Posmodernismo, posverdad y nuevos cesarismos: La contraofensiva populista de los medios de comunicación

¿Fin de lo posmoderno? 11 de septiembre de 2001. Esta es la terrible divisoria de aguas que separa dos concepciones opuestas de ver el mundo. A partir de aquí, de este reconocimiento, el filósofo y académico italiano, Maurizio Ferraris comienza su Manifiesto del nuevo realismo. Por un lado, lo posmoderno, basado en una realidad construida y manipulable y sobre todo, como noción secundaria inútil.

Se trata por cierto de dos dogmas destruidos por el populismo y las crisis económicas, que en el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York se presentan como la negación más extrema. Por otro lado, el nuevo realismo, un enfoque filosófico y cultural con connotaciones no solo cognitivas, sino también éticas e incluso políticas que he tomado en cuenta, al analizar el papel de los medios de comunicaciones y las redes sociales.

Si lo posmoderno se convierte en realidad, la política es sin duda la gran víctima de lo posmoderno. Los llamados grandes cuentos, como el marxismo, el leninismo, el maoísmo, están muertos. También muere el concepto de ilustración y, hasta, la idea de progreso, destruida por Nietzsche, según la cual la verdad puede ser mala y la ilusión buena, y que todo esto es el destino del mundo moderno. Profético, es el primero en temer a un mundo donde no hay hechos, sino solo interpretaciones.

Y este mundo falsamente utópico, dice Ferraris, ha encontrado su realización política en lo posmoderno: con el fin del mito de la objetividad, el mundo se ha convertido en realidad. Puedes creer en cualquier cosa.

Si lo posmoderno fue un ejemplo de emancipación, animado por lo tanto de buenas intenciones, las jovenes generaciones, que nunca han oído hablar de ciertos temas, han cosechado los frutos envenenados.

Estos frutos se pueden sintetizar en ironización, desublimación y des-objetivación.

La ironización se basa en un cierto distanciamiento irónico, en la convicción de que tomarse en serio las teorías equivale a ser víctimas del dogmatismo. ¿En cual otra manera explicar el abuso de las comillas en los últimos años? Quien quita las comillas es una persona violenta o ingenua, porque pretende tratar lo “real” como real. Quien posee la verdad es un fanático. Por eso la broma, el chisme y la farsa son tan vitales en los populismos actuales. La filosofía y la historia misma se convierte en una caricatura, delegando sus funciones naturales a la ciencia.

No es que la ciencia lo esté haciendo demasiado bien. Lo posmoderno asume un cierto escepticismo hacia las disciplinas científicas, de matriz muy antigua. Esto nos lleva a sospechar del realismo, tratado como un escollo paralizante. Entonces, ¡habrá que razonar con tu propia cabeza!

La cabeza, o más bien la mente y por ende, la propia conciencia de clase – de hecho – es la contraparte negativa de las demandas posmodernas de desublimación. El deseo como tal es una forma de emancipación. ¿Pero emancipación de qué? Desde la razón y el intelecto, por supuesto, considerados como formas de dominación. La liberación debe desarrollarse en los sentimientos y en el cuerpo. El llamado razonamiento del vientre. Y en este momento histórico, a la luz del rol político que ha asumido el organismo, no es casualidad que el cuerpo del líder, de los responsables, se torne eminentemente político. La personalización del poder hace que todo vuelva a caer en la esfera del líder y se convierta en cotilleo. El pueblo se refleja en el soberano, en su cuerpo, y el entrelazamiento de cuerpo y deseo se injerta en el populismo y el antiintelectualismo, con los nefastos resultados que vemos. Estamos frente a lo que Antonio Gramsci definía como cesarismo, un cesarismo – lo que vivimos hoy día – de nuevo tipo, regresivo. De acuerdo con Gramsci, el cesarismo expresa una situación en la cual las fuerzas que están luchando se equilibran en manera catastrófica, es decir que, se equilibran tanto que el proseguir de esa lucha no puede no terminar que con la destrucción reciproca. La cristalización agónica de estas fuerzas (progresivas y regresivas) permiten la intervención de una “tercera fuerza” que asume un papel arbitral caracterizado por la presencia como su dirigente de una grande personalidad histórica heroica que sujetará en si las otras fuerzas debilitadas por la lucha entres si, tomando el poder. Esta noción gramsciana de cesarismo, con su fuerte llamado a la “figura histórica heroica”, se refiere por cierto a la concepción weberiana de lider carismático. Este tipo de jefe ejercita sobre el ambiente (por ejemplo sobre el Partido) una fuerte influencia que parece legitimarse hacia la realización de una “misión divina”. Es necesario también, que las masas se “reconozcan” en este jefe, según como dice Gramsci, este fue el caso de Mussolini que fue el “jefe único de un grande Partido” y también “el jefe único de un grande Estado”.

