Trump y China: ¿Guerra caliente o fría?

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A primera vista el desacuerdo entre Estados Unidos y China está unido a un conflicto comercial. Se acusa a China de competencia desleal y de robo de propiedad intelectual. Se supone que los aranceles comerciales remedian y palían el déficit comercial. Pero el análisis revela algo mucho más importante, esto es, los denodados esfuerzos de Washington por conservar la hegemonía en tres terrenos: tecnología, industrias del futuro y armamento. ¿Habrá un enfrentamiento entre ambos titanes?

Un poder absoluto y definitivo

Estados Unidos sale de la Segunda Guerra Mundial como el gran vencedor. Todas las grandes potencias precedentes y emergentes están totalmente aplastadas. En Washington se sueña con un nuevo orden mundial en el que Estados Unidos sea el único que controle y decida. Desgraciadamente, la rápida reconstrucción de la Unión Soviética y el final del monopolio nuclear se interponen en el camino de estos proyectos.

Pero, a pesar de todo, medio siglo después este sueño se ha cumplido con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Ahora ya no hay obstáculos que se interpongan a la supremacía: Estados Unidos se ha convertido en el líder indiscutible de la política mundial y pretende seguir siéndolo. En 1992 el Pentágonafirmaba: “Nuestro objetivo principal es impedir la aparición de un nuevo rival en la escena internacional. Debemos disuadir a los rivales potenciales incluso de aspirar a desempeñar un papel más importante en el ámbito regional o mundial” (la cursiva es del autor)*.

En este momento China no constituye (todavía) una amenaza. Su economía está subdesarrollada y su PIB no es más que una tercera parte del de Estados Unidos. El país no representa nada militarmente. China es considerada sobre todo un territorio que promete unos beneficios económicos interesantes: dispone de un contingente gigantesco de fuerza de trabajo barata y disciplinada, y al contar con una quinta parte de la población mundial constituye a largo plazo un mercado atractivo para los productos occidentales. China, a la inversa, se orienta hacia la inversión extranjera y al mercado mundial para poder desarrollarse rápidamente.

Occidente se hace la ilusión de que gracias a la “apertura” económica de China el capitalismo se va a infiltrar indefectiblemente y a sustituir poco a poco al régimen comunista. Se matan así dos pájaros de un tiro: por un aparte, unas perspectivas económicas favorables para las multinacionales; por otra, la eliminación de un adversario ideológico. Esta es la razón por la que China pudo acceder a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001.

La adhesión a la OMC constituyó un buen empujón para la economía china. En 1995 el país todavía estaba en el undécimo puesto de la lista de los países exportadores de bienesVeinte años después está a la cabeza de la lista. Desde su adhesión a la OMC su economía se hancuadruplicado .

Para Estados Unidos también es una relación beneficiosa. Las multinacionales estadounidenses hacen unos negocios de oro en China. El año pasado sus ventas ascendieron a cerca de 500. 000 millones de dólares, esto es, 100.000 millones más que el déficit comercial entre Estados Unidos y China. La importación de bienes de consumo chinos muy baratos aumenta el poder adquisitivo de la población estadounidense. También hay importantes ventajas monetarias. Para mantener un yuan alineado con el dólar China compra enormes cantidades de dólares y procura así créditos baratos a Estados Unidos, lo cual permite mantener unas tasas de interés bajas.

Más allá de las ilusiones

Pero, porque hay un “pero” enorme, en lo que concierne al control interno capitalista o al debilitamiento del Partido Comunista, nada de ello ocurre como se había previsto. “El comercio no ha domado al Partido Comunista. El Partido-Estado sigue teniendo un control férreo de los puestos de mando de la economía china, tanto directamente como indirectamente, por medio de su influencia sobre grandes empresas “privadas”, que solo con el apoyo del partido pueden seguir teniendo éxito y seguir siendo privadas”, según el economista Brad W. Setser .

Eso es lo que han acabado por comprender los círculos dirigentes de Estados Unidos. En un discurs o muy bien acogido el vicepresidente Mike Pence no se anduvo con rodeos: “Después de la caída de la Unión Soviética asumimos que una China libre era inevitable. Lleno de optimismo a principios del siglo XXI, Estados Unidos aceptó dar a Pekín libre acceso a nuestra economía y acogimos a China en la Organización Mundial de Comercio. […] Pero esa esperanza no se ha cumplido”.

