Taipéi-Beijing: De Trump a Biden

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Taiwán, más incluso que las tensiones en el Mar de China meridional, se ha convertido en un referente muy actual del conflicto sino-estadounidense. A la espera de conocer los contornos de la actitud de la Administración Biden, durante el mandato de Donald Trump, el acercamiento entre Washington y Taipéi ha marcado una diferencia sustancial con respecto a administraciones anteriores desde la normalización de los vínculos diplomáticos (1978).

Con el poderoso aval de la Casa Blanca, del Pentágono, de la Cámara de Representantes y del Senado, Taipéi se ha venido arriba. La victoria de Tsai Ing-wen en las elecciones presidenciales y legislativas de 2020 –repitiendo mayoría absoluta- en un contexto de marcado antagonismo con Beijing y de hostilidad interna hacia las fuerzas de diverso signo que apoyan las tesis reunificadoras, afianza un horizonte de discrepancia que podría cronificarse en los próximos años. No es extraño que gran parte de la opinión pública taiwanesa se posicionara del lado de Trump en la contienda electoral de EEUU, al igual que el propio PDP y otras fuerzas independentistas.

Trump aprobó varias leyes favorables a Taiwán, desde la de Viajes a la conocida como Taipei, reflejo de una voluntad de normalización de los vínculos y de apoyo a sus ambiciones internacionales, en buen momento por la eficiente gestión de la pandemia del Covid-19, siempre encorsetadas por el veto continental. El número de operaciones de ventas de armas ascendió a 11, a lo que habríamos de añadir el adoso de la Ley de Garantía que otorga normalidad a dichas operaciones así como la conceptualización de Taiwán como socio estratégico en su despliegue en la región del Indo-Pacífico. Todo ello ha configurado una atmosfera inédita, tan abiertamente favorable a Taipéi como hostil a Beijing.

Evitar que China se anexione Taiwán es un interés compartido por Taipéi y Washington, abriendo una clamorosa grieta en la tradicional ambigüedad estratégica estadounidense en este asunto. El Secretario de Estado Mike Pompeo dio alas a este rumbo con altisonantes declaraciones: “Taiwán no ha sido parte de China”, por ejemplo (1). La aceptación por parte de la administración Trump de Taiwán como entidad política separada de la soberanía china ha sido mucho más irritante para Beijing que cualquier arancel adicional a sus productos o traba ideada para frenar el desarrollo de sus tecnológicas.

Cuanto en ello hay de sinceridad en la defensa de los “valores comunes” y cuanto de oportunismo es difícil de discernir. Nos falta perspectiva suficiente. Quienes alertan sobre la posibilidad de que EEUU use a la República de China como moneda de cambio recuerdan que ya lo hizo en dos ocasiones: en 1949, cuando publicó el Libro Blanco de China, y en 1978, cuando pasó a establecer relaciones con la República Popular China. Cierto que Washington aprobó la Ley de Relaciones con Taiwán pero también que firmó los tres Comunicados Conjuntos que constituyen la base de los intercambios bilaterales con Beijing.

Es natural por tanto que cierta ansiedad se instale como variable permanente en la política de Taipéi, difícil de evitar cuando el futuro depende en gran medida de la actitud que puedan adoptar países terceros. Y en tal sentido, Taiwán sigue a expensas del comportamiento de Washington.

¿Caza al reunificador?

La polarización que en gran medida ha definido la política de Donald Trump en sus cuatro años de mandato como estrategia para permanecer en el poder, también ha ganado cierto favor en Taiwán.

Algunas medidas adoptadas por el ejecutivo taiwanés apuntan a una mayor hostilidad presente y futura con los posicionamientos internos a favor de la reunificación, poco menos que considerados una peligrosa expresión de quinta columna de las tesis continentales. Y hay una pseudoapropiación partidaria de algunas instituciones que deben servir al Estado de derecho y a la sociedad en su conjunto, desde la Comisión Electoral Central al Yuan de Control, hoy bajo sospecha de la oposición que denuncia la quiebra de su independencia.

Un ejemplo de esta política es la Comisión Nacional de Comunicaciones (CNC), a la vanguardia de lo que llaman combate a la desinformación para influir en la opinión pública o causar malestar social. Un caso revelador es el de la retirada de la licencia de emisión a Cti News, un canal favorable a las tesis continentales, con el argumento de “repetidas violaciones de las regulaciones y fallas de sus mecanismos internos de control y disciplina” (2). La oposición no dudó en señalar con el dedo al gobierno y acusarle de estar reprimiendo la libertad de expresión y abusando del aparato estatal con este fin. Y esa ira se convirtió en apoyo, expresado en el aumento en los suscriptores al canal de YouTube de CTi News en más de 2 millones. En señal de protesta, un hombre de 70 años se autoinmoló en los escalones de la sede de CTiTV Inc en el distrito de Neihu de Taipei.