Pero, si Gramsci considera que siempre “el cesarismo expresa la solución arbitral, esto no siempre tiene el mismo significado histórico”, y tampoco la misma finalidad. Puede ser regresivo como progresivo. Se dirá que el cesarismo es progresivo cuando su intervención ayuda la fuerza progresiva a triunfar. Su acción producirá unas transformaciones profundas en la estructura estatal y por esta razón, Gramsci considera que represente un carácter “cuantitativo-cualitativo”. Es decir, según Gramsci, una fuerza o un movimiento son de considerarse “progresivos”, cuando representan una ruptura que permite el pasaje de un tipo de Estado a otro. Así fue el cesarismo de Cesar y de Napoleon I, que por lo tanto se define como cuantitativo-cualitativo. De lo contrario, habrá cesarismo regresivo cuando esto realizará una alianza con la fuerza regresiva. En este sentido, se trata de un fenómeno exquisitamente “cuantitativo”, ya que una fuerza es de definirse como cuantitativa cuando permite una evolución de el Estado según una linea ininterrumpida. Este es el caso por cierto de Napoleon III, un cesarismo típicamente “cualitativo”. Pero la finalidad dual del cesarismo se queda también cuando su naturaleza se transforma. Gramsci destaca que en el mundo moderno, con su grandes coaliciones de carácter económico-sindical y politico del Partido, el mecanismo del fenómeno del cesarismo es bastante diferente con el que se dio hasta Napoleon III. Estas grandes figuras históricas heroicas, ya no son necesarias y pueden ser substituidas por una organización o una coalición. Si el cesarismo de la “grande personalidad histórica”, para tomar el poder se basaba sobre los militares y por ende, sobre el accionar de golpes de Estado y acciones militares, el nuevo cesarismo, más complejo, de el Estado moderno, ya no necesita de utilizar acciones militares porque se basa sobre organizaciones policiales en sentido largo, aquí Gramsci no se refiere únicamente a los organismos ordinarios tradicionales de represión de las actas criminales, si no también de las organizaciones políticas, de las organizaciones económicas y de los medios de comunicación (hoy diríamos también las redes sociales), y que tienen funciones de “investigación” y de “prevención”. El cesarismo es, de acuerdo con Gramsci, un concepto histórico-politico, cuyo significado se integra también en la dialéctica entre revolución/restauración que, en una época histórica determinada representa un esquema de análisis y una metodología, garantizando la posibilidad de determinar con precisión el punto de ruptura de el “equilibrio orgánico” y la fisionomía del “nuevo poder”.

Pero volviendo a Ferraris, el último fruto, la desobjetivación, define la verdad como un mal. Nietzsche, que define la verdad es sólo una antigua metáfora o manifestación de la voluntad de poder, el recurso al mito y la radicalización de Kant, según la cual el único acceso al mundo es a través de esquemas conceptuales, confluyen en esta concepción.

La Verdad absoluta ya no existe, sólo existen cosmovisiones, verdades con una V minúscula, pares de antinomias que pueden ser igualmente verdaderas. Galileo, por lo tanto, tiene razón como Belarmino. La consecuencia de esto, denuncia Ferraris, es que la razón es acorralada por el más fuerte, por su autoridad, este nuevo cesarismo posmoderno y post-ideología.

La realidad es casi siempre una realidad. Tal vez 

Una autoridad que ya no pertenece a la realidad. En su lugar está el realismo, una casi realidad basada en tres mecanismos. En primer lugar, la yuxtaposición y dramatización, en la que los actores yuxtaponen y dramatizan hechos reales muy diferentes. Tucídides ya hizo que personajes históricos pronunciaran discursos inventados desde cero. Pero ahora, con el aumento de los materiales en línea, se está perdiendo el límite entre la realidad y la ficción y entre la ciencia, la realidad y la superstición.

