Puerto Rico: Algunas lecciones del huracán

(Normalmente mis escritos, sobre todo ante situaciones nuevas, son resultado de discusiones con otros compañeros y compañeras. Pero estos días estamos casi incomunicados. Por tanto, aún más que en otros casos, este escrito es de mi entera responsabilidad. De igual forma, escribo con información incompleta, resultado de la misma incomunicación, por tanto, todo lo que escribo está, más que de costumbre, sujeto a corrección futura.)

Las crisis plantean problemas agudos que ponen al descubierto y acentúan los aspectos tanto admirables como negativos de las sociedades que impactan. También plantean nuevas tareas y nuevas perspectivas ante agendas que ya estaban planteadas. El caso de Puerto Rico y el efecto y respuesta al paso del huracán María no es excepción.

Empecemos por lo admirable: la reserva de solidaridad, de comunidad, de generosidad que subsiste en el país a pesar de tres décadas de prédica y práctica neoliberales que fomentan lo privado sobre lo público, la competencia sobre la colaboración, el egoísmo sobre la comunidad, la inmediatez sobre la previsión, la fragmentación sobre la integración democrática. Podría dar decenas de ejemplos: el pon que me han dado cuando voy caminando a hacer alguna gestión (por falta de gasolina), la comida que me han fiado (porque no tenía cash), el café ofrecido por mis vecinos, el uso de una hornilla prestada para calentarle algo de comer a mi bebé, los médicos y personal de salud laborando en un hospital que se había quedado sin electricidad (cuando tuvimos que ir a sala de emergencia el día después del huracán). No hay duda que nuestro pueblo entiende y siente, a pesar de todo, que las relaciones humanas, incluso entre desconocidos, son más y deben ser más que el frío vinculo del efectivo.

Pero hay problemas y retos sobre los que hay que reflexionar: no podemos dejar a un lado las tareas más urgentes, pero tampoco podemos dejar de analizar la situación, sobre todo si queremos desde el principio reconstruir un Puerto Rico distinto y mejor. Esa reconstrucción empezó ya y no podemos dejar esa reflexión para más tarde. En ese caso, otros tomarán las decisiones que nos afectarán. Tampoco podemos ser injustos con los que en este momento están inmersos en tareas de rescate, apoyo y reconstrucción: hay que reconocer esa inmensa y difícil labor, incluyendo a funcionarios de gobierno cuyas ideas no comparto pero cuya labor reconozco.

Para empezar por lo más inmediato. No hay duda de que la respuesta prevista al desastre fue inadecuada. No podemos pedir milagros. Pero sin duda, era necesario un plan o planes para mantener el suplido de agua, alimento y servicios de salud y la provisión de combustible necesario para todo esto, suponiendo un colapso predecible y anticipado del sistema eléctrico. ¿Era posible tal plan y previsión? Sin duda, al menos en grado mayor de lo que hemos podido observar. La realidad es que ya se tenía la experiencia de los huracanes Andrew y Katrina, que no se aprovecharon adecuadamente (volveremos sobre las raíces de esta falta de previsión). Pero es cierto que los planes, por buenos que fueran, no podían solucionarlo todo. Hay otros problemas, que también pueden atenderse ciertamente, pero no con planes de emergencia. Para dar dos ejemplos: la gasolina y la salud.

La carrera desesperada en busca de gasolina, con el caos y la incertidumbre que hemos vivido, es el resultado, en último análisis, de la dependencia casi absoluta en el automóvil privado como medio de transporte, que tantas veces se ha denunciado por razones urbanísticas y ecológicas. Sin automóvil el país no funciona para las cosas más cotidianas y sin gasolina los automóviles no funcionan. Piense el lector o lectora lo distinto que sería la situación si contáramos con una eficiente y tupida red de transporte colectivo: levantar esa red colectiva sería una tarea difícil, sin duda, pero permitiría restablecer y garantizar el acceso y el movimiento de personas mucho más rápidamente que tratar de proveer gasolina a millones (sí, millones) de automóviles. Es decir, el paso del huracán acentúa una necesidad que ya estaba planteada antes del huracán. No olvidemos esto a la hora de la reconstrucción. (Irónicamente, una de las razones por las que se planteaba y plantea el transporte colectivo es la necesidad de reducir la quema de gasolina para atender la amenaza del cambio climático, una de cuyos impactos es precisamente aumentar la frecuencia de eventos extremos, como huracanes categoría 5…) Con tres huracanes de ese tipo en una sola temporada quizás empecemos a tomarnos en serio esta amenaza (aunque Trump siga negando su existencia).

