Para Washington la guerra nunca termina

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Y va para largo. La “guerra para acabar con la guerra” de 1914-1918 derivó en la guerra de 1939-1945, conocida como la Segunda Guerra Mundial. Y esta tampoco ha terminado nunca, principalmente porque para Washington fue la Guerra Buena, la guerra que originó el Siglo Estadounidense: ¿por qué no el Milenio Estadounidense?

El conflicto de Ucrania puede ser el detonante de lo que ya llamamos Tercera Guerra Mundial. Pero no se trata de una guerra nueva. Es la misma guerra de siempre, una extensión de la que llamamos Segunda Guerra Mundial, que no fue la misma guerra para todos los que participaron en ella.

La guerra rusa y la estadounidense fueron muy, muy diferentes.

La Segunda Guerra Mundial de Rusia

Para los rusos, la guerra fue una experiencia de sufrimiento, destrucción y dolor colectivo. La invasión nazi de la Unión Soviética fue absolutamente despiadada, impulsada por una ideología de desprecio a los eslavos y odio a los bolcheviques judíos. Se calcula que murieron 27 millones de personas, aproximadamente dos tercios de ellas civiles. A pesar de las pérdidas y el sufrimiento abrumadores, el Ejército Rojo logró cambiar el rumbo de la conquista nazi que había sometido a la mayor parte de Europa.

Esta gigantesca lucha para expulsar a los invasores alemanes de su tierra es conocida por los rusos como la Gran Guerra Patriótica, la cual alimentó un orgullo nacional que ayudó a consolar al pueblo por todo lo que había pasado. Pero, independientemente del orgullo generado por la victoria, los horrores de la guerra suscitaron un auténtico deseo de paz.

La Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos

La Segunda Guerra Mundial de Estados Unidos (al igual que la Primera Guerra Mundial) ocurrió fuera de sus fronteras. La diferencia es enorme. La guerra permitió a Estados Unidos emerger como la nación más rica y poderosa del planeta. A los estadounidenses se les enseñó a no transigir nunca, ni para evitar una guerra (Múnich) ni para ponerle fin (“rendición incondicional” era el estilo americano). La intransigencia justa era la actitud adecuada del Bien en su batalla contra el Mal.

La economía de guerra sacó a Estados Unidos de la depresión. El keynesianismo militar surgió como la clave de la prosperidad. Nació el Complejo Militar-Industrial. Para seguir ofreciendo contratos del Pentágono a todos los miembros del Congreso y beneficios garantizados a los inversores de Wall Street, necesitaba un nuevo enemigo. El miedo a los comunistas –el mismo miedo que había contribuido a crear el fascismo– sirvió para ello.

La Guerra Fría: la continuación de la Segunda Guerra Mundial

En resumen, después de 1945, para Rusia la Segunda Guerra Mundial había terminado; para Estados Unidos, no. Lo que llamamos Guerra Fría fue la voluntad de los dirigentes de Washington de que continuara. Se perpetuó con la teoría de que el “Telón de Acero” defensivo de Rusia constituía una amenaza militar para el resto de Europa.

Al final de la guerra, la principal preocupación de Stalin en materia de seguridad era evitar que volviera a tener lugar una invasión de ese tipo. En contra de las interpretaciones occidentales, el control permanente de Moscú sobre los países de Europa del Este que había ocupado en su camino hacia la victoria en Berlín no estaba motivado tanto por la ideología comunista como por la determinación de crear una zona de amortiguación a modo de obstáculo a una nueva invasión desde Occidente.

Stalin respetó los límites de Yalta entre el Este y el Oeste y se negó a apoyar la lucha a vida o muerte de los comunistas griegos. Moscú advirtió a los líderes de los grandes partidos comunistas de Europa Occidental de que evitaran la revolución y acataran las reglas de la democracia burguesa. La ocupación soviética podía ser brutal, pero era decididamente defensiva. El respaldo soviético a los movimientos pacifistas era absolutamente genuino.

La formación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el rearme de Alemania confirmaron que, para Estados Unidos, la guerra en Europa no había terminado del todo. La displicente “desnazificación” estadounidense de su sector de la Alemania ocupada estuvo acompañada de una fuga organizada de cerebros alemanes que podían ser útiles a Estados Unidos para su rearme y espionaje (desde Wernher von Braun hasta Reinhard Gehlen).

