Por qué el conflicto de Ucrania no va a escalar hacia una guerra mundial

Muchos medios y analistas no cesan de alertar sobre la posibilidad de que la guerra de Estados Unidos contra Rusia en Ucrania suba de intensidad hasta desembocar en una guerra total y directa entre ambas potencias. Sin embargo, a pesar de que su sola mención tenga efectos atemperadores y pueda servir para calmar los encendidos ánimos belicosos, no es un desenlace probable del conflicto.

Y no lo es porque la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada, basada en la Teoría de Juegos, está más vigente que nunca. La tecnología bélica no ha cesado de desarrollarse en los últimos decenios hasta dejar en ridículo a las armas que protagonizaron la contención nuclear en las postrimerías del siglo XX. Pero, sobre todo, porque la superioridad de la cohetería rusa frente a los escudos antiaéreos y a las armas equivalentes norteamericanas es absolutamente indiscutible. De hecho, algunos autores señalaron al inicio de la guerra que la necesidad de acercar las armas de la OTAN a las fronteras rusas era una reacción frente al desarrollo de armas hipersónicas rusas capaces de atravesar cualquier escudo antimisiles existente en estos momentos o incluso en desarrollo, al menos, durante el próximo lustro.

El terreno de juego actual donde la carrera armamentística se muestra con toda su crudeza es en el de los motores hipersónicos. Así, mientras EEUU pone en marcha lanzaderas a Mach 6, Rusia está anunciando misiles y ojivas a Mach 30 y ya hemos visto en el teatro de operaciones de Europa del este actuar exitosamente a los Khinzal superando claramente los Mach 10, diez veces la velocidad del sonido.  En Ucrania, los sistemas de radares occidentales anunciaron que habían sido capaces de captar claramente a  estos misiles, aunque luego nos enteramos que su velocidad era tal, que cada cohete dejaba una firma como si correspondiera a 4 o 5 misiles diferentes lanzados de manera consecutiva, lo que impedía pensar en la posibilidad de cualquier tipo de interceptación. Esto se vio claramente en la reacción de una batería Patriot frente a un ataque de Khinzal en Kiev, que lanzó alrededor de 20 interceptores para, finalmente, sucumbir inexorablemente, como vimos en un vídeo que el gobierno ucraniano trató de ocultar por todos los medios a su alcance.

El presidente ruso, Vladimir Putin, anunció recientemente que confiaba plenamente en su actualizada triada nuclear y su armamento más moderno para ejercer todo el poder disuasorio necesario para garantizar la seguridad del país y la estabilidad global. ¿A qué se refería con ello? La triada nuclear la componen los misiles pesados ubicados en silos fijos, los cohetes transportados por los bombarderos estratégicos en vuelo permanente por los cielos del planeta y los misiles balísticos portados por submarinos de propulsión nuclear desplegados en aguas internacionales. La idea es que si Rusia —o EEUU— sufre un ataque devastador sobre su territorio, cuente con sistemas autónomos deslocalizados desde donde contraatacar con armas nucleares y devolver el golpe mortal recibido.

Putin, ante unos cadetes recién graduados como oficiales el pasado mes de junio mencionó expresamente a los sistemas Yars, que ya se han incorporados a casi la mitad de las Fuerzas de Misiles Estratégicos para sustituir a antiguos cohetes Topol-M. Los Yars están más que probados con éxito y existen poco más de medio centenar desplegados, tanto en silos subterráneos como en camiones pesados. El número puede parecer exiguo, pero si atendemos a sus características, ya no lo será tanto. Cada misil Yars puede alcanzar objetivos a 11.000 kilómetros de distancia, puede portar hasta 4 ojivas nucleares de 300 kilotones, más de 10 veces superiores a las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki. Cada una de ellas puede alcanzar objetivos distintos de manera simultánea. Y lo más impresionante, vuelan a Mach 20, lo que lo convierte en imparable para ningún escudo antimisiles conocido. Cuenta con sistemas antiintercepción, corrección de vuelo para esquivar misiles y, lo que es más importante, funciona con combustible sólido, por lo que puede estar preparado para el disparo en cuestión de minutos. Solo hace unos meses, Rusia publicó un vídeo con la carga de un silo con sistema YARS con capacidad para alcanzar Estados Unidos. Un aviso a navegantes desnortados.

