Pandemia, confinamiento y después

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El 31 de diciembre de 2019 agencias occidentales difundieron noticias sobre una nueva y misteriosa enfermedad pulmonar similar al SARS (síndrome respiratorio agudo grave) que había estallado en Wuhan, China, donde 27 personas afectadas habían sido puestas en cuarentena.

El 17 de enero siguiente, el Centro para la Seguridad de la Salud de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos, junto con el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates, del plutócrata Bill Gates, divulgaron una evaluación sobre el ejercicio de pandemia Evento 201 realizado en octubre anterior. El comunicado advertía sobre una próxima gran pandemia, que no sólo causaría enfermedad y muerte, sino que también podría desencadenar reacciones económicas y sociales en cadena, lo que requeriría un nivel de cooperación sin precedente entre gobiernos, organizaciones internacionales y empresas privadas.

El 21 de enero, la Universidad Johns Hop­kins lanzó su Covid-19 dashboard, el famoso mapamundi en línea sobre la distribución geográfica de decesos por coronavirus; iban 17 muertes en China. Desde entonces, Fuente: Johns Hopkins se convirtieron en tres palabras aladas en los medios de comunicación; una institución privada de Estados Unidos ganó soberanía interpretativa internacional sobre el tamaño de los números de casos.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) −asociación público-privada cuyos dos mayores financistas son Estados Unidos y Bill Gates− declaró la pandemia atribuida al síndrome respiratorio agudo severo coronavirus-2, y una palabra resultó clave en las narrativas gubernamentales y en el uso generalizado de los medios: confinamiento, que en su acepción en inglés, lockdown, significa confinamiento de prisioneros en sus celdas con el fin de recuperar el control de un motín.

Cinco meses antes de la pandemia el mundo ya vivía una recesión, en el marco de un proceso de hiperconcentración de capital que por sus niveles de oligopolización gozaría de condiciones aún más verticales y materialmente autoritarias (Ana Esther Ceceña dixit) para definir los contenidos de nuestra existencia como sociedad. Un autoritarismo que se había ido naturalizando como parte de un Estado de excepción permanente, pero que en condiciones de pandemia, la OMS denominó con un eufemismo de tipo orwelliano: new normal (nueva normalidad), que ma­chacado por gobernantes, periodistas y comentócratas fue interiorizado −con base en el pavor al contagio y la incertidumbre−, asimilado sicológicamente y aceptado por la población como destino, co­mo ley natural.

Eso facilitó un sistema de disciplinamiento social por medio de una amplia gama de dispositivos de fuerza que englobaba la militarización de la securitización, con mecanismos de vigilancia de alta tec­nología −incluido el registro biométrico de personas− orientados al biocontrol e instalados en la vida pública en muchos países; pero también mediante la oficina en el hogar, la educación en casa y la implantación de sistemas de vigilancia y control domiciliario a través de celulares y computadoras a todo nivel: controles del cuerpo, la movilidad, la mente, las emociones, los deseos…

El 3 de junio el Foro Económico Mundial anunció una cumbre gemela presencial y virtual a realizarse en Davos, Suiza, en enero de 2021; la cumbre fue bautizada el Gran Reinicio. Según el comunicado, la Cuarta Revolución Industrial habría sido acelerada por el Covid-19. El gran reseteo de la plutocracia globalista incluirá cinco factores: el reinicio económico, el social, el geopolítico, el ambiental y el tecnológico; el reseteo de las empresas y la industria, pero también el individual reset (reinicio individual).

¿Cómo se reinicia un ser humano? ¿Significa ver a los seres humanos como robots con carne que pueden ser reiniciados tras ser sometidos a un inhumano experimento sin precedente de indoctrinación y reducación por una estrategia de shock −“ shock pandémico”, lo llamó Naomi Klein−, reducidos en confinamientos (rebautizado luego restricción de movimiento) que son alterna y calculadamente relajados para permitir un transitorio alivio controlado, para después apretar otra vez por decreto, en una secuencia por tiempo indeterminada, dictada por quienes declaran el Estado de excepción sanitario permanente, rebautizado nueva normalidad para ocultar su verdadera naturaleza siniestra (neohabla orwelliana), y que, tras ese precedente histórico, podrá ser aplicado a la humanidad toda o en partes las veces que consideren necesario?

El gran reinicio será una estrategia de la plutocracia frente a posibles formas de resistencia que podrían desencadenar disturbios sociales y levantamientos populares. Para Ernst Wolff, ese reinicio es una especie de terapia de choque para imponer las transformaciones a corto plazo. Para ese fin, las élites financieras y tecnológicas encontraron un socio ideal: el coronavirus, como chivo expiatorio a quien culpar de todas las medidas, desde el confinamiento con sus despidos masivos y sus cubrebocas obligatorios hasta el xenófobo cierre de fronteras.

Según Wolff, 0.001 por ciento de la población mundial está en proceso de llevar al resto de la humanidad a una dictadura financiero-digital. Y lo que resulta particularmente deprimente es que las grandes mayorías no se han resistido a ese futuro que se asemeja a una prisión digital para millones de individuos determinados por algoritmos, cuya coexistencia social será vigilada y controlada, y donde las libertades democráticas sólo se permitirán en la medida en que no obstaculicen la transferencia de datos desde las computadoras de alta frecuencia.

Carlos Fazio

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