¿Quién dice que terminó la Guerra Fría?
No en vano serios analistas, como Augusto Zamora en www.nocierreslosojos.com, establecen un parangón entre el presente y comienzos del siglo XX, cuando las grandes potencias imperiales de Europa y Japón se enzarzaron en una febril carrera armamentista, aplaudida con gozo por sus adoctrinados pueblos, anhelantes de “gloria”.
Concordemos en que el reparto del poder en el orbe constituía el motor de las contradicciones, la mayoría de ellas económicas y comerciales. “No obstante, donde más fácil era observar el delirio belicista-imperialista era en el desarrollo naval. En 1905, Gran Bretaña puso en quilla un modelo nuevo de buque, que recibió el nombre de Dreadnought (Acorazado), para fortalecer su primacía marítima, pensando que Alemania necesitaría muchos años para construir un buque similar. Se equivocaron. En 1906, Alemania adoptaba una ley que disponía que todos los buques de guerra debían ser del tipo Dreadnought. La respuesta inglesa se basó en que, ´por cada barco alemán, Inglaterra pondría en quilla dos, manteniendo de este modo su actual superioridad relativa´”.
Hoy proliferan hechos similares, como la reciente promesa de Donald Trump de que se construirían 350 naves para garantizar la hegemonía de EE.UU. en el sector, y China y Rusia llevan más de una década centradas en la tarea de multiplicar su vigor castrense, dirigido a neutralizar y superar el gringo. China tiene a punto su segundo portaviones, y Rusia, que ha duplicado y modernizado su flota, aspira a devenir el segundo foco náutico mundial en 2025.
“¿A qué se debe esto último?”, se preguntaría un desavisado frente al inocultable proceso promovido por el Tío Sam, que se acerca como con botas de siete leguas a las fronteras del país euroasiático y de Belarús. Táctica que, en opinión de Zamora, transcurre de forma cauta, como en goteo, para no llamar la atención.
En octubre de 2016, el Pentágono envió a Alemania 620 contenedores con más de 5 000 toneladas de municiones, paso preparatorio del despliegue de centenares de blindados en 2017. En enero de este año arribaron al puerto germano de Bremerhaven 4 000 efectivos y 87 tanques de la Tercera Brigada de la Cuarta División de Infantería, con 900 vagones en equipamiento.
“Ese mes, Alemania estacionó 500 soldados en el Paso de Suwalki, Lituania, considerado el talón de Aquiles de la OTAN en su proyección sobre los países bálticos”. En febrero fue asentada en la base de Illesheim, RFA, parte de la 10 ª Brigada de Aviación de Combate de Nueva York, integrada por helicópteros UH-60 Black Hawk, CH-47 Chinook y Apache.
Y tanto la Brigada Blindada como la Brigada de Aviación participaron en la operación de la OTAN Atlantic Resolve, realizada desde enero hasta marzo de 2017 y cuyo objetivo consistía en concentrar tropas en los lindes con Rusia, supuestamente para “tranquilizar a los aliados de Europa oriental” ante una supuesta amenaza del “oso”.
La sede de la Brigada Blindada estará en Polonia, en el mismo sitio de los sistemas de misiles Paladín M109, extendidos ya por Washington. Paralelamente, amplía nuestro articulista, nuevas unidades serán (son) ubicadas en el Báltico. “Rumanía y Bulgaria, por su parte, recibirán un batallón de infantería mecanizada con vehículos de combate M2 Bradley. Por último, la 10ª Brigada de Aviación trasladaría su sede a Alemania y parte de sus unidades aéreas serían desplegadas en zonas secretas de Polonia, Letonia y Rumanía.”
¿Por qué este resquemor antirruso? Ah, no se le perdona a Moscú la colaboración con Damasco en la ingente tarea de abolir el terrorismo de los denominados rebeldes, en muchos casos financiados y abastecidos por Occidente. También se le impugna su decisivo papel en la defensa de los habitantes rusoparlantes de Ucrania frente a los desmanes del gobierno de Kíev.
Lo cierto es que, como señala Juan Pablo Duch, corresponsal de La Jornada, el grado de deterioro de los nexos con el gigante euroasiático quedó expuesto una vez más sin cortapisa alguna en el Consejo de la Federación, o cámara alta del Parlamento, cuando Serguei Naryshkin, jefe del espionaje local, afirmó que el bloque encabezado por los Estados Unidos califica a Rusia de desafío a su posición geopolítica y, por ello, “seguirá aumentando la presión sobre nosotros”. Esto, amén de las recientes sanciones dispuestas por el Capitolio.
Particularmente, Naryshkin prevé el bloqueo de los grandes proyectos energéticos en el exterior y serios problemas con los créditos a bancos del Estado. Según el alto funcionario, nada bueno se puede esperar de la administración de Trump, en la cual “ocupan cargos clave los partidarios de la línea dura respecto a Rusia y se ha vuelto prioridad la guerra económica […], y su conclusión: en la política de Occidente se institucionalizó la rusofobia”.
