¿Renegociar o abandonar el TLCAN?

Durante su campaña electoral, Trump hizo múltiples referencias a la necesidad de renegociar o incluso abandonar el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Ya instalado en la Casa Blanca, la retórica sufrió ajustes y pequeños cambios de forma, pero en el fondo se mantuvo el mismo mensaje.

El presidente de Estados Unidos usó la retórica en contra de éste y otros tratados comerciales como estrategia electoral demagógica basada en el tema de la pérdida de empleos estadunidenses. Lo que logró Trump fue construir chivos expiatorios con un fuerte ingrediente de racismo.

Más allá de algunas declaraciones de índole general, el gobierno mexicano no ha dado a conocer cuál sería la estrategia en caso de abrirse las negociaciones para revisar el tratado. Lo cierto es que el desplante demagógico de Trump tomó por sorpresa a los funcionarios mexicanos, tan acostumbrados a pensar que el TLCAN era el ancla que mantendría fijo el modelo neoliberal en México.

A los defensores del TLCAN les gusta señalar que la balanza comercial con Estados Unidos ha arrojado sistemáticamente un superávit para México. Sin embargo, este saldo positivo no ha sido suficiente para contrarrestar el saldo negativo de la balanza comercial con el resto del mundo. Al contrario, la torpe apertura comercial que sólo benefició a unos pocos conglomerados siempre se vio acompañada de un déficit comercial crónico.

El saldo positivo en la balanza con Estados Unidos ha estado basado en el desempeño de la industria maquiladora y en las exportaciones petroleras. Cuando se hace a un lado el saldo de las maquiladoras (que por definición es positivo) y el de las exportaciones petroleras, el superávit desaparece o se hace muy pequeño. O sea que el resultado positivo en la balanza comercial bilateral depende de exportaciones de mano de obra barata y de recursos naturales.

Al gobierno mexicano le gusta decir que ahora las manufacturas han tomado el lugar de las exportaciones petroleras. Éstas han ido decreciendo en años recientes (debido al desplome del precio internacional del crudo) mientras que las exportaciones de manufacturas han aumentado de manera notable. Pero mucho del crecimiento manufacturero se vincula con ramas que padecen el síndrome de las maquiladoras (importar componentes para ensamblarlos con mano de obra barata y exportarlos). El contenido nacional en el valor agregado total de las maquiladoras es muy pequeño pues esa industria se encuentra desconectada del resto de la economía.

A partir de 2006 las estadísticas oficiales ya no permiten identificar el desempeño exportador de las maquiladoras y separarlo del resto de las manufacturas. Ese año se unificó el régimen de fomento de las maquiladoras con el de los programas de importación temporal para producir artículos de exportación, de tal modo que en la actualidad ya no es posible distinguir el papel que juega la industria maquiladora.

El síndrome de la maquiladora prosperó al amparo del TLCAN e imprimió un sesgo patológico en el devenir de la industria manufacturera. A esto hay que añadir el absurdo enfoque sobre política industrial que tenían los funcionarios de la antigua Secretaría de Comercio y Fomento Industrial. Ese enfoque se sintetiza en su credo casi religioso de que la mejor política industrial es la que no existe. En otras palabras, el mercado se encargaría de identificar (y premiar) a los sectores ganadores.

Si hoy México es la séptima economía exportadora de automóviles en el mundo es porque la globalización lo integró en una cadena multinacional de valor de la industria automotriz. Pero los datos demuestran que las industria manufacturera mantiene un abultado saldo deficitario total desde antes de la crisis de 2008. Entre 2005 y 2016 el déficit acumulado de las manufacturas supera los 194 mil millones de dólares.

Además, el síndrome maquilador hace que la industria manufacturera no pueda ser fuente de dinamismo para la economía porque está desvinculada del resto de la matriz productiva. Y por si eso fuera poco, varios estudios muestran que el comercio exterior ligado a las cadenas multinacionales de valor es el que más ha sufrido por el colapso de los mercados a raíz de la crisis de 2008.

En su demagogia, Trump dice estar preocupado por la pérdida de empleos en Estados Unidos. Pero el gobierno mexicano no dijo ni media palabra por la pérdida de 2 millones de empleos en el sector agrícola, efecto directo del TLCAN. Y es que el mal gobierno en México sabe muy bien que ese tratado no es un convenio comercial cualquiera. Es un arreglo entre élites trasnacionales que subordinó a la economía mexicana al ciclo de negocios de Estados Unidos, redujo notablemente el grado de autonomía en materia de política económica y profundizó la reprimarización del espacio económico mexicano. El resultado es una situación de vasallaje en la que hoy México está supeditado a las directrices que marca su poderoso vecino norteño. Abandonar el TLCAN sería la mejor opción para reconstruir la maltrecha economía mexicana.

Alejandro Nadal

Alejandro Nadal: Profesor e investigador de economía en el Colegio de México (COLMEX).

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