Trump en Siria: Temeraria escalada

Estados Unidos, Francia y Reino Unido lanzaron ayer lo que denominaron ataques de precisión contra lo que consideran objetivos militares del gobierno sirio, en represalia por el presunto uso de armas químicas por parte de las fuerzas de Bashar al Assad que habría tenido lugar el sábado 7 de abril en la localidad de Duma. En un mensaje televisivo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que esta respuesta se mantendrá hasta cumplir su objetivo de disuadir a Damasco de la producción y uso de armas químicas.

Los bombardeos contra el país árabe comenzaron pese a que apenas el jueves llegó a Siria un equipo de inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) con el objetivo de esclarecer lo sucedido en uno de los últimos bastiones de la oposición armada en los suburbios de la capital. El mismo día, el secretario de la Defensa, James Mattis, señaló que Washington aún intentaba obtener pruebas sobre el supuesto ataque químico. Es inevitable que esta premura para golpear a un gobierno, cuya responsabilidad se encuentra lejos de ser probada, recuerde al inicio de la invasión estadounidense contra Irak en marzo de 2003, la cual forzó la salida de los investigadores designados por la ONU para verificar la existencia de las armas de destrucción masiva usadas como –probadamente falso– pretexto para derrocar a Saddam Hussein.

Un elemento que multiplica los riesgos de esta acción concertada al margen de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) e incluso de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) estriba en la presencia militar rusa en la zona, en el hasta ahora firme compromiso del presidente Putin con su aliado local, y la advertencia de Moscú en el sentido de que sus soldados dispararán contra la fuente de los ataques en caso de ser heridos por las fuerzas occidentales.

Queda claro que apenas puede exagerarse el peligro de que el camino tomado por las tres mayores potencias militares de Occidente se salga de control y derive en una conflagración de consecuencias imprevisibles. La posesión de armamento nuclear por parte de cinco actores involucrados –Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia e Israel, que no participa en estas acciones pero lanza ataques aéreos a discreción contra la nación árabe– añade un cariz aterrador a la posibilidad de que los enfrentamientos se salgan de control, extremo advertido tanto por el mencionado Mattis como por Vladimir Putin.

Por todo lo anterior, es más urgente que nunca poner fin a la presencia de todas las potencias extranjeras en el conflicto sirio y generar las condiciones para la impostergable negociación entre el bando gubernamental y las fracciones opositoras: tal es la única salida aceptable en términos humanitarios y de apego a la legalidad. En cuanto al presunto uso de armas químicas que desató la actual agresión, es imperativo garantizar el trabajo de los inspectores que trabajan en alianza con la ONU, establecer con criterios científicos lo sucedido y, en caso de probarse el empleo de los agentes tóxicos, fincar las responsabilidades debidas ante un hecho que sería en todo punto inadmisible.

La Jornada

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