Otro ejemplo de lo dicho es nuestro sistema de salud. No debo decir sistema: sistema tuvimos hasta la década de 1990. Era un sistema diseñado lógicamente, con centros de diagnóstico y tratamiento e instalaciones de cuido primario, secundario y terciario, en una especie de pirámide. Tenía sus carencias, debía mejorarse, pero era un sistema mínimamente coherente. En una crisis como esta pudo prepararse, y puede levantarse y coordinarse, de nuevo, con un mínimo de coherencia y eficiencia, alrededor del país. Pero ese sistema ya no existe: lo que existe es el resultado fragmentado, caótico y desarticulado generado por la privatización. La terea de prepararse y responder a la crisis es, por tanto, mucho más difícil. (Una de mis más lamentables experiencias ha sido una farmacia que se negó a despacharme un medicamento para mi bebé que tenía en existencia porque no tenía “sistema” y por tanto no podía procesar ni cotejar la cobertura de mi plan de salud).

La falta de previsión y la insuficiencia de la respuesta inicial toca también a FEMA. Desde Katrina la insuficiencia de esta agencia quedó demostrada: es un aparato que funciona, si no con la lógica del bussiness as usual, si con la del distraer as usual. ¿Acaso no era previsible que con el colapso previsible del sistema eléctrico y de comunicación serían necesarias decenas de grandes plantas generadoras para hospitales y otros puntos clave, por ejemplo, así como medios para restablecer comunicaciones? Ni el gobierno de Puerto Rico, ni FEMA tomaron en cuenta lo que la realidad nos ha recordado duramente: Puerto Rico es una isla, a diferencia de Lousiana, Texas o Florida y necesita planes especiales ante una situación como esta, no el modelo de siempre y otros lugares.

La insuficiencia de la respuesta inicial se detectó inmediatamente para los que estamos en la isla, pero la gran mayoría no teníamos, y aun no tenemos, muchos medios para protestar. Aquí la diáspora, ese Puerto Rico fuera de Puerto Rico, ha tenido un rol central en denunciar la situación y exigir que Puerto Rico no sea abandonado a su suerte y que reciba el apoyo que todo pueblo en estas circunstancias merece. Gracias a esto, al escándalo más allá de Puerto Rico que se ha logrado generar, la respuesta ha ido mejorando. No soy de su partido y no voté por ella, pero de igual modo tengo que aplaudir las protestas y denuncias de la alcaldesa de San Juan. La respuesta de Trump, necia e insolente a la vez, era de esperarse. Antes de esa polémica ya había demostrado total indiferencia a la situación de Puerto Rico. En uno de sus primeros tweets tuvo la indecencia de mencionar el pago de la deuda y ahora la ha emprendido contra los trabajadores puertorriqueños que según él son unos vagos (algo que algunos repiten en Puerto Rico y que encontrarse al lado de Trump quizás los llame a reflexionar). Pero ¿qué se puede esperar de este señor? Trump representa la oposición y negación de todo lo que hay de bueno, decente y generoso en la humanidad incluyendo la parte de la humanidad que habita en Estados Unidos. Su anunciada visita, como me dijo alguien en una fila, es un estorbo: cualquier recurso que se desvíe para atenderla es un recurso menos para la recuperación. Ni para entender la situación, ni para coordinar la reconstrucción es necesaria su visita. Viene a tomarse la foto. Hay que declarar a este racista persona non grata en Puerto Rico. Ya pasó la época en que el respeto a las necesidades y derechos humanos por los gobernantes depende de su favor y gracia, ganado con el buen comportamiento de los súbditos.

Ahora, gracias a las denuncia dentro y fuera de Puerto Rico empiezan a llegar más recursos para la reconstrucción. La mayor parte de ese apoyo, o una parte considerable, está llegando por vía militar. Ya tenemos la foto de generales dirigiendo la reconstrucción. Por un lado, tenemos que acoger cualquier ayuda y apoyo que podamos en este momento de necesidad extrema. Pero esto también debe ser motivo de reflexión. Hay tres que quisiera señalar. Lo primero es que resulta lamentable que el presupuesto y los recursos para atender estas situaciones (no solo en Puerto Rico) estén en manos de los militares y no de agencias civiles. Pero esto no es extraño: es típico de las prioridades de la mayoría de los gobiernos, incluyendo el de Estados Unidos, en este mundo en que vivimos. Se gasta mucho más, muchísimo más, en el aparato militar que en educación y bienestar social. Se puede mantener un arsenal gigantesco, pero no proveer un seguro de salud universal. Este aparato militar no es el salvador de pueblos afectados por desastres: es un aparato que normalmente acapara una gigantesca cantidad de recursos que debieran estar dedicados a otros fines. Esta realidad hace que el apoyo nos llegue por vía militar, pero no tenemos que dejar de ver el lado amargo y oscuro de esa realidad. No lo olvidemos ni por un segundo. Redoblemos la lucha por otras prioridades en Puerto Rico, Estados Unidos y el mundo.

