Osama Bin Laden: un guerrero de la CIA

[Este artículo se publicó originalmente en Septiembre de 2001.]

Unas pocas horas después de los ataques terroristas sobre el World Trade Center y el Pentágono, la administración de Bush concluyó, sin evidencia contundente, que «Osama Bin Laden y su organización al-Qaeda son los principales sospechosos». El director de la CIA, George Tenet, declaró que Bin Laden tiene la capacidad de planear «múltiples ataques con poca o ninguna advertencia». El secretario de Estado, Colin Powell, calificó los ataques como «un acto de guerra» y el presidente Bush confirmó en su mensaje a la nación transmitido por televisión esa noche que «no haría distinción entre los terroristas que cometieron estos actos y aquellos que los protegen». El ex director de la CIA James Woolsey señaló el «patrocinio estatal», dando a entender que uno o más gobiernos extranjeros eran cómplices. En palabras del ex consejero nacional de Seguridad Lawrence Eagleburger: «Mostraremos que cuando nos atacan de esta forma somos terribles en nuestra fuerza y en nuestra respuesta».

Mientras tanto, arremedando declaraciones oficiales, el mantra de los medios occidentales ha aprobado el lanzamiento de «acciones punitivas» dirigidas contra blancos civiles en el Medio Oriente. En palabras de William Saffire en The New York Times: «Cuando hayamos determinado razonablemente las bases y campamentos de nuestros atacantes debemos pulverizarlos (minimizando pero aceptando el riesgo de daños colaterales) y actuar abierta y encubiertamente para desestabilizar a los anfitriones nacionales del terror».

El siguiente texto delínea la historia de Osama Bin Laden, los vínculos de la jihad islámica con la formulación de la política exterior estadunidense durante la Guerra Fría y sus consecuencias.

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Guerra contra los ateos

El principal sospechoso de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, catalogado por la FBI como un «terrorista internacional» por su papel en los atentados contra las embajadas estadunidenses en Africa, el saudita Osama Bin Laden, fue reclutado durante la guerra afgano-soviética «irónicamente bajo el auspicio de la CIA para combatir a los invasores soviéticos».1

En 1979 «la más grande operación encubierta en la historia de la CIA» fue lanzada en respuesta a la invasión de la entonces URSS a Afganistán en apoyo al gobierno pro comunista de Babrak Kamal.2

Con el activo estímulo de la CIA y del ISI paquistaní (Inter Servicios de Inteligencia), quienes querían que la jihad se volviera una guerra global de todos los Estados musulmanes contra la Unión Soviética, unos 35 mil radicales de 40 países islámicos se unieron a la lucha en Afganistán entre 1982 y 1992. Decenas de miles más llegaron a estudiar en los madrasahs paquistaníes. Con el tiempo, más de 100 mil musulmanes radicales extranjeros estuvieron directamente influenciados por la jihad afgana.3

La jihad islámica fue apoyada por Estados Unidos y Arabia Saudita con un significativo donativo obtenido del comercio de la droga de la Golden Crescent (N. de la T.: la Media Luna Dorada, zona montañosa en Irán, Afganistán y Pakistán donde el opio se cultiva desde hace cientos de años).

En marzo de 1985, el presidente Reagan firmó la Directriz de Decisión de Seguridad Nacional 166… (la cual) autoriza una escalada en el apoyo militar a los mujaidines, y dejaba claro que la guerra secreta afgana tenía un nueva meta: derrocar a las tropas soviéticas en Afganistán a través de acciones encubiertas y propiciar su retirada. El apoyo estadunidense comenzó con un dramático aumento en el suministro de armas -hasta llegar a 65 mil toneladas en 1987- así como un ‘incesante fluir’ de especialistas de la CIA y del Pentágono a los cuarteles centrales secretos del ISI paquistaní para ayudar a planear las operaciones de los rebeldes afganos.4

La CIA, utilizando a la ISI paquistaní, jugó un papel central en el entrenamiento de los mujaidines, al que se integraron las enseñanzas del Islam: «Los temas principales eran que el Islam era una ideología socio-política integral, que el sagrado Islam era violado por las tropas soviéticas ateas, y que las personas islámicas de Afganistán deberían reivindicar su independencia derrocando el régimen izquierdista afgano impuesto por Moscú».5

La inteligencia paquistaní

El apoyo encubierto de la CIA a la jihad operó indirectamente a través del ISI paquistaní; esto es, la CIA no canalizó su apoyo directamente a los mujaidines. En otras palabras, para que estas operaciones encubiertas tuvieran «éxito», Washington tuvo cuidado de no revelar el objetivo principal de la jihad, el cual consistía en destruir a la Unión Soviética.

