Solo un fracaso militar de Israel detendrá el genocidio en Gaza

A medida que la Franja de Gaza se ve sometida los bombardeos más intensos de la historia de un Oriente Próximo ya de por sí plagado de conflictos, y que el ejército israelí perpetra a diario asesinatos masivos de civiles palestinos, aumenta la creencia de que existe un nivel de muerte, destrucción y sufrimiento a partir del cual los gobiernos occidentales cesarán o reducirán significativamente su participación en la guerra de Israel contra la Franja de Gaza, así como el apoyo a sus acciones.

Sin embargo, esta suposición refleja una incomprensión básica del modo en que dichos gobiernos formulan su política. Hasta ahora Israel ha sometido a la Franja de Gaza a un asedio completo, privando a la sociedad entera de todos los suministros esenciales excepto el oxígeno; ha arrasado pueblos y barrios completos hasta los cimientos; y en el espacio de un mes ha matado a más de 10.000 personas y herido probablemente al triple de esa cifra, más de una tercera parte de ellos niños.

Lo ha hecho como parte de una campaña de bombardeos que manifiestamente carece de propósito u objetivo militar y cuyo propósito evidente es el terror, la venganza, la destrucción física y el castigo a toda una sociedad. La campaña de bombardeos tampoco ha degradado de forma significativa las capacidades militares de las organizaciones de la resistencia palestina en la Franja de Gaza. Según sus propias estimaciones, Israel ha matado a más empleados de la ONU que mandos militares palestinos.

Si el volumen de muerte, destrucción y sufrimiento del pueblo palestino influyera realmente en los criterios de los gobiernos occidentales, ya lo habría hecho. No lo ha hecho, e independientemente de otros acontecimientos, no lo hará. Mientras las fuerzas israelíes bombardean directa y repetidamente escuelas, hospitales, columnas de refugiados, instalaciones de la ONU, zonas autoproclamadas seguras y todo tipo de infraestructuras civiles, la mayoría de los gobiernos occidentales siguen mostrándose sin tapujos plenamente solidarios con el gobierno de Israel. El Papa Francisco es prácticamente el único líder occidental que no ha peregrinado hasta Netanyahu.

Más bien, y al igual que durante el Asedio de Beirut de 1982, los anteriores ataques israelíes a la Franja de Gaza y prácticamente todas las demás campañas israelíes contra los palestinos desde 1948 y especialmente después de 1967, los gobiernos occidentales han enmarcado su política en torno al «derecho de Israel a defenderse», algo que con demasiada frecuencia se presenta también como su deber y obligación. Se trata de un derecho que estos gobiernos, literalmente, no han concedido al pueblo palestino en ninguna ocasión desde 1917.

Este año, por ejemplo, algunos funcionarios estadounidenses y de la Unión Europea (UE) han empezado a referirse por primera vez a pogromos específicos de colonos en Cisjordania como «terrorismo». Sin embargo se han abstenido deliberadamente de afirmar que los palestinos tienen derecho a defenderse del terrorismo. En lugar de ello, pidieron al Estado que ha armado a los colonos, los ha desplegado como milicias auxiliares para llevar a cabo sus políticas y ha garantizado la impunidad de sus acciones, que les ponga freno. Cuando los gobiernos invocan el derecho israelí a la autodefensa contra un pueblo ocupado, en realidad están apoyando el derecho de Israel a desposeer a todo un pueblo y apoderarse de sus tierras. No pueden sino ser plenamente conscientes de ello, y de que sus llamamientos al gobierno israelí para que controle a los colonos que, como política de Estado, ha impulsado, se parecen mucho a los actuales lamentos sobre el envío de ayuda humanitaria a los campos de exterminio de Gaza: tonterías sin sentido.

Lo único que provocaría un cambio en la política occidental sería el fracaso militar de Israel. Por eso la administración Biden ha dedicado más energía a forzar a Israel a formular objetivos alcanzables que a aconsejar el restablecimiento del suministro de combustible y agua a los hospitales de Gaza.

Por poner un destacado ejemplo reciente a este respecto, en 2006 la secretaria de Estado de EE.UU. Condolezza Rice celebró extasiada la guerra de Israel contra Líbano como los «dolores de parto de un nuevo Oriente Medio». Confiado en que Israel estaba pulverizando a Hezbolá, Estados Unidos desestimó imperiosamente los esfuerzos por lograr un cese de las hostilidades. Sin embargo, en cuanto las columnas blindadas y las fuerzas terrestres israelíes se enfrentaron a una matanza cuando intentaron avanzar hacia el sur de Líbano, Estados Unidos cambió inmediatamente de tono y suplicó al Consejo de Seguridad de la ONU que adoptara una resolución de alto el fuego.

De modo similar, en 1982 Estados Unidos dio a Israel mano libre para erradicar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el Líbano. Cuando fue evidente la incapacidad de ocupar Beirut Occidental, la administración Reagan envió a Philip Habib a negociar un acuerdo que preservaba a la OLP. En otras palabras: mientras EE.UU. y otros gobiernos occidentales rechacen una tregua en Gaza y se centren en obscenidades sin sentido como las “pausas humanitarias”, significa que todavía creen que Israel vencerá o podrá vencer. Si reconsideran su postura, puedes tomarte con humor todas las peroratas sobre el sufrimiento de los civiles que motiven su nueva postura. Serán pura fachada. Significa que han llegado a la conclusión de que Israel ha fracasado.

Un escenario alternativo sería que los gobiernos occidentales llegasen a la conclusión de que su conducta y la de Israel están produciendo una amenaza significativa para sus propios intereses y que ha llegado el momento de reducir el apoyo. Esto podría adoptar la forma de una creciente inestabilidad en la región y amenazas a los regímenes clientelares dentro de ella, la perspectiva de una guerra ampliada que requiera una intervención directa, que Estados Unidos preferiría evitar, y la preocupación por las repercusiones económicas o de seguridad internas, o cálculos políticos o electorales partidistas. En su ausencia, las noticias de que los que permiten la embestida de Israel están «discutiendo» o «negociando» con el gobierno israelí sobre diversas cuestiones, pero están encontrando resistencia por parte de Netanyahu suenan más o menos bien. En ausencia de consecuencias por su conducta -y desde 1948 no hay ningún caso en el que Israel se haya enfrentado a repercusiones significativas y sostenidas a causa de sus políticas- sabe que puede proceder sin inhibiciones.

Mouin Rabbani

Traducido al Español para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
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