Trump es la escisión en la clase dominante

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Es bueno que muchos en la izquierda estadounidense estén empezando a ver los enfrentamientos de Trump y sus defensores contra la autodenominada “resistencia”, como reflejo de una “división en la clase dominante”.

Así lo estima Greg Godels, el destacado periodista comunista estadounidense que solía usar el seudónimo de Zoltan Zigedy. “Es un avance muy saludable porque descarta confusiones fomentadas por la dirección del partido demócrata, el sensacionalismo infantil y la simplicidad sin sentido de los medios de prensa capitalistas”. Según Godels se trata de una batalla real y feroz entre grupos diferentes de los más ricos y poderosos, un conflicto que da un significado más profundo a las extrañas travesuras de la era Trump. Detrás de las imágenes escabrosas e ilusorias de un vulgar corrupto como Trump, objetado sólo por los “heroicos” protectores de la libertad y la seguridad (el FBI, la CIA, la NSA, etc.) se esconde una verdadera lucha por las ideas, los intereses y el porvenir. Es bueno que sean más los que están viendo una lucha entre los ricos y los poderosos disputando sus diferentes visiones del futuro del capitalismo: “una escisión en la clase dominante”.

Muchas veces en los últimos dos años, Greg Godels ha escrito sobre el surgimiento de alternativas para el fundamentalismo de mercado como el neoliberalismo y la globalización en la sabiduría convencional de la clase dominante. Ha sostenido que el auge del nacionalismo económico en economías avanzadas es expresión de esa alternativa. La intensificación de la competencia en la política energética se ofrece como un síntoma material del nacionalismo económico, al igual que el desinterés por mantener un telón de fondo relativamente pacífico para asegurar y promover el comercio.

Estados Unidos está más interesado en vender armas que en resolver sus muchas guerras (se sabe que el Secretario de Estado Pompeo convenció a los miembros de la administración Trump, avergonzados públicamente por la matanza en Yemen, de que no se cortara por tal fechoría el apoyo a Arabia Saudí debido a la posible pérdida de 2.000 millones de dólares en ventas de armas).

Una reciente reflexión de Joshua Green, corresponsal nacional de Bloomberg Businessweek, titulada Los dividendos de la ira, da cuenta de cómo el reconocimiento del cambiante terreno político provocado por la crisis y su consecuencia directa en el lema del nacionalismo económico de Trump “Making America Great Again” explica cómo fue la ira por el rescate financiero lo que dio a Trump la presidencia. Green recuerda la infame reunión de Obama en la Casa Blanca con los directores generales de los principales bancos, en la que les dijo con franqueza: “Mi administración es lo único que hay entre ustedes y las horcas caudinas”.

Reflexionando sobre esas palabras de Obama, Green advierte: “Millones de personas perdieron su trabajo, su casa, su cuenta de retiro y cayeron fuera de la clase media. Muchos más viven con una ansiedad que les roe. Los salarios estaban estáticos cuando se desató la crisis y han permanecido así durante toda la recuperación. Recientemente, la Oficina de Estadísticas Laborales informó que la participación de los trabajadores estadounidenses en los ingresos no agrícolas ha caído casi a su nivel más bajo después de la Segunda Guerra Mundial.

Esta dura acusación del capitalismo post-apocalíptico capta bien las condiciones que han avivado el miedo a tales horcas. No se equivoquen; quienes gobiernan los principales centros capitalistas, prestan atención a la ira, no para responderla, sino para desviarla.

La historia de la política estadounidense en la última década es la historia de cómo las fuerzas que Obama y el partido demócrata no lograron contener reestructuraron el mundo desatando energías en la izquierda (Ocupar Wall Street) y en la derecha (el Tea Party). La masa crítica de las condiciones que llevaron a Donald Trump tuvo su génesis en estas reacciones….”

Trump fue capaz de preparar una campaña basada en dar respuesta a la ira con medidas de nacionalismo económico, patriotismo y, paradójicamente, partidismo para la clase obrera.

Por supuesto que la idea de que Trump proyectaba construir un partido de los trabajadores o tenía la intención de transformar al Partido Republicano en “un partido de trabajadores” es ridícula, pero se recuerda que su campaña fue impulsada por la animosidad anti-inmigrante con el argumento de que les quitaban empleos. Cuando Trump declara su candidatura, los estadounidenses de todas las tendencias estaban amargados con las élites dirigentes de ambos partidos, y en ello descansa su oportunista posición de atacar a éstas, incluyendo las republicanas.

Sólo un esfuerzo concertado para crear o nutrir un movimiento verdaderamente independiente y anticapitalista que aborde las necesidades reales de los trabajadores tiene sentido hoy, cuando los partidos burgueses sacrifican voluntariamente los intereses de los trabajadores en aras del capitalismo concluye Greg Godels.

Manuel E. Yepe

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