Petróleo y gas de esquisto: El fin de “El Dorado” y el principio de otra forma de vivir
Se han vivido, en la historia de Norteamérica, muchos apogeos locales producidos por la explotación de algún recurso natural o industrial. El afiebrado sueño de encontrar “El Dorado” y explotarlo hasta el último gramo no ha cesado. Continuando con una tradición de exprimir la naturaleza, se han explotado tanto el petróleo crudo como el gas natural en Estados Unidos por más de 10 años en forma muy intensa.
Estos, a diferencia de los hidrocarburos convencionales, han sido extraídos a través del proceso de fracturación hidráulica de las rocas sedimentadas de esquisto bituminoso del subsuelo. Extraer este petróleo y gas requiere que se perfore hasta a más de 3000 metros de profundidad, y que además se continúe excavando en forma horizontal inyectando ácidos, sales y una docena de productos químicos disueltos en cantidades importantes de agua –soluciones químicas que desintegran los compuestos orgánicos bituminosos (llamados querógeno) para poderlos extraer hacia la superficie.
La explotación de petróleo y gas de esquisto tiene un impacto inmenso en el terreno y el medio ambiente, un daño que ha sido altamente denunciado hace ya décadas atrás pero que hoy es silenciado en parte debido al totalitarismo que reina en los medios periodísticos oficiales de occidente entero y gracias también a la complicidad de intereses políticos y económicos norteamericanos que glorifican todo en relación a esta explotación. Se ha exagerado tanto y se ha hecho tanta propaganda con respecto a la explotación de esquisto que parecen haber convencido al mundo entero, o al menos a una importante mayoría en Estados Unidos, que el problema de petróleo y gas de este país está solucionado y que ha de llegar a ser un exportador neto de hidrocarburos en un futuro cercano.
Para producir en el presente la cuantiosa cantidad de 5 millones de barriles diarios de petróleo de esquisto han sido perforados más de 40.000 pozos en 7 formaciones geológicas territoriales de Estados Unidos. Esta importante producción ha compensado el declive del petróleo convencional producido en ese país, que viene inevitablemente disminuyendo desde los años 70 –años en que su producción llegó a la cima que fue 9,5 millones de barriles diarios que incluye la producción “costa afuera” en el golfo de México. Hoy la producción convencional apenas llega a 4,5 millones de barriles diarios. El declive de la producción convencional hace más relevante la producción de esquisto en Estados Unidos, porque se haría visible una vulnerabilidad critica del país que consume alrededor de 19 millones de barriles diarios –o sea, cerca del 25 por ciento de la producción mundial, por lo que tiene que importar 8 millones de barriles diarios (3,3 MBD, el 42 por ciento lo importa desde Canadá, y lo mismo sucede con el gas natural).
Todos los “dorados” enfrentan eventualmente su final, su brillo se opaca; hoy hay signos importantes de que la explotación de petróleo y gas de esquisto en Estados Unidos está llegando a su límite, sea por factores de rentabilidad económica como por procesos de agotamiento del recurso. Un reciente reporte del Instituto de Economía de la Energía y Análisis Financieros (Institute for Energy Economics and Financial Analysis) detalla la alarmante cantidad de capital en débito en la industria de hidrocarburos de esquisto, esto a pesar de que por más de dos años los precios del crudo y gas natural han aumentado. Por ejemplo, 33 compañías de perforación (pequeñas y medianas) sufrieron falta de efectivo por un monto de más de 3.900 millones de dólares solo en la primera mitad del año 2018. Desde el año 2010 hasta el 2014 las grandes deudas que empezó a acumular esta industria de fracturación hidráulica se justificaron en parte por la esperanza de que se iban a pagar a futuro. La propia “International Energy Agency” (IEA) pronosticó que una vez el precio del petróleo aumente la situación para esta industria iba a ser de total prosperidad, el foco entonces era acelerar la producción a como dé lugar. Sin embargo en esos cuatro años se acumularon 200 mil millones de dólares en flujo de efectivo negativo, o sea que la rentabilidad de esta industria era negativa aunque se planteaba que para el año 2018 esto iba a cambiar y sería positiva. Pero muchos no estaban de acuerdo y hasta “Wall Street Journal” opinó lo contrario de lo que decía IEA, y luego de analizar 50 compañías este medio concluyó que, sin excepción, todas gastaban más de lo que generaban.
Goldman Sachs realizó otro estudio y plantea que el promedio de vida de este tipo de explotación de hidrocarburos es de entre 7 y 15 años, por lo que la industria entera está entrando en su etapa final, y en muchas áreas están decreciendo las reservas a explotar al tiempo que los costos de explotación aumentan –se gasta más en perforar nuevos pozos que no dan los resultados esperados; y, aunque este banco argumenta que aún hay pequeños espacios para crecer, el mensaje es que el fin de esta industria ya se ve. Para las bases de datos de la publicación “DeSmog” la industria del petróleo y gas de esquisto vive hoy una experiencia similar a la que se experimentó con los intereses bancarios históricamente bajos del 2008 que generó una crisis en la industria inmobiliaria en Estados Unidos y otros países, crisis que facilitó el proceso de gastar más de lo que se debía a sabiendas de que se perdía dinero.
La producción por fracturación ha recibido incentivos y créditos numerosos y sobre el supuesto de ganancias a futuro; los incentivos han facilitado la explotación y producción extrema pero con grandes pérdidas económicas. No hay duda de que se trata de una industria que creció con, y gracias a, capital prestado y tiene finalmente que asumir su realidad y pagar a proveedores y a inversionistas. Cortes en gastos y despidos de personal han sido ya anunciados en algunas compañías y esto ha generado, naturalmente, rumores y temor general.