En palabras de Milton Beardman, de la CIA: «Nosotros no entrenamos árabes». Sin embargo, según Abdel Monam Saidali, del Centro para Estudios Estratégicos en El Cairo, el Al-aram, Bin Laden y los «árabes afganos» recibieron algunos «tipos de entrenamiento muy sofisticados avalados por la CIA».6

Beardman, de la CIA, confirmó que Osama Bin Laden no tenía conocimiento del papel que jugaba para Washington. En palabras de Bin Laden (citado por Beardman): «Ni yo ni mis hermanos vimos evidencias de la ayuda estadunidense».7

Movidos por el nacionalismo y el fervor religioso, los guerreros islámicos no tenían idea de que estuvieran combatiendo al ejército soviético en nombre del Tío Sam. Los líderes rebeldes islámicos en acción no tenían ningún contacto con Washington ni con la CIA.

Con el apoyo estadunidense, el ISI paquistaní desarrolló una «estructura paralela que ejercía un gran poder sobre todos los ámbitos gubernamentales».8 El personal del ISI estaba compuesto por oficiales militares y de inteligencia, burócratas, agentes secretos e informantes, calculados en 150 mil.9 Las operaciones de la CIA fortalecieron el régimen militar paquistaní dirigido por el general Zia ul-Haq:

Las relaciones entre la CIA y el ISI se volvieron bastante cálidas tras la remoción de Bhutto por el general Zia y el advenimiento del régimen militar… Durante gran parte de la guerra afgana, Pakistán fue más agresivamente antisoviético que el mismo Estados Unidos. Poco después de que los militares soviéticos invadieron Afganistán en 1979, Zia (ul-Haq) envió a su jefe del ISI a desestabilizar los Estados soviéticos en Asia Central. La CIA sólo estuvo de acuerdo con este plan en octubre de 1984… ‘La CIA fue más precavida que los paquistaníes’. Ambos, Pakistán y Estados Unidos, asumieron una postura decepcionante frente a Afganistán, siguieron una línea pública de negociar un acuerdo mientras en lo privado estaban convencidos de que una escalada militar era la mejor opción.10

El triángulo dorado

La historia del comercio de drogas en Asia Central está estrechamente relacionada con las operaciones encubiertas de la CIA. Antes de la guerra soviético-afgana, la producción de opio en Afganistán y Pakistán estaba dirigida a los pequeños mercados regionales. No había una producción regional de heroína.11 Al respecto, el estudio de McCoy confirma que en los años de la operación de la CIA «las tierras fronterizas entre Afganistán y Pakistán se volvieron el productor número uno del mundo, proveyendo 60% de la demanda estadunidense. En Pakistán, la población adicta a la heroína ascendió de casi cero en 1979… a 1.2 millones en 1985, un incremento más acelerado que en cualquier otra nación».12

Los activos de la CIA controlaban este comercio de heroína. En cuanto los guerrilleros mujaidines tomaban territorio en Afganistán, ordenaban a los campesinos plantar opio, como un impuesto revolucionario. Cruzando la frontera, en Pakistán, los líderes afganos y los cárteles locales bajo la protección de la inteligencia paquistaní operaban cientos de laboratorios de heroína. Durante esta década la agencia estadunidense de combate a las drogas (DEA) no logró en Islamabad arrestos ni detenciones importantes… Los oficiales estadunidenses se negaron a investigar a sus aliados afganos por tráfico de heroína ‘porque la política de narcóticos estadunidense en Afganistán fue subordinada a la guerra contra la influencia soviética aquí’. En 1995, Charles Cogan, ex director de la operación afgana de la CIA, admitió que la corporación había sacrificado la guerra contra las drogas para luchar en la guerra fría. ‘Nuestra misión era hacerle el mayor daño posible a los soviéticos. No teníamos ni los recursos ni el tiempo que invertir en una investigación al comercio de drogas… No creo que tengamos que ofrecer disculpas por ello. Toda situación tiene sus consecuencias… Hubo consecuencias en el tema de las drogas, sí. Pero el objetivo principal se logró. Los soviéticos dejaron Afganistán’.13

