el hermano”) estarán siempre con López Obrador, lo mismo que las de muchos otros funcionarios, legisladores y dirigentes partidarios que a éste le deben su promoción a los cargos respectivos. Y el Morena podría seguir los pasos del PNR en ese aspecto, como el partido de régimen que ya es. Sólo Ebrard y, con mucho menos fuerza, Ricardo Monreal, tratarían de establecer linderos y buscar mayor autonomía con respecto del tabasqueño, mientras los externos negociarían las posiciones que les toquen.

Eduardo Nava Hernández

Eduardo Nava Hernández:Politólogo – UMSNH.

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