Trump y su manera peligrosa de enfrentar el éxodo migratorio

De manera sorprendente, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, colocó una piedra en la rueda de la carreta para atascar el avance de la concreción de un Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.

Tomando como argumento injustificado el éxodo migratorio que desde hace años protagonizan hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, Trump anunció que aplicará a México un castigo arancelario con sobretasas escalonadas de cinco por ciento mensuales hasta que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador frene esa migración.

México no es culpable de que, por un accidente geográfico -más de tres mil kilómetros de fronteras con Estados Unidos-, su territorio haya sido convertido en el corredor clásico de quienes huyen del hambre, la miseria y la violencia y creen ver un oasis para su resequedad de esperanzas y anhelos, en la capital neoliberal del mundo.

Trump está bien lejos de ser un demente aunque aparentemente actúa por impulso.

Es el presidente de Estados Unidos que ha logrado empujar su frontera norte hasta el sur de México, alejando los problemas cotidianos de la migración más de tres mil kilómetros de su territorio, minimizando de manera muy importante las presiones fronterizas que hacen casi inútil la construcción del muro que tanto le obstina.

Es, también, el mandatario que se ha sacudido el estorbo que significa mantener en su territorio a miles de indeseables que deben esperar largos meses alguna resolución sobre visado para abrirles las puertas de Estados Unidos. Ya Trump ha regresado a México, según algunos medios, a más de 15 mil personas que difícilmente les den un sí en su visado.

Mientras tanto, agua, comida, ropa, habitación, baño, sanidad y montones de cosas más que componen las necesidades básicas del ser humano, corren por la parte mexicana la cual debe asumir, además, los problemas derivados de una población casi nómada cuyo objetivo es sobrevivir cueste lo que cueste.

Este caso de la imposición de aranceles por asuntos políticos y ni siquiera económicos o comerciales que son los justificantes más o menos tolerados por la comunidad internacional, ha levantado el tsunami que debería ya haber empolvado al mundo como las tormentas de arena que llegan del Sahara a muchas ciudades.

Hay calma en los mercados, los agentes bursátiles apenas si se han enterado de lo que está sucediendo ni de lo horrible que pueden ser sus consecuencias para ellos mismos, y el único resentimiento en las ventanillas de bancos y negocios lo ha experimentado el peso mexicano que ha detenido su fortalecimiento logrado en estos primeros seis meses de Gobierno de Amlo, como le dicen aquí a López Obrador.

La respuesta mexicana al exabrupto de Trump ha sido serena, entre otras razones porque está tratando con un adversario que todavía domina las arcas del mundo con un dólar manejable que, aunque ya virtualmente es papel mojado, mantiene un poderoso y descomunal poder supranacional, compra voluntades y destrona reyes.

Pero Amlo sabe que, además de serena ante un enemigo que robó más de la mitad de su territorio por la fuerza de las armas, su respuesta tiene que ser firme también porque está en juego el bienestar y la salud económica del mexicano -rico y pobre-, de allí que el apoyo recibido frente a Trump haya sido excepcional.

Hay una tormenta descomunal, pero es importante comprender que es parte del remolino electoral que sacude a la sociedad vecina, como ha insinuado López Obrador, aunque eso no crea muchas esperanzas de cambios al norte del río Bravo.

Hay muchos intereses del otro lado que benefician exabruptos como éste y algunos peores incluso, como la guerra comercial con China, o la barbaridad inconstitucional y contra todos los derechos del ser humano que se les ha metido en la cabeza de impedir migraciones por terceros países. Una aberración extraterrestre.

La gran pregunta que surge de todo esto: ¿y si Trump es reelegido y ya no tiene la camisa de fuerza de sus ambiciones electorales? ¡Qué podría pasar!

Luis Manuel Arce Isaac

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