Después de la guerra fría

Al despertar de la guerra fría, la región de Asia Central no sólo es estratégica por sus extensas reservas petroleras. También produce tres cuartas partes del opio mundial, que representan ganancias multimillonarias en dólares a los cárteles empresariales, instituciones financieras, agencias de inteligencia y el crimen organizado. Las ganancias anuales del comercio de la droga de la Golden Crescent (entre 100 y 200 mil millones dólares) representan aproximadamente un tercio de las ganancias anuales mundiales en drogas, calculadas por las Naciones Unidas en 500 mil millones de dólares.14

Con la desintegración de la Unión Soviética, un resurgimiento en la producción de opio se ha develado (según los cálculos de las Naciones Unidas, la producción de opio en Afganistán en 1998-1999 -coincidiendo con el incremento de las insurgencias armadas en las ex repúblicas soviéticas- alcanzó un nivel sin precedente, con 4 mil 500 toneladas métricas).15

Poderosos cárteles empresariales en la ex Unión Soviética se aliaron con el crimen organizado y compiten por el control estratégico de las rutas de la heroína.

La amplia red de inteligencia militar del ISI no fue desmantelada tras el fin de la guerra fría. La CIA continuó apoyando a la jihad islámica fuera de Pakistán. Nuevas iniciativas encubiertas se pusieron en acción en Asia Central, el Cáucaso y los Balcanes. El aparato militar y de inteligencia paquistaní esencialmente «sirvió como un catalizador para la desintegración de la Unión Soviética y el surgimiento de seis nuevas repúblicas ex soviéticas en Asia Central».16

Mientras tanto, los misioneros islámicos de la secta wahhabi de Arabia Saudita se habían establecido en las repúblicas musulmanas así como en la Federación Rusa, infiltrando las instituciones del Estado secular. A pesar de su ideología antiestadunidense, el fundamentalismo islámico estaba sirviendo en gran medida a los intereses estratégicos de Washington en la ex Unión Soviética.

Después del retiro de las tropas soviéticas en 1989, la guerra civil en Afganistán no menguó. Los talibanes fueron apoyados por los deobandis paquistaníes y por su partido político, el Jamiat-ul-Ulema-e-Islam (JUI). En 1993, el JUI formó parte de la coalición gubernamental de la primera ministra Benazir Bhutto. Se establecieron ligas entre el JUI, el ejército y el ISI. En 1995, con la caída del gobierno Hezb-I-Islami Hektmatyar en Kabul, el régimen talibán no sólo instaló un gobierno islámico de línea dura, también «entregó el control de los campamentos de entrenamiento en Afganistán a las fracciones del JUI…»17

Y el JUI, con el apoyo de los movimientos wahhabi sauditas, jugó un papel básico en el reclutamiento de voluntarios para luchar en los Balcanes y en la ex Unión Soviética.

Jane’s Defense Weekly confirma que «la mitad del poder humano y del equipamiento de los talibanes se originó en Pakistán bajo el ISI».18 De hecho, parecería que tras el retiro de los soviéticos ambos bandos de la guerra civil afgana continuaban recibiendo apoyo encubierto a través del ISI paquistaní.19

En otras palabras, respaldado por la inteligencia militar paquistaní (ISI), que a su vez estaba controlada por la CIA, el Estado islámico talibán estaba en gran medida sirviendo a los intereses geopolíticos estadunidenses.

El comercio de la droga de la Golden Crescent también fue usado para financiar y equipar al Ejército Musulmán Bosnio (a principios de los noventa) y al Ejército de Liberación de Kosovo (KLA). En los últimos meses hay evidencia de que mercenarios mujaidines luchan en las filas de los terroristas del KLA-NLA en sus asaltos a Macedonia.

Sin duda esto demuestra por qué Washington ha cerrado los ojos al reino de terror impuesto por el régimen talibán, incluyendo la evidente derogación de los derechos de la mujer, el cierre de las escuelas para niñas, el despido de empleadas de las oficinas gubernamentales y la puesta en práctica de «las leyes Sharia de castigo».20

La conexión chechena

Los principales líderes rebeldes de Chechenia, Shamil Basayev y Al Khattab, fueron entrenados y adoctrinados en campamentos patrocinados por la CIA en Afganistán y Pakistán. Según Yossef Bodansky, director de la Fuerza de Tarea en Terrorismo y Guerra No Convencional del Congreso estadunidense, la guerra en Chechenia se planeó durante una cumbre secreta del HizbAllah Internacional que se llevó a cabo en 1996 en Mogadisco, Somalia.21 A la cumbre asistieron Osama Bin Laden y altos oficiales de inteligencia iraníes y paquistaníes. El involucramiento del ISI paquistaní en Chechenia «va más lejos que brindar a los chechenos armas y asesoría: el ISI y sus apoderados radicales islámicos están ‘dando la línea’ en esta guerra».22

El principal oleoducto de Rusia pasa por Chechenia y Daguestán. A pesar de la condena al terrorismo islámico, los beneficiados indirectos de la guerra chechena son los conglomerados petroleros angloestadunidenses que están luchando por el control sobre los recursos petroleros y los corredores de los oleoductos que salen de la cuenca del Mar Caspio.