Esto conduce al tercer mecanismo, la onirización, que nos hace preguntarnos si la vida es un sueño o una realidad. La consecuencia implícita es pura distopía: de nada sirve soñar con un mundo nuevo porque la realidad ya es un sueño y es la única liberación posible. Una pesadilla, más que cualquier otra cosa.

De Descartes a Kant: La desconfianza de la experiencia

”Es una regla de prudencia no confiar nunca plenamente en quienes nos han engañado ni una sola vez”. Descartes, en este famoso pasaje de sus Meditaciones metafísicas, nos insinúa que sospechemos de los sentidos, servidores poco fiables y ocasionalmente mentirosos. La certeza, según Descartes, no debe buscarse fuera de ese bosque de engaños sensibles que es nuestro mundo. La certeza hay que buscarla en el cogito, en el asiento de ideas claras y distintas que reside dentro de nosotros.

Una actitud ciertamente artificial, no natural. Todos los hombres utilizan los sentidos como primera forma de aprendizaje, de percepción. En el límite, cuando es necesario, experimentamos para tener certezas aún más claras, ya que según Descartes debemos ocuparnos sólo de aquello de lo que estamos absolutamente seguros.

Esta búsqueda hiperbólica del conocimiento, como la define Ferraris, nos lleva a su contrario: si ya no existe una certeza natural, la certeza científica no puede reemplazarla en absoluto, ya que la ciencia es progresiva y por lo tanto nunca definitiva. En resumen: ya no podemos estar seguros de nada.

Kant parte de este punto muerto, influyendo en toda la filosofía posterior: si todo conocimiento comienza con alguna experiencia, y la experiencia es incierta, será necesario fundar la experiencia a través de la ciencia, encontrando estructuras a priori que establezcan su carácter aleatorio.

Entonces, justo aquí encontramos la inversión de Kant: ya no partimos de los objetos sino de los sujetos, ya no nos preguntamos qué son las cosas en sí mismas, sino cómo hacer para conocerlas.

Partiendo del supuesto de que “las intuiciones sin conceptos son ciegas”, Kant postula los esquemas conceptuales como necesarios para tener alguna experiencia.

Pero estos esquemas, sobre los que modelamos nuestro conocimiento, terminan modelando también la realidad, que para Kant es incomprensible sin conceptos, es “ciega”.

Por lo tanto, al radicalizar a Kant, muchos han confundido ontología con epistemología, lo que es con lo que sabemos. Y de ahí el posmodernismo y el descrédito del saber, considerado una mera construcción del hombre. El objetivo de esta actitud construccionista es el asombro, el rechazo de lo obvio, la construcción del sin sentido que indica el peso del conocimiento en la construcción de la experiencia: si algo no se conoce no existe.

Contraofensiva realista: Indefectibilidad

Sería sumamente banal y reduccionista pensar que el realista se limita a decir que la realidad existe. Los realistas, sobre todo los contemporáneos, insisten mucho en precisar que conocer y ser no coinciden. En este sentido, Ferraris propone el concepto de Inmendabilidad, que caracteriza su visión de la realidad. Decir que lo real no es enmendable equivale a argumentar que lo que tenemos frente a nosotros no es manipulable ni corregible mediante ningún esquema conceptual. Este es el carácter persistente de la realidad.

Ferraris, por supuesto, no olvida la existencia de conceptos eminentemente humanos, que pueden ir desde la ley hasta la última maniobra económica o hasta la institución del matrimonio. Por esta razón, la tarea de la filosofía será distinguir lo socialmente construido, los llamados objetos sociales, de lo que no lo es, a saber, los objetos naturales.

Esta distinción es importante para subrayar el enfoque anti-positivista de este tipo de realismo: Ferraris no cree que todas las verdades estén en manos de la ciencia, pero relanza el valor del sentido común, los valores morales y las opiniones.

Una función ética 

Ferraris rechaza, como se mencionó, la afirmación de que el realismo se limitaría a aceptar la realidad tal como es. Tal visión de las cosas tendría, como corolario ético-político, la aceptación de la realidad tal como es. El realismo propuesto por Ferraris, en cambio, se concibe como una doctrina crítica en primer lugar en dos sentidos: el kantiano, es decir, en juzgar lo que es real y lo que no es, y en el sentido marxista, en el sentido de transformar lo que no es correcto. En resumen, no se trata de aceptar la realidad, sino de constatarla, cambiarla a mejor.

