Trump firma la esquela mortuoria del libre comercio

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Para los socios de Estados Unidos, los europeos en primer lugar, Donald Trump es un elemento perturbador que, como el ariete utilizado para batir murallas, viene a embestir contra sus dogmas más sagrados. El choque es tan duro que los medios –y, en voz baja, la mayoría de los dirigentes– dudan de la salud mental del multimillonario que se ha instalado en la Casa Blanca. A modo de contribución a la celebración del sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma (25 de marzo de 1957) que dio origen a lo que es hoy la Unión Europea (UE), Trump mandó sepultar su fundamento más importante: el libre comercio.

Este aviso de defunción oficial fue proclamado los días 17 y 18 de marzo, con ocasión de la cumbre de ministros de Economía del G20 que tuvo lugar en la estación termal alemana de Baden-Baden. Por instrucción del Presidente estadounidense, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, mandó eliminar del comunicado final de la reunión el compromiso de “luchar contra todas las formas de proteccionismo”. Este precepto era, no obstante, una fórmula ritual, siempre copiada y pegada de una cumbre a otra.

Poco importa que, en uno u otro momento de la historia reciente, la mayoría de los Estados signatarios se hayan tomado ciertas libertades con el libre comercio: este seguía siendo el pilar ideológico del orden económico mundial. Cuestionarlo significa debilitar la legitimidad de las instituciones de lo que podemos llamar la Internacional liberal: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con la UE como víctima colateral.

Con Donald Trump, presenciamos así el regreso del Estado en la regulación de los intercambios internacionales. Una verdadera herejía para la mayoría de los actores económicos y políticos del planeta. ¿Cómo explicar este giro de 180 grados del nuevo Presidente estadounidense con relación a sus predecesores en materia de comercio? La respuesta se resumen en dos palabras que pronuncia constantemente: America First .

Donald Trump, contrariamente a los dirigentes europeos y a la Comisión, no se complica con referencias teóricas: no está ni a favor ni en contra del libre comercio o del proteccionismo. Todo depende del momento y del contexto. En la coyuntura actual, particularmente marcada por el aumento de poder de China, considera que las medidas proteccionistas servirán mejor a los intereses de Estados Unidos, pero está dispuesto a cambiar el rumbo de la noche a la mañana en caso de necesidad.

Lejos de ser un outsider, Donald Trump se inscribe en una larga tradición estadounidense de pragmatismo muy bien descrita por Ulysses Grant, presidente de Estados Unidos de 1869 a 1877: “Durante siglos, Inglaterra se apoyó en la protección, la practicó hasta sus límites más extremos, y obtuvo resultados satisfactorios. Dos siglos después, encontró ventajoso adoptar el libre comercio, pues entiende que la protección no tiene más nada que ofrecerle. De acuerdo, señores, el conocimiento que tengo de nuestro país me lleva a pensar que, en menos de doscientos años, cuando Estados Unidos haya sacado de la protección todo lo que esta puede darle, también adoptará el libre mercado”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos impuso directa o indirectamente el dogma del libre comercio a la parte del mundo que controlaba. Los tratados europeos son un producto puro de esta lógica. Pero los tiempos han cambiado y, para Washington, la línea oficial es, de ahora en adelante, el proteccionismo. Hasta el próximo cambio de rumbo, cuando las circunstancias lo exijan… Paralizada por esas certezas casi religiosas, la UE observa pasivamente este vaivén, así como las vacas miran pasar los trenes…

Bernard Cassen

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