En segundo lugar, no deja de ser interesante como luego del paso del huracán (y de las denuncias y exigencias indicadas) aparecen recursos millonarios para atender la reconstrucción de Puerto Rico. Pero, ¿por qué ahora y no antes? Desde hace tiempo hemos planteado la necesidad de una sustancial aportación federal para la reconstrucción de Puerto Rico (en general y, entre otras cosas, para transformar su sistema de energía). ¿Por qué hay que esperar a un desastre natural-social para dar paso a medidas de este tipo? Lo mismo hay que decir sobre las leyes de cabotaje: ¿cuántas veces no se ha planteado la necesidad de eliminarlas para contribuir a la recuperación económica? ¿Si eliminarlas ayuda ahora a la recuperación, por qué mantenerlas más adelante? Irónicamente, el huracán ha obligado a que se hagan cosas (algún apoyo federal para reconstrucción, suspensión de leyes de cabotaje) que desde hace tiempo muchos hemos planteado que eran necesarias (aunque no necesariamente en la forma que ahora toman). La tercera reflexión sobre el aspecto militar la dejo para más adelante.

Ya que el mismo Trump planteó el tema de la deuda en uno de sus tweets y que el presidente de la Junta de Control ha planteado que ahora hay que repensar muchas cosas digamos algo sobre esto. En pocas palabras: quien pretenda cobrar la deuda en estas circunstancias comete un acto de lesa humanidad. El huracán María además de viviendas, talleres, negocios e infraestructura destruyó la deuda. Ya no solo hay que revocar PROMESA, hay que anular la deuda. La doctrina legal para esto es clarísima: la fuerza mayor (force majeure), cambio fundamental en circunstancias y el estado de necesidad, que no tengo carga suficiente en la computadora para explicar aquí pero que aplican perfectamente al caso de Puerto Rico luego de María (ver Eric Toussaint, Damien Millet, Debt, the IMF and the World Bank, New York: Monthly Review, 2010, pgs. 246-47). ¿Cómo puede pensarse en cobrar esta deuda que ya era impagable e insostenible, cuando las necesidades apremiantes del país acaban de multiplicarse? Debemos lanzar un llamado internacional para la anulación esa deuda.

Nada de lo indicado será posible sin la denuncia aquí y en la diáspora y de nuestros aliados fuera de Puerto Rico: todos los movimientos por la justicia social en Estados Unidos y el mundo. Aquí, como dije, el paso del huracán nos ha hecho hacer lo que es necesario de ahora en adelante: movilización y denuncia aquí y afuera para exigir las medidas de reconstrucción económica, sobre la deuda y aportación federal a la que tenemos derecho y que el Congreso nos debe (entre otras cosas, como corresponsable de la situación en el territorio sobre el cual mantiene su control colonial.)

La privatización desastrosa de nuestro sistema de salud, la incapacidad de emprender en serio un desarrollo económico planificado, acorde con las necesidades del país, es la otra cara del culto neoliberal del mercado y la competencia como resolución de todo. Y eso está detrás de la cultura de imprevisión cuyas consecuencias estamos viviendo. Si la mano invisible del mercado y la competencia lo arreglan todo eficientemente ¿para qué planificar, para qué prever? Esa gestión privada y, por tanto, fragmentada de un aparato productivo, de una infraestructura que es desde hace tiempo cada vez más social e interdependiente, genera, en condiciones normales, desigualdad, despilfarro y destrucción ambiental (en el caso de Puerto Rico también genera una economía unilateral, incapaz de proveer empleo, etc.). Esos resultados normales en crisis como la presente, se convierte en muchos casos en caos. No deja de ser llamativo la declaración de un ejecutivo de una empresa de telefonía: no es momento de competir. Solo actuando como una red colaborativa podemos avanzar. Efectivamente: necesitamos respuestas sociales, colaborativas a nuestros problemas, ahora, y también en el Puerto Rico que debemos reconstruir.