El realismo se perfila, en la doctrina de Ferraris, como el primer paso hacia el cambio y la emancipación. Tiene, por tanto, un propósito moral, porque sólo presuponiendo una existencia compuesta de cosas y hechos reales podemos considerar creíble la existencia de la justicia.

Pero, ¿qué condiciones impone este realismo a la realidad así delineada? Esencialmente, la única pero muy fuerte restricción de oponerse a la falsificación. De hecho, la naturaleza no impone ningún deber, sino que impone limitaciones a las que los humanos debemos aferrarnos: trivialmente, si saltamos del avión sin paracaídas nos caemos, a pesar de cualquier construcción mental.

El poder y la verdad 

“Un lobo vio a un cordero bebiendo junto a un arroyo y tuvo ganas de comérselo con un bonito pretexto. Allí, de pie río arriba, empezó a acusarle de ensuciar el agua para que no pudiera beber. El cordero le señaló que, para beber, apenas tocaba el agua con el hocico y que, en cambio, al estar río abajo, no le era posible enturbiar el agua río arriba. Cuando ese pretexto le falló, el lobo entonces le dijo: “Pero si tú eres el que insultó a mi padre el año pasado”. Y el cordero le explicó que en esa fecha aún no había nacido. “Bueno”, concluyó el lobo, “si eres tan bueno poniendo excusas, no puedo dejar de comerte”. La fábula muestra que contra aquellos que han decidido hacer un mal no hay una defensa justa que sea válida”.

Finalmente, Ferraris retoma el famoso cuento de Fedro sobre el lobo y el cordero. La moralidad es tan famosa como despiadada: en un mundo de tantas “verdades”, siempre gana el más fuerte.

Pero la verdad real, la que no tiene comillas, no es en absoluto una cuestión de poder. Es la realidad la que establece que no puede ser el cordero el que enturbie el agua, lo cual es absolutamente imposible, y por tanto restablece la justicia. La realidad y la verdad son la única protección de los más débiles. Pero ¿Cómo se interpone el concepto de realidad y post-verdad con el nuevo concepto de cesarismo – parafraseando Gramsci – y populismo mediatico, al que habla Ferraris?

Al debate político actual le gusta definirse a sí mismo como “posideológico”, lo que implica que pertenece a una época que ahora está purificada de ideologías y otros monstruos del siglo XX.

Como ya sabemos, la ideología ha estado y sigue representando uno de los problemas fundamentales del marxismo-leninismo y del maoísmo. Conscientes de esta importancia histórica, politica y filosófica, yo como historiador, he trabajado a Gramsci sobre esta problemática, y en no pocos de sus textos presento una de-construcción innovadora en el pensamiento marxista, liberando el pensamiento critico practico transformador de unas rejas occidentales y eurocentricas y acercándolo a el proyecto descolonial de Lenin, Mao y Ho Chi Minh.

Por cierto es justo a través de la ideología – de la teoria revolucionaria – y mediante esta que el proletariado conquista su propia conciencia de clase para si mismo, y justo a través de la ideología podrá ejercer la hegemonía, que evidentemente no tiene nada que ver con la concepción impuesta por el eurocomunismo, donde hegemonía y coerción, en sentido gramsciano, se vuelve una perspectiva aberrante de lucha electoral, en la que se dará la hegemonía con la victoria electoral con el 50 + 1 por ciento. Gramsci articula sus estudios sobre ideología, hegemonía y coerción a través de tres momentos básicos:

  • ¿Cómo se puede retomar las adquisiciones criticas de Marx sin caer en el economicismo y en tendencias mecánicas presentes en la historia del movimiento obrero y la Primera Internacional? 
  • ¿ Cuál es la composición interna de la ideología? 
  • ¿ Cuál es su función?