Los dos principales ejércitos rebeldes chechenos, cuyas fuerzas se calculan en 35 mil hombres, recibieron el apoyo del ISI paquistaní en su organización y entrenamiento:

(En 1994) los ISI paquistaníes arreglaron para que Basayev y sus tenientes de confianza tuvieran adoctrinamiento islámico y entrenamiento intensivo en combate guerrillero en la provincia de Khost, Afganistán, en el campamento Amir Muawia, instalado a principios de los ochenta por la CIA y el ISI, que estaba a cargo del famoso guerrero afgano Gulbuddin Hekmatyar. En julio de 1994, tras graduarse de Amir Muawia, Basayev fue transferido al campamento Markaz-i-Dawar en Pakistán para llevar a cabo entrenamiento en tácticas guerrilleras avanzadas. En Pakinstán, Basayev conoció a los más altos oficiales militares y de inteligencia paquistaníes: el ministro de Defensa, general Aftab Shahban Mirani; el ministro del Interior, general Naserullah Babar, y la cabeza de la rama del ISI encargada de apoyar las causas islámicas, general Javed Ashraf (ya todos jubilados). Sus conexiones de alto nivel pronto le fueron muy útiles a Basayev.23

Tras su periodo de entrenamiento y adoctrinamiento, Basayev fue asignado para dirigir el asalto contra las tropas soviéticas federales en la primera guerra chechena en 1995. Su organización también había desarrollado extensos vínculos con cárteles criminales en Moscú así como ligas al crimen organizado albanés y al Ejército de Liberación de Kosovo. En 1997-1998, según el Servicio de Seguridad Federal, «los guerreros chechenos comenzaron a comprar propiedades en Kosovo… a través de varias empresas de bienes raíces encubiertas en Yugoslavia».24

La organización de Basayev también ha estado involucrada en una serie de escándalos, incluyendo narcóticos, espionaje telefónico, sabotaje de los oleoductos de Rusia, secuestros, prostitución, comercio de dólares falsos y contrabando de material nuclear.25 Al lado del extendido lavado de dinero, las ganancias de varias actividades ilícitas fueron canalizadas al reclutamiento de mercenarios y a la adquisición de armas.

Durante su entrenamiento en Afganistán, Shamil Basayev se vinculó con el veterano comandante mujaidín saudita Al Khattab, quien luchó como voluntario en Afganistán. Apenas unos meses después del retorno de Basayev a Grosny, Khattab fue invitado (a principios de 1995) a instalar una base militar en Chechenia para el entrenamiento de luchadores mujaidines. Según la BBC, el puesto de Khattab en Chechenia fue «arreglado a través de la Organización (Internacional) Islámica de Relief con sede en Arabia Saudita, una organización militar religiosa fundada por mezquitas e individuos ricos que canalizan fondos a Chechenia».26

Una ironía cruel

Desde la era de la guerra fría, Washington ha apoyado conscientemente a Osama Bin Laden, y a la vez lo pone en la «lista de los más buscados» de la FBI como el terrorista número uno del mundo.

Mientras los mujaidines están ocupados peleando en la guerra estadunidense en los Balcanes y en la ex Unión Soviética, la FBI -operando como una fuerza policiaca con sede en Estados Unidos- libra una guerra doméstica contra el terrorismo, operando en algunos aspectos de manera independiente a la CIA, que -desde la guerra soviético-afgana- ha apoyado el terrorismo internacional a través de sus operaciones encubiertas.

En una ironía cruel, mientras a la jihad islámica -caracterizada por la administración de Bush como «una amenaza a Estados Unidos»- sele culpa por los asaltos terroristas sobre el World Trade Center y el Pentágono, estas mismas organizaciones islámicas constituyen un instrumento central de las operaciones de inteligencia y militares en los Balcanes y en la ex Unión Soviética.

