¿Por qué Occidente es tan hipócrita con India?

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En junio fue asesinado un líder sij en Canadá, muy probablemente por agentes indios. Aparte de Canadá, no lo condenó ningún otro país occidental. Además de este, hay muchos asuntos turbios en India ante los que Occidente hace la vista gorda, lo que contrasta fuertemente con su actitud respecto a China.

Occidente está pagando inevitablemente el precio de esta hipocresía moral, por ejemplo, en lo que respecta a su apoyo a la guerra en Ucrania.

El ojito derecho

India es el ojito derecho de Occidente. Tanto a nuestros medios de comunicación como a nuestros políticos les gusta describirla como la «mayor democracia» del mundo. Cuando Modi visita un país occidental, se le recibe recibido con la alfombra roja, como ocurrió este año en París y Washington.

No hay que buscar mucho para encontrar las razones de tantos honores y benevolencia. El país se considera el mercado del futuro y un aliado vital en el esfuerzo por impedir el ascenso de China. Ningún gobierno occidental desea un enfrentamiento con India y, por lo tanto, se hace gustosamente la vista gorda ante cosas desagradables y no tan agradables. Y en India no faltan cosas desagradables que a Occidente le gusta esconder bajo la alfombra. Enumeramos a continuación algunas de ellas.

Asesinato en Canadá

Para empezar, está el asesinato del líder sij el pasado mes de junio. Un conocido líder de la comunidad sij de la India fue asesinado a plena luz del día en Canadá por un comando de seis hombres enmascarados.

Según el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, hay «acusaciones creíbles» de que agentes indios están implicados en este atentado. Otros líderes sijs también perdieron la vida en los últimos meses. En Inglaterra un destacado sij murió «en circunstancias misteriosas» y en Pakistán unos hombres armados mataron a tiros a un miembro de la comunidad minoritaria sij de Pakistán.

La masacre de Vancouver provocó tensiones diplomáticas entre Canadá e India, pero poco más. No hubo ninguna condena pública entre los aliados occidentales. En la reunión del G20 (9-10 de septiembre) el Presidente Joe Biden y algunos líderes occidentales se limitaron a expresar su preocupación. Ni condena ni sanciones.

Si este asesinato político lo hubieran cometido agentes chinos, habría sido noticia de portada durante varios días y motivo de nuevas sanciones. No es el caso de India, que se libra todavía más fácilmente que Arabia Saudí cuando en 2018 el periodista Jamal Khashoggi fue asesinado a sangre fría en el consulado saudí de Estambul.

La figura de Modi

El hecho de que se trate a Modi con tanto respeto es de por sí motivo de extrañeza. Modi se formó sobre todo en Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), un movimiento paramilitar y de extrema derecha que Rahul Gandhi, nieto de Indira Gandhi, califica de organización fascista y responsable de mucha violencia contra los musulmanes, a menudo mortal.

En Washington sabían muy bien qué tipo de persona era Modi. Durante casi una década se denegó el visado para entrar en Estados Unidos a este antiguo líder nacionalista hindú debido a «graves violaciones de la libertad religiosa», en alusión a los sangrientos disturbios de Gujarat en 2002 que provocaron más de 1.000 muertos. Modi era entonces primer ministro de ese Estado. Hace tiempo que hemos olvidado todo eso…

Caza de musulmanes y de minorías

En 2020 se declaró la ley marcial en el estado de Cachemira, de mayoría musulmana. Se suspendieron todo tipo de reuniones y libertades civiles. Se cortó el teléfono e Internet, y se detuvo sin cargos a 7.000 políticos, empresarios y otros ciudadanos destacados. Se podía detener preventivamente a discreción.

Se desplegó cerca de medio millón de soldados para «mantener el orden», ¡entre una población de 4 millones! La situación se suavizó un año más tarde, pero sigue habiendo muchas restricciones.

En el resto de India los 220 millones de musulmanes también sufren el acoso de los extremistas hindúes. El sentimiento antimusulmán aumentó en todo el país, especialmente después de que Narendra Modi, él mismo un nacionalista hindú declarado, se convirtiera en primer ministro. Entre otras cosas, en 2019 se votó una ley de ciudadanía que favorece a los no musulmanes.

Una conferencia llamó a finales de 2021 al exterminio de los musulmanes en India. «Debemos prepararnos para matar o morir», afirmó uno de los oradores, lo cual es, ni más ni menos, lenguaje genocida. No hubo reacción por parte del gobierno indio.

Otras minorías también tienen cada vez más problemas en la India. Por ejemplo, la violencia étnica mató este verano en el noreste de la India a 180 personas y desplazó a 60.000. Una vez más, Modi miró hacia otra parte.