La capacidad misma de producir el recurso está afectada, el declive es natural cuando se ha llegado a la cima, este depende de dos factores, el primero y él principal es lo que aún queda de reserva y el segundo el precio del petróleo y gas. La publicación “SRSrocco Report” publica gráficas de Jean Laherrere que muestran el declive a venir en general y en los principales campos de explotación de petróleo y gas de esquisto en Estados Unidos. En ese cuadro total se prevé que para el año 2025 la producción actual de 5 millones de barriles diarios va a decaer el 75 por ciento, o sea se producirán no más de un millón de barriles diarios. En los campos de Eagle Ford, en Texas, por ejemplo, que el 2016 produjeron 1,6 MBD se producen hoy 1 MBD y se prevé que dejaran de producir para el año 2023. Otro ejemplo, los campos de North Dakota Bakken con una producción de 1,1 MBD hoy, su agotamiento podría ser para el año 2030. Los campos de Permian Basin, los más grandes de estas formaciones geológicas, localizados en el estado de Texas y de New Mexico, cuentan hoy con una producción de 2 MBD pero se pronostica que en 25 años (para el 2044) estarán agotados.
Esconder la verdad en cuanto a la producción de petróleo y gas natural de esquisto demuestra cierta complicidad de los poderes económicos y políticos con la producción mundial de estos recursos que requiere dominio, completo, de los medios oficiales de información lo que permite a estos poderes distorsionar todo lo que pueden la realidad del futuro cercano y establecer falsas esperanzas de seguridad con respecto a la producción, aun cuando reconoces ciertas irregularidades. Les permite también fantasear sobre futuros lejanos y supuestas tecnologías nuevas capaces de remplazar estos recursos naturales vitales que se agotan. Por ahora mantener la falacia de la abundancia del petróleo es fundamental para sostener la confianza en un sistema imperante que colapsaría sin combustibles que originan en más del 90 por ciento de los hidrocarburos y en un 100 por ciento del gas natural como materia prima en la producción de polímeros sintéticos y en menor porcentaje usado en la producción de fertilizantes, electricidad y calefacción.
Pensar simplemente en el declive del petróleo y otros recursos naturales, ya ni siquiera en la desaparición y agotamiento, aterroriza a poderes económicos, políticos y administrativos tanto como a la mayor parte de la humanidad, principalmente en occidente, dependiente y diríamos adicta, al alto consumo general de todo tipo de bienes y servicios, da pánico incluso a quienes apenas les alcanza para consumirlos.
Una gráfica de Colin Campbell, publicada en el libro de Richard Heinberg (“The End of Growth”) analista del Post Carbon Institute, nos muestra que la producción mundial de petróleo, considerando incluso el gas natural licuado, es en el presente de 82 MBD, o sea ese es el total de petróleo que se consume. Esta producción está compuesta por 50 MBD de petróleo convencional, 9 MBD de gas natural licuado, 6 MBD de petróleo pesado y extra-pesado, 12 MBD del extraído de aguas profundas en el océano y más 5 millones del petróleo de extracción por fracturación hidráulica que en su mayor parte es producida en Estados Unidos (algo en Canadá y Argentina). La misma gráfica nos muestra que para el año 2030 el petróleo convencional no pasará de 35 MBD, mientras que el total de la producción será un poco más de 60 MBD, y la demanda al ritmo de hoy sería de por lo menos de 100 MBD. Incluso la optimista “International Energy Agency” tiene que reconocer, y lo hace, el continuo declive de la producción convencional aunque opina que esta caída puede ser compensada en el futuro con el hallazgo y desarrollo de nuevos campos de petróleo, una idea totalmente especulativa a no ser por Venezuela y por Irán que tienen potencial de nuevos hallazgos, la mayoría de los demás países productores experimentan bajas significantes en su productividad petrolera y una minoría cierta estabilidad por ahora.
Además, más de la mitad del petróleo no convencional como el de esquisto y las arenas bituminosas de Alberta en Canadá no son rentable a los actuales precios, aunque indudablemente lo serán a futuro con el natural aumento del precio del recurso, pero el incremento de este tipo de explotaciones petroleras significan más gastos de agua y daños al medio ambiente.
La humanidad ha de enfrentar una realidad energética producida por los hidrocarburos difícil, una que ya estaríamos tratando de entender y buscar soluciones si viviéramos en un mundo democrático donde el poder no pudiera darse el lujo de especular diariamente para sostener un sistema neoliberal enloquecido con el crecimiento económico (dependiente del petróleo y gas natural), sistema que favorece una civilización desconectada de su realidad y la realidad que enfrentan sus recursos fundamentales y planteándose fantasías a futuro.
Aparte del encarecimiento que afectará en primer lugar a los países sin recursos de hidrocarburos, y de los graves conflictos bélicos que estallen en la lucha por adueñarse de los recursos existentes, o del nivel creciente de contaminación y descalabro ambiental que el uso de estos recursos causan otros cambios importantes son previsibles. Atrás quedará el tiempo en que las agencias de los países centrales o imperialistas dictaminan quien es desarrollado, en vías de desarrollo, o subdesarrollado, clasificaciones que han de quedar obsoletas. Han de emerger como fundamental escenarios en cuanto a cómo un país o una nación enfrenta y supera el trauma del agotamiento del paradigma centenario del petróleo y los cambios climáticos asociados a su consumo y los desafíos de supervivencia, como busca y proyecta otra manera de vivir.
Mario R. Fernández
Comentario sobre artículos de Globalización en nuestra página de Facebook
Conviértase en miembro de Globalización