¿Nueva guerra fría? (II)

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El gobierno de Joe Biden está resultando por ahora una continuidad del de Trump en algunas cuestiones fundamentales de su política exterior. Durante la administración del magnate inmobiliario, las relaciones con China sufrieron gran deterioro a consecuencia de la guerra comercial desencadenada contra Pekín, bajo la tramposa denominación de sanciones.

Sin embargo, en la retórica en relación con China y Rusia y, en algunas acciones concretas, vemos un endurecimiento del gobierno de Biden en comparación con el de Trump. Es cierto que el ex senador hizo que Estados Unidos regresara al Acuerdo de París sobre el clima, una promesa de campaña, y estuvo de acuerdo con la propuesta rusa de prorrogar el tratado New Start, dos pasos positivos. El primero, una contribución a la salud del planeta, cuya magnitud dependerá del grado de compromiso a que Estados Unidos esté dispuesto a llegar en la reducción de gases de efecto invernadero, de los que es el máximo emisor mundial en relación con su población; el segundo, un indudable aporte a la paz mundial al regular los arsenales estratégicos de ambas grandes potencias nucleares y propiciar un aflojamiento de la (alta) tensión internacional.

La presidencia de Biden, es cierto, recién se inicia, y enfrenta gravísimos problemas económicos y políticos internos, como el secular racismo estructural, la sensible caída del nivel de vida de la población en las décadas neoliberales, el deterioro acumulado de la infraestructura, el saldo trágico de una pandemia pésimamente gestionada y la imparable crisis migratoria en la frontera con México. Este cúmulo de asuntos pendientes podría explicar que no haya abordado todavía algunos temas de política exterior y revertido medidas extremas tomadas por su antecesor, como el reforzamiento salvaje de los bloqueos a Venezuela, Cuba, Irán, Siria y Corea del Norte, que califican de crímenes de lesa humanidad y contribuyen a agravar la tensión internacional.

Pero arguyendo problemas internos no puede dilatar por mucho tiempo el abordaje de estos y otros temas internacionales si, como constantemente proclama, se propone continuar ejerciendo un liderazgo internacional. A menos que intente conseguirlo por la fuerza, y ya no puede hacerlo, como era su costumbre hasta no hace tanto, sin pagar un alto precio. Precisamente, el problema principal de Estados Unidos es su crisis de hegemonía, y lo más recomendable sería que cambiara la fuerza por el diálogo como forma de evitar que la crisis se acelere y profundice rápidamente.

Pero no parece ser esa la dirección escogida, pues la administración de Biden ha hecho suyas algunas de las políticas agresivas de su antecesor. Ergo, el secretario de Estado Blinken está de acuerdo en la actitud más firme tomada por Trump hacia China, y aunque está en gran desacuerdo en cómo lo hizo en distintas áreas, cree que la base era la correcta. Hasta coincidió en una audiencia senatorial con la descocada calificación de genocidio de su antecesor Pompeo a la supuesta represión de China en la provincia de Xinjian. En algunos temas la administración de Biden parecería tender a exacerbar las políticas anteriores. Es el caso de Ucrania, donde el presidente de Estados Unidos expresó recién a su homólogo ucranio el apoyo inquebrantable ante la agresión rusa; también la abierta injerencia en los asuntos internos de Moscú al adoptar sanciones contra funcionarios rusos por el llamado caso Navalny y contra países que adquieren sistemas antiaéreos rusos S-400. No se diga su entrometimiento en el gigante asiático, al recalentar más los conflictos por Hong Kong, Taiwán y el Tíbet, territorios sobre los que Washington dice y hace como si no fueran parte de China. Estados Unidos, además, no tiene moral para erigirse en campeón de los derechos humanos cuando los vulnera constantemente en su territorio.

En una cuestión como el tratado nuclear con Irán, roto por Trump y que Biden se comprometió a restablecer, Washington se ha resistido a levantar el castigo económico a Teherán como paso previo a su reingreso. Más aún, pretende imponer medidas lesivas a la defensa de Irán como condición previa.

Es obvio que la Unión Europea y Reino Unido no defendieron en serio el tratado nuclear al retirarse Estados Unidos, además de que comparten gran parte de sus políticas respecto a Rusia y China. Tampoco han sido enérgicos ante una brutal violación estadunidense del derecho internacional, como es el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado sionista, actitud que será mantenida por Biden, lo que se erigirá en serio obstáculo a cualquier posibilidad de alcanzar una solución política del conflicto palestino-israelí. En estas actitudes europeas y británicas también se configura un escenario semejante al de la guerra fría. Sobre este tema hay mucho más que argumentar. Lo haremos pronto, pero nuestra siguiente entrega ha de centrarse en las elecciones del próximo domingo en Ecuador y Perú.

Ángel Guerra Cabrera

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