¿Normalidad o activación de la economía del bien común?

Nos encontramos ante un dilema que decidirá el futuro de la humanidad durante las próximas décadas (tal vez siglos): ¿Debemos regresar a la normalidad, o a destapar las chimeneas de millones de fabricas que matan (y enferman) a hombres, animales y plantas de todo planeta, entre los que se encuentran numerosas especies en vías de extinción? 

¿Debemos seguir talando la selva amazónica, el pulmón del mundo, que cada minuto pierde el equivalente a cinco campos de fútbol? ¿Es necesario seguir dependiendo del gas y el petróleo -cuando la mayor parte de la humanidad podría vivir gracias a la energía solar, hidráulica y eólica- o hay que agujerear la capa de ozono hasta que gritemos “no puedo respirar”?

Mientras los plutócratas que mueven la infernal maquinaria del capitalismo y la gente encadenada (inconscientemente o a la fuerza) “a la noria del burro, el palo y la zanahoria” exigen el regreso “a la rutina”, otras voces -cada vez más numerosas- piden un cambio histórico, el abandono del viejo modelo destructor y la activación de la economía del bien común.

El Covid-19 ha puesto en evidencia nuestras carencias y “nuestra errática forma de vida”. Hemos pasado de seres humanos que “aspiran a la sabiduría”, antiquísimo ideal griego, a consumidores (“felizmente sedados”) o competidores que persiguen el éxito social al precio que sea, aunque tengamos que poner grilletes a los parias que producen con salarios miserables “los superfluos lujos de la sociedad del bienestar”.

Gracias a ese virus -y al despertar colectivo que está provocando- nos encontramos también, “con desbordante lucidez”, entre la espada y la pared, y tenemos que tomar una decisión histórica.

¿Nos rebelaremos contra los amos que siguen cebando al toro del Wall Street para que la humanidad siga obedeciendo dócilmente y dejándose explotar con falsas promesas o plantaremos cara a los capataces que adoran al dios del dinero y nos arrojan migajas para que nos arrastremos y no mordamos la mano que nos da de comer?

Durante “el confinamiento”, que puede ser una oportunidad única para dar “el salto comunal”, (un paso de gigante de la especie hacia un mundo mejor) he tenido la ocasión de ver la serie noruega “Occupied” (Okkupert) que nos habla de un futuro distópico en el que las mafias  que controlan el negocio del gas,  petróleo, etc.,  hacen la vida imposible al Gobierno de Oslo porque decide eliminar la contaminación mediante una nueva fuente de energía limpia, que acabaría con los negocios de las compañías eléctricas y de todo el entramado corrupto que se enriquece con el oro negro y afines.

El ejecutivo de Oslo, consciente de la catástrofe que se viene encima, se propone desarrollar “el torio” (palabra que viene del dios Thor), una especie de energía limpia que acabaría devolviendo el aire puro y el mar cristalino a Gea (Gaya) nuestra madre, por lo que decide dejar de explotar los combustibles fósiles que nos están degradando moramente, y matando.

Los políticos de esa sociedad se ven repentinamente presionados, conminados, acosados, por Rusia, (que prácticamente secuestra al Gobierno noruego y ocupa los puntos estratégicos del país), y luego por la UE, que comparte los mismos intereses económicos que Moscú.

EEUU, que se autoabastece de gas y petróleo -y por ende sigue llenando los bolsillos de la variopinta piara billonaria, incluidos los cochinillos coronados de los reinos y emiratos de la media luna- permanece impasible y cantando el “money, money” que convierte a las ratas en dragones de carbón y fuego.

El mensaje está claro, “los fantasmas que mueven los hilos de la economía mundial (cuyo poder está muy infravalorado), van a poner las cosas muy difíciles a los hombres y mujeres de buena voluntad que aspiran a activar una economía del bien común con energías renovables, un reparto equitativo de la riqueza, justicia social y DDHH, manantial del que debería fluir la dignidad del hombre tal vilmente vejada en este mundo de perros.

La serie Occupied, que nos muestra el talón de Aquiles de las raquíticas democracias, está basada en una idea del escritor y músico noruego Jo Nesbo, una de las primeras espadas de la novela negra que se ha convertido en un superventas en varios países, incluyendo España.

Javier Cortines

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