La victoria ideológica de Estados Unidos

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos dedicó su ciencia e industria a la construcción de un gigantesco arsenal de armas mortíferas que causó estragos en Corea o Vietnam sin lograr la victoria estadounidense. Pero la derrota militar no eliminó la victoria ideológica de Estados Unidos.

El mayor triunfo del imperialismo estadounidense ha sido la difusión de imágenes e ideología para justificarse, principalmente en Europa. El dominio de la industria del entretenimiento estadounidense ha difundido su particular mezcla de autoindulgencia y dualismo moral por todo el mundo, especialmente entre los jóvenes. Hollywood convenció a Occidente de que la Segunda Guerra Mundial básicamente la ganaron las fuerzas armadas de EE. UU. y sus aliados en la invasión de Normandía.

Estados Unidos se vendió como el poder definitivo del Bien, así como el único lugar divertido para vivir. Los rusos eran monótonos y siniestros.

En la propia Unión Soviética, mucha gente se sentía atraída por la autoglorificación estadounidense. Al parecer, algunos incluso pensaban que la Guerra Fría había sido un gran malentendido y que si éramos muy amables y simpáticos, Occidente también lo sería. Mijaíl Gorbachov era propenso a este optimismo.

Jack Matlock, exembajador de Estados Unidos en Moscú, cuenta que, en la década de 1980, el deseo de liberar a Rusia del lastre que suponía la Unión Soviética estaba muy extendido entre la élite rusa. Fueron los dirigentes, y no el pueblo, los que lograron la autodestrucción de la Unión Soviética y dejaron a Rusia como Estado sucesor con las armas nucleares y el veto de la ONU a la URSS bajo la presidencia empapada de alcohol de Boris Yeltsin y la abrumadora influencia de Estados Unidos durante la década de 1990.

La nueva OTAN

La modernización de Rusia durante los últimos tres siglos ha estado marcada por la controversia entre los “occidentalizadores” –los que ven el progreso de Rusia en la emulación del Occidente más avanzado– y los “eslavófilos”, que consideran que el atraso material de la nación queda compensada por algún tipo de superioridad espiritual, quizá basada en la democracia sencilla de la aldea tradicional.

En Rusia, el marxismo fue un concepto occidentalizador. Pero el marxismo oficial no eliminó la admiración por el Occidente “capitalista” y en particular por Estados Unidos. Gorbachov soñaba con que “nuestra casa común europea” viviera una especie de democracia social. En la década de 1990, Rusia sólo pedía formar parte de Occidente.

Lo que ocurrió después demostró que todo el “miedo comunista” que justificaba la Guerra Fría era falso. Un pretexto. Una falsedad diseñada para perpetuar el keynesianismo militar y la guerra especial de Estados Unidos para mantener su propia hegemonía económica e ideológica.

Ya no había Unión Soviética. Ya no había comunismo soviético. No había bloque soviético ni Pacto de Varsovia. La OTAN ya no tenía razón de ser.

Sin embargo, en 1999, la OTAN celebró su 50 aniversario bombardeando Yugoslavia y, de este modo, pasó de ser una alianza militar defensiva a una agresiva. Yugoslavia había sido un país no alineado que no pertenecía ni a la OTAN ni al Pacto de Varsovia. No amenazaba a ningún otro país. Sin autorización del Consejo de Seguridad ni justificación para la autodefensa, la agresión de la OTAN violó el derecho internacional.

Exactamente al mismo tiempo, violando promesas diplomáticas no escritas pero manifiestas a los líderes rusos, la OTAN acogió a Polonia, Hungría y la República Checa como nuevos miembros. Cinco años después, en 2004, la OTAN acogió a Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y las tres Repúblicas Bálticas. Mientras tanto, los miembros de la OTAN se veían arrastrados a la guerra de Afganistán, la primera y única “defensa de un miembro de la OTAN”, es decir, de Estados Unidos.

Entender a Putin, o no

Entretanto, Yeltsin había elegido a Vladímir Putin como su sucesor, en parte sin duda porque, como antiguo oficial del KGB en Alemania del Este, tenía ciertos conocimientos sobre Occidente. Putin sacó a Rusia del caos causado porque Yeltsin aceptó el tratamiento de choque económico diseñado por Estados Unidos.

Putin puso fin a las estafas más flagrantes, lo cual provocó la ira de los oligarcas desposeídos que utilizaron sus problemas con la ley para convencer a Occidente de que eran víctimas de una persecución (un ejemplo: la ridícula Ley Magnitsky).