De acuerdo con Karl Marx, las ideologías eran, junto con las instituciones y la religión, los elementos constitutivos de la sobreestructura, conectada dialécticamente a la estructura, es decir, la base económica. Según algunos filósofos, entre ideología y economía subsiste una relación casual que en Marx puede presentarse ambigua y cuya interpretación mecánica ha determinado muchos errores, cada modificaciones de la estructura determina una transformación inmediata y necesaria de las ideologías. Es cierto que, por Marx, debido a no pocas dificultades inherentes a la naturaleza de este concepto en cuanto tal, no logra diseñar una definición que facilite la comprensión y el uso, aunque si es cierto que en muchos textos precisa algunas características fundamentales de la ideología. Respeto a las masas, la ideología es un reflejo de la realidad, que se encuentra en la apariencia de las cosas, restituyéndole una imagen deformada y tramposa, pero conforme a los intereses de la clase (o clases) dominante, elaborada y hecha sistemática de los intelectuales orgánicos de esta clase, con el objetivo de justificar específicamente la realidad constituida por el modo de producción. Por esto que, en línea general, la ideología nunca se presenta como tal, sino como una esfera autónoma e independiente sin ligados directos o indirectos con una base material, es decir, sobre todo, sin ligados directos con la estructura.

Karl Marx, el teórico de las causas del proletariado

La reflexión de Gramsci empieza por ende, a través de la adquisición que existe entre una relación entre estructura y sobreestructura – la superestructura gramsciana, para ser aun más claros – y sus investigaciones se orientan hacia la individuación de estas relaciones en cuanto tales. En otro términos, Gramsci se pregunta ¿Cómo puede la ideología transformarse en instrumento de liberación del proletariado y para poder instaurar su hegemonía como clase?

El concepto de ideología se muta de la antigua terminología de los filósofos sensistas del siglo XVIII. En sus origines, observa Gramsci, ideología significaba “ciencias de las ideas” (o “búsqueda sobre las origines de las ideas”), así que, justo aquí es necesario formular la siguiente pregunta: ¿Cuál es la origen del sentido de “ciencias de las ideas”? Y más, ¿Cómo ha asumido los significados de “super estructura necesaria de una estructura determinada” y conjunción de “cavilaciones arbitrarias de individuos determinados”?

De acuerdo con Gramsci, la ideología no constituye una totalidad abstracta conectada a una totalidad concreta, una relación ideal entre teoria y praxis, una cadena invisible que conecta la conciencia con el real, si no que es el proceso dialéctico de la manifestación de una “filosofía” determinada, a través de estructuras históricas materiales donde se modifica la forma y el contenido, “concretizándose”.

Luego de que el pensador sardo demostró como la ideología ocupa todo el campo de la actividad practica de una clase dominante, analiza también como, en el campo mismo de la ideología, conviven una serie de niveles jerarquizados, aquí la filosofía es la ciencia más elaborada y en la cual siguen en un nivel inferior el sentido común y en fin, el folclor.

Es por esto que, como existe por cierto una ideología dominante directamente y orgánicamente conectada a la clase dominante, donde enmascara – hasta justificándola – la hegemonía y coerción fundamentada sobre la base económica, también existen ideologías divulgadas en el ámbito de cada estrato de la formación social, producidas mediante la ideología dominante capitalista y burguesa, pero adaptadas y simplificadas pera ser asimiladas siempre más y provocar con más facilidad el consenso.

Así que, justo a través de esta análisis gramsciana sobre “hegemonía acorazada de coerción”, ahora cabe preguntarnos: ¿Puede el ser humano prescindir de la ideología, siendo un animal político? Si representa los valores y el sentido común que garantizan el funcionamiento de una sociedad civil, nuestro período histórico habrá tenido que sustituirlo por algo y ese algo, como esencialmente no ideológico, será ante todo y en primer lugar pragmático.

A nivel de la vida pública, aparecería el advenimiento de una especie de tecnocracia ilustrada: única y exclusivamente, los hechos moverían las decisiones de un electorado finalmente racional y razonable. Dado que las cuestiones de moralidad no pueden apelar a ninguna confirmación numérica que sustente una tesis de forma unívoca, se eliminarían de la comparación: la política acabaría siendo incorporada por la economía, ya que los principales puntos cuantitativos de una campaña electoral conciernen meramente a cuestiones económicas.

Claramente, la realidad está lejos de este escenario (afortunadamente, deberíamos agregar). La ideología está viva y coleando: solo ha cambiado de forma. Como los servicios, los medios de comunicación y las relaciones humanas, se ha desmaterializado, pero gracias a la pérdida de coherencia ahora puede deslizarse en cada intersticio de nuestra estructura perceptiva de la realidad. Ya no depende de las pesadas y problemáticas cargas de los dogmas políticos del pasado, donde sirvió como un punto de inflexión para dividir el mundo en dos esferas de influencia claramente distinguibles; es más multifacético y, por tanto, más difícil de reconocer.