Tras los ataques terroristas en Nueva York y Washington, la verdad debe prevalecer para prevenir que la administración de Bush y sus compañeros de la OTAN se embarquen en una aventura militar que amenaza el futuro de la humanidad.

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Notas

  1. Davies, «Internacional: ‘Informantes’ señalan a Bin Laden; Washington en alerta por los bombardeos suicidas», The Daily Telegraph, Londres, 24 de agosto de 1998.
  2. Ver Fred Halliday, «El gran juego de las Naciones Unidas: el país que perdió la guerra fría, Afganistán», New Republic, 25 de marzo de 1996.
  3. Ahmed Rashid, «El talibán: exportando extremismo», Foreign Affairs, noviembre-diciembre 1999.
  4. Steve Coll, Washington Post, 19 de julio de 1992.
  5. Dilip Hiro, «Las consecuencias de la jihad afgana», Inter Press Services, 21 de noviembre de 1995.
  6. Weekend Sunday (NPR); Eric Weiner, Ted Clark; 16 de agosto de 1998.
  7. Ibid.
  8. Dipankar Banerjee; «La posible conexión del ISI con la industria de la droga», India Abroad, 2 de diciembre de 1994.
  9. Ibid.
  10. Ver Diego Cordovez y Selig Harrison, Fuera de Afganistán: la historia desde dentro del retiro soviético, Oxford University Press, New York, 1995. Ver también el repaso de Cordovez y Harrison en International Press Services, 22 de agosto de 1995.
  11. Alfred McCoy, «Las consecuencias de las drogas: la complicidad de la CIA en el comercio de drogas». The Progressive, 1o. de agosto de 1997.
  12. Ibid.
  13. Ibid.
  14. Douglas Keh, «El dinero de las drogas en un mundo cambiante», documento técnico número 4, 1998, Viena UNDCP, p. 4. Ver también el Informe de 1999 de la Junta Internacional de Control de Narcóticos, E/INCB/1999/1 Publicación de las Naciones Unidas, Viena 1999, pp. 49-51, y Richard Lapper, «Las Naciones Unidas temen un crecimiento del comercio de heroína», Financial Times, 24 de febrero de 2000.
  15. Informe del la Junta Internacional de Control de Narcóticos, op cit, p. 49-51. Ver también Richard Lapper, op cit.
  16. International Press Services, 22 de agosto de 1995.
  17. Ahmed Rashid, «El talibán: exportando extremismo», Foreign Affairs, noviembre-diciembre 1999, p. 22.
  18. Citado en The Christian Science Monitor, 3 de septiembre de 1998.
  19. Tim McGirk, «Kabul aprende a vivir con sus barbudos conquistadores», The Independent, Londres, 6 de noviembre de 1996.
  20. Ver K. Subrahmanyam, «Pakistán persigue metas asiáticas», India Abroad, 3 de noviembre de 1995.
  21. Levon Sevunts, «¿Quién está tirando línea?: El conflicto checheno encuentra raíces islámicas en Afganistán y Pakistán», The Gazette, Montreal, 26 de octubre de 1999.
  22. Ibid.
  23. Ibid.
  24. Ver Vitaly Romanov y Viktor Yadukha, «El frente checheno se mueve a Kosovo», Segodnia, Moscú, 23 de febrero de 2000.
  25. The European, 13 de febrero de 1997. Ver también Itar-Tass, 4-5 de enero de 2000.
  26. BBC, 29 de septiembre de 1999.

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Sobre el Autor

Michel Chossudovsky is an award-winning author, Professor of Economics (emeritus) at the University of Ottawa, Founder and Director of the Centre for Research on Globalization (CRG), Montreal, Editor of Global Research.  He has taught as visiting professor in Western Europe, Southeast Asia, the Pacific and Latin America. He has served as economic adviser to governments of developing countries and has acted as a consultant for several international organizations. He is the author of eleven books including The Globalization of Poverty and The New World Order (2003), America’s “War on Terrorism” (2005), The Global Economic Crisis, The Great Depression of the Twenty-first Century (2009) (Editor), Towards a World War III Scenario: The Dangers of Nuclear War (2011), The Globalization of War, America's Long War against Humanity (2015). He is a contributor to the Encyclopaedia Britannica.  His writings have been published in more than twenty languages. In 2014, he was awarded the Gold Medal for Merit of the Republic of Serbia for his writings on NATO's war of aggression against Yugoslavia. He can be reached at [email protected]

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