Trump: Fintas y daños
De acuerdo con la declaración anónima de un funcionario de alto rango
del gobierno de Estados Unidos difundida ayer por diversos medios informativos de aquel país, el presidente Donald Trump analizaba la posibilidad de retirar a Washington del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en forma unilateral y por medio de un decreto u orden ejecutiva
. Esa sola especie bastó para que la moneda mexicana retrocediera en su cotización frente al dólar para situarse hasta en 19.45 pesos, una devaluación de entre 25 y 32 centavos con respecto de la jornada anterior. La versión resultó desmentida anoche, horas después, luego de que Trump y el presidente Enrique Peña Nieto sostuvieron una conversación telefónica en la que acordaron mantenerse en la intención de renegociar el instrumento comercial.
El daño, sin embargo, ya estaba hecho, y el episodio resultó ilustrativo de la alarmante debilidad de la posición de México ante su todavía socio mayor, una debilidad que no sólo se explica por la desmesurada asimetría entre las economías de ambos países, sino, sobre todo, por la falta de una perspectiva nacional clara a casi seis meses de la elección de Trump y a más de tres de su toma de posesión.
Cabe señalar que no había margen para la sorpresa. Desde que era precandidato republicano a la Presidencia, el ahora ocupante de la Casa Blanca manifestó actitudes explícitamente antimexicanas en todos los órdenes, desde la difamación racista en contra de los migrantes de nuestro país, que trabajan en la nación vecina, y la determinación de perseguirlos con mucha más saña que su antecesor, hasta las advertencias de que modificaría drásticamente o eliminaría el TLCAN, pasando por su empecinamiento en construir un muro a todo lo largo de la frontera común.
Sin embargo, en todos estos meses las autoridades nacionales se han limitado a negociar en secreto con las estadunidenses una agenda que sólo conocen los participantes en las pláticas y han omitido la necesidad de emprender un viraje obligado y urgente en la configuración económica y comercial de México, a fin de otorgar al país una mínima solidez ante los amagos y los actos del magnate neoyorquino y los inciertos escenarios políticos que se desarrollan en Washington.
A ello ha de añadirse el estilo personal de presionar que caracteriza al mandatario estadunidense y sobre el cual no cabe ya tampoco llamarse a sorpresa: como en otros casos, es razonable suponer que en éste el magnate neoyorquino filtró una versión tentativa de intenciones con el propósito de observar los impactos, causar desconcierto en la contraparte mexicana y beneficiarse con una suerte de comedia de enredos que para nuestro país resulta carísima. Por lo demás, como lo registran los sucesos de meses pasados, en el caso de México esta táctica le ha rendido buenos frutos al presidente republicano.
Ayer mismo el secretario de relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso, afirmó que el gobierno mexicano no aceptará imposiciones en la renegociación prevista del TLCAN. Pero la patente vulnerabilidad que dejó al descubierto el episodio referido obliga a preguntarse si realmente nuestro país está en posición de garantizar condiciones mínimamente dignas y justas en los cambios que se introduzcan al instrumento comercial.
Al margen de lo que ocurra en el ámbito diplomático, es insoslayable la urgencia de consolidar la economía nacional mediante el fortalecimiento del mercado interno; la diversificación efectiva y sustancial de los intercambios comerciales del país, los cuales siguen realizándose mayoritariamente con Estados Unidos, y la creación de fuentes de empleo para recibir a los connacionales expulsados por la fobia de la administración Trump. Ello pasa, de manera inexorable, por renunciar al paradigma neoliberal que ha venido aplicándose en el país desde hace tres décadas y adoptar una política económica con visión social y de país. De otro modo, entre fintas y decisiones reales, la presidencia estadunidense podría estar en condiciones de causar en México un desastre económico de proporciones trágicas.
La Jornada
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