Encuentra su herramienta privilegiada en los medios de comunicación, mecanismos penetrantes y omnipresentes que se adaptan bien a su tendencia a doblar la realidad en el ángulo deseado. Lo que Gramsci definía como “estructura ideológica”, finalizada a “mantener, a defender y a desarrollar el frente teórico e ideológico”. Tiene una inclinación particular por lo plano: dada la inmediatez del mensaje mediático, avanza en imágenes fugaces , que, sin embargo, si se manipulan sabiamente, son capaces de manejar tanto a los destinatarios como a los adoctrinamientos partidistas. La ideología no está muerta, pero si nos gusta podemos referirnos a ella con el nombre que más le convenga en el contexto actual: populismo mediatico.

Las teorías posmodernas más recientes han conceptualizado la sociedad capitalista contemporánea como la proliferación y difusión de imágenes. Lo real no es solo lo que se puede reproducir, sino lo que siempre ya se reproduce. Lo real es hiperreal.

Si la ideología nos parece muerta es sólo porque se ha vuelto indistinguible de la experiencia. Invirtiendo las relaciones de predicación, podemos llegar a decir que, más bien, la realidad está muerta: asesinada por razones ideológicas.

La evidencia del asesinato de la realidad, es decir, de la persistencia de la hiperideología, está por todas partes a nuestro alrededor. Son más evidentes donde deberían dominar los hechos: si dijéramos antes que en un mundo posideológico la política sería absorbida por la economía, como disciplina que mejor se presta a la análisis matemática, en realidad estamos presenciando lo contrario. Las ciencias sociales tradicionalmente consideradas más “técnicas” se encuentran a merced de consignas absolutamente arbitrarias y, en la medida de lo posible, de la elegante pureza de los datos.

Un ejemplo concreto nos ayudará a definir mejor el concepto: la campaña electoral y las ultimas elecciones estadounidenses. Si mi tesis es válida, analizando el programa económico de los candidatos presidenciales, debemos identificar una clara discrepancia entre promesas y acciones, no solo como resultado de hallazgos ex post sobre su trabajo, sino también limitándonos a un análisis ex ante de su trabajo, propuestas, ya que la realidad nunca surge en su esencia sino siempre a la luz de la hiperideología.

Tomemos al presidente Donald Trump, que tuvo ipso facto cuatro años para pasar de las palabras a los hechos. Entre la miríada de declaraciones más o menos plausibles de Trump, centrémonos en aquellas propuestas que deberían afectar más cercana y concretamente al electorado, las propuestas menos ideológicas, en definitiva. Dos caballos de batalla en este sentido fueron los recortes en las tasas de beneficio empresarial y la creación de 25 millones de puestos de trabajo en diez años. Aquí hay dos extractos particularmente significativos a este respecto:

Todas las decisiones sobre comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores, se tomarán para beneficiar a los trabajadores y familias estadounidenses . (…) Recuperaremos nuestros trabajos. Traeremos de vuelta nuestras fronteras. Traeremos de vuelta nuestra riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños.

       Discurso inaugural (viernes 20 de enero de 2017).

Todas las decisiones sobre comercio, impuestos, inmigración, asuntos internacionales se tomarán en beneficio de los trabajadores estadounidenses y las familias estadounidenses. (…) Volveremos a trabajar. Recuperamos nuestras fronteras. Recuperaremos nuestra riqueza. Y recuperaremos nuestros sueños”.

“Estoy proponiendo una reducción general del impuesto sobre la renta, especialmente para los estadounidenses de ingresos medios. Esto dará lugar a millones de trabajos nuevos y muy bien pagados. Los ricos pagarán su parte justa, pero nadie pagará tanto que destruya puestos de trabajo o socave nuestra capacidad como nación para competir. (…) Para muchos trabajadores estadounidenses, su tasa impositiva será cero. () Según mi plan, ninguna empresa estadounidense pagará más del 15% de sus ingresos comerciales en impuestos. En otras palabras, estamos reduciendo sus impuestos del 35% al 15%”.

Discurso en Detroit Economic Club, 2016. 