Otro misil intercontinental que mereció la atención del discurso del presidente ruso fue el RS-28 Sarmat o, como se le conoce en la OTAN, el Satán II. Para entendernos, es como un Yars con esteroides. Vuela hasta 18.000 km de distancia a Mach 27 en órbita similar a las de los cohetes espaciales y órbita impredecible, es decir, fuera de la atmósfera. Puede portar hasta 16 ojivas independientes con un poder destructor de hasta 60 megatones, 60.000 kilotones, aunque sus números bajan si se cargan algunas ojivas con contramedidas para reforzar su invulnerabilidad. Puede lanzar hasta 3 misiles Avangard, vehículos guiados de planeo hipersónico con capacidad nuclear o convencional, con más de 5.000 kilómetros adicionales de vuelo a Mach 27 y sistemas adicionales para burlar las defensas aéreas y los escudos antimisiles. Los Avangard forman parte de la triada sobre bombarderos.

Un solo disparo de un Sarmat con todas sus ojivas nucleares podría destruir un país europeo como Francia o Alemania en poco más de minuto y medio. Para llegar a la base de Rota (Cádiz), desde un lanzamiento en Kaliningrado, se tardarían casi 7 minutos. No se sabe ciertamente si están ya cargados en silos o en producción en cadena, pero en cualquier caso será cuestión de muy poco tiempo el que estén plenamente operativos. Mientras, los Satan-1, los misiles más potentes del mundo hasta la fecha, son los que cumplen su función estratégica.

No es todo. Otra pieza fundamental de la triada son los misiles transportados en submarinos. En el caso ruso sobre los K-329 Belgorod, el mayor submarino en servicio del mundo que llevan en su interior hasta seis unidades del arma del apocalipsis, el misil nuclear Poseidón, de 100 megatones. Uno solo de ellos podría destruir los estados de Nueva York, Long Island y Nueva Jersey juntos y es capaz de desencadenar tsunamis radiactivos en el océano que pueden destruir regiones costeras. Los Poseidón son en realidad como drones submarinos que pueden operar a profundidades extremas a una velocidad desconocida a la de cualquier submarino o de otros torpedos, más de 200 km/h. Son indetectables por los sónares, como dijo Vladimir Putin «no hacen ruido, tienen una gran maniobrabilidad y son prácticamente indestructibles para el enemigo. No hay arma en el mundo hoy que pueda contrarrestarlos”. Pueden reposar en el fondo del océano hasta que son activados a distancia. Sus sistemas de geolocalización no dependen de GPS ni de xt para  evitar que puedan ser detectados.

Hay mucho más, como los Tsirkon hipersónicos montados en buques capaces de hacer volar portaaviones sin posibilidad alguna de ser detenidos o el misterioso Burevestnik, de propulsión nuclear, que sería capaz de estar patrullando la tierra durante meses o años antes de lanzarse sobre su objetivo.

La cuestión crucial es que, con este catálogo a disposición, nadie en su sano juicio desataría una guerra nuclear contra Rusia o pondría al país en una situación de peligro existencial, que son las únicas situaciones en las que, según la doctrina nuclear rusa, podría ser utilizado el arsenal nuclear, a pesar de lo que dicen muchos líderes de países de la OTAN o los medios de comunicación corporativos al servicio de su belicismo. Por eso, el desarrollo de la guerra en Ucrania seguirá escalando unos peldaños más, pero sin comenzar una contienda total que ponga en peligro el futuro de la Humanidad.

Juanlu González

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