Tal apunta Duch, el vicecanciller, Serguei Ryabkov, se refirió en los mismos términos, y el procurador general, Yuri Chaika, llegó a decir que “los Estados Unidos, a través de organizaciones no gubernamentales financiadas por el Departamento de Estado, pretenden llevar a cabo un cambio del régimen constitucional mediante una revolución de colores (protestas callejeras) en Rusia”.
Apostilla nuestro comentarista, con el que comulgamos en toda la línea, que si bien Chaika pudo haber exagerado, a juzgar por esta audiencia del legislativo quien devenga candidato de la clase gobernante en las presidenciales con toda seguridad convertirá la necesidad de hacer frente a la agresión foránea en tema recurrente de su campaña.
Mientras tanto, el Kremlin “–que no supo prever que, a consecuencia de la lucha por el poder en EE.UU., Rusia acabaría desempeñando el papel no deseado de principal sospechoso de tratar de influir en el resultado de sus comicios– nada puede hacer para limpiar su imagen y sigue siendo el instrumento que utiliza como pretexto una parte de la élite estadounidense para machacar al inquilino de la Casa Blanca”.
A todas estas, si algo enseña la historia es que los Estados explayan su empuje a plenitud cuando consideran que deben concurrir a una conflagración, acota el arriba aludido Augusto Zamora. Si nos atenemos a esa lógica, no en vano el presupuesto militar de la Unión para 2018 sobrepasa la suma de la petición del gabinete ejecutivo en 28 000 millones de dólares, hasta casi rozar la comba celeste, con 696 mil millones.
Por eso, “Rusia espera que, en 2020, sus fuerzas armadas estén dotadas con misiles hipersónicos capaces de alcanzar cinco mach de velocidad (un mach es igual a 1.224 kilómetros por hora: alcanzarían París en 40 minutos). También desarrolla el misil hipersónico intercontinental 4202, que alcanzaría entre 7 y 12 M”.
Según el politólogo Adrián Ruíz, en el digital Público, ese statu quo resulta fácilmente explicable. “El milagro económico que ha ocurrido en Rusia desde la entrada del siglo XXI está directamente relacionado con el precio del barril de petróleo […] Una de las cuestiones vitales [resultaría entonces] diversificar las exportaciones y evitar la dependencia del petróleo”.
Así las cosas, la postura de Moscú es la de voltear su mirada hacia el continente asiático. Varios son los contactos que mantiene con Beijing en diferentes áreas económicas: el megaproyecto de la nueva Ruta de la Seda o las cada vez mayores ventas en el ámbito armamentístico. El columnista Alfredo Jalife-Rahme, de La Jornada, trae a colación a Lyle J. Goldstein, profesor asociado en el Instituto de Estudios Marítimos de China en la Escuela de Guerra Naval de los Estados Unidos, para quien “el escenario que debe preocupar a los planificadores de defensa de EU por encima de otros es la sombría, aunque todavía raramente discutida posibilidad de que China y Rusia pudieran de cierta manera estar comprometidos en un conflicto armado simultáneo con EU”.
Conforme al docente, el máximo error de Obama fue el haber arrojado al enojado “Misha” a los brazos del “peligro amarillo”, o viceversa. Y esto no representa mera retórica. Un experto en temas de Defensa consultado por Alexander Vilf, de Sputnik, da por perdida la Tercera Estrategia Compensatoria, proclamada por la OTAN con el fin de contener el desarrollo del potencial ruso, compuesto, grosso modo, por los misiles 3M55 Ónix, capaces de proteger 600 kilómetros de costa, los J-101 -“los más avanzados y altamente fiables”, en palabras de Putin-, los Yarse y Rubezh, los pesados Sarmat, los instalados en el ferrocarril, los de crucero, los tierra-aire con disponibilidad nuclear; lanchas rápidas imposibles de hundir y deslizadores Zubr para los infantes de Marina; los submarinos clase Boréi, con los cohetes Bulavá; ojivas hipersónicas; el bombardero estratégico Tu-160, el futurista PAK-DA, enorme y sigilosa plataforma letal; el “padre de todas las bombas”, más potente que la “madre”, yanqui ella…
Los rusos toman la delantera en la calidad y diversidad de los transportes de las cargas nucleares. Se aplican en el desarrollo de los aparatos convencionales. Ensayan, además, sistemas robóticos, la lucha radioelectrónica, la guerra cibernética, el mando y control y una «Internet del campo de batalla».
Todo ello, a trancos expuesto, hace remitirnos al comienzo de estas líneas. En Europa se preparan escenarios que solo a EE.UU. pueden interesar. Escenarios que, insistamos, compelen a evocar el Viejo Continente de 1914. Pero, por suerte, el encontronazo no significa una fatalidad. El primer paso para conjurarlo, informarse y actuar.
Ahora, inicialmente habrá que repetirse hasta el agotamiento lo contrario de aquello de lo que Occidente ansía persuadirnos: la Guerra Fría no murió en el tiempo.
Eduardo Montes de Oca
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