Propongo una reducción generalizada de los impuestos sobre la renta, especialmente para los estadounidenses de ingresos medios. Esto conducirá a la creación de millones de nuevos empleos bien remunerados. Los ricos pagarán lo que les corresponde, pero nadie pagará tanto como para destruir puestos de trabajo o comprometer nuestra capacidad de competir como nación. (…) Para muchos trabajadores estadounidenses, la tasa impositiva será del cero por ciento. (…) Según mi plan, ninguna empresa estadounidense pagará más del 15% de sus ingresos comerciales en impuestos. Es decir, reduciremos sus impuestos del 35% al 15% ”.

Discurso en Detroit Economic Club, 2016.

Pregunta número uno: ¿las premisas que subyacen a los discursos de Trump están respaldadas por datos reales o nos estamos moviendo desde el principio en un contexto manipulador? Claramente el segundo.

Donald Trump heredó de la administración Obama una economía que estaba en una grave crisis de estancamiento, debido a una crisis aun más general del capitalismo tardío en su versión ultima neoliberal, una crisis que resulta por ende, insanable.

Pregunta número dos: ¿en qué se ha traducido este audaz espíritu de desregulación, en términos concretos? De hecho, estamos frente a una relación muy estricta entre la hipótesis que el trumpismo represente la “revolución pasiva” (parafraseando Antonio Gramsci) del siglo XXI y que esto pueda ser considerado como una forma de laboratorio politico de destrucción del sistema capitalista. La hipótesis que el trumpismo – al igual del fascismo histórico del partido nacional-fascista de Benito Mussolini en Italia en el siglo pasado – sea de considerarse como la “revolución pasiva” del siglo XXI es enunciada como critica a el acercamiento de no pocos analistas de geopolítica, que evidentemente abandonan una análisis filosófica e histórica de la realidad, volviendo la misma geopolítica como ideología reaccionaria y muy cómoda a los intereses gatopardistas del “cambiar todo, para que todo siga igual” y que se identifica en la intentona de salvar el capitalismo decrépito a través la transformación de la forma de gobierno o de Estado, o nuevas políticas proteccionistas o neo keynesianas, para que siga en auge el neofascismo neoliberal de los Chicago Boys y del Fundo Monetario Internacional (FMI). Es decir para restablecer la hegemonía de la burguesía imperialista y del gran capital sobre las masas populares a nivel mundial.

El Fondo Monetario Internacional (FMI), una institución dedicada a fortalecer la hegemonía de la burguesía imperialista y del gran capital

Por otro lado, como Estado totalitario y mediante una praxis politica totalitaria, el trumpismo no puede ser considerado como una simple reacción al proceso de auto-organización de las masas populares, que se había dado en las primeras décadas del siglo pasado, como reacción del taylorismo o del americanismo y fordismo, de acuerdo con la definición que Gramsci hace de estos en sus Cuadernos de la carcel. Objetivo del trumpismo, como movimiento de salvación del neofascismo neoliberal muy en auge también durante todas las administraciones estadounidenses que gobernaron la Union americana, de acuerdo a los intereses de la grande industria tecnológica militar y de las armas, o de la entidad sionista de Israel, es la de absorber y canalizar los sub-movimientos de el electorado estadounidense exquisitamente blanco y anglosajón y no de rechazarlo o eliminarlo. El trumpismo es por ende, un “laboratorio politico” en el cual, por la primera vez en la historia contemporanea de las elecciones en los Estados Unidos del Norte America, desde el fin de la guerra civil, las masas populares, como fuerzas motrices del supremacismo blanco estadounidense, por un lado, y del partido transversal que sigue en auge entre los demócratas y republicanos, por otro lado, pueden hacer su propio aprendizaje en la politica estadounidense a través de organizaciones paramilitares como en el caso de los Proud Boys y los Black Lives Matters.

Es evidente, por lo tanto, el carácter fuertemente ideológico del mensaje político que los medios de comunicaciones hacen viral: parte del pueblo estadounidense, el que se identifica, en abstracto , con los valores de los que Trump es símbolo: machismo de salón, arribismo optimista de la Nueva Frontera, etc. – está dispuesto a sacrificar la realidad en el altar de la representación. No podemos evitar creer ciegamente en algo y la hiperideología nos proporciona todo lo que necesitamos para hacerlo: soluciones fabricadas, problemas y enemigos. A diferencia de la ideología del siglo XX, ni siquiera se refiere a principios abstractos superiores a los que debe una apariencia de coherencia. La hiperideología es una ideología sin ideas.