El 11 de febrero de 2007, el occidentalizador ruso Putin acudió a un centro de poder occidental, la Conferencia de Seguridad de Múnich, y pidió la comprensión de Occidente. Es fácil de entender, si hay voluntad. Putin cuestionó el “mundo unipolar” que imponía Estados Unidos y subrayó el deseo de Rusia de “interactuar con socios responsables e independientes con los que pudiéramos colaborar en la construcción de un orden mundial justo y democrático que garantizara la seguridad y la prosperidad no sólo de unos pocos elegidos, sino de todos”.

La reacción de los principales socios occidentales fue la indignación, el rechazo y una campaña mediática de 15 años en la que se presentaba a Putin como una especie de criatura demoníaca.

De hecho, desde ese discurso no ha habido límites en los insultos de los medios de comunicación occidentales dirigidos a Putin y a Rusia. Y en este trato despectivo vemos las dos versiones de la Segunda Guerra Mundial. En 2014, los líderes mundiales se reunieron en Normandía para conmemorar el 70º aniversario del desembarco del Día D por parte de las fuerzas estadounidenses y británicas.

En realidad, esa incursión de 1944 encontró ciertas dificultades, a pesar de que las fuerzas alemanas se concentraban principalmente en el frente oriental, donde estaban perdiendo la guerra frente al Ejército Rojo. Moscú lanzó una operación especial precisamente para alejar a las fuerzas alemanas del frente de Normandía. Aun así, los avances aliados no pudieron derrotar al Ejército Rojo hasta llegar a Berlín.

Sin embargo, gracias a Hollywood, muchos en Occidente consideran el Día D como la operación decisiva de la Segunda Guerra Mundial. Para honrar el acontecimiento, Vladímir Putin estuvo allí y también la canciller alemana Angela Merkel.

Al año siguiente, los líderes mundiales fueron invitados a un fastuoso desfile de la victoria que se celebraba en Moscú para conmemorar el 70º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania decidieron no asistir.

Esto era consecuente con una serie interminable de gestos occidentales de desprecio hacia Rusia y su contribución decisiva a la derrota de la Alemania nazi (acabó con el 80% de la Wehrmacht). El 19 de septiembre de 2019, el Parlamento Europeo adoptó una resolución sobre “la importancia del recuerdo europeo para el futuro de Europa” que acusaba conjuntamente a la Unión Soviética y a la Alemania nazi de desencadenar la Segunda Guerra Mundial.

Biden participó directamente en la remodelación del gabinete de Kiev, ya que a su hijo se le concedió un puesto ventajoso en la empresa ucraniana de gas Barisma

Vladímir Putin respondió a esta afrenta gratuita en un largo artículo sobre “Las lecciones de la Segunda Guerra Mundial” publicado en inglés en The National Interest con motivo del 75º aniversario del final de la guerra. Putin respondió con un cuidadoso análisis sobre las causas de la guerra y la profunda incidencia en las vidas de las personas atrapadas en el homicida asedio nazi de 872 días en Leningrado (actual San Petersburgo), incluidos sus propios padres, cuyo hijo de dos años fue uno de los 800.000 que perecieron.

Es obvio que Putin estaba profundamente ofendido por la continua negativa de Occidente a comprender el significado de la guerra en Rusia. “Profanar e insultar la memoria es mezquino”, escribió Putin. “La mezquindad puede ser deliberada, hipócrita y bastante intencionada, como las declaraciones que conmemoran el 75º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, que mencionan a todos los partícipes de la coalición antihitleriana excepto a la Unión Soviética”.

Y durante todo este tiempo, la OTAN continuó expandiéndose hacia el este, apuntando cada vez más abiertamente a Rusia con sus profusas maniobras bélicas en sus fronteras terrestres y marítimas.

La toma estadounidense de Ucrania

El cerco a Rusia dio un salto cualitativo cuando Estados Unidos tomó Ucrania en 2014. Los medios de comunicación occidentales relataron este complejo acontecimiento como un levantamiento popular, pero los levantamientos populares pueden caer en manos de poderes con sus propios objetivos, y este fue el caso. El presidente electo Viktor Yanukovich fue derrocado con violencia un día después de haber aceptado la celebración de elecciones anticipadas en un acuerdo con los líderes europeos.

Miles de millones de dólares estadounidenses y los tiroteos asesinos protagonizados por militantes de extrema derecha impusieron un cambio de régimen dirigido abiertamente por la subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland (“A la m___ la UE”) que provocó un liderazgo en Kiev elegido en gran medida en Washington y deseoso de unirse a la OTAN.

