Si cae Venezuela cae América Latina
En la actual embestida del imperialismo norteamericano contra Venezuela se persiguen dos objetivos: apropiarse por la fuerza de los recursos naturales y energéticos del país, principalmente del petróleo, y desfigurar el “mal ejemplo” que para el mundo y Latinoamérica “causa” el chavismo y el bolivarianismo como un proyecto alternativo que está influyendo en los gobiernos progresistas y en una constelación de movimientos sociales y populares de nuestra región y del mundo.
Hasta antes de la irrupción del bolivianarismo y del triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela (2 de febrero de 1999), existió hegemónico en toda la región, con excepción de Cuba, el neoliberalismo en tanto patrón de acumulación y de reproducción de capital así como de dominación política. Desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado comenzó la transición desde las dictaduras militares a la democratización en América Latina que se fue extendiendo prácticamente a todo el continente en el curso de la década de los noventa. Sin embargo, la estrategia norteamericana, con sus ideólogos más conspicuos como Friedman, Huntington, Lipset, Fukuyama, etc. promovía la instauración de la “democracia”, pero una democracia que fuera gobernable, restringida y viable; adjetivos que reflejaban la esencia de la nueva estrategia de la dominación imperialista en América Latina post-dictaduras. Pero sucedió que con el triunfo electoral de Hugo Chávez y la posterior instauración de la Quinta República, esos objetivos imperialistas fueron rebasados y el nuevo gobierno avanzó hacia una democracia participativa con inclusión de las mayorías populares en los asuntos públicos y de incumbencia del Estado.
Además de los poderes tradicionales (ejecutivo, legislativo y judicial) se instituyeron, así, los poderes electoral, comunal o ciudadano que rebasaron con creces el férreo molde de democracia burguesa representativa diseñado por Washington. A partir de aquí surgió la guerra estratégica y sistemática de este contra Venezuela, siendo así el fallido intento de golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra Hugo Chávez el primer ensayo contrainsurgente digamos sistémico para derrocarlo y restituir la arcaica Cuarta República oligárquico-neoliberal; pasando por las violentas guarinbas de 2014 y 2017 hasta el intento de magnicidio frustrado contra el presidente constitucional Nicolás Maduro el 4 de agosto de 2018.
Todas estas acciones perpetradas por la derecha oligárquica denominada “oposición venezolana” firmemente apoyadas por el imperialismo norteamericano, fueron exitosamente contrarrestadas y superadas por el gobierno bolivariano, uno de cuyos momentos más conspicuos y lúcidos fue la aprobación de la Asamblea Nacional Constituyente mediante elecciones generales (30 de julio de 2017) que auspició un clima de tranquilidad y de paz en el país que no se había visto en los meses y años precedentes, hasta la actual coyuntura de ataque y de amenaza de intervención militar por parte de Estados Unidos al influjo del ilegal y subconstitucional autonombramiento por Trump de un “presidente encargado” de Venezuela configurando un auténtico golpe de Estado hasta ahora más mediático que efectivo.
El objetivo geoestratégico que subyace en la embestida imperialista en curso consiste en recuperar para Estados Unidos su “patio trasero” para enfrentar a China y a Rusia que han restaurado su estatura de verdadero porte político-militar como potencias nucleares.
El instrumento más reciente utilizado para estos fines, además de las llamadas “sanciones” económico-financieras, es la llamada “ayuda humanitaria“(léase: USAID o Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) que es la antesala de la contrarrevolución y del preludio de la intervención imperialista de Estados Unidos en Venezuela como ocurrió en otros países ininterrumpidamente por lo menos desde el siglo XIX.
No es nueva esta política. Ya se practicó en otros países como Irak, Afganistán, Libia y Haití, y afortunadamente ha fracasado en Siria, como pretexto para invadir esos países y apropiarse de sus recursos generando destrucción, masacres, crisis humanitarias, emigraciones masivas y destrucciones culturales, patrimoniales y ambientales.
En este entorno mientras que cierta intelectualidad de la izquierda lúcida e iluminada había proclamado el fin del colonialismo, de la dependencia y el subdesarrollo -cuando reinaba el optimismo y el “efecto demostración” por los gobiernos progresistas como Argentina y Brasil- , el imperialismo redivivo los refuncionaliza para imponer y reforzar su dominación en el entorno de su inminente decadencia y del arribo de nuevas potencias en el escenario internacional. Y esto ha causado un debate que hasta la fecha no tiene solución mucho menos en el plano teórico e intelectual que tanto gusta a los iluminados.
El problema es que cada vez más, día a día, se va reduciendo el margen de la discusión entre la “docta y sabionda intelectualidad latinoamericana de izquierda”, sobre si el presidente Nicolás Maduro es o no un “dictador”; si en Venezuela hay o no democracia… si hay “polarización social”, cuáles son las “alternativas”, etc., etc. La realidad es que pronto, desgraciadamente, se tendrá que optar entre si se acepta la intervención militar del imperialismo gringo en Venezuela o si se opone a dicha invasión. ¡Y entonces las máscaras se caerán como un castillo de naipes!
Mientras tanto el imperialismo y la ultraderecha colombo-venezolana practican la guerra híbrida: el uso combinado, simultáneo y permanente de todos los medios y formas de destrucción del país, del gobierno, del pueblo y de los individuos desde la guerra económica, el bloqueo financiero y comercial, las amenazas y la intimidación y la difusión masiva y sistemática de Fake News por los medios imperialistas y corporativos de comunicación como CNN, BBC, NTN24, TELEVISA, TV AZTECA, El País, O Globo, y otros instrumentos enajenantes a su servicio, con el fin eventualmente de preparar la intervención militar si en última instancia es necesaria.
Por lo pronto, el gobierno y el pueblo venezolanos se preparan para enfrentar, si es necesario, una eventual invasión militar directa por parte de Estados Unidos o, lo que sería más probable en ese caso, indirecta a través de gobiernos comparsas y títeres como el colombiano o brasileño que han girado completamente a la derecha y a las prácticas salvajes del neoliberalismo.
Más allá de los debates teóricos que pueden esperar frente a una tasa de café, lo verdaderamente alarmante y relevante, es que si cae Venezuela bajo la égida de la dominación imperialista de Estados Unidos, seguirá el turno a otros países y gobiernos como Cuba, Bolivia, Nicaragua e incluso, México que ahora viene ensayando una suerte de progresismo neodesarrollista que, por más que no cuestione de raíz el neoliberalismo y el capitalismo dependiente, es, sin embargo, ante los ojos imperialistas y de la derecha autóctona mexicana, un estorbo para sus intereses geopolíticos y económicos estratégicos.
Y si no habrá que ver por qué Trump quiere construir un muro de la ignominia para contener a las “huestes de salvajes mexicanos y centroamericanos” que amenazan la integridad y soberanía de Estados Unidos, así como alinear, junto con el Cártel de Lima, al gobierno mexicano – que ha reafirmado su política constitucional sustentada en el principio de autodeterminación de los pueblos y de no injerencia en sus asuntos- contra Venezuela.
Adrián Sotelo Valencia
Adián Sotelo Valencia: Sociólogo y doctor en Estudios Latinoamericanos de la FCPyS-UNAM.
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