La hiperideología genera efectos casi paroxísticos cuando se trata del enfrentamiento directo con el oponente. Durante el segundo debate presidencial, Donald Trump acusa una vez más a Joe Biden de querer abandonar el fascismo neoliberal y querer establecer una “atención médica socializada”, cediendo a la presión del ala más radical de su partido, encabezada por Bernie Sanders. Como debería parecer obvio a estas alturas, se trata de una acusación infundada: Bidencare está lejos de una nacionalización completa del sistema sanitario y garantiza a los ciudadanos la posibilidad de elegir una cobertura sanitaria privada.

En estas campañas electorales por parte de Trump y Biden, encontramos cristalizado el Zeitgeist, el espíritu de la época, de 2020. El mensaje político es ahora propaganda mediatica fascista. Trump no se limita a distorsionar las propuestas de Biden para darle una mala imagen: las crea en el momento exacto en que las plantea en el debate, lo que las hace hiperrealistas a través de su propia mediación. La identidad de quién está de facto frente a él es irrelevante Como en la destacada historieta toscana sobre los ladri di Pisa (los rateros de Pisa), que robaban juntos en la noche y peleaban en el día, al dividirse su propio botín, los dos candidatos atacan la representación que tienen el uno del otro; no chocan con nada más que aire, su ideología se basa sobre el fascismo neoliberal y sobre la guerra sin limites, es decir el saqueo imperial de los pueblos trabajadores. La guerra sin limites es la prosecución de la politica que estos dos representantes de las principales tendencias burguesas e imperialistas estadounidenses quieren salvaguardar y que utilizan para confundir las masas populares en todo el mundo, y a través de sofismas.

El populismo mediatico en auge en los Estados Unidos y en el mundo es el poder de aquel Estado profundo reflejado en el Deep State y por ende, detrás de los intereses de la grande industria tecnológica militar y de las armas, de la entidad sionista de Israel, los cuales detienen el poder y la violencia de aquel mismo populismo mediatico representado por los medios de comunicación que eligen presidentes o en su versión terrorista, representan aquella vanguardia de fuego utilizada para crear las bases en la opinión publica internacional para preparar nuevas guerras de saqueos contra pueblos o para asesinar presidentes y destruir Estados-naciones como en los casos más recientes de Iraq y Libia.

Podríamos decir, concluyendo, que frente a un “pensamiento débil” impuesto a través la post ideología y el posmodernismo, nos encontramos frente a la “ideología fuerte” de los medios de comunicaciones, porque parafraseando, Ferraris, alguien tendrá que controlar para nosotros la Verdad – aquella verdad con la V mayúscula – y estos no serán los pueblos trabajadores, obligados a representar – de acuerdo con Gramsci, en su análisis sobre hegemonía acorazada de coerción, la que viene ejercitada por el Estado burgués capitalista en su versión de fascismo neoliberal – nada menos que, objetos y no sujetos de la historia.

Alessandro Pagani

Alessandro Pagani: Historiador y escritor; doctorante en Teoría Crítica y Psicoanálisis en el Instituto de Estudios Criticos de México; autor del libro Desde la estrategia de la tensión a la operación cóndor; colabora con el Centro de Investigación sobre la Globalización (Global Research).

Comentario sobre artículos de Globalización en nuestra página de Facebook
Conviértase en miembro de Globalización

Artículos de:

Disclaimer: The contents of this article are of sole responsibility of the author(s). The Centre for Research on Globalization will not be responsible for any inaccurate or incorrect statement in this article. The Center of Research on Globalization grants permission to cross-post original Global Research articles on community internet sites as long as the text & title are not modified. The source and the author's copyright must be displayed. For publication of Global Research articles in print or other forms including commercial internet sites, contact: [email protected]

www.globalresearch.ca contains copyrighted material the use of which has not always been specifically authorized by the copyright owner. We are making such material available to our readers under the provisions of "fair use" in an effort to advance a better understanding of political, economic and social issues. The material on this site is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving it for research and educational purposes. If you wish to use copyrighted material for purposes other than "fair use" you must request permission from the copyright owner.

For media inquiries: [email protected]