A finales de año, el gobierno de la “Ucrania democrática” estaba en gran medida en manos de extranjeros avalados por Estados Unidos. La nueva ministra de Finanzas era una ciudadana estadounidense de origen ucraniano, Natalia Jaresko, que había trabajado para el Departamento de Estado antes de dedicarse a la empresa privada. El ministro de Economía era un lituano, Aïvaras Arbomavitchous, antigua estrella de baloncesto. El ministerio de Sanidad fue asumido por un antiguo ministro de Sanidad y Trabajo georgiano, Sandro Kvitachvili.

Posteriormente, llamaron a Mikheil Saakashvili, expresidente georgiano caído en desgracia, para que se hiciera cargo del conflictivo puerto de Odesa. Y el vicepresidente Joe Biden participó directamente en la remodelación del gabinete de Kiev, ya que a su hijo, Hunter Biden, se le concedió un puesto ventajoso en la empresa ucraniana de gas Barisma.

El impulso vehementemente antirruso de este cambio de régimen suscitó la resistencia de las zonas del sureste del país, habitadas en gran parte por personas de etnia rusa. Ocho días después de que más de 40 manifestantes fueran quemados vivos en Odesa, las provincias de Lugansk y Donetsk se movilizaron para separarse como acto de resistencia al golpe.

El régimen instalado por Estados Unidos en Kiev inició entonces una guerra contra estas provincias que continuó durante ocho años y mató a miles de civiles.

Un referéndum devolvió entonces Crimea a Rusia. Obviamente, la devolución pacífica de Crimea era vital para proteger la principal base naval de Rusia en Sebastopol de la amenaza de toma de posesión por parte de la OTAN. Y dado que la población de Crimea nunca había aprobado que Nikita Khrushchev transfiriera la península a Ucrania en 1954, la devolución se llevó a cabo mediante una votación democrática, sin derramamiento de sangre. Esto contrasta con la separación de la provincia de Kosovo de Serbia, lograda en 1999 mediante semanas de bombardeos de la OTAN.

Sin embargo, para Estados Unidos y la mayor parte de Occidente, lo que fue una acción humanitaria en Kosovo fue una agresión imperdonable en Crimea.

La puerta trasera del Despacho Oval que conduce hasta la OTAN

Rusia seguía advirtiendo de que la ampliación de la OTAN no debía incluir a Ucrania. Los líderes occidentales vacilaron entre afirmar el “derecho” de Ucrania a unirse a cualquier alianza que eligiera y decir que no ocurriría de inmediato. Siempre era posible que el ingreso de Ucrania fuera vetado por un miembro de la OTAN, quizás Francia o incluso Alemania.

Pero mientras tanto, el 1 de septiembre de 2021, Ucrania fue adoptada por la Casa Blanca como mascota geoestratégica especial de Washington. El ingreso en la OTAN se redujo a una formalidad tardía. Una Declaración Conjunta sobre la Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania emitida por la Casa Blanca anunciaba que “el éxito de Ucrania es fundamental en la lucha global entre la democracia y la autocracia”, el actual dualismo ideológico autojustificativo de Washington, que sustituye al Mundo Libre frente al Comunismo.

Continuó explicando con todo lujo de detalles un casus belli permanente contra Rusia:

“En el siglo XXI, no se puede permitir que las naciones redibujen sus fronteras por la fuerza. Rusia violó esta regla básica en Ucrania. Los Estados soberanos tienen derecho a tomar sus propias decisiones y a elegir sus propias alianzas. Estados Unidos está con Ucrania y seguirá trabajando para que Rusia rinda cuentas por su agresión. El apoyo de Estados Unidos a la soberanía e integridad territorial de Ucrania es inquebrantable”.

La Declaración también describía claramente la guerra de Kiev contra Donbás como una “agresión rusa”. Y hacía esta inflexible afirmación: “Estados Unidos no reconoce ni reconocerá nunca la supuesta anexión de Crimea por parte de Rusia…” (el énfasis es mío). A esto le siguen las promesas de reforzar la capacidad militar de Ucrania, claramente con vistas a la recuperación de Donbás y Crimea.

