Terminator y la kriptonita

No es noticia propiamente pero sí una ingrata constatación apreciar que el coronavirus esparcido por el mundo, esté revelando gran sordidez y ruindad. Si muchos gobiernos no estaban preparados para un azote de esta naturaleza, el curso de algunas decisiones gubernamentales indican perturbación pronunciada y peor aún: ausencia de nobleza hacia el otro.

Suficiente ver a Donald Trump, quien primero hizo el intento de comprar una vacuna alemana para uso exclusivo de su administración y después está acaparando mascarillas de protección y otros recursos. Ordenó quitárselos a los demás, a golpe de chequera, esa que le permite imprimir billetes sin respaldo en oro ni en bienes, y obligar a la mayoría a usar esos dólares en las principales transacciones mundiales para beneficio de un emisor poco escrupuloso.

Fuera de contradicciones excéntricas como la de orientar ahora, casi a destiempo, el uso de la protección facial básica, dijo que él no las usaría, emitiendo una imagen de superioridad o de personaje inmune a la kriptonita. Continúa su proyección ególatra por darle orden a sus gestores comerciales de conseguirlas a como dé lugar, incluso perjudicando a otras naciones, y llega a extremos como negárselas a Canadá.

En ese país vecino se producen materiales específicos para la confección de las máscaras empleadas por el personal sanitario. Luego si se interrumpe la cadena de suministros entre los dos países, terminarán dañados tanto uno como el otro. Es decir, la ventaja norteamericana actual sería transitoria, aparte de muy insolidaria, y, al propio tiempo, perjudica de paso a países latinoamericanos.

La postura de Trump ocurre pese a que empresas canadienses suministran a Estados Unidos kits de análisis y guantes entre los enseres requeridos para asistir a los enfermos por el Covid-19. Pretender hacerse con todo implica un individualismo caníbal.

Al efecto, según revela el diario español El País, el primer ministro de Alberta, Jason Kenney, expuso indignado: “Me recuerda lo que sucedió en 1939 y 1940 cuando Canadá formó parte de la lucha contra el fascismo global: Estados Unidos estuvo fuera los primeros dos o tres años y en realidad inicialmente se negó a proporcionar suministros a Canadá y el Reino Unido, que estaba liderando la lucha en ese momento”.

El mandatario norteamericano procede como un pirata moderno o a la manera del viejo oeste. De ese modo lo catalogaron altos funcionarios alemanes y franceses, haciendo notar que Washington debería respetar las leyes internacionales y mostrarse más colaborativo con socios tan fieles.

Las reacciones europeas, infrecuentes pero laxas, aludieron por igual al tejemaneje entronizado  por los encargados de estas operaciones fraudulentas al apropiarse materiales requeridos para enfrentar la pandemia, en los aeropuertos, pagando tres veces más o incautándolos pese a estar ya comprados por otras naciones.

Si  esas criticables acciones provocan irritación,  no menos sucede a escala interna. Acentuada –valga de muestra- la actitud asumida contra el capitán del portaaviones nuclear USS Theodore Roosevelt, Brett Crozier,  quien luego de recibir negativa a tratar en tierra a un centenar y medio de enfermos de los 5 mil miembros de la tripulación, envió una carta a distintas instancias oficiales, que fue captada por medios informativos.

La reacción del Pentágono fue iracunda y destituyeron al oficial. Trump, desde luego, echó pestes contra el responsable de la nave y no rectificó la decisión de licenciarlo.  No le perdonan que su misiva llegara a la prensa provocando las correspondientes críticas.

En otra vertiente no menos comprometida de este momento, aparecen denuncias sobre el enfoque y decisiones del yerno de Trump, Jared Kushner,  encargado por el presidente para dirigir el comité de lucha contra el coronavirus. En varias publicaciones aparecieron cuestionamientos fuertes pues, aseguran,  Kushner, entregó a empresas privadas suministros destinados a los hospitales, que, encima de no ser públicos, padecen una seria carestía de equipos  y medios de protección.

Militares de alto rango le habrían criticado a Kushner sus comunicados en Twitter sobre el papel de los fondos federales de esas pertenencias, pues el yernísimo se atribuye el derecho de hacer con ellos como entienda, despojando a los estados de tales patrimonios. Una visión de las cosas ególatra típica de quienes se consideran con derecho a disponer de las provisiones del estado como si fueran suyas.

Trump, por supuesto, concuerda con el esposo de su hija Ivanka y plantea por su parte, que  el gobierno no es un distribuidor de los necesitados elementos. Entonces ¿a quién le toca?

Grave y peligrosa la vertiente dentro de la cual se maneja la administración estadounidense. El cachumbambé presidencial va desde negar la importancia de la enfermedad cuando comenzó a circular en EE.UU. y el posterior uso con fines electoreros del desafío a la pandemia, erigiéndose como el presidente que encara una guerra (de comics ya rancios, valdríA decir), sin obviar varias actitudes demostrativas de una gran falta de capacidades y buen tino, así como un poco claro manejo de  los asuntos y bienes del estado. En medio de una crisis de tanta envergadura, añade a su proceder el tramposo ultraje hacia sus partidarios trasatlánticos, con artimañas de ridícula ley, y una regencia de bienes públicos y determinaciones decididamente impugnables.

Cuando descalifica a Andrew Cuomo, gobernador de New York,  o cuando desconoce a distintas figuras correctamente posicionadas o se burla de los demócratas, entroniza y defiende una acentuada arbitrariedad (prevaricación sería más exacto) o el ineficaz empleo de lo nacional, en menoscabo de la mayoría. Eso patentiza la horma que calza.

Imposible conjeturar en este momento si en noviembre será reelegido. Abortada prácticamente la campaña demócrata, aprovechando la desdichada contingencia para medrar para sí notoriamente, no es extraño que alcance una aceptación bastante menguada antes.

Henry Kissinger, un avezado –e impugnable político-  de origen alemán y republicano, como Trump, considera necesario “un Gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global”.  Sugerente criterio, que haría suponer que criticaba a la actual administración, pero solo la llama a estrategias  destinadas a recuperar el crédito en descenso.

Al nonagenario experto considera –así lo expuso en las páginas  del Wall Street Journal-que EE.UU. debe  intensificar esfuerzos y eficiencia para lograr la cura del COVID-19 y, posteriormente,  ayudar en la reconstrucción de la economía global porque “los principios del orden mundial liberal deben protegerse”. No es la gente, se verifica, sino el sistema el que desea preservar. Y lo coloca, en específico,  en manos norteamericanas.

Para el nobel, de economía Josepth Stiglitz , la situación que cursa “está demostrando el error fundamental del liberalismo y es que los mercados por sí solos no pueden manejar esta crisis, por eso estamos acudiendo al Gobierno. Los mercados tampoco nos prepararon porque siempre tienen una visión incompleta de los riesgos. En 2008 se vio que habían tomado demasiados riesgos financieros y esta crisis es otra demostración del exceso de riesgo. En EE UU, los hospitales no tenían camas extra y las empresas funcionaban con sistemas de inventario just in time (método a través del cual se mantienen inventarios al mínimo posible para reducir costos).  Todo bien hasta que tienes un problema. Entonces es un desastre”. Eso, exacta y lamentablemente, es lo que está ocurriendo.

En el artículo de referencia, Kissinger también planteó algo ya disparado por varios especialistas, relacionado con que al término de esta crisis, nada será igual. Habrá ocasión de ver si para mejor o para pésimo.

Elsa Claro

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