Ahora, la CNC proyecta una ley de comunicaciones digitales que le permitiría regular las plataformas en línea. El objetivo es, dicen los críticos, sofocar las voces disidentes, buena parte de ellas de corte pro-continental. Una ley similar fue propuesta en 2018 pero los diputados le dieron carpetazo temerosos de su impacto en la libertad de expresión; ahora, podría salir adelante.

Taipéi también enmendó la Ley de Seguridad Nacional en 2019 y a finales de dicho año, en plena campaña electoral para los comicios del 11 de enero de 2020, aprobó la llamada ley anti-infiltración, medidas ambas consideradas cruciales para contener las operaciones de la inteligencia continental. Hoy se plantea el endurecimiento de las penas previstas.

El hilo que separa la lucha contra las operaciones de espionaje y el ejercicio del pluralismo podrían ser más finas de lo deseado. Pero para el gobernante PDP, si China se moviliza para controlar los medios de comunicación chinos y en lenguas extranjeras, para infiltrarse en plataformas de redes sociales en chino y en idiomas extranjeros, para producir historias chinas con el propósito de difundir su influencia, fabricar, insertar o difundir información para dividir e incitar al odio, etc., como dice un informe del Instituto de Investigación de Seguridad y Defensa Nacional sobre los acontecimientos políticos y militares chinos, no responder con rotundidad es un suicidio.

La hostilidad continental

A la hostilidad política imaginable entre China continental y el independentismo taiwanés en el gobierno se ha sumado otra no menos relevante. El número de incursiones en la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán (ADIZ, siglas en inglés) en 2020 fue el más alto desde 1996. Los aviones militares chinos ingresaron al ADIZ taiwanesa en 91 días desde el 1 de enero hasta el 30 de noviembre, dijo el Instituto de Investigación de Seguridad y Defensa Nacional en un informe sobre el Ejército Popular de Liberación (EPL). El año pasado también vio el mayor número de misiones de entrenamiento a larga distancia por parte del ejército chino en Taiwán, dijo el instituto, citando solo seis y 20 misiones en 2016 y 2017 respectivamente. El portavoz del Ministerio de Defensa Nacional, el general de división Shih Shun-wen, señaló que en 2020 el EPL realizó alrededor de 380 incursiones hacia el suroeste de ADIZ, una tendencia que no se había visto en el pasado (3).

Huelga decir que estas intrusiones continentales están relacionadas con la frecuencia de las actividades militares estadounidenses en el área y son una advertencia sobre el calentamiento de las relaciones entre Taiwán y Estados Unidos. China, además, prueba así las capacidades de respuesta militar de Taiwán y ejercen presión sobre sus defensas en las islas Pratas (Dongsha), en el Mar de China meridional.

El futuro con Biden

Los próximos meses se antojan delicados para Taipéi. Las relaciones entre Taiwán y EEUU mejoraron sensiblemente en estos últimos años pero habrá cambios e inquieta saber en qué orientación. A su favor pudiera jugar que los importantes lazos entre China y EEUU atraviesan un momento no menos delicado. Y Biden parece disponer de poco margen de maniobra y voluntad para desarrollar otra política con Beijing que no sea la hostilidad.

China exigirá que se abandonen las “indignidades” de la era Trump como condición para volver a las relaciones normales. Y la forma en que la nueva administración Biden lidie con las demandas de Beijing marcará la pauta para el liderazgo de Estados Unidos en el Indo-Pacífico.

Las autoridades chinas exigirán a Biden prometer lealtad al sacrosanto “principio de Una China” y aceptar explícitamente la soberanía china sobre Taiwán, en línea con los tres comunicados conjuntos. En consecuencia, el nuevo presidente también debe desmarcarse claramente de aquella afirmación del secretario de Estado Mike Pompeo del 12 de noviembre de 2020 de que “Taiwán no ha sido parte de China” y rebajar o en su caso anular los contactos de alto nivel.

Otra petición previsible en agenda es la reducción considerable de las ventas de armas a Taiwán. China no exigirá un cese inmediato, pero ansía que la Administración de Biden vuelva a la moderación tanto en importe de las operaciones como en la tipología, especialmente en lo que se refiere a armas letales y aviones de combate.