Y aquí regreso al tercer punto que quería formular sobre el tema de la aportación militar a la reconstrucción: la otra ventaja que tiene este aparato, que tiene no pocos admiradores y adoradores, es que es un sistema integrado, planificado, coordinado, en que las partes actúan (o se suponen que actúen, no voy a idealizar) no en competencia sino en colaboración unas con otras. El problema, por supuesto, es que se trata de una centralización autoritaria, de un aparato cuyos fines esenciales son destructivos (no me refiero a las intenciones de muchos soldados de base, que ingresan a la fuerzas armadas por diversas razones, sino al aparato). Pero la admiración por la eficiencia del ejército es una forma deformada de admiración por ese funcionamiento que no obedece a las sacrosantas reglas del mercado y la competencia. Tomemos de eso lo bueno: la planificación, la coordinación integrada de recursos y mezclémosla en efuturo con una gestión, no militar y autoritaria, sino civil y democrática.

No tengo duda que las mismas voces que antes de María insistían que Puerto Rico no podía resolver sus problemas, que tenemos que ponernos en manos de la Junta de Control que nos impondrá el castigo merecido, no dudo, repito, que esas voces, ahora remacharán que debemos ponernos en manos de otras agencias federales, incluso el ejército, para que hagan lo que no podemos hacer nosotros, ineptos que somos. No hay que dedicar mucho tiempo a debatir con ellas: son incorregibles. Lo que tenemos que hacer es sacar de todo, lo bueno y lo malo, las lecciones para la reconstrucción que queremos y necesitamos.

Ahora que añoramos, el que escribe incluido, un regreso mínimo a la normalidad, no permitamos que ese sentimiento se manipule más adelante para que cuando llegue la electricidad pensemos que todo sigue y seguirá como antes. Escucho con preocupación los anuncios en la prensa de que llegan expertos a aportar a partir de la experiencia de Katrina en Nueva Orleans. Claro que debemos aprender lo que podamos, pero hay que recordar que la recuperación de Katrina se usó para privatizar escuelas, eliminar derechos laborales, desplazar comunidades y gentrificar (aburguesar creo que es el término en español) vecindarios. Usar estos desastres para impulsar estas agendas es típico de la doctrina del shock, como ha señalado Naomi Klein en su famoso libro.

En cierta medida, las propuestas anteriores a María siguen vigentes, pues María en buena medida agudizó al extremo problemas que ya existían: la necesidad de un plan de reconstrucción económica, la necesidad de renegociar la deuda, la necesidad de aportación federal para reconstrucción, la necesidad de una reorganización democrática del gobierno y los servicios públicos, la necesidad de transporte y salud públicas y de energía renovable, la necesidad de revocar PROMESA, la necesidad de la movilización en Puerto Rico y fuera de Puerto Rico para lograr todo eso.

No he mencionado, pero no quiero dejar en el tintero o el teclado el efecto desigual del desastre: los que peor están son los que menos tenían antes de María. La reconstrucción debe ser una reconstrucción hacia mayor igualdad.

Cabe decir que la necesidad de una reconstrucción económica será más aguda. Una interrogante en el futuro cercano será la reacción de las grandes empresas que generan grandes ganancias en Puerto Rico (y tributan muy poco) al paso del huracán. ¿Seguirán operando aquí? Sospecho que al menos algunas quizás decidan irse. En una economía privada, como sabemos, estas decisiones que afectan a toda una comunidad o un país se toman sin tomar en cuanta otra cosa que las ganancias de las empresas involucradas. De nuevo: si Puerto Rico ya necesitaba una nueva economía, el paso del huracán tan solo acentúa esa situación.

La situación de Puerto Rico recuerda la de principios de la década de 1930: golpeado por dos terribles huracanes (San Felipe y San Ciprián) y sumido en la depresión económica. De esa crisis se salió gracias a grandes movimientos de justicia social que plantearon ambiciosos programas de reforma agraria, creación de servicios públicos, derechos laborales, reconstrucción económica y autodeterminación nacional, que además buscaron aliados fuera de Puerto Rico. El liderato del más grande de esos movimientos, el PPD, luego abandonó todo lo que había defendido. Construyamos los equivalentes en el presente de aquellos movimientos y aquellas alianzas. Tengamos la constancia que no tuvieron otros de mantenernos fieles al programa que el país necesita. Esa constancia tan solo puede surgir del pueblo trabajador organizado para la defensa de sus intereses. Esa organización está hoy debilitada, fragmentada y maltrecha: reconstruirla es tarea fundamental para lograr la reconstrucción que necesitamos. Esperemos que el huracán también se haya llevado las rémoras de la división, el sectarismo y los personalismos que nos atan. Mis mejores deseos de seguridad, salud y recuperación a todos y todas a lo largo y ancho de Puerto Rico.

Rafael Bernabe

Rafael Bernabe: Militante y portavoz del Partido del Pueblo Trabajador.

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