Los gigantes capitalistas, ya se trate de empresas financieras, industriales o digitales como Google, Amazon ou Facebook, hacen lo que les conviene en todas partes, pero no en China, que es uno de los raros lugares del mundo en el que estos gigantes tienen oca o ninguna influencia . El “Reino del Medio” ha dejado de ser un país de tránsito  en el que se ensamblan bienes de consumo sin aportar demasiado al propio país.

El hecho de que China ya no sea el terreno de juego de las grandes multinacionales es “grave”, pero lo más grave es que la posición mundial de Estados Unidos se ha debilitado mientras que la de China se ha reforzado enormemente. En 1980 el PIB de Estados Unidos representaba una tercera parte del PIB mundial, el de China una vigésima parte. Hoy ambos representan una cuarta parte.

 Pero no se trata solo de una evolución cuantitativa. La economía china también ha dado grandes pasos desde el punto de vista cualitativo. Los progresos son notables en el plano tecnológico. Hasta hace poco se consideraban el país un imita dor de tecnología , ahora es un innovado. Actualmente el 40 % de todas las patentes del mundo son chinas, es decir, más que las de estos tres países juntos: Estados Unidos, Japón y Corea del Sur. En 2015 se lanzaba el plan Made in China 2025 cuyo objetivo era aumentar la innovación y la autonomía en diez sectores importantes.

De este modo los productos chinos son cada vez más competitivos y a largo plazo suponen en una amenaza para la supremacía de las multinacionales occidentales, lo cual no es, evidentemente, lo que se quiere. Peter Navarro , un importante asesor económico de Trump, afirma: “El objetivo del gobierno chino en ‘Made in China 2025’ es explícitamente las industrias que van desde la inteligencia artificial, la robótica y la informática cuántica hasta los vehículos autónomos […]. Si China conquista estas industrias, Estados Unidos simplemente ya no tendrá ningún futuro económico”.

¡Es el ejército, estúpido!**

Pero, según Navarro, no se trata solo de la economía, la prosperidad o los beneficios. “Lo que está en peligro no es únicamente la prosperidad estadounidense. La propiedad intelectual que China trata de adquirir es el núcleo mismo de este concepto y la clave para la continuidad de la hegemonía militar de Estados Unidos”.

Las declaraciones de Navarro son muy significativas. El gobierno Trump hace mucho ruido en torno al déficit comercial, pero en realidad esa no es su preocupación principal. De lo que se trata es de mantener el liderazgo en tres ámbitos: tecnología, industrias del futuro y armamento. China es la principal amenaza para este liderazgo.

Navarro no habla en su nombre sino que interpreta la política gubernamental. Esta política se expone claramente en un revelador informe del Pentágono fechado en septiembre de 2018. Según este informe, hay tres terrenos estrechamente relacionados. El avance tecnológico es necesario tanto para vencer a la competencia económica como para conservar la superioridad militar. El informe advierte: “El gasto chino en Investigación y Desarrollo (I+D) converge rápidamente con el Estados Unidos y probablemente lleguemos a la paridad en un futuro cercano”. La referencia explícita es “Made in China 2025”. “El objetivo de las iniciativas industriales fundamentales del Partido Comunista Chino, ‘Made in China 2025’, es la inteligencia artificial, la informática cuántica, la robótica, los vehículos autónomos e impulsados por nuevas energías, los dispositivos médicos de gran rendimiento, los componente de alta tecnología para buques y otras industrias emergentes que son fundamentales para la defensa nacional”.

La “Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés) también debe creer en ello. Se trata de una red china de rutas marítimas y terrestres que se extiende por 64 países, con inversiones, créditos, tratados comerciales y decenas de Zonas Económicas Espaciales, todo ello por valor de 900.000 millones de dólares. “China ha tratado de adquirir infraestructuras fundamentales estadounidenses, incluidos ferrocarriles, puertos y telecomunicaciones, como parte de la doctrina Un cinturón, Una Carretera [Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda] para proyectar el poder blando y duro de China. Las estrategias económicas de China unidas al impacto adverso de las políticas industriales de otros países suponen una importante amenaza para la base industrial estadounidense y, por consiguiente, suponen un riesgo cada vez mayor para la seguridad nacional estadounidense”.