Es posible que se haya oído hablar poco o nada de estos abusos. No es casualidad, ya que apenas se informa de ello en los medios de comunicación occidentales. Y esto contrasta fuertemente con lo mucho que se escribe y se grita sobre la situación de los uigures en China, que a menudo se basa a veces en fuentes dudosas.

Sea como fuere, según Edward Luce, del Financial Times, «podría decirse que India trata a sus minorías musulmanas tan mal como los chinos los tratan en Xinjiang». Si es así, ¿por qué nuestros medios de comunicación no informan de ello y, en cambio, se presenta a Modi como un estadista amante del yoga?

¿Democracia?

Se elogia a India sobre todo por su sistema «democrático». Efectivamente, desde el punto de vista formal se trata de un sistema parlamentario civil y de un estado de derecho tal como lo conocemos. Pero la cuestión qué valor tiene.

En primer lugar, el dinero de las élites ahoga a las instituciones democráticas de India, que ”compran» elecciones con grandes presupuestos. En su primera campaña para convertirse en primer ministro Modi viajó en un jet privado y dos helicópteros de un rico magnate.

Además, las convicciones ideológicas de los diputados indios no están demasiado arraigadas. Si se les ofrece suficiente dinero, cambian fácilmente a otro partido sin que los votantes les castiguen por ello. En el pasado el partido de Modi, el BJP, intentó derrocar a todos los gobiernos estatales que no controlaban o bien amenazando a los legisladores o bien comprándolos. Tuvieron un éxito razonable.

Gracias al sistema electoral, el BJP consiguió la mayoría parlamentaria en las anteriores elecciones (56% de los escaños) con apenas 37% de los votos.

Además, ese parlamento está lleno de delincuentes. El 43% de los parlamentarios tiene pendiente una causa penal y en caso del 29% se trata de delitos graves. Parece que en la India, el ser elegido es un motivo importante para evitar la cárcel.

¿Estado de derecho?

Ya no se puede calificar de «libres» a los medios de comunicación. Según Financial Times, Modi ha logrado en los últimos tiempos un «acercamiento espectacular entre su partido político Bharatiya Janata y las familias multimillonarias que dominan los medios de comunicación». Un amigo de Modi posee ahora un imperio con más de 70 empresas de comunicación que siguen al menos 800 millones de indios. Los medios independientes están siendo comprados.

A través de sus vínculos con los propietarios el BJP ejerce una enorme influencia en los medios de comunicación. Se presiona a los editores para que sigan siendo «amistosos». Por el contrario, los nacionalistas hindúes bombardea con amenazas en las redes sociales a los periodistas que critican al partido de Modi o las políticas del gobierno. La violación es una de las posibles amenazas para las mujeres periodistas. A menudo los reporteros son víctimas de doxys: se difunden fotos de ellos o de sus familias y se invita a la gente a hacerles daño.

Los medios de comunicación extranjeros y las ONG también están en el punto de mira. Después de la emisión el pasado mes de febrero de un documental crítico con Modi, una inspección fiscal realizó una redada en la BBC. En abril se produjo un registro en los locales de Oxfam, supuestamente por infracciones relacionadas con la financiación extranjera.

La oposición está amordazada, lo cual es especialmente cierto en el caso de las universidades, los grupos de reflexión y la sociedad civil. Cualquier persona puede ser tachada de terrorista basándose en escritos personales, discursos, publicaciones en redes sociales o textos en su poder. Desde 2015 se ha denegado el registro o la renovación a 17.000 organizaciones de la sociedad civil.

La hipocresía tiene su precio

A los grandes medios de comunicación y a los políticos occidentales les gusta hacernos creer que nos guiamos por los derechos humanos y los valores humanos en la política internacional. Sin embargo, el incidente del asesinato del líder sij en Canadá lo contradice flagrantemente.

Seamos sinceros. También para nosotros la geopolítica es una cuestión de puros intereses. Si un país está del lado bueno (léase occidental), entonces puede permitir todo tipo de cosas y se le hace la vista gorda, pero si está en el lado equivocado, se le examina con lupa y al menor paso en falso habrá gritos escandalizados.

Inevitablemente pagamos el precio de esta hipocresía moral. Los países del Sur Global aceptan cada vez menos nuestro doble rasero. Según Financial Times, esto explica en parte «la indiferencia de gran parte del mundo en desarrollo ante las peticiones de ayuda de Occidente a Ucrania». Parece haber terminado la época en que los países del Sur se tragaban todo.

Marc Vadepitte

Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus.

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