Desde 2014, Estados Unidos y Gran Bretaña han transformado subrepticiamente a Ucrania en un auxiliar de la OTAN, psicológica y militarmente volcado contra Rusia. Por mucho que este sea nuestro parecer, a los dirigentes rusos esto se asemejaba cada vez más una preparación para un ataque militar total contra Rusia, la Operación Barbarroja de nuevo. Muchos de los que intentamos “entender a Putin” no previmos la invasión rusa por la sencilla razón de que no creíamos que a Rusia le conviniera. Seguimos sin creerlo. Pero ellos vieron el conflicto como inevitable y eligieron el momento.

Ecos ambiguos

Putin justificó la “operación” rusa de febrero de 2022 en Ucrania como necesaria para detener el genocidio en Lugansk y Donetsk. Esto recordaba a la doctrina de la responsabilidad de proteger promovida por Estados Unidos, en particular el bombardeo de Estados Unidos y la OTAN en Yugoslavia, supuestamente para evitar el “genocidio” en Kosovo. En realidad, la situación jurídica y sobre todo humana es mucho más grave en Donbás de lo que nunca fue en Kosovo. Sin embargo, en Occidente, cualquier intento de comparar Donbás con Kosovo es criticado como una “falsa equivalencia” o un “y tú más”.

Pero la guerra de Kosovo entraña mucho más que una analogía con la invasión rusa de Donbás: es una causa.

Principalmente, la guerra de Kosovo dejó claro que la OTAN ya no era una alianza defensiva. Más bien, bajo el mando de Estados Unidos, se había convertido en una fuerza ofensiva que podía autorizarse a sí misma a bombardear, invadir o destruir cualquier país que quisiera. Siempre se podía inventar el pretexto: el peligro de un genocidio, una violación de los derechos humanos, un líder que amenazaba con “matar a su propio pueblo”. Cualquier mentira dramática serviría. Con la OTAN extendiendo sus tentáculos, nadie estaba a salvo. Libia proporcionó un segundo ejemplo.

También cabía esperar que el objetivo de “desnazificación” anunciado por Putin sonara en Occidente. Pero, en todo caso, ilustra el hecho de que “nazi” no significa exactamente lo mismo en Oriente y Occidente. En los países occidentales, Alemania o Estados Unidos, “nazi” ha llegado a significar principalmente antisemita. El racismo nazi se aplica a los judíos, a los gitanos, quizás a los homosexuales.

Pero para los nazis ucranianos, el racismo se aplica a los rusos. El racismo del Batallón Azov, incorporado a las fuerzas de seguridad ucranianas, armado y entrenado por estadounidenses y británicos, se hace eco del de los nazis: los rusos son una raza mixta, en parte “asiática” debido a la conquista mongola medieval, mientras que los ucranianos son europeos blancos puros.

Algunos de estos fanáticos proclaman que su misión es destruir Rusia. En Afganistán y en otros lugares, Estados Unidos apoyó a los fanáticos islámicos, en Kosovo apoyó a los mafiosos. ¿A quién le importa lo que piensen si luchan de nuestro lado contra los eslavos?

Objetivos de guerra contradictorios

Para los dirigentes rusos, su “operación” militar tiene por objeto impedir la invasión occidental que temen. Todavía quieren negociar la neutralidad ucraniana. Para los estadounidenses, cuyo estratega Zbigniew Brzezinski se jactó de haber atraído a los rusos a la trampa de Afganistán (dándoles “su Vietnam”), se trata de una victoria psicológica en su guerra sin fin. El mundo occidental está unido, como nunca antes, en el odio a Putin. La propaganda y la censura superan incluso los niveles de la Guerra Mundial. Seguramente, los rusos quieren que esta “operación” termine pronto, ya que les resulta costosa en muchos sentidos. Los estadounidenses rechazaron cualquier esfuerzo por impedirla, hicieron todo lo posible por provocarla y sacarán todas las ventajas que puedan de su continuación.

Volodímir Zelenski ha implorado al Congreso de Estados Unidos que conceda a Ucrania más ayuda militar. La ayuda hará que la guerra continúe. Anthony Blinken dijo a la emisora pública estadounidense NPR que la respuesta de Estados Unidos es “negar a Rusia la tecnología que necesita para modernizar su país, para modernizar las industrias clave: defensa y aeroespacial, su sector de alta tecnología, la exploración energética”.

El objetivo bélico de Estados Unidos no es salvar a Ucrania, sino arruinar a Rusia. Y eso lleva tiempo.

El peligro es que los rusos no sean capaces de acabar con esta guerra y los estadounidenses hagan todo lo posible por mantenerla.

Diana Johnstone

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