Sobre la estrategia global de la nueva ola del fascismo occidental

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Este concepto acuñado en los Estados Unidos define a la élite que ha dominado ese país desde antes de su fundación, aunque es descendiente de otro concepto anterior y que se podría resumir así: hombre (masculino), blanco, europeo, heterosexual y cristiano.

Sobre este concepto aglutinador, alrededor de quienes han ostentado el poder global desde que las Coronas de Castilla y Portugal se lanzaron al colonialismo clásico, se han constituido varios hegemones mundiales: los imperios Español y Portugués, los imperios Francés y Británico y actualmente los Estados Unidos, todos ellos unidos porque sus herederos actuales pertenecen al llamado Bloque Occidental y que conforman algo que yo denomino como: Imperio Cultural de Occidente. La sociedad europea, norteamericana, australiana y las élites latinoamericanas o sudafricanas han mantenido una férrea afiliación e identificación con este imperio cultural, que históricamente ha usado del racismo, el colonialismo y las relaciones desiguales para mantener el control sobre otros países menos desarrollados.

Esta imagen en la que el poder global solo podía recaer en manos del “concepto cultural del hombre blanco” cambió en 2008 cuando el estadounidense medio empezó a sentirse claramente amenazado por un presidente “mulato”, que en realidad pertenecía a élite blanca pero con la tez oscura, a la que se unió la crisis económica de ese año que golpeó a las clases medias del gigante norteamericano. Este miedo y malestar se vertebró a través de una creciente ola reaccionaria conformada por lo que se llamó el “Tea Party”, cristalizando posteriormente con el “Trumpismo”, que llegó a la Casa Blanca con el lema: “MAKE AMERICA GREAT AGAIN”, que se centraba, por medio reivindicar ese Imperio Cultural de Occidente, en la lucha del hombre blanco de clase media y popular para recuperar los privilegios que le habían sido, supuestamente, sustraídos por las mujeres y las minorías. Nunca el hombre blanco estadounidense había verbalizado tan claramente que se sentía desplazado del eje político, malestar que este movimiento reaccionario supo entender.

Sin embargo, Trump y sus asesores sabían que el enemigo de verdad no estaba más allá de la frontera sur, estaba al otro lado del Pacífico, y lo dejó bien claro cuando inició una guerra comercial contra China por el claro dominio que tenía la compañía Huawei sobre la tecnología 5G. Este mandato terminó con una impugnación en toda regla de uno de los sistemas políticos más sólidos de los últimos 300 años, cuando Trump lanzó a sus seguidores contra el Capitolio el 6 de enero de 2021.

Los ideólogos de la actual ola reaccionaria de extrema derecha (think-tanks, medios de comunicación y grandes fortunas) saben que el enemigo del hegemón que sostiene a Occidente son las potencias emergentes, las autodenominadas “Brasil Rusia India China Sudáfrica”, que buscan romper el neocolonialismo impuesto por los EEUU a través de los “petrodólares”, el Banco Mundial y su complejo militar.

Pero también saben de la dificultad de vincular a  esas potencias con un riesgo a la posición hegemónica de EEUU, y por ende del hombre blanco, y que las clases medias y populares lo adopten sin más, difícilmente podrán asumir unos enemigos que ven muy lejanos. Por eso han desarrollado el concepto de “globalismo”, conspiración de ciertas élites económicas con la izquierda occidental para destruir al hombre blanco tradicional y sustituirlo por un “vertedero multicultural”.

Solo desde la Guerra Cultural pueden movilizar a un electorado que está asustado y no sabe muy bien el porqué, porque el miedo puede ser objetivo (un ataque militar), pero también subjetivo (el miedo a perder esa cultura global que dice que por ser blanco y de origen europeo eres merecedor de más). Asimismo, identifican a la izquierda como un freno “pacifista y buenista” a la adopción de un ambiente bélico que permita que la población general reconozca en el futuro al enemigo que realmente  pueda poner fin a los privilegios de esta élite.

Acabar con los avances sociales, con las luchas emancipadoras de las mujeres, la comunidad LGTBI+ o las personas migrantes sería una victoria táctica en una guerra estratégica a más largo plazo. En España, como elemento propio, ha tomado también una forma nacionalista contra el independentismo, que es el verdadero eje vertebrador del fascismo autóctono, aunque Vox no dudaría en olvidarse de la soberanía nacional en cuanto EEUU llame a “retreta”.

La “pax romana” impuesta por EEUU  cohíbe el discurso belicista del fascismo, es por ello que plantear medidas de guerra contra un enemigo externo es inconcebible para la sociedad occidental. Esto  convierte a la guerra cultural para defender al hombre blanco en la única posible hasta que EEUU marque con claridad a estas potencias como enemigas a las que combatir. Esto se ve claramente con Rusia, a la que se trata como a un país secuestrado por un loco dictador, en vez de una potencia nuclear contra la que se debe confrontar en un campo de batalla, combatiéndolo por medio de sanciones y guerras “proxy”.

La supuesta superioridad moral y cultural de este imperio occidental está tan arraigada en una buena parte de la sociedad europea, norteamericana y latinoamericana, que muchos llegan a la conclusión de que simplemente con la hegemonía de EEUU es suficiente para detener y humillar a las potencias emergentes.

Es por eso que se centra el debate político en un eje identitario – anti-identitario, pensando, erróneamente, que esta ola solo es el hilo conductor del malestar de la población ante los avances sociales y no algo más profundo. Pero en un futuro no muy lejano veremos como los BRICS centrarán todos los esfuerzos de la OTAN para evitar que la “multipolaridad” llegue a ser real, igualando a dichas potencias emergentes con el antiguo “bloque soviético” y siendo consideradas como amenazas autoritarias hacia las “idílicas” democracias occidentales.

Antes de que todo esto suceda, las élites deben acabar con cualquier cosa que huela a disidencia, ahí está la izquierda y las luchas sociales, haciendo que la socialdemocracia adopte el nuevo marco geopolítico. El 23J no solo nos jugamos los derechos sociales, nos jugamos un futuro en paz en el que los países y los pueblos encuentren formas justas de resolver los conflictos y repartir los recursos.

Óscar Manteca

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