Purgar el capitalismo

Una postura se ha ido conformando en el campo académico radical de la economía en Estados Unidos y Europa, y está claramente expuesta por James Galbraith, de la Universidad de Texas en Austin.

Dice Galbraith: En tanto los males del capitalismo moderno se multiplican, una serie de cuestiones fundamentales sobre el futuro del modelo económico dominante en el mundo son imposibles de ignorar. Pero, en ausencia de alternativas viables, la cuestión es cómo reformar un sistema que está crecientemente en desacuerdo con la democracia.

Dentro de esta línea de pensamiento se encuentran trabajos publicados después de la crisis financiera de 2008 y a consecuencia de sus repercusiones, sobre todo en materia de la creciente desigualdad que se ha provocado. Entre ellos y sólo como una mínima referencia están los de Stiglitz, Piketty, Milanovic, Collier, Skidelsky y el propio Galbraith.

El asunto tiene muchas vertientes, pues el sistema que hoy campea se ha ido restructurando de manera tal, que los cambios tecnológicos, los mercados financieros, la reducción de la demanda laboral o las presiones sociales han acrecentado los efectos adversos que produce.

De tal manera, las propuestas a las que se apuntan esos autores pretenderían provocar una especie de purga del sistema. Una purga en su sentido literal, o sea, quitar de una cosa lo malo, peligroso o dañino.

Purgas de este tipo ha habido antes, como fueron las asociadas con las medidas del Estado de bienestar, que trataban del papel del gobierno en la protección y promoción del bienestar de la población. Para ello se partió de los principios de igualdad en las oportunidades, la distribución equitativa del ingreso y la riqueza y la responsabilidad de proveer un sustento mínimo a quien lo necesita.

Esta política puede ilustrarse, entre otras medidas, con las propuestas por Beveridge en Gran Bretaña, en 1942, o las del New Deal, de Roosevelt, entre 1933 y 1939. Todo esto ha sido degradado progresivamente a partir de la década de 1980, con el neoliberalismo y el proceso de globalización, con relevantes repercusiones políticas que ahora se manifiestan en muchos países.

Hoy podría pensarse que el capitalismo ha alcanzado un alto grado de pureza. Tal rasgo se manifiesta en la forma en que operan sectores como la informática, la generación y uso de datos, las telecomunicaciones y los mercados financieros. Se manifiesta, además, en una voluntad expresa de los gobiernos por la desreglamentación y la privatización. En algunos casos tiene que ver de plano con el abuso y apropiación de recursos y empresas, como ha ocurrido en Rusia y con una forma notable del capitalismo de Estado como es el de China.

La pretendida purga del capitalismo confronta una amplia serie de fenómenos fuertemente arraigados al funcionamiento del sistema y que no tienen prácticamente contrapeso efectivo suficiente.

La consecución de la ganancia es, por definición, el objetivo primordial de la actividad económica y la organización social en este sistema. Pero las acciones políticas para establecer alguna forma de compensación se van perdiendo. El mercado es el actor protagónico y ahí privan sin reserva el precio, el volumen y el tiempo. Amazon es un ejemplo, los fondos de inversión otro y Facebook uno más. Cada uno contiene sus particularidades, pero el fin es el mismo: el control y la máxima rentabilidad, lo más centralizado y concentrado que se pueda.

El trabajo es uno de los factores que se hacen más superfluos, claro que el menos calificado y adaptado expresamente a las actividades más rentables y con potencial de generar los mayores excedentes posibles.

La empresa japonesa Uniqlo, que diseña y produce ropa, es subsidiaria de Fast Retailing Co Ltd. Para ésta la noción de rapidez ( fast) se refiere a cómo se compra y usa la ropa, y los cambios inducidos de la moda. Uniqlo ha reducido 90 por ciento la cantidad de trabajadores en su más grande bodega en Tokio. La empresa anunció a finales de 2019 que está cerca de la automatización total en dicha bodega. Esto, mediante el desarrollo de un robot de dos brazos que hace lo que antes sólo un humano podía realizar, es decir, inspeccionar los productos; transferirlos a la bodega; leer las etiquetas electrónicas colocadas en las prendas; confirmar los números de inventario y otra información, y clasificarlos y ordenarlos para el embarque. Además, pueden doblar las prendas, ponerlas en sus cajas y pegar las etiquetas de embarque.

Si se repasa la manera en que funcionan los mercados más modernos y masivos en todos los sectores de la producción y los servicios, si se confrontan con las medidas de políticas públicas dirigidas directamente a esos mercados, pero también a los que les son complementarios: educación, salud, vivienda, etcétera, no son evidentes los estímulos que existen hoy para purgar el sistema y hacerlo viable. No es clara la ruta de una reforma posible. Las disyuntivas están abiertas.

León Bendesky

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