Pero la relación entre tecnología, economía y armamento va más lejos. Para poder conservar su superioridad militar Estados Unidos necesita una sólida base industrial propia. Las deslocalizaciones de parte de la economía estadounidense han dañado a la industria de guerra y minado así la seguridad nacional. “La perdida de más de 600.000 fábricas y compañías claves estadounidenses, y de casi 5 millones de empleos de la industrial manufacturera desde 2000 amenaza con minar el rendimiento y las capacidades de los fabricantes estadounidenses para satisfacer las necesidades de la defensa nacional y suscita preocupación acerca de la salud de la base industrial manufacturera y de defensa. […] Actualmente dependemos de fuentes internas únicas para determinados productos y de cadenas de suministro extranjeras para otros, y nos enfrentamos a la posibilidad de no ser capaces de producir en Estados Unidos componentes especializados para el ejército”.

La política proteccionista del gobierno Trump no está motivada por el déficit comercial. El informe solo alude a ello incidentalmente. El déficit comercial no es más que el efecto secundario de un problema más profundo. Se trata de garantizar una “base industrial de defensa sólida” basada en un “sector manufacturero interno fuerte” y unas “líneas de aprovisionamiento estables”. Es una “prioridad nacional”.

Capacidad de defensa, es decir, preparativos de guerra: de eso se trata. Y no de conflictos aislados a pequeña escala. Se trata en primer lugar de un esfuerzo de guerra masivo y de larga duración contra las “fuerzas revisionistas”, es decir, China y Rusia. El informe proporciona consejos para reestructurar fundamentalmente la economía estadounidense preparándola para un “escenario de conflicto entre grandes potencias”. En palabras de un alto funcionario de seguridad nacional: “Nos hemos preocupado de luchar en unos conflictos de baja tecnología contra personas que lanzan cohetes a partir de camiones. Durante todo este tiempo China ha sido inteligente y ha avanzado a grandes pasos. En eso es el que nos centramos ahora”.

En el siglo XX el objetivo principal de Estados Unidos era la Unión Soviética, en el siglo XXI es “el peligro chino”. En el marco de los debates en torno al presupuesto para 2019 el Congr eso de Estados Unidos declaraba que “la competencia estratégica a largo plazo con China es una prioridad fundamental para Estados Unidos”. No solo se tata de aspectos económicos, sino de una estrategia global que se debe llevar a cabo en diferentes frentes, lo cual exige “la integración de múltiples elementos del poder nacional, incluidos los diplomáticos, económicos, de inteligencia, policiales y militares, para proteger y fortalecer la seguridad nacional”.

Nos limitaremos aquí al aspecto económico y militar.

Un telón de acero económico

El objetivo de Trump es reiniciar completamente las relaciones económicas entre Estados Unidos y China. Según su conocido estilo: “Cuando llegué [a la Casa Blanca] íbamos en una dirección que iba a permitir a China ser más grande que nosotros en un corto periodo de tiempo. Ahora eso ya no va a ocurrir”. Por consiguiente, para impedir el ascenso de China es indispensable disociar  todo lo posible economía china de la de Estados Unidos. Hay que limitar y prohibir tanto las inversiones chinas en Estados Unidos como las inversiones estadounidenses en China. El primer objetivo son los sectores estratégicos. Hay que limitar el comercio bilateral. Estados Unidos impone ahora aranceles a casi la mitad de las importaciones chinas. Trump ha amenazado con imponer aranceles, si fuera necesario, a todas las importaciones. Las exportaciones a China están también en el punto de mira.

La economía china también es muy dependiente de componentes estratégicos como los chips electrónicos. En mayo de 2018 se tuvo que detener temporalmente la exportación de chips a ZTE , un gran fabricante chino de componentes electrónico, lo que puso en peligro esta empresa que emplea a 75.000 personas. Kathleen Gaffney , una alta ejecutiva, predice que esto no es sino el comienzo: “Somos líderes en materia de tecnología e innovación en las industrias de chips electrónicos. A largo plazo China también quiere convertirse en líder. Para 2025 se producirán en China, por lo que es verdaderamente importante que se lo pongamos difícil: contr ola r s s exporta ion . Eso es una verdadera señal que perjudicará a China sin dañar la economía global. Ese es el tipo de acciones que vamos a ver”.

La mayoría de los observadores serios están convencidos de que los aranceles comerciales impuestos a China tendrán un efecto desfavorable sobre la economía de Estados Unidos y apenas podrán solucionar el déficit comercial con China. Pero eso no es lo que preocupa verdaderamente a Trump y compañía. Lo que les preocupa es “tratar de entorpecer el ascenso tecnológico de China en vez de llegar a un acuerdo, que sería lo mejor para la economía estadounidense”, según un inversor .