Otro frente de preocupación es la presencia militar estadounidense en Taiwán. Algunos informes recientes aluden a la participación de marines en la preparación de los soldados taiwaneses. Para Beijing, todo el personal militar estadounidense debe ser retirado de Taiwán, incluido el adscrito al Instituto Americano en Taiwán, la representación de EEUU ante Taipéi. En el mismo orden, China presionará para que cesen los tránsitos de la Armada estadounidense por el Estrecho de Taiwán y el fin de la vigilancia aérea estadounidense de la fuerza aérea china y de las incursiones navales en las zonas de defensa aérea de Taiwán.

En el ámbito económico, Beijing exigirá, primero, que Biden se aleje de las tácticas destructivas de Trump. Los esfuerzos de su administración para desmantelar las cadenas de suministro China-Taiwán en industrias de tecnología avanzada como la de semiconductores han sido muy incisivos para alejar al sector de fabricación de alta tecnología de China de Taiwán y avanzar en el desacoplamiento. Como parte crucial en la cadena global de suministro de semiconductores y un mayor proveedor de las compañías tecnológicas estadounidenses, la TSMC ha sido considerada como el “escudo de silicio” de Taiwán y una de las razones por las que los países occidentales necesitan ayudar a Taiwán en caso de conflictos con China. (5)

Beijing, segundo, exigirá también que la Administración Biden evite cualquier discusión sobre un acuerdo comercial con Taiwán, una ilusión abierta en Taipéi tras autorizarse la importación de carne de cerdo con ractopamina, una medida que está ocasionando un severo desgaste de la presidenta Tsai Ing-wen. Los apoyos al propósito de suscribir un TLC entre EEUU y Taiwán deben ser desactivados, dejando en claro que cualquier acuerdo en este sentido debe pasar necesariamente por Beijing.

En el orden internacional, China exigirá a Biden que convierta en papel mojado la ley TAIPEI de Trump, dejando en claro que la visibilidad y presencia de Taiwán en las organizaciones internacionales es un asunto que debe sustanciarse con base en la aceptación por parte de la isla del “Consenso de 1992”. Cualquier intención por parte de EEUU de arrogarse el papel de altavoz de Taiwán en foros internacionales, debe ser desechada. China se alarmó cuando en septiembre de 2020 la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Kelly Craft, hizo público su encuentro con el enviado de Taiwán en Nueva York. Y mientras en el Capitolio no se habían apagado las cenizas de la rebelión alentada por los partidarios de Trump, Pompeo anunciaba a bombo y platillo la visita de la propia Craft a Taiwán.

Conclusión

La presidencia de Trump ha estado marcada por enfrentamientos estratégicos con China, lo que también ha tenido un impacto positivo en la visibilización del problema de Taiwán, ya que Estados Unidos aprobó varios proyectos de ley favorables, vendió equipo militar de Taipéi, envió a funcionarios de alto nivel a visitar la isla, multiplicó las llamadas operaciones de libertad de navegación en el Estrecho de Taiwán, promovió la participación de Taiwán en la OMS y otras organizaciones, o declaró públicamente que Taiwán no es parte de China (5).

Todo ello deja un legado que podría llegar a ser incómodo y problemático para Joe Biden quien deberá tomar sus decisiones pensando no solo en el triángulo Washington-Beijing-Taipéi, sino en cómo interpretarán sus decisiones los países aliados de la región.

El ministro de Defensa de Japón, Yasuhide Nakayama, pidió al presidente electo de Estados Unidos, que apoyara a Taiwán en la convicción de que la seguridad de Taiwán era una “línea roja” para Japón. Por su parte, el primer ministro japonés Yoshihide Suga expresó su inquietud y poca confianza en que la postura de Washington sobre China se mantenga.

En Taiwán, el ex presidente Ma Ying-jeou y su entorno del KMT contempla la victoria de Biden como una oportunidad para plasmar otra política y alejar el escenario de confrontación. El propio presidente del KMT, Johnny Chiang, ha procurado exhibir cierto alejamiento de EEUU desde que asumió el liderazgo del partido, si bien lo mismo podría decirse respecto a China continental. El KMT considera que el aumento de las tensiones entre Taipéi y Beijing y el maniqueo juego de posturas pro Estados Unidos y anti-China perjudica sus estrategias políticas y electorales.

La ambigüedad estratégica del pasado ha dado paso a la claridad estratégica bajo Trump, y eso ha sido beneficioso para Taiwán, aunque la estabilidad en el Estrecho y la seguridad regional se han resentido. Biden bien podría desandar el camino y esa será la piedra de toque de su administración en esta cuestión.

Xulio Ríos

Xulio Ríos: Director del Observatorio de la Política China.

Notas:

Nota del Editor: Texto para el Anuario 2020 del Centro de Estudios Internacionales para el Desarrollo, CEID, Argentina.

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