El gobierno Trump trata de propagar su guerra comercial con China a otros países. En las recientes negociaciones con Canadá y México respecto a un nuevo acuerdo de libre comercio Trump hizo incluir una cláusula que prohíbe a ambos países cerrar un acuerdo comercial con “un país fuera de la economía de mercado”, esto es, China. El objetivo es llegar a acuerdos similares con Japón, la Unión Europea y Gran Bretaña. Si Estados Unidos lo logra será un duro golpe para China y el inicio de una especie de “ telón de acero económico ” que cierre el país.

Esta actitud antichina no se limita a Trump y a algunos halcones de su gobierno. Amplios sectores de la clase dominante consideran que Estados Unidos y China han entablado una rivalidad estratégica a largo plazo y que el ascenso del gigante asiático representa una amenaza para la posición de Estados Unidos. Existe un consenso cada vez mayor acerca de que la política comercial y la gestión de la seguridad nacional son ahora indisociables y de que la Casa Blanca debe dar una respuesta firme a su rival estratégico. Aumenta la sed de confrontación.

Encontramos esta atmósfera antichina entre los republicanos, los ideólogos del libre mercado, los halcones de la seguridad nacional y los miembros del Pentágono, pero también entre los demócratas, en parte de los sindicatos y de la izquierda, lo que quiere decir que la hostilidad hacia China puede durar y sin duda no desaparecerá con la salida del presidente actual.

Ser el primero en disparar

La superioridad militar de Estados Unidos es aplastante. Posee 800 bases militares repartidas por 70 países y más de 150.000 hombres en 177 países. Los gastos militares ascienden anualmente a más de 600.000 millones de dólares, es decir, más de una tercera parte del total mundial, tres veces más que China y por habitante es incluso 12 veces más.

Durante unos 70 años el ejército estadounidense dominó los mares y el espacio aéreo de casi todo el planeta, incluido el sudeste de Asia. Ha tenido una libertad de movimiento casi total y la posibilidad de privar de ella a sus enemigos. Trump quiere que las cosas continúen así: “Estados Unidos no aceptará el segundo puesto. Haré que nuestro ejército sea más fuerte que nunca y nunca jamás tendremos que temer a otra potencia”.

En palabras de la Estrategia Nacional de Seguridad  de 2017 , China construye “el ejército más competente y mejor financiado del mundo, después del nuestro” (la cursiva es del autor). Así pues, la “otra potencia” de la que hablaba Trump es China. Según el Pentágono, habrá que hacer todo lo posible para conservar el liderazgo en el sudeste de Asia y eso implica frenar a China. “Mientras China continúe su ascenso económico y militar, y reafirme su poder por medio de una estrategia nacional a largo plazo, seguirá desarrollando un programa de modernización militar que busca la hegemonía regional indo-pacífica a corto plazo y desplazar Estados Unidos para alcanzar la preeminencia mundial en el futuro”.

En su Discurso sobre la Guerra Fría  del pasado mes de octubre el vicepresidente estadounidense Pence no deja lugar a la menor duda: “Nuestro mensaje a los dirigentes chinos es el siguiente: este presidente no se echará atrás. Mientras reconstruimos nuestro ejército seguiremos defendiendo los intereses estadounidenses en el Indo-Pacífico”.

La estrategia militar contra China tiene dos aspectos: la carrera armamentística y cercar el país.

La carrera armamentística está en pleno apogeo. Estados Unidos destina cada año 150.000 millones de dólares a la investigación militar , es decir cinco veces más que China. Trabaja febrilmente en una nueva generación de armas ultrasofisticadas, drones y robots varios contra los que no podrá competir un futuro enemigo. El F-35 integra tecnologías punta y va entre 15 y 20 años “por delante” de los aviones de combate chinos. La inteligencia artificial, la mecánica cuántica, la tecnología láser, unas velocidades supersónicas, los dispositivos nucleares y la guerra electrónica desempeñarán un papel preponderante en el desarrollo de estas armas de alta tecnología. Son las ciencias de la guerra del futuro.

Para preservar este liderazgo en la carrera armamentística hay que mantener las distancias con los chinos. Según la Estrategia Nacional de Seguridad  de diciembre de 2017, “parte de la modernización militar y de la expansión económica de China se debe a su acceso a la innovación económica estadounidense, incluidas las universidades de primera fila mundial de Estados Unidos”. El objetivo del proteccionismo cada vez mayor de la Casa Blanca no es solo el comercio, las inversiones o la tecnología, sino cada vez más el conocimiento.

Se presta una atención particular al armamento espacial. “Si fracasa la disuasión estoy convencido de que […] en caso de enfrentamiento con un igual o casi igual vamos a tener que luchar por la superioridad espacial” , declara el general John Raymond , comandante en jefe de Comando Espacial de las Fuerzas Aéreas. El año pasado Trump decidió crear una nueva sección en el ejército: el Ejército Espacial de Estados Unidos .

No se excluye una guerra preventiva. El que fuera viceministro de Defensa Bob Work constata que China está desarrollando unos cohetes similares a los estadounidenses. “Estados Unidos nunca ha tenido que luchar contra un adversario capaz de lanzar [cohetes] tan lejos y con tanta intensidad como Estados Unidos”. En una guerra futura la utilización de municiones guiadas “estará generalizada y será intensa”, de modo que “será muy conveniente ser el primero en disparar” .

El segundo aspecto es el cerco militar. China depende al 90 % del transporte marítimo para su comercio exterior. Más del 80 % de su aprovisionamiento de petróleo pasa por el Estrecho de Malacca (cerca de Singapur), donde Estado Unidos tiene una base militar. Kissinger decía: “Controlen el petróleo y controlarán las naciones”. Washington puede así cerrar el grifo del petróleo sin que China pueda defenderse por el momento.

Estados Unidos tiene más de 40 bases militares, puntos de apoyo o centros de adiestramiento (los puntos morados del mapa más abajo) alrededor de China. De aquí a 2020 se estacionará en la región el 60 % de toda su flota. Si se mira el mapa no es exagerado afirmar que China está cercada y rodeada. No podemos ni imaginar qué ocurriría si China instalara siquiera un punto de apoyo y no digamos ya una base cerca de instalaciones estadounidenses.

 

En este contexto hay que considerar la construcción de pequeñas islas artificiales en el Mar de China del Sur la reivindicación de una gran parte de esta zona. Para Pekín tiene una importancia vital vigilar las rutas marítimas a través de las cuales se transporta su energía y sus bienes industriales.

La trampa de Tucídides

China es una amenaza para le hegemonía autocrática de Estados Unidos. ¿Llevará eso a la trampa mortal que describió Tucídides? Este historiador de la Antigüedad griega describió cómo el ascenso de Atenas suscitó el temor de Esparta, lo que la hizo recurrir a las armas para evitarlo. El historiador Graham Allison muestra que en el último medio milenio hemos tenido 16 periodos en los que una potencia ascendente amenazaba con sustituir a la potencia reinante. En doce ocasiones aquello terminó en una guerra. La historia no es una fatalidad sino un indicador importante. En todo caso, la permanente superioridad militar de Estados Unidos garantiza el mantenimiento de su supremacía económica.

Esta supremacía económica es cuestión de miles de miles de millones de dólares, lo que supone un fuerte control sobre la política de la Casa Blanca, sea quien sea el presidente al que alberga. No se renunciará sin luchar a estos beneficios que ascienden a miles de millones de dólares. Como afirmaba Marx hace 160 años, “el capital tiene horror a la ausencia de beneficio o al beneficio pequeño. Cuando el beneficio es adecuado el capital se vuelve audaz”. Si el beneficio es importante “no hay crimen que no ose cometer”.

Algunas personas objetarán que la capacidad de aniquilación de las armas actuales es demasiado grande para arriesgarse a un conflicto a escala muy vasta. Pero, según Katrina Mason , es lo mismo que se pensaba hace ya cien años: “Hace poco más de cien años los comentaristas predijeron que las armas de guerra se habían vuelto tan avanzadas tecnológicamente y tan letales que nadie se atrevería a utilizarlas. Muchos consideraban que la implacable carrera armamentística era parte de un esfuerzo económico para estimular la base industrial interna y descartaron que esa pugna pudiera llevar a un conflicto. La Primera Guerra Mundial demostró que estaban equivocadas respecto a ambos aspectos” .

La cuestión clave para el futuro es cómo someter a un control democrático los gigantescos intereses económicos para que triunfe el sentido común y no el beneficio.

Traducción del neerlandés al francés de Anne Meert para Investig’Action.